lunes, 29 de octubre de 2012

Los Dictadores - Índice

Notaba como el vagón se deslizaba lentamente por los raíles a pesar de que la oscuridad de la noche no me permitía ver más allá de la ventana. De vez en cuando la luz de un potente foco irrumpía el interior iluminando las caras de unos guardias cuyos rostros dibujaban la dureza de su trabajo y cuyos fusiles asomaban sombras horripilantes en las paredes. El movimiento de esas sombras fue lo más parecido a un saludo que tuve en todo el día, esa fue mi indigna bienvenida al gulag.


Así comienza "Los Dictadores". Para seguir leyendo, pincha en los enlaces de cada episodio:

- Primer Episodio: http://www.loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2012/08/los-dictadores-primera-parte.html

- Segundo Episodio: http://www.loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2012/09/los-dictadores-segunda-parte.html

- Tercer Episodio: http://www.loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2012/09/los-dictadores-tercera-parte.html

- Cuarto Episodio (Conclusión): http://www.loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2012/10/los-dictadores-cuarta-parte-conclusion.html

Esparamos que os guste.

LOS DICTADORES - Cuarta Parte. Conclusión.


Los sueños suelen ser grandes aliados de aquellos que, como yo, han consagrado su vida a la escritura. La caída de los gruesos muros de la consciencia, permite vislumbrar horizontes jamás imaginados. Son, podría decirse, mágica fuente de inspiración que riega los campos de la palabra.

Pero el obsequio de Morfeo puede ser una prisión más angustiosa y aterradora que el Psijushka cuando es precedido de una revelación tan abrumadora como la que yo recibí. Me asaltaron espantosas pesadillas que amenazaban con quebrar por siempre mi cordura mientras mi mente, libre de corpóreas ataduras, intentaba asimilar los últimos acontecimientos.

En ocasiones me encontraba en un gigantesco juego de ajedrez. Convertido en un insignificante peón, estaba a punto de ser sacrificado en una partida jugada por dos titánicas Matrioskas, una de marfil y otra de ébano. En cada turno, las colosales figuras se abrían para descubrir otra en su interior… ¡Pero del color opuesto! La partida comenzaba de nuevo mientras los peones caían indiscriminadamente, cubriendo el tablero de sangre.

Otras veces, yo era un diminuto roedor cojo y tuerto que frenéticamente intentaba huir por los tenebrosos pasillos de los calabozos. Era perseguido por un ser humanoide deforme y sin rostro. De su cuello colgaban ensangrentadas condecoraciones hechas con dientes humanos y en sus manos portaba una enorme edición de mi libro, con la que planeaba aplastarme. Desde las celdas orientadas al norte, soldados de albo uniforme jaleaban enfebrecidos al cazador. Los habitáculos orientados al sur contenían a una masa vestida de negro que alargaba sus huesudas manos intentando atraparme. Todos pidiendo mi muerte… Todos esperando el momento en que mi propia obra acabase con mi miserable vida.

Pero la escena más turbadora era aquella en la que me encontraba de nuevo en “el patio”, junto a la camilla de operaciones. Oculto bajo las sábanas yacía indefenso un Bukovsky de doble rostro. En mi mano portaba el reloj de “Cantor”, conectado a cientos, miles de barriles de dinamita. El segundero avanzaba inexorable hacia la detonación ¿Qué debía hacer? ¿Desconectaba la bomba? ¿Dejaba vivir al ser maquiavélico que nos había sacrificado para ganar una guerra? ¿Era capaz de matarlo? ¿Tenía derecho a hacerlo?

Asustado, descubrí que en el fondo admiraba el retorcido plan del líder negro. Convertir el gulag en una trampa mortal, dejarse cazar para atraer a Solznivik a la ratonera, someterse a esa arriesgada cirugía… ¡Todo para usurpar su identidad! Tal artimaña tan solo estaba al alcance de una mente maestra. Seguramente se dejaría utilizar como rehén para la negociación de la rendición del Ejército Negro. ¡Se convertiría en General de Ejército Blanco de la noche a la mañana! ¡Obtendría la victoria con la muerte de unos cientos en lugar de cientos de miles!

Mi cerebro bullía hallando cada vez más incógnitas a medida que se adentraba en la maraña de intrigas ¿Cuánto tiempo llevaría tejiendo esta siniestra red? ¿Cuántos implicados? ¿Cuántos sacrificios perpetrados por la causa? Pero la pregunta más importante me asaltó al evocar las fatídicas palabras de “Cantor” ¿Buscaba la destrucción de sus enemigos o únicamente ansiaba conquistar el poder? ¿Era Valdimir Bukovsky un héroe o un usurpador sin escrúpulos? Una cosa estaba clara. Sea como fuere, nadie que conociera el plan saldría vivo del gulag.

Un intenso dolor me arrastró a la realidad. Me encontraba de nuevo en mi camilla. “Tatuado” atenazaba con fuerza el muñón que una vez fuera mi mano izquierda. Al ver que despertaba, dejó de apretar y se acercó a mi oído. De reojo, me pareció vislumbrar que alguien nos acompañaba pero las palabras del cirujano atrajeron enseguida toda mi atención.

-Lo siento, señor. Tenemos poco tiempo.- Me susurró. -También le pido disculpas por el golpe en la nuca. Pensé que…, que iba a hacer una tontería.- Condicionado, comencé a sentir un lacerante palpitar en la parte trasera de mi cabeza. -Escúcheme con atención. La operación ha terminado con éxito. Sabe a lo que me refiero. Mañana entregarán a los rehenes y se rendirán, pidiendo a cambio que les dejen abandonar este cuadrilátero infernal con vida.-

Un destello de esperanza iluminó mi corazón. ¿Sería el fin de nuestro cautiverio? “Tatuado” pareció intuir mis pensamientos porque rápidamente matizó. -No, solo los militares. Los presos seguiremos aquí. Bueno, algunos… Yo no veré el amanecer.-

Desolado, me quedé mirando intensamente al techo de la habitación mientras evocaba la dantesca imagen de Valdimir Bukovsky. Sentía el aliento de “Tatuado” en mi calcinada oreja. Parecía que él esperara algún tipo de reacción por mi parte. Sin embargo, cientos de preguntas murieron en mi garganta. Tenía demasiado miedo de conocer las respuestas.

-Es largo de explicar.- Continuó. -No podía elegir. Ellos tienen a mi familia ¿Sabe? He hecho todo lo que me han ordenado. Pero ahora tenemos la oportunidad de actuar, de hacer algo que no se esperan. Quiero… Queremos pedirle un enorme favor, señor.-

Oí un crujir de telas a mi derecha y me giré para ver a “Manos Rotas”, que se estaba desnudando en silencio.

-Quítese su uniforme y póngase el de “Manos Rotas”.- Me indicó “Tatuado”. Aturdido, no reaccioné. No conseguía comprender. -Pero…- Protesté.

El obispo se arrodilló junto a mi lecho, tendiéndome su uniforme. Su cuerpo blanquecino parecía ya el de un cadáver. -Ellos cuentan con tapar el agujero, con ocultar el rastro de lo que aquí ha pasado. El diablo cambiará de rostro y nadie lo sabrá jamás, hijo mío.- Declaró con voz muy queda, algo quebrada por la emoción. -Pero Dios nos ha indicado una senda diferente. Una forma de propagar nuestra palabra. Tú serás su mensajero.-

“Tatuado” comenzó a desabrocharme el uniforme. No tuve fuerzas para oponer ninguna resistencia. Cuando hubo acabado, se lo entregó a “Manos Rotas” que se vistió rápidamente. Entre los dos me enfundaron el mono con el número tres dos siete del sacerdote. Me pareció tremendamente áspero y pesado, como si estuviera cosido con el mismo material que las paredes de esta prisión infernal.

-Debe de ocupar el lugar de “Manos Rotas”, sobrevivir y contar nuestra historia, tal y como hizo una vez. Su condena vence pronto, si no lo ha hecho ya. No lo sabemos con seguridad. Probablemente aún siga aquí en este agujero unos años pero algún día le soltarán, creyendo que es un sacerdote inofensivo y entonces podrá escribirlo todo, para las generaciones futuras. No diga ni una palabra hasta entonces. Finja que sufre amnesia desde el ataque si lo ve necesario. Los guardias que lleguen mañana no tendrán forma de reconocerlo. No nos conocen a ninguno de nosotros. Todos estamos de acuerdo y los que sobrevivan le ayudarán a mantener el engaño.-

-¿Y “Manos Rotas”?- Pregunté, sabiendo ya la respuesta.

-Le matarán, pensando que es usted.- Dijo fríamente el cirujano, con la dureza de quien ha aceptado ya su propio destino. Para mayor desasosiego, me percaté en ese momento del material de cirugía que esperaba detrás de “Tatuado”. Aún le quedaba trabajo por hacer para que el amable rostro del clérigo quedase destrozado por heridas similares a las mías.

Tragué saliva e intenté no dar un respingo cuando se me acercó aún mas para decirme las últimas palabras que oiría de su boca. -Una cosa más.- Comenzó. -Quiero que guarde esto con sumo cuidado. No se lo enseñe a nadie hasta que llegue el momento. Usted sabrá cuándo. Si no me equivoco, algún día puede salvarle la vida y ser su salvoconducto a la libertad. Esta partida aún no ha acabado y hay más jugadores en liza.-

Nos despedimos con un amargo y fugaz apretón de manos.

“Tatuado” tenía razón. Todo ocurrió tal y como él predijo. Bueno, casi todo. Nadie volvió a verles, ni a él ni a “Ratón”. Intento de fuga, creí oír en los comedores. Los militares del Ejército Negro que quedaban en el gulag liberaron a los oficiales del Ejército Blanco a cambio de no ser ejecutados. Se rumoreaba que el propio Mijail Solznivik se encontraba entre los liberados y que, agradecido, permitió que muchos de sus captores “encalasen sus uniformes”.

El resto es historia conocida por todos. Ignoro los detalles pues a los presos nos llegaban las noticas del exterior con cuentagotas. Ni el Ejército Negro, ni el Ejército blanco se alzaron con la victoria. Ni siquiera el Ejército Verde que intentara forjar desesperadas alianzas. La Revolución del Proletariado triunfó sobre todos ellos y el Ejército Rojo se hizo con el poder. Ahora todos servimos a la Madre Rusia como buenos camaradas.

No sé qué fue del auténtico Valdimir Bukovsky.


Nunca abandoné los sólidos muros del Psijushka. Pero, a pesar de todo, me las arreglé para cumplir mi tarea. El actual director del gulag es muy religioso y ordenó construir una capilla cuando se enteró que tenía un obispo encerrado en sus celdas. Mis servicios clericales me canjearon muchas libertades y muchas excepciones al “Código del Psijushka”. Contribuí a hacer la vida de mis compañeros algo más llevadera y ellos nunca desvelaron mi auténtica identidad. Con el tiempo acabé cogiendo cariño al papel que me había tocado interpretar.

Si está leyendo estas palabras, es porque ha descubierto mi relato. Tardé mucho en decidir cómo ocultarlo. Creo que logré aprender de los viejos errores. Al final opté por camuflarlo como alegoría de las artimañas del diablo en un extenso, complejo y aburrido libro sobre religión y filosofía en el comunismo. Logré publicarlo con el apoyo de nuestro devoto director. ¡Si supiera la verdad! Agradezco al señor que haya permitido que la censura no lo destruyera.

También ayudó cierto emblema de una estrella dorada sobre campo rojo. Me la entregó un cirujano amigo mío. Le llamábamos “Tatuado”. El único que no se equivocó de bando. Si nos reunimos en el más allá, le diré que tan sólo erró en una cosa. Quizás la más importante. Nunca me liberaron. Ni a “Mula”, ni a “Calambres”, ni a “Bufidos”, ni a “Dentadura”… Nunca nos liberaron a ninguno. Jamás. Al final da igual de qué color vistan y qué ideología defiendan. Todos dicen ser salvadores. Todos dicen ser libertadores. Todos son dictadores.