jueves, 31 de julio de 2014

Socios a la fuerza – Blink – Conclusión

-    Su nombre era Joan March…-

Seya mantenía la mano bien alta. Estaba lista para regalar a Ricky el tortazo de su vida. Su parte femenina le pedía que terminara el golpe pero su parte masculina le pedía usar mejor el puntapié. Lástima que el glorioso debate que transcurría en su cabeza se interrumpiera por una risita. Y luego otra. Y luego otra.

Todos los tripulantes de la “Milagros” conocían las hazañas de Joan March. Pero que el Gran Maestro del crimen, la Estafa Encarnada o el Gran Contrabandista, como le llamarían algunos, se dirigiera a ellos con un mensaje abrió la lata de la risa floja.

-    Je, je… Oh vamos Makro – medio farfullaba Balboa – nos estas gastando una bromita ¿Es eso verdad? ¡Joan March, ni más ni menos! –

Riki salió de la zona de impacto como pudo y se puso cuidadosamente en pie. Sus manos y su boca se movían y, aunque ponía mucha energía en sus gestos, no decía nada de nada. Nino no paraba de sonreír. Estaba extasiado recordando sus momentos de “actor” de cine mudo…

-    Si no me creéis,- dijo Makro – dejad que os lo muestre.

El pequeño ser se acercó a la consola de la “Milagros”. Muy solemnemente acarició con su palma de la mano la parpadeante luz que tantos problemas había traído. Una voz muy severa, muy grave y muy mal grabada se apoderó del aire de la nave; y de los sistemas de evacuación de algún que otro tripulante.

“Si el capitán hace libre a su barco con delirios de distancia…  ¿Por qué perece éste mientras su nave inmortal sigue su rumbo? Porque la nave es el instrumento… y si muere el capitán, muerta será también  el alma que dio rumbo a su nave…. Y tras la muerte… solo se dejan los huesos… para que la carroña se alimente…”

“… ¿tengo razón?”

Todo el que no se había meado encima buscaba darle algún sentido al mensaje. Makro levantaba la mano que dio inicio al mensaje de forma solemne al ritmo que sus ojos y sus labios se agitaban nerviosamente. Había entrado en trance y estaba “hablando” con alguien que hacía mucho tiempo que nadie había visto. La expectación era máxima.

-    Joan March tiene algo oculto en esta nave. –  anunció a la tripulación - Y tú se lo has robado. - La mano acusadora de Makro apuntaba a Seya.
-    Que… ¿Yo? ¿Robar? – Era algo en efecto difícil de creer, incluso en una nave como la Milagros: Seya se estaba asustando. -
-    Seya, si tienes algún crimen oculto este es un buen momento para confesarlo… - dijo Balboa. –
-    Esta mujer ha robado un objeto valiosísimo. – espetaba Makro – algo que sólo un gran capitán sabrá valorar.
-    ¡Un mapa! – gritó el Gordo Cobb –
-    ¡Si! El mapa para encontrar la herencia de Joan March. – El asombro y la fascinación por la nueva revelación salió escupido una forma en la que solo el Gordo Cobb sabía expresar.
-    ¡Serás guarra! -
-     Eh! ¡Un respeto a mi tripulación! – clamó Balboa - Incluso a la que pueda estar a punto de saltar por la borda. A ver Seya. ¿Dónde está mi mapa?
-    El amuleto con coordenadas. – Makro parecía un duendecillo encantado – Lo sacaste del corazón de esta nave... y te lo quedaste. – El miedo de Seya fue “in crescento”.
-    Yo… yo… pero si no lo tengo.
-    ¿Cómo que no lo tienes Seya?
-    Yo… lo vendí…

Todo el mundo entendió lo que decía Seya pero nadie quiso oírlo. Especialmente el capitán Balboa. Ricky no dijo ni una palabra. Aunque eso sí, seguía gesticulando como para golpearse la cabeza, como intentando decir algo.

-    A ver si lo entiendo Seya. Me estás diciendo que el puto Joan March me ofrece su fortuna… ¿!y tú has perdido el mapa!?
-    Unas coordenadas ocultas en el metal de esta nave. – recordó Makro como poseído por un demonio.
-    ¡Pero Capitán! ¡Necesitábamos el dinero! Lo vendí en Valsan a un traficante llamado Jo. Era una chapita de nada con unos números. Brillaba un poco y pensé… ¡Ay capitán! como iba yo a saber…
-    ¡Un momento! ¿Has dicho Jo? ¿A ese ratero hijo de perra?  ¿Jo el rata, Jo el mierda, Jo el sífilis? ¿Hablas de ese Jo? – El esperanzador aliento del Gordo Cobb nunca había sabido tan bien.
-    ¿Conoces a ese tío? - Preguntó Nino.
-    ¡Claro! Pero no nos será muy útil. Ese pedazo de carroña tiene los días contados. Le debía dinero a una de las putas de Jijrion… y deber dinero es algo muy malo en Valsan.
-    Pero si Jijrion se lo ha cargado ¿sabrás donde lo habrán enterrado no?
-    Juas! ¿Enterrarlo? Y también querrás que le lleve flores. No, maldita sea. Pero quizás Lusi la Mimosa sepa algo. Esa es de las que dicen que sí a cambio de cualquier cosa.

La discusión seguía su rumbo y cada uno intentaba aportar su granito de arena. Todos menos Ricky, que se había quitado el cinturón y lo agitaba de forma brusca y obscena.

-    ¿Y qué demonios le pasa a este? – Pregunto Cobb
-    Yo lo arreglo. – Nino se acerco y con la palma de la mano abierta soltó un sopapo a la espalda de Ricky que desangeló todo el aire y la tensión que llevaba acumulado.
-    YO TENGO EL MAPAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!

El grito fue tan brusco que hasta el duendecillo Makro salió de su trance. Mientras la mandíbula de Ricky volvía a su sitio su dedo señalaba el cinturón que sostenía con la otra mano.

-    Conoci a Lusi la gorda el dia que desembarcamos en Valsan y le hice tantas guarradas que me quiso regalar algo y a mi me gustaron tanto las guarradas que me hacia que me lo puse en el cinturon de recuerdo cerca de mi…
-    ¡Suficiente para mí! – Con unos reflejos que sólo el dinero puede dar a alguien de su tamaño el gordo Cobb arrancó de un tirón la chapa del cinturón de la mano de Ricky, dio un salto hacia atrás y desenvainó un cuchillo.
-    Eh ¡eso es de mi cocina! – recriminó Nino.

El Gordo Cobb examinó la chapa mientras retrocedía lentamente. Tras examinarla medio segundo más se dio por satisfecho y se alejó unos pasos sosteniendo el cuchillo en forma amenazante.

-     Si sois unos chicos listos no os acercareis.
-    A ver como digo esto. – Balboa desenfundó su pistola y apuntó directamente a las partes nobles de Gordo Cobb - ¿A que no tienes cojones?
-    ¡Jajaja! Vamos Balboa, ¡eso sin balas eso no sirve!
-    ¿Cómo que sin balas? ¿Es que no le tienes aprecio a tus… cositas?
-    Mucho. Pero tu amigo me contó que vendisteis toda la munición en El Pantano.  – Balboa se giró hacia su Ricky de forma recriminante.
-    Ricky, ¿cómo se te ocurre?
-    ¡Silencio!  Tengo detrás de mí una cápsula de escape y vosotros no. Tengo el mapa y vosotros no. Y lo que es mejor, tengo un arma y vosotros no. A ver, esta pregunta  va para Míster Elocuente ¿Por qué no debería ir a por la herencia de Joan March? -
-    Porque… eh… – Balboa tragó saliva –porque si te vas nos vas a maldecir a todos.
-    Ja Ja Ja – reía el Gordo Cobb mientras se deslizaba como un inmenso jabalí hasta la trampilla de la entrada de la cápsula de escape - ¡Adiós tontainas!

Gordo Cobb selló la entrada, introdujo las coordenadas de la hebilla en la computadora y el modulo espacial salió disparado dejando a la “Milagros”, a su capitán y a sus tripulantes abandonada en aquella cueva.

-    Se… se… - de la emoción Seya no conseguía terminar la frase. –
-    Se ha ido. – dijo el capitán Balboa, dejando escapar una leve sonrisa –
-    Jajaja! – Nino se empezó a descojonar. Su hermano no tardó en seguirle la carcajada.
-    Jajaja. ¡Se ha ido! ¡El muy imbécil se lo ha creído! Nino eres un actor estupendo.
-    ¿Yo? ¿Y qué me dices de Seya? ¡O del Capitán! De verdad que ha sido increíble.
-    Muy buen trabajo chicos. Y Seya también. Pero aquí la estrella ha sido nuestro pequeño Makro. Por un momento hasta yo me he creído que hablaba con la nave. Con el graaaaaaan Joan March ¡Jajaja!
-    Capitán aun no me creo que hayamos engañado al Gordo Cobb con un simple contestador automático. Para cuando se dé cuenta que se ha llevado una chapa grabada por mi hermano se va a coger un cabreo muy gordo.
-    Jajaja. Ya lo creo que sí. Por cierto Makro. ¿Sabes por llaman a ese bastardo el Gordo Cobb, verdad? Pues porque es el mayor glotón de la galaxia. Entre sus cosas en la bodega hay centenares de pasteles. Tal y como acordamos puedes coger una caja grande y llevártela. ¿Y no olvides compartirla con tus amigos eh?-

Makro parecía excitado con la noticia. En efecto la bodega estaba repleta de cosas de Cobb. Un enorme, bien ordenado y dulce tesoro. Makro cogió una caja bien grande y con la boca llena de caramelos se fue de la “Milagros” bailando como un niño feliz.

-    Qué suerte aterrizar en un planeta donde sus habitantes son adictos al azúcar, ¿eh Seya? Vamos a sacar una buena tajada por esos dulces.
-    Lo malo de todo esto es que la próxima vez que veamos a Gordo Cobb no será tan divertido.
-    Oh. Seguro que si – dijo el capitán con la seguridad de alguien a quien le acaba de salir un plan perfecto. Seya se sintió reconfortada.
-    Por cierto capitán, ¿te acuerdas del cubo que lanzamos al espacio? El otro día me acorde de él. A pesar de haberlo lanzado a un sitio tan grande ¿No crees que haya alguna posibilidad de que alguien lo encuentre?
-    ¿Posibilidades? Hum… - dudaba el capitán Balboa. - Eso mejor pregúntaselo a un matemático.

Y la nave "Milagros" inició un nuevo rumbo en busca de más emociones, dinero y aventuras. Pero sobre todo de dinero.

viernes, 25 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Tercera Parte

-¡Que diablos ha pasado aquí!. ¿Riki?, ¿Cobb?.  – Un desierto puesto de mando recibió al resto de la tripulación de la “Milagros”. Todas las pantallas, conmutadores, lámparas seguían apagadas y solo la intermitente bombillita roja iluminaba la sala. Balboa la miraba y pensaba que nunca había odiado tanto a nada.

-¡Maldita sea!, ¿Dónde se han metido?. ¡Como el gordo Cobb le haya hecho algo!. Nino buscaba desesperadamente a su hermano en todos los rincones de la sala para luego dirigirse a Balboa que absorto miraba la pantalla. ¡Señor!. Balboa, volviendo en sí, se giró hacia el cocinero.- ¡Registra la nave!, la entrada estaba sellada, encuéntralos tienen que estar todavía aquí-. Y sin mediar palabra Nino salió del puente.
Entonces los ojos de Balboa, se dirigieron hacia su última tripulante, la piloto Seya. Estaba de rodillas, acababa de dejar algo que transportaba. Balboa, usando la intermitente luz que emitía la bombillita, vio al sujeto. Era un pequeño humanoide inconsciente. No medía más de 1.40. Ojos saltones (uno morado), sin ningún tipo de pelo en la cara y la piel verdosa. Vestía un mono de técnico.
-¿Crees que nos ayudará, capitán?. Seya miraba a Balboa. –Después de la manera que le hemos “convencido” para que venga-, Seya sonreía. Además, por muy buen técnico que sea no creo que ese pequeño hombrecito pueda averiguar qué le pasa a mi “Milagros”.
Balboa miró a Seya visiblemente dolido. -Primero,  MI “Milagros” y segundo, ¿por qué crees que los antillanos son tan buenos arreglando naves?. Te lo diré, cuentan las malas lenguas que “hablan con ellas”.  Despiértalo-.



El antillano estaba parapetado detrás del asiento del capitán. Temblando. Balboa y Seya armas en ristre los miraban desde arriba. - ¡Maldita sea!, son rápidos estos enanos- maldecía Seya mientras rodeaba la silla para bloquearle el paso. Balboa, era más conciliador, ya que sabía que ese técnico era su única esperanza. - No vamos hacerte nada, solo queremos hablar-. Y para demostrar esas intenciones guardó su arma. El pequeño antillano miraba a la piloto.- ¡Seya!-, la voz del capitán era firme. A regañadientes Seya también guardó su arma pero se quedó bloqueando el paso.
Por el otro lado del asiento Balboa se acercaba, con pasos lentos, como si estuviera acercándose a un lamok de la pradera para cazarlo. Con la palmas de la manos levantadas. –¿Cómo te llamas chico?-. El antillano levantó sus grandes ojos. –Ma…, Makro-.-Tranquilo. Necesitamos tu ayuda. ¿Ves esa bombilla?.- La luz intermitente iluminaba los saltones ojos del antillano. Sus grandes pupilas se abrían y cerraban al mismo ritmo que la bombilla se encendía y apagaba. – No sabemos que es ni por qué se ilumina. Necesitamos que nos digas que le pasa a mi nave.-



Makro permanecía inmóvil. Sentando en el asiento del capitán. Con sus manos de 4 dedos apenas tocando los controles. Tenía los ojos cerrados. Balboa lo miraba inmóvil. Mientras, Seya no paraba de dar vueltas arriba y abajo por la sala de mandos. Maldiciendo en todos los idiomas que conocía.
De repente un ruido vino de la puerta. Balboa y Seya como soldados entrenados desenfundaron sus armas y apuntaron. Pero el que apareció era Nino. –Tranquilos, tranquilos, soy yo. Los he encontrado. Estaban escondidos.- Nino sonreía. Acto seguido aparecieron Riki y Cobb. – ¡Demonios!, ¿dónde estabais?, ¿Qué ha pasado?-. Riki, visiblemente, avergonzado, no sabía que responder.- Ehhh, señor, las luces se apagaron, ehhhhhh, escuchamos ruidos.- Se escondieron, dicen que vieron al fantasma de Joan March- Nino terminó la frase, se lo estaba pasando bomba.

-¡¿Qué vieron qué?!, Riki, ¿¡has perdido la cabeza!?. Seya se acercaba al mecánico con la mano levantada, como si le fuera a dar un guantazo. Pero antes de que llegara a hacerlo Makro abrió sus ojos.

- Es un aviso, un mensaje-. Todos los presentes se giraron como si así escucharan mejor las palabras del antillano. Balboa se puso delante del asiento. – ¿un mensaje de quién?-, espetó. -Del primer dueño de la “Milagros”-. Balboa miró por un momento a su tripulación y volvió a mirar al técnico. -¿El primer dueño de la nave?, ¿y quién fue?, ¿de quién es el mensaje?.

Makro levantó la cabeza y miró a los ojos a Balboa. – Su nombre era Joan March-.

[Continuará]

viernes, 18 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Segunda Parte

- ¡Y “Destripahidráulicos” vuelve a morder la lona! [ZZZTTT] ¡Qué pegada tiene nuestro Titan Rojo, [ZZZTTT] ¿no crees, Karl?
- Ya lo creo, Garl. [ZZZTTT] Esta clase de pelea sucia es la que ha dado buen nombre [ZZZTTT] a los luchadores de la luna de Ashlan.
- ¡No cantemos victoria todavía, Karl! [ZZZTTT] ¡Sí, está pasando! ¡”Destripahidráulicos” [ZZZTTT] se está levantando...!”

A un lado de la pantalla holográfica, un jovencísimo Riki saltaba sobre la espalda de aquel mecanoíde de combate “Hellfrost-19”, dispuesto a clavar la punta de su martillo neumático en su sistema de cableado craneal.

Al otro lado de esa misma pantalla, con el peso de los años marcado en sus cicatrices y sus ojos grisáceos, el Riki de la actualidad reposaba recostado en el cómodo asiento del capitán, con sus manos cruzadas tras la nuca y los ojos cerrados. A su alrededor, por toda la cabina de la nave, pendían cables y más cables, dejando todos aquellos paneles abiertos de par en par como silencioso testimonio de lo que había sido una búsqueda totalmente infructuosa.

- ¿Quieres apagar eso de una maldita vez? – la ronca voz de Gordo Cobb estaba ahogada por sus propios brazos mullidos, entre los que trataba de esconder su cabeza. – Llevas horas con esa basura puesta en la holopantalla. ¡Si vuelvo a escuchar más estática de nuevo...!
- ¿Qué quieres que le haga? – Riki ni siquiera abrió los ojos y apenas se movió del cómodo asiento lo justo como para señalar al techo. – Estamos a más de cincuenta metros de profundidad, en mitad de un yacimiento de magnetita enriquecida...
- ... y si se corta la transmisión es posible que no podamos recibir mensajes del exterior. Ya, ya... – Gordo Cobb suspiró y fijó sus pequeños ojos de rata en aquella luz parpadeante. – Y todo por culpa de ese parpadeo del demonio...

A unos pocos metros, aquella luz seguía emitiendo su guiño intermitente, casi hipnótico. Apartando la vista y tras mover la cabeza como saliendo de alguna clase de trance, Gordo Cobb se pasó las manos por los mofletudos carrillos en un gesto de sincera desesperación.
 ¿¡Pero que estarán haciendo ahí afuera Balboa y los demás...!?
- Eh. – Riki se aseguró de sonar lo bastante tajante como para dejar claro a Cobb que no iba a tener mucha más paciencia que la que le estaba regalando. – Para empezar fuiste tú quien decidió quedarse aquí.
- ¿Y dejar sin vigilancia el cargamento? Ya os gustaría... – Cobb miró con ironía al corpulento ex – luchador, cuyos músculos aun eran lo bastante poderosos como para rellenar por completo el mono de mecánico que llevaba puesto en aquel momento.
 Je. Después de todo lo que hemos pasado... aun crees que vamos a robarte, ¿verdad? – Riki giró la vista y respondió con idéntica ironía a Cobb - ¿Sigues sin comprender que te necesitamos tanto como tu a nosotros?

Gordo Cobb se había incorporado y estaba a medio camino de la pequeña nevera en la que Seya solía guardar una botella de aguardiente Remosanto. Se detuvo, frenado en seco por esa sensación de impotencia que le hacía rechinar los dientes. Estaba harto. Harto de dormir en aquella sucia litera, aguantando los infernales ronquidos sincronizados de aquellos corpulentos hermanos. Harto de las raciones de comida sintética precocinada por Nino, de perder dinero en cada negocio, de no poder regresar a Valsan. Cobb miró la botella de aguardiente barato: hacía ya seis semanas que no probaba un trago decente.

- Gracias a tus contactos podemos movernos por el Diámetro Exterior, colega. – Riki se echó hacia delante y posó su vista en la parpadeante luz roja que los había obligado a hacer esta parada de emergencia. – En cuanto vuelvan el capitán, Seya y mi hermano podremos marcharnos... – Riki caminó por el lado de Cobb y le arrebató la botella de Remosanto de entre los dedos, justo antes de poder pegarle un solo trago - ¡Salud!

Cobb miró con desprecio infinito a Riki: él no tendría por qué aguantar semejante trato. Si hubiera sido uno de sus hombres en Valsan...

- En serio, Gord... – Riki se interrumpió a sí mismo y corrigió la frase, pues sabía lo mucho que le molestaba a Cobb que usaran su apodo delante suya. – Colega, una cosa es que nuestro capitán se crea el jodido Joan March reencarnado y otra muy distinta es que quiera acabar como él... – sin soltar la botella, Riki señaló a través de los ventanucos la negrura de la gruta en la que la “Milagros” se encontraba oculta - ¡Enterrado en las entrañas de este maldito planeta!
- Espera un segundo... – Gordo Cobb lo miró con los ojos todo lo abiertos que podían estar aquellas dos canicas de porcelana negra. – Por eso te ofreciste voluntario para quedarte aquí...
- ¿Se puede saber que...?
- Eres de los que se cree esa historia, ¿no? – la carcajada de Cobb resonó en la cabina y debió escucharse en el resto de la “Milagros”. – ¡No puedo creerlo!

De no haber sido por el zumbido de una comunicación entrante, es posible que a su llegada el capitán y los demás hubieran encontrado a Cobb con unos cuantos dientes de menos. Mientras el obeso señor del crimen reía como no lo había hecho en meses, Riki apenas murmuró un sonoro insulto al tiempo que se aproximaba a la consola de mandos.
-  ¡NO!

Riki frenó en seco: el vozarrón temeroso de Cobb había sido tan estremecedor que había logrado arrancarle un pequeño gritito de sorpresa. El corpulento mecánico miró al nuevo y más reciente socio de la “Milagros”, cuyo rostro se había asumido una mueca de puro terror.
 ¿Qué...?
- No lo hagas, Riki... – Cobb se incorporó del asiento del copiloto sobre el que se había dejado caer segundos antes, cuando era todo carcajadas y malicia. – ¡No contestes!
 ¿Pero...? – Riki hizo ademán de zafarse de las manos de Cobb quien se aferraba a su brazo como si de un salvavidas se tratase. Tanto miedo en las palabras de Cobb le hicieron dudar y, con una inquietud mal disimulada, Riki le preguntó... - ¿Qué es lo que pasa?
-  ¿Y si esa llamada...?

Cobb guardó silencio, mirando con una mueca de terror a través de uno de los ventanales de la cabina. Riki giró la cabeza y tragó saliva al mirar a través de ellos, que no mostraban otra cosa que la oscuridad total de la gruta.

Dando por cerrados unos inquietantes momentos en los que sólo se escuchaba el insistente zumbido de la holo-llamada; Cobb rompió el silencio.

- ¿Y si esa llamada...? – comenzó a repetir - ¿... es el fantasma de Joan March?

Riki giró lentamente la cabeza y miró a Cobb. La mueca de sincero terror de éste fue, poco a poco, convirtiéndose en una sonrisa burlona para, finalmente, transformarse de nuevo en una carcajada resonante.

 Gordo hijo de puta... – Riki lo apartó de un manotazo y dejó que diera con sus nalgas en el suelo.
- No se por qué te preocupas... – Cobb seguía en el suelo, con las lágrimas saltadas y riendo como un demente - Ya sabes lo que dice la canción, ¿no? ¡No podrá hacerte daño mientras no salgas de tu nave! ¡Esa es la maldición de El Gran Contrabandista!

Con la risa de Cobb resonando aun en la cabina, Riki abrió el canal de comunicación.

 Aquí la “Milagros”... – Riki miró la holo-pantalla pero en ella apenas si se veían siluetas a través de la nieve. - ¿Capitán? ¿Me recibe?
- [ZZZTTT] ... Riki... [ZZZTTT]... – durante un segundo apareció el rostro de Balboa en pantalla. – [ZZZTTT] ... recibes? Cambi... [ZZZTTT]
- Te recibo muy mal, Capitán... – Riki trataba de ajustar los parámetros de sincronización del bloqueo magnético de la nave.
- [ZZZTTT] ... astilleros. Tenemos a un técnico que... [ZZZTTT] ...
- Capitán, la señal es muy mala... – a Riki se le acababan los conmutadores para pulsar. – Repita por favor.
- [ZZZTTT] ... [ZZZTTT]...
- ¿Capitán?
- [ZZZTTT] ... [ZZZTTT] ... Joan March... [ZZZTTT]

Riki sintió un escalofrío al escuchar esas dos palabras. Apenas tuvo tiempo de girarse y mirar a Gordo Cobb, cuya risa había dejado de escucharse en ese preciso instante. Porque fue entonces cuando todas las lámparas, pantallas, conmutadores y demás fuentes de luz de la “Milagros” se apagaron al mismo tiempo.
Todas.
Menos la parpadeante luz roja, claro.

viernes, 11 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Primera Parte

Por mucho que mirasen, cada vez de más cerca, la luz roja seguía parpadeando en la consola de navegación de la Milagros. Riki, usando sus dotes de mecánico, probó a golpear tres veces con el índice la dichosa bombilla, pero ésta continuó con su constante alternancia, sin terminar de decidir si se quedaba encendida o se apagaba de una vez.

- ¿Y bien? - Preguntó el capitán Barbosa mirando horrorizado el recién afeitado cuero cabelludo de la piloto

- Tenemos un problema, Capi - dijo Seya señalando la parpadeante bombilla roja - La luz parpadea.

Durante el intervalo de 5 parpadeos nadie habló. Las caras de la tripulación y la del incrédulo Gordo Cobb se iluminaban de un hipnótico rojo en cada intermitencia. Cuando parecía que ya nadie diría nada, el capitán Barbosa, furibundo, rompió el silencio.

- ¡Pero qué demonios! ¡Por lo que a mi respecta, eso no es un problema, es una bombilla con problemas de bipolaridad! Ahora dime - dijo muy serio - ¿Qué es lo que de verdad le pasa a mi nave? ¡Y te lo advierto, ni se te ocurra decirme que tenemos una bombilla que parpadea!

Seya miró los cansados ojos del capitán por el periodo de un parpadeo. Después recorrió la cabina con la mirada antes de dar una respuesta. Salpicados por todos lados estaban los manuales de navegación de la nave que había consultado una y otra vez sin éxito. Seya los había releído una y otra vez buscando qué quería decirle esa bombillita.

Sobre sus rodillas y abierto estaba el manual referente a los indicadores de la consola. En él estaba detallado el uso y significado de cada una de las distintas bombillas, relojes, relés, palancas y mandos de toda la nave. De todos, menos el del parpadeo de la bombilla roja.

- Ni idea - Dijo por fin Seya cerrando el manual con un sonoro golpe. Su voz reflejaba alivio, como la de un niño cuando por fin se libra de un secreto - No tengo ni idea de lo que le pasa a la Milagros.

- ¡No me lo puedo creer! - La cabeza del Gordo Cobb giraba a un lado y otro, oscilando como haría un flan casero - Sois la peor cuadrilla de contrabandistas especiales que he visto en mi vida... ¡¿Hemos escapado de milagro de los cruceros de la Federación - y no precisamente gracias a vosotros - y ahora queréis tomar tierra porque se ha iluminado una bombilla?! ¿¡De verdad, acaso queréis que nos cojan, trabajáis para ellos?!

El capitán Barbosa hizo oídos sordos a las quejas del Gordo Cobb. Aunque era cierto lo que decía y en cualquier otro lugar del universo la mera presencia del gordo y su pútrido aliento, le haría temblar y replantearse las cosas, estaban en la Milagros. Su nave, y allí él era quién mandaba.

- La nave sigue volando sin problema alguno. No hay ruidos. Ni vibraciones extrañas. Todo parece funcionar correctamente. Todo menos esa maldita bombilla - Barbosa pensaba en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular, hasta que fijó su mirada en Riki, el mecánico -¿Has revisado la nave, Riki? ¿Los impulsores? ¿Los sistemas de navegación? ¿Conductos? ¿Casco? ¿Refrigeración?

Sí, Riki había revisado los cuatro motores y todos los sistemas críticos de la Milagros, sin encontrar nada fuera de lugar. Todo parecía estar bien. Entonces, ¿Cual era el problema? ¿Por qué debían parar a reparar una nave que parecía no necesitar reparación teniendo a la Federación buscándolos por todo el sector?

- ¡Porqué tenemos una luz parpadeante! - Seya repetía exasperada una y otra vez el mismo argumento - Una luz roja parpadeante en el panel nunca indica nada bueno. ¡Nunca! ¡Dios sabe que le puede pasar a la nave! ¡A lo mejor explota! Tenemos que bajar y reparar la nave - Concluyó

- Yo voto en contra - dijo Nino sin dejar de mirar a través de la cabina buscando naves de la Federación - ¿Quién está conmigo?

- ¡¿Votar?! ¡¿Os habéis creído que esto es una democracia?! - Rugió Barbosa volviéndose hecho un basilisco hacia Nino, el dotado cocinero - Vuelve a mencionar algo parecido a una votación y te mando a galeras. Nada de votaciones. Esta es mi nave y se hace lo que yo se diga.

Después de un severo silencio, Barbosa volvió a tomar la palabra. Miró fijamente a la androgina piloto y sin dejar de mirarla, si quiera para parpadear, dijo casi amenazando:

- Seya, tú eres mi piloto. He confiado a tus manos y tu criterio mi vida y la de mi tripulación más de una veintena de veces y aquí seguimos. Conoces mejor que nadie ésta nave. La quieres y la cuidas tanto como yo, ¡Que me lleven los diablos si de verdad comprendo tus razones para querer parar por esa insignificante luz! Pero confío en tí, como un padre confía en su hijo. Así que, ¡Preparad la nave! ¡Todos a sus puestos! ¡Comenzamos el descenso!

- ¡Pero Capitán! - Gritó incrédulo Riki - ¿Tiene que ser aquí, en la Antilla? ¿No podemos llegar hasta el siguiente planeta?

Barbosa contestó con mucha más calma de la que cualquiera de los presentes esperaba. Al fin y al cabo la pregunta tenía su sentido.

- Si es necesario parar a reparar, lo haremos ahora. No podemos arriesgarnos a una avería y quedarnos a la deriva, no cuando tenemos rastreándonos a la mitad de la flota del sector - Barbosa miraba ahora al Gordo Cobb. Todos sabían lo valioso de la carga que llevaban en la bodega - Además no es un mal sitio, posiblemente tengan los mejores mecánicos y equipo cualificado de todo el sector.

Barbosa tenía razón. Si en algún lado podían encontrar el fallo de la Milagros sería allí. La Antilla tenía los astilleros más grandes e importantes en decenas de sistemas de distancia. Al fin y al cabo era allí dónde la Federación fabricaba y ensamblaba sus más modernos Acorazados y Cruceros de guerra.

lunes, 7 de julio de 2014

La Historia del Pirata de Pata de Palo .... de Helado - Indice

Tras volar durante semanas hacia al sur, dejando atrás el crudo invierno, al fin llego a una pequeña aldea costera donde, como cada año, decido pasar unos días. Como siempre, justo esta noche, no es una noche cualquiera. A pesar de las horas que ya son, la aldea hierve de vida. Después de un gran festín con el que las mujeres han agasajado a los valientes hombres que han vuelto de su larga y fructífera lucha contra el mar, toca el turno de los bailes y juegos.


Desde mi privilegiada posición en lo alto de un árbol puedo ver como los hombres dan buena cuenta de los ricos asados y la buena cerveza que les tenían reservada. Posteriormente y tras retirar la gran mesa colocada al aire libre para la ocasión, los más doctos con los instrumentos comienzan a tocar los acordes que se extenderán hasta la madrugada.

Pero mi aguda vista se percata de unas sombras, de unos niños que con el paso de los años han ido creciendo poco a poco. Se alejan, sin ser vistos, de la zona de celebración dirigiéndose hacia el bosque. Sin que se percaten de mi presencia y a buena altura los sigo. Aún recuerdo, en mi primer peregrinaje cuando los vi por primera vez. Claude, el hijo del herrero, Roxane, la hija del jefe del pueblo y Lauren, hijo del maestro pescador. Tres buenos amigos desde pequeños, desde que los vi por primera vez [...] 

Así comienza "La Historia del Pirata de Pata de Palo .... de Helado". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/05/la-historia-del-pirata-de-pata-de-palo.html
Segunda Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/06/la-historia-del-pirata-de-la-pata-de.html
Tercera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/06/la-historia-del-pirata-de-la-pata-de_20.html
Conclusión - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/06/el-pirata-de-pata-de-palo-de-helado.html