viernes, 30 de julio de 2010

Aquellos que Dejamos Atras - Desenlace

Tras el terrible impacto el poste de teléfono había quedado roto por la mitad, dejando a medias cientos de conversaciones. Incrustada en él estaba la vieja Volkswagen T3 que había quedado destrozada. Danny, tras comprobar que sus compañeros estaban inconscientes mostraba la mejor de sus sonrisas a los dos desconocidos que se acercaban a él con cara de pocos amigos.

- ¡Wow chicos! he estado a punto de llevaros por delante, no os llegáis a apartar y acabáis debajo de la furgoneta – Dijo con su clásica media sonrisa forzada – Sois dos tipos con suerte, y yo soy Danny Dalton, encantado

- No me importa quién seas ni de donde has salido, pero ya estás tardando en darme una buena razón para no matarte ahora mismo y escupir sobre tu cadaver – bramó Preacher.
- Sería una pena estropear esta cara tan perfecta – No pudo evitar replicar Danny

Rojo y enfurecido, Preacher parecía crecer. La sotana negra comenzaba a estarle prieta y sus venas palpitaban con una fuerza brutal – Respira, se repetía Pietro para sus adentros, Respira tranquilizate o esto va a acabar muy mal – Mientras poco a poco volvía a su estado normal y antes de que el imprudente Dalton pudiera replicale de nuevo, Darrell intervino

- Creo que él no ha tenido tan buena suerte como nosotros – Darrell señalaba con su bastón el par de zapatos rojos que sobresalían de debajo de la Volkswagen

- Vaya, un pequeño fallo en el aterrizaje – Danny divertido se agachaba a echar un vistazo – Espero que no fuera vuestro amigo porque... creo que está... muerto

- Te voy a borrar esa sonrisa que tienes de la cara, niñato – Dijo Preacher voz en grito

- Tranquilo mago oscuro, guarda tus fuerzas para cuando aclaremos todo esto – Darrell apoyó su mano sobre el hombro de Preacher para tranquilizarlo... Le recordaba tanto ese hombre a su viejo amigo Awender que intentó por el bien de todos evitar que las cosas fueran a peor - ¿Dónde estamos?

- En Kansas desde luego no – dijo Danny socarronamente

- Muy bien listillo, ya sabemos dónde no estamos – dijo Preacher apretando su bastón – Ahora me gustaría saber dónde estamos y quienes sois vosotros.

- Yo soy Danny y esos de ahí son mis compañeros... Viajamos de un mundo a otro buscando nuestro hogar en ese trasto que se acaba de estrellar, y claramente éste es el mío, porque no hay gente tan rara de donde vengo yo – dijo mirando divertido el atuendo de los otros dos – Por cierto el de ahí abajo no creo que los vaya a echar en falta, y esos zapatos son preciosos. Piel de primerísima calidad de cocodrilo y son un 43, justo mi talla. Si no os importa, los míos sufrieron un pequeño percance en nuestro anterior salto

- Me llamo Darrel – dijo desconcertado el joven mago mientras veía al charlatán quitarle los zapatos al muerto, era algo que había visto cientos de veces en su mundo pero a lo que no se terminaba de acostumbrar – Seguidor de la luz y mago de Glorantha. He venido para ver por última vez al amor de mi vida, muerta en mi mundo.

- Mi nombre es Pietro y estoy aquí para devolver la vida a una inocente – Dijo Preacher sin hacer caso a las impertinencias de Danny – Lo último que recuerdo es haberme introducido por una especie de portal... - Pietro continúa hablando más para sí que para los demás – Parece que todos estamos fuera de nuestros mundos, en un lugar dónde no esperábamos estar y para bien o para mal juntos en esto

- Que bonito, casi se me saltan las lágrimas – Tras atarse los cordones de sus nuevos y flamantes zapatos, Danny echa una mirada debajo de la furgoneta - Y tu, ¿Quién eres?

Por lo inesperado, ninguno de los tres pudieron reprimir un respingo cuando una inesperada respuesta surgió de detrás de ellos. Era una voz suave, pausada, hermosa la que hablaba...

- Era uno de los Altos Inquisidores de la ciudad. Un ser despreciable, perseguidor de la libertad, de la cultura, de la vida – Al girarse los tres pudieron ver una figura estilizada con las manos esposadas – Llevaba semanas tras de mí y acababa de capturarme, por fortuna esa furgoneta apareció de la nada y le sepultó... no me aplastó a mi también por milímetros... Y ahora, si me soltáis podremos hablar con mayor tranquilidad

- Ya veo – Tras escudriñarla a fondo con un rápido gesto Pietro rompió las cadenas que esposaban a la joven – Nos debes una, cuéntanos que es eso de los Inquisidores

- De acuerdo, pero antes contadme... ¿Quienes sois vosotros y como habéis aparecido en mitad de esta nada?

Frente a una improvisada hoguera las cuatro figuras comenzaron a desvelar sus historias, primero con desconfianza, pero poco a poco con más detalles y mayor profundidad. Los tres hombres habían llegado a este mundo anhelando algo que habían perdido en sus respectivos mundos y la mujer hablaba de un mundo en el que difícilmente podrían encontrar lo que buscaban. Era este un lugar en el que el oscurantismo y el fanatismo habían triunfado, en el que el Gran Inquisidor subyugaba a todo aquel que se atrevía a sobresalir, a destacar, a discrepar, no había lugar más que para sus ideas...

Por fin el silencio se hizo entre los cuatro durante largo tiempo. Era un silencio para la reflexionar, para decidir su siguiente paso

- No me puedo quedar aquí mucho tiempo – Danny ya no hablaba como un engreido – Ya habéis visto como están mis amigos, necesito buscar medicinas para ellos

- Mis amigos pueden estar a punto de morir y lo han hecho para traerme aquí – A Pietro casi le temblaban las manos – Algo tiene que haber que podamos hacer... Hemos venido aquí por algo, alguien tiene que poder ayudarnos

- Sí, hay alguien. Es quién guía nuestra rebelión desde las sombras, llegó a nuestro mundo antes de que yo naciera. Es un hombre poderoso, un mago, una persona capaz de todo. Tenéis que ir a la ciudad, a Neverfield. Allí todos le conocen, cuando lleguéis preguntad por el Mago, el os ayudará. Yo cuidaré de vuestros amigos...

- Pero – Comenzó a decir Darrell dubitativo – Las luces de esa ciudad están a no menos de tres jornadas de camino, no tenemos tanto tiempo

- Cerca debe estar el transporte del inquisidor muerto – La cara de la muchacha se iluminói de pronto – De alguna manera me tendría que llevar presa a la ciudad...

- Ahí está – la voz de Preacher sonó profunda, como la de un lobo aullando a la luna – tras esas dunas

- Muy bien, seguid la carretera y tened cuidado de no abandonarla o nunca lo volveréis a ella. Yo soy una forajida, no puedo entrar en la ciudad, pero vosotros si. El transporte os abrirá las puertas de la ciudad, pero andar con cuidado por ella. Esos zapatos rojos que llevas son muy valiosos... muchos os ayudarán por llevarlos, pero otros muchos querrán mataros por lo que significan y aún muchos más por todo lo que se puede conseguir con ellos... Andad con cuidado, por favor.

- Una cosa más – Danny se giró antes de marcharse – Si es tan poderoso, ¿Cómo es que no habéis vencido al Gran Inquisidor o porqué no huis a otro mundo y le dejáis aquí solo?

- Si no fuera por él estaríamos ya muertos todos, mientras no lo esté no pienso abandonar, es mi mundo, voy a luchar por él

La carretera hacia el Neverfield es larga, recta, inagotable y cubierta de un rugoso asfalto amarillo. Durante las casi dos horas de camino los tres desconocidos apenas hablaban entre sí. Hicieron bien, pues en la ciudad necesitaron todo el aliento ahorrado para salvar sus vidas.

El mago parapetado, como escondido, tras las esquinas para invocar monstruos de metal. El sacerdote que resultó ser una bestia más fiera que un león y el joven Danny con sus zapatos rojos, que además de la lengua manejaba bien los puños. Los tres lograron camelar, esquivar y vencer a la guardia Inquisitorial que se ponía por delante y encontrar al Gran Mago, que les podría sacar de allí y devolverles lo que más querían.

Lograron llegar a su casa, el aeródromo abandonado. En él, cientos globos descinchados, ajados, decolorados, cubrían las pistas dándole un aspecto fantasmal. En uno de los hangares el viejo remendaba una tela hecha de retales de los más diversos colores. Tras percatarse de la visita de los tres improvisados compañeros giró la cabeza y levantó la mirada, lejana, perdida

- Supongo que os han dicho que yo os puedo ayudar – dijo el Mago con un hilillo de voz

- Así es Gran Mago – respondió raudo Darrell – Eres nuestra esperanza... Yo busco a mi amor perdido, él recuperar una amiga demasiado joven para morir y él quiere regresar con sus amigos a su hogar ¿Puede ayudarnos?

- Mira lo que tengo aquí – Dijo Danny Señalando sus flamantes zapatos rojos – no es que puedas o no puedas, es que tienes que ayudarnos. Hemos acabado con uno de los malos de su pueblo, es lo justo

- Ya veo – la voz del viejo Mago sonó como triste, como un sollozo - Soy vuestra esperanza... Miradme, solo soy un viejo, una sombra de lo que una vez fui – Dejó caer la aguja que tenía en sus manos – Yo también llegué aquí buscando a quién dejé atrás. Yo también vine aquí porque quise recuperar el pasado, lo amado, lo querido que ya no estaba...

- Ya le hemos entendido, viejo – Interrumpió bruscamente Danny – Ahora díganos que debemos hacer

- No, no me habéis entendido. Si pudiera ayudaros no estaría aquí, ni yo, ni posiblemente este sofá, si siquiera este mundo, ni nada... No hay manera de evitar lo que ya ha pasado. Hay que mirar hacia delante, no hay vuelta atrás – Entre sollozos el pequeño hombre logró continuar – Aquellos que dejamos atrás, ya nunca volverán.

domingo, 25 de julio de 2010

Aquellos que dejamos atras- Tercera Parte


Jerusalén, Un día después del funeral.

Pietro corría con a toda la velocidad que su cuerpo le permitía. Al lado suya, siguiendo su ritmo se encontraba Necromante. Habían juntado a toda la vieja guardia, pero no podían prever, que le estarían esperando. Le habían tendido una emboscada, perpetrada seguramente por aquel que también asesino a Metal Queen.

Sus compañeros les cubrían el culo, mientras Necromante llevaba a Prieto hasta el interior de un edificio derruido en Jerusalén. Un antiguo cementerio.

Pietro quería volver para apoyar a sus compañeros, pero Necromante le detuvo.
- Escúchame atentamente o esto no habrá servido para nada. Ves esas escaleras, llevan a un sótano. Una vez allí, cava justo en el centro de la habitación. Encontraras un libro. Hace años lo escondí para que nadie lo encontrara. Capitulo cinco, versículo tres párrafo dos. No tengas miedo, y pasa el portal. Rápido. -

-¿Portal?

Necromante salió a toda prisa del cementerio, se dirigía a volver en ayuda del grupo. Pietro se quedo mirando cómo se marchaba. Estuvo a punto de hacer lo mismo, pero todos estaban allí por él, no podía fallarles. Confiaban en el. Así que Preacher descendió las escaleras.

Una vez llegado abajo, un sótano lleno de telarañas, polvo de hace años abandonado, y huesos, que no sabía si eran humanos o no. Se dirigió hacia el centro, o al menos así lo consideraba y comenzó a cavar. El ruido de explosiones y disparos se sucedían a su alrededor. A no mucha profundidad encontró un libro. El titulo lo decía todo. Necreonomicon. Preacher se quedo pensando si era el libro tan mitológico, y del que todo el mundo ha escuchado hablar alguna vez.
El continuo ruido en el exterior, le estaban po
niendo nervioso. Abrió el libro, capitulo dos, versículo tres, párrafo cinco. Leyó en voz alta las indicaciones, un portal semitransparente se abrió delante de él. Preacher suspiro, y se adentro. El libro cayó al suelo no atravesando el portal, en el se veía la pagina que había estado leyendo, el capitulo dos, demasiado tarde cuando se dio cuenta. "Capitulo cinco, versículo tres, párrafo dos, eso había dicho necromante, gilipollas te has equivocado."
Paso del Dragón.

Awender guiaba a Darrel por el serpenteante camino que llevaba hacia el paso del Dragón. Se decía que hace cientos de años, un poderoso y enorme Dragón Negro habito una de las numerosas cuevas montañosas que rodeaban el paso. Darrell estaba impaciente, su compañero le había dicho que podía volver a ver al amor de su vida, y él no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad.
Awender se interno por una de las entradas, hacia el interior de una cueva, todo estaba oscuro, apenas se podía distinguir por donde pisaban. Darrell no tuvo muchos problemas para hacer que de su bastón brotara una pequeña luz, que iluminara el camino.

Awender continuo el camino, como si se lo supiera de memoria. Al paso de unos minutos, una gigantesca estancia, se abría en el interior.
Awender se paró en seco. - ¿Recuerdas las leyendas sobre el dragón negro Darrell?

- Si- Contesto Darrell
Awender señalo hacia una esquina mientras seguía hablando con Darrell- Existió, y muestra de ello son sus huesos.

Darrell ilumino hacia donde señalaba su compañero, y pudo observar los restos de lo que en su día fue un enorme dragón.

Awender continuo hablando - Los dragones son criaturas mágicas. Y sus huesos...
- Son los componentes más preciados para cualquier mago, lo sé.- Dijo, interrumpiendo a su interlocutor.

Awender se acerco y cogió uno de los huesos. - Y con la ayuda de ellos podrás volver a verla. Pero no podrás intervenir en nada, ella no debe conocerte, solo podrás observarla.

- ¿Y si decido quedarme sea donde este?- Dijo convencido Darrell

Awender le respondió con una sonrisa. - Eso amigo mío, es decisión tuya.-

Awender creó un circulo de huesos alrededor de los dos, luego el se salió, y comenzó a cantar una letanía. A Darrell le sonaba, el ya había escuchado esas palabras antes, es más, lo que no sabía es como Awender era capaz de pronunciarlas, una de las muchas sorpresas después de tanto tiempo sin verle.

Darrell continuo dándole vueltas a las palabras de Awender, y al final lo comprendió, lo estaba mandado a otro plano, a otra dimensión, sus ojos se abrieron como platos, su cuerpo comenzó a sudar, se asusto. Y desapareció.

En la Actualidad

En un punto fijo sobre el vasto desierto, Preacher miraba hacia un lugar y hacia otro, sin rastros de vida alguna, y un sol de justicia. En ese momento algo le llamo la atención. Una persona se estaba materializando delante de él. Un hombre de veintimuchos, rubio, pelo corto, y vestido con una túnica gris.
Darrell miraba a Preacher con curiosidad, estaba vestido de unas maneras un poco extrañas para él. Ambos se sostuvieron las miradas durante unos segundos. Darrell fue el primero en reaccionar cuando vio algo que se dirigía hacia ellos, a toda velocidad, y a espaldas de Preacher.

-El dragón- Dijo Darrell mientras se lanzaba para apartar a Preacher del camino.
Preacher sorprendido solo pudo farfullar mientras rodaba por el suelo- ¿Que dragón?-
Una furgoneta, una wolskvaguen T4 había aparecido de la nada, a toda la velocidad, y hubiera arrollado a los dos, si no llega a ser por los rápidos reflejos de Darrell. La furgoneta se estrello contra un poste de teléfonos. Un tipo de unos veintipocos años, con una chaqueta de cuero marrón, fuerte como un toro y pelo castaño, salía del interior de la furgoneta. Todos en el interior de la furgoneta se encontraban inconscientes.

-Perfecto profesor. ¿Donde estamos ahora?- Dijo Danny Dalton mirando hacia el interior de la furgoneta. Cuando vio que nadie le contestaba se giro, y pudo percatarse de que todos los demás no habían resistido el golpe, pero al menos, estaban vivos.

Preacher y Darrell se sacudían el polvo de sus ropas, tan diferentes entre sí.
Darrell tenía los ojos abiertos de par en par, se dirigió hacia Preacher y le pregunto -¿Donde estamos?

Preacher solo podía decir una cosa -No tengo ni puta idea.
Un cartel de carretera señalizaba la ubicación donde se encontraban. En el mismo ponía "Springfield" aunque se encontraba tachado, por un nombre superpuesto sobre ese mismo. "NEVERFIELD"

viernes, 16 de julio de 2010

Aquellos que Dejamos Atrás - Segunda Parte


El débil viento apenas movía la túnica del hombre que permanecía arrodillado a un lado del camino. Delante de él, un pequeño monticulo de arena sobre el que reposaban varias piedras apenas mostraban que allí se había enterrado a alguien.

El chico, de unos veintimuchos,  rubio, con el pelo corto y vistiendo una túnica gris sin apenas bordados permanecía en silencio, arrodillado, como pidiendo perdón a quien fuera que estuviera allí enterrado.

De los arbustos, detrás de la tumba improvisada, apareció un hombre. El chico no pareció inmutarse por la aparición del extraño,  como si le estuviera esperando. El hombre, más mayor que el muchacho, alto, corpulento, vistiendo una armadura oscura y con más de una cicatriz en la cara se acercó a la tumba.

- ¿Cuantos años han pasado ya? - preguntó el hombre.

El chico, sin levantar la cabeza hizo un movimiento con la mano, y la tumba se cubrió con un manto de flores... entonces se puso de pie.

- ¿9 años?, ¿10 años?... Darrell, ¡mírame a la cara!. Vienes aquí cada año. Tienes que superarlo, ¡ella no va a volver! -.

Entonces el chico levantó la cabeza. Tenía los ojos rojos y húmedos, como si hubiera estado llorando durante días.

-¿Acaso sabes lo que es amar a alguien con tanta fuerza que duela?.

- ¿Amar?, niño, ¡si apenas estuvisteis juntos una noche!.

- A veces no hace falta más que unos segundos para darte cuenta con quien quieres pasar el resto de tu vida.-

El silencio volvió a reinar entre los dos amigos. Ambos miraban la tumba. Se notaba que no era la primera vez que se encontraban en esta situación. Durante estos años, muchos eran los compañeros a los que habían tenido que enterrar.

-¿Sabes lo peor Awender?. Lo peor fue que no fui yo quien acabó con su asesino. ¡Ese ogro malnacido!.  Y pensar que estuvo un tiempo haciendose pasar por nuestro compañero. ¡Era necesario que yo la vengara!, ¡era lo mínimo que podía hacer por ella!.

El guerrero sonrió, apenas fue una leve muesca, pero era lo máximo que se podía sacar de esa vieja cara.

-Sabes perfectamente que no habrías podido hacerlo.

El hechicero vaciló.

-Si, tienes razón, entonces no era suficientemente poderoso...

-No, no me has entendido, incluso ahora, con el poder que has llegado a obtener, no podrías, tu no eres así, no eres un asesino, como yo...

Entonces el hechicero sonrió, aceptando que su compañero, su amigo, tenía razón, de nuevo...

- ¿A que has venido Awender?.

- ¿Que dirías si te digo que conozco la forma de que vuelvas a ver a Alice?.

El corazón del chico se puso a cien, sabía que el guerrero no bromeaba con esas cosas, bueno, Awender nunca bromeaba.

- Recoge tus cosas, nos vamos al Paso del Dragon.

[continuará]

viernes, 9 de julio de 2010

Aquellos Que Dejamos Atrás - Primera Parte


- Tenía trece años, ¿sabes?

A lo lejos, una multitud de paraguas se reunía ante la fosa. En ella, lentamente, los operarios de la funeraria introducían un pequeño ataúd. A esa distancia, Pietro era incapaz de reconocer a ninguno de los presentes. Tampoco hubiera importado mucho, la verdad. De la pequeña a cuyo cuerpo daban sepultura apenas si conocía su nombre clave y su edad...

- Trece jodidos años... – ante el silencio de su compañero, Pietro insistió como si incluir un "jodidos" lo convirtiese en un argumento mejor. - ¿Crees que es justo?

Pietro llevaba una gabardina gris, completamente empapada por la lluvia y bajo la que ocultaba su camisa negra y aquellos vaqueros gastados. Por no hablar del alzacuellos, claro. La figura de su compañero era apenas la sombra de una sombra: las nubes tapaban el sol, sumiendo aquella parte del cementerio en una fría penumbra. Bajo su túnica negra, lo único que se podía intuir del aspecto de Necromante eran las facciones de su barbilla, marcadas con una perilla elegantemente recortada.

- La muerte nunca es justa, Preacher.

- Te he dicho que no me llames así... – Tanteó sus bolsillos, en busca de un cigarrillo. Fue entonces cuando recordó haber prometido dejarlo. Se lo había prometido...

- Negar tu nombre es tan inútil como lo es negar la pérdida, Preacher.

- Ahórrame la mierda "zen", ¿quieres? – Miró el pitillo que se mojaba bajo las gotas de aquella molesta e insípida lluvia.- Si hubiese querido sermones, habría llamado a...

"¿A quien, Preacher?, ¿A quien habrías llamado? ¿A cualquiera de tus viejos camaradas de hazañas superheroicas? ¿Los mismos viejos amigos que te culpan de que Metal Queen esté ahora varios palmos bajo tierra?"

Pietro dejó la frase a la mitad, viéndose contestado por su propia conciencia. Por su parte, Necromante siempre había hecho justicia a su imagen siniestra y enigmática. De hecho, Pietro apenas si sabía gran cosa de él: tan sólo que parecía ser de origen egipcio y que, en la esquina de la 19 con la 22 era propietario de una tienda de antigüedades. Sabía eso...

... y que era el jodido Señor de los Muertos, claro.

- ¿Para qué me has traído aquí, Preacher? – Necromante preguntó aquello, rompiendo su imagen de encapuchado misterioso. Para no estropearla demasiado no miró a Pietro mientras lo hizo.

Éste lo miró sonriendo de forma triste y amarga, arrojando el cigarro mojado a la tierra.

- Quiero que la traigas de vuelta.

Durante un segundo Necromante pareció una estatua de ébano, inmóvil e inerte. Entonces giró la cabeza y clavó la oscuridad de su capucha en Pietro. No dijo nada, forzándole a repetir una petición que, a todas luces, le había sorprendido.

- Vamos... – Pietro no podía evitar disfrutar viendo a Necromante así, perplejo. - ¿Olvidas que aun tengo mis contactos en la Biblioteca Secreta Vaticana? Tienes dedicado un dossier de lo más completo...

- No puedo hacerlo.

- Mientes.

La contundencia de Pietro dejó claro que conocía el verdadero alcance de los poderes de Necromante. Éste se limitó a hacer lo que mejor se le daba: guardar silencio mientras Pietro preparaba un nuevo contraataque dialéctico...

- No sólo puedes hacerlo... Debes hacerlo.

Necromante lo miró de nuevo, con unos ojos cuyo aspecto bajo aquella penumbra sólo Dios conocía. Pietro sabía que aquello le había molestado. Cabrear al puñetero Señor de los Muertos era uno de esos momentos por los que aun le gustaba toda aquella farsa de enmascarados y superhéroes...

- Si, señor... – Pietro miró a los asistentes al funeral, quienes se iban alejando de la fosa mientras los operarios la cubrían de nuevo. – Fuiste tú quien nos reunió a todos, ¿no?

Necromante guardó silencio, escuchando aquellas dagas que su viejo camarada lanzaba en forma de palabras.

- Nos reuniste a todos para enfrentarnos a Underworld, el Inquisidor, la Corporación Senokrad, la Legión Cobra... – Pietro dio la espalda a los operarios que terminaban su trabajo y miró a su compañero.- Fuiste tú quien la metió en esto.

- Ella no... - ¿se lo parecía... o el viejo Necromante estaba farfullando?... – Nadie la obligó...

- Trece años. – la voz de Pietro resonó con ira mal disimulada.- Por el amor de Dios, ¿qué crío de trece años diría no a ser un superhéroe?

A modo de respuesta, unas últimas paladas de tierra dieron por concluida la ceremonia. Pietro intentó resguardarse de la lluvia mientras se apartaba de Necromante. Le había dado la espalda y caminado un par de metros cuando escuchó su voz.

- Jerusalén.

Pietro lo miró. Necromante no se había movido, aun bajo la sombra de uno de los ángeles que decoraba el camposanto.

- Reúne a la vieja guardia, Preacher. – lo miró desde la penumbra de su capucha.- Nos vamos a Jerusalén.

viernes, 2 de julio de 2010

De Un Marqués, Un Puro y Su Humo - Final



El marqués no sabía cómo reaccionar ante tal frase tan contundente. No es algo que uno escuche todos los días, te estás muriendo, le había dicho su amigo, el marqués se quedo mudo. El señor humo se arremolino junto al marques, como si un amigo intentara abrazar a otro que se encuentra en una situación desesperada.

- ¿Porque?- fueron las únicas palabras que pudieron salir de la boca del Marques.

-Hay una enfermedad, en los tiempos de hoy, aun no sabéis la causa- el señor humo intento continuar, pero el Marques le corto.

-¿Cual es la causa- pregunto el Marques mientras miraba a los ojos de su amigo.

-Yo soy la causa- respondió el señor del humo, que continuo hablando.

- Hace veinte años dijiste que no querías volver a verme, y estuviste desde entonces sin encender un solo puro, fumabas cigarrillos, para evitar verme, hasta hoy. Sonreíste al dar tu primera calada. Sé que estas enfadado por todo lo que te hice, pero en el fondo, querías verme.

El marques bebía otro sorbo de coñac mientras hablaba con el señor humo.

- Tienes razón. Después de la cena de hoy, no aguantaba mas hipocresía. No quería volver a verte, pero a la vez, quería pedirte explicaciones. Sobre todo estos días, que me encuentro tan mal, ¿Porque te metías constantemente en mis ojos? ¿Porque me hacías vomitar? ¿Porque molestabas a cualquier que estuviera a mi lado? hasta que me vi obligado a echarte.-

El señor humo permaneció en silencio durante un rato, hasta que al final con total parsimonia, se atrevió a decir. - Porque ya sabía que te morías. Quería darte tiempo, si hubieras seguido conmigo, a lo mejor no hubieras aguantado cinco años más. Tenía que hacerte daño para que me abandonaras, soy un mal amigo, un amigo de verdad no mata al otro, aunque sea accidentalmente.-

El Marques miraba perplejo a su amigo, no sabía que decir, es cierto que el comportamiento del señor humo las últimas veces que se vieron, no fueron amables precisamente, pero tampoco podía esperar que la causa fuera precisamente protegerle. Cogió su copa de coñac y le dio un trago, mientras miraba la habitación a su alrededor. Un mobiliario muy llamativo, una chimenea acogedora, pero ni un solo cuadro, ningún retrato de nadie, solo se escuchaba su respiración, y el crepitar del puro que se consumía. Todo estaba en silencio, lo que no hacia más que recalcar la verdad, en la vida solo tuvo al señor humo como compañero. Muchas visitas, cenas de compromiso, y buitres revoloteando a su alrededor, pero nadie que le comprendiera.

-¿Porque has vuelto a encender un puro después de veinte años?- le pregunto el señor humo al marques, a lo que este respondió.

- Porque me sentía solo, aunque no esperaba que aparecieras, me había acostumbrado a vivir sin tu compañía. Y ahora vienes para decirme que me voy a morir, y es culpa tuya. No era tu decisión. Podrías habérmelo contado entonces, seguir siendo amigo tuyo o no era decisión mía, no tuya.

El señor del humo solo pudo decir.- Lo siento-

El señor humo intentaba parecer impasible, pero le costaba, al fin y al cabo, había hecho una visita al interior de su amigo, y sabia que le quedaba poco tiempo, también miro de reojo al puro que estaba a punto de consumirse, a él también le quedaba poco tiempo para despedirse.

Poco a poco el marqués fue relajándose, y resignándose ante la verdad que le contaba su amigo, y decidió que no era momento para pasarlo enfadado, al fin y al cabo, nunca tuvo a otra persona en la que apoyarse. Y así pasaron el tiempo ambos, contándose sus historias.

- Todavía me acuerdo de esa maravillosa mujer inglesa, la que fumaba los cigarros con ese largo filtro negro. Era hermosa- Dijo el marqués.

-Si, era muy bonita, pero que pena que no te fijaras en el contorno de la señora del humo que salió de su cigarro. Tan esbelta, con ese pelo ondeado por el viento, fue una bonita noche para los dos querido amigo.

- ¿Y el día que me defendiste de aquel tipo? - decía el Marques sonriendo.

- Ah, se refiere al día que usted me lanzo con fuerza, y yo golpee en plena cara al individuo, la verdad es que juntos hacíamos una buena pareja.- recordaba el señor humo con añoranza.

Pasaron los minutos, y una anécdota tras otra se sucedía.

- En estos veinte años no he sido nunca tan feliz, como lo soy ahora mismo.

- Pero te vas a morir.

- Junto a mi mejor amigo. Sea o no la causa de mi muerte, eres el único que ha estado cerca siempre que lo he necesitado.

El marqués cerró los ojos tratando de recordar otro momento, pero nunca volvió a abrirlos, el señor del humo miraba el puro apunto de consumirse, y miraba a su amigo. La verdad es que no le apetecía volver a salir de otro puro, conocer a otra persona, ya era mayor para eso, dejaba esas tareas para los humos jóvenes, el ya no tenía tiempo para a nadie mas. Su amigo había muerto, y el sabia donde estaría mejor que en ningún sitio. El señor humo entro por la boca del marqués, y se alojo en su interior. Un señor del humo es tan elegante, que nunca le coge la muerte, sino que él decide como y cuando irse.