miércoles, 1 de abril de 2015

Autopsia - Tercera Parte

 “…ajá… si… entiendo… se lo haré llegar. Hasta entonces no haga absolutamente nada. Le necesito fresco para este caso. Adiós”

Con estas pocas palabras dio por zanjada la conversación telefónica el Comisario Walters. De eso hacían ya 7 horas. 7 horas de larga e infructuosa espera sin poder objetivar nada nuevo. Le faltaba por lo menos una pieza para completar el puzle.

- Me muero de aburrimiento.- dijo para sus adentros. Para hacer tiempo lo había vuelto a examinar todo. La inspección visual la había repetido hasta tres veces. Había reclasificado todos de tejidos y hasta le había sobrado tiempo para realizar él mismo los exámenes complementarios y la identificación.

“El estudio macroscópico revela en el varón una objetivación de lesiones subcutáneas no visibles externamente  debidas a un mordisco. En el caso de la mujer la causa inmediata de la muerte se debe a una muerte súbita de origen genético por exposición a un fuerte estrés.”

7 Horas y 3 minutos tardó en aparecer por segunda vez el camillero con una bolsa negra y cerrada en la mano. No podía ser. Simplemente no podía ser verdad.

-    ¿Pero dónde está el cadáver?
-    El Comisario sólo le envía esto Dr. Dorme. Por el olor y el peso yo diría que está dentro.

La bolsa parecía sacada de un cubo de la basura. Esta imagen trajo de los nervios al Dr.Dorne. – Bueno bueno. Déjela ahí en la camilla y váyase a celebrar algo. – Sin el menor cuidado dio un jalón al nudo de la bolsa y la abrió de un sopetón.

-¡Perro! – gritó el Doctor. El camillero se giró sobre sí mismo indignado, pensando que se dirigía a él en tono de desprecio. Pero el buen Doctor gritaba al cielo dominado por la incredulidad. – ¡Hay un perro muerto en la bolsa!



Mike conducía a toda velocidad mientras doblaba la esquina de la calle de su ex. Ya asomaban las estrellas por última vez este año y el alcohol estaba haciendo todo su efecto anestésico en su mano rota y, determinantemente, en sus reflejos. – Puta hispana. A mí no me deja nadie.- Casi por instinto dio un último sorbo a la botella vacía y se dirigió a toda velocidad hacia la zona verde que hace de separador entre la casa y la calle. – Te voy a dejar el jardincito como el coño de tu puta madre. -

La cosa no pudo ir peor. En el momento en el que irrumpía en el jardín con su coche la mencionada señora, su marido y el tan querido perro de la familia hacían lo mismo, tan sólo que caminando al ritmo de las personas mayores desde el paso de peatones, sin ninguna oportunidad para reaccionar o esquivar el vehículo que les empotraba y que, a pesar de su intento por frenar, les lanzaba de frente contra los arbustos. Mike estaba perplejo. Acababa de atropellar a los padres de su ex el día de fin de año.

Por suerte para él el perro y los arbustos absorbieron la mayor parte del golpe y éstos aún se agitaban temblorosos al son de los aturdidos padres. O eso le parecía a él. Nervioso, descontrolado, desorientado, la situación le dominaba. Quería salir de allí aprovechando que no le había visto nadie. Pero si los padres le habían reconocido estaría perdido. Sin pensárselo dos veces se bajó del coche, cargó con la madre de forma muy poco heroica y la puso semiinconsciente en el asiento trasero del coche. Hizo lo mismo con el padre pero éste se defendió con uñas y dientes. Un mordisco alcanzó la hasta mano buena de Mike mientras dejaba al padre forcejeando en el asiento delantero del coche. – Me está bien empleado por gilipollas. -

– ¿Y qué cojones hago con el puto perro? – pensó.  Estaba muerto y bien muerto, con la lenua blanca. Cargó con él y lo lanzó como una piedra al maletero. – Mierda. Qué marrón. Venga Mike. Ahora al hospital. ¿Los dejas allí y desapareces por un tiempo eh? Venga que tu puedes hacerlo campeón. – Sacó el coche de la acera y condujo hacia el Hospital Central más próximo rezando porque sus pasajeros no perecieran durante el trayecto.

En ese momento salió Mary a medio vestir y medio maquillar por la puerta principal hacia el jardin. El ruido violento del coche la sacó de sus cámaras y salió como pudo a ver qué había pasado. No sabía nada del accidente ni del estado de sus padres. Lo que sí reconoció de inmediato fue el coche de su ex, que huía calle abajo con dos cabezas fácilmente reconocibles tras la cristalera. – ¡El pendejo está secuestrando a mis padres! –

Eso ya era ir demasiado. No hoy. No cuando sus invitados estaban a menos de una hora de llegar. Mary, mujer  de carácter y de amas tomar hizo lo que su instinto latino y sus nervios, que los tenía a flor de piel, le pedían: cogió las llaves de su coche y emprendió la persecución a toda velocidad para traer de vuelta a sus padres y evitar de que algo malo les pasara.