domingo, 28 de diciembre de 2014

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Segunda parte

De nuevo la oscuridad la envolvía, impenetrable, silenciosa y fría. Si, sentía mucho frío. Se envolvió con sus brazos, sin saber segura si quería protegerse del frío o de lo que esperara tras esa  oscuridad. Se agachó y tocó el suelo. La madera del teatro había dejado su lugar a un suelo duro, liso y helado.

Entonces volvió a recordar. Hablan conseguido salir de la casa perseguidos por la Muerte. Ella y sus amigos corrían a lomos de la desesperación y el miedo.  La lluvia arreciaba, los truenos les esperaban a cada esquina recordándolas que no debían de dejar de correr. Los relámpagos, les iba iluminaba un camino, dirigiéndolos quien sabe a donde. Pero recordaba, que en ese momento, no pensaba en ello, solo en correr, y cuanto más rápido mejor. A cada momento, el suelo se volvía resbaladizo y las rocas que atravesaban para escapar se convertían en amenaza para su integridad física.

Y volvió la oscuridad, fría, pero ya no tan silenciosa. Empezó a escuchar un leve murmullo. Dio un paso y casi se resbala. El murmullo se fue incrementando, lentamente. Aguzó el oído. Parecían vítores, gritos de ánimo. Entonces algo pasó rápido,  casi sin tocarla pero lo sintió. Solo notó una brisa, casi imperceptible. De pronto otra vez, y otra y otra. Además, de sentirlo, ya lo escuchaba, como cuchillos cortando el hielo. A derecha y a izquierda, el griterío de los vítores ya era ensordecedor.

Las luces se encendieron, mas bien focos. De gran intensidad. De nuevo sus ojos se tuvieron que adaptar a la nueva situación. Se encontraba en el centro de una pista de hockey sobre hielo. El techo medio destruido sostenía apenas un focos que era los que alumbraban la pista. Las destartaladas gradas soportaban a una multitud de personas enfervorizadas cuyos rostros estaban cubiertos con fantasmagóricas máscaras de hockey. En la pista, llena de agujeros en el hielo, como si decenas de proyectiles hubieran caído sobre ella, estaba rodeada por dos equipos de hockey que como pájaros carroñeros patinaban a su alrededor, con mascaras en la cabeza y sticks en las manos, mirándola con pozos negros en lugar de ojos bajo las máscaras, esperando.


El ruido de los vítores, se entremezclaba con el de las cuchillas cortando el hielo. Poco a poco, entrando por lo oídos iban recorriendo su cuerpo, hasta clavársela en el corazón. Se puso las manos a la cabeza y cayó de rodillas, gritando.

Retornó a la fría y lluviosa noche, volvió a recordar. La huida la había separado de sus amigos, aunque no de todos. Pero la Muerte es una perra cruel. Y ahí se encontraba, de rodillas, delante del cuerpo sin vida de su amigo. Le levantó la cabeza y las manos se le llenaron de sangre, sangre que también había en la roca contra la que se había golpeado. Las piernas le dolían, el corazón le iba a estallar y apenas podía respirar.

De pronto, de la nada, como atravesando una cortina, apareció otros de sus compañeros. La cogió del brazo y tiró de ella mientras le gritaba que tenía que seguir, continuar corriendo, que no podían parar.

Entonces se levantó del frío suelo de la pista de hockey. Notó que el publico enmascarado seguía gritando, pero esta vez los vítores la animaban a ella. La gente se abrazaba y levantaba esos enormes dedos de gomaespuma. Los dos equipos de hockey pararon su inquietante danza y formando un pasillo le indicaron el camino hacía el túnel de donde habían salido.

Avanzó, lentamente, mirándolos de soslayo. Analizando esas demacradas máscaras, preguntándose si realmente había un rostro tras ellas o solo el vació. Entonces llegó al túnel, los vítores del público se apagaron y la oscuridad volvió a envolverla, tranquila y cálida.

[continuará]

viernes, 19 de diciembre de 2014

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Primera parte


 “Toc, toc…”- sus nudillos preguntaron a la puerta y el leve eco casi sordo del golpe contestó “adelante”. Pasó en silencio casi sin hacer ruido, al ritual mudo se unió la puerta que chirrió en el lenguaje de signos. Ya dentro, no pudo adivinar el tamaño del habitáculo, todo era negrura a su alrededor, la poca luz que la había acompañado se volvía por donde había entrado cerrando la puerta tras de sí. Caminó uno, dos, tres pasos y se detuvo, imaginó una habitación inmensa, imaginó que no había paredes ni principio ni fin, continuó andando, cuatro, cinco, se volvió a detener, imaginó una mesa rectangular en el centro de la sala infinita, se imaginó sentada en uno de sus laterales asistiendo a una reunión de gente muy peculiar, sus amigos. Seis, se detuvo definitivamente cuando un fogonazo de luz la envolvió en un aro luminoso de un metro de radio; cerrando los ojos, retirando la cara y tapando con su brazo el fulgurante ataque sorpresa, trató de vencerlo adaptando sus pupilas a esta nueva situación visual, cuando lo hubo logrado se descubrió en el centro de un escenario del que parecía un viejo gran teatro dolorosamente deteriorado. Y en su cabeza de nuevo sus amigos, ¿dónde estarían? ¿por qué no habían venido a la cita anual? El público enmascarado llenaba todos los asientos desde butacas a paraíso, la miraban expectantes sin hacer movimiento alguno, en sus máscaras falsas sonrisas de porcelana o amenazadoras muecas inamovibles insinuaban paciencia. Imaginó que la reunión se había dado por concluida y que los asistentes se levantaron todos a una y salieron fuera, entonces tomó consciencia, no era su imaginación, eran sus recuerdos. La noche aquélla llovía, la reunión no había terminado naturalmente, había sido bruscamente interrumpida, unos gritos de auxilio fuera hicieron a todos acudir en ayuda, La Muerte había pasado por la serranía donde pasaban unos días de convivencia y la mujer de la última víctima corría pidiendo asilo en el caserón, accedieron, la acogieron y, por piedad, erraron.
El público aplaudió entre risas y volvió de nuevo al silencio.




El recuerdo vago le mostró a la mujer explicando la terrible muerte de su marido, los chicos incrédulos tratando de calmarla y los tres golpes del hierro segador contra la madera de la puerta solicitando entrar. Los chicos ingeniando soluciones de huida y saliendo victoriosos de tan terrible situación. El alarido, que inspiraba llanto, de La Muerte por su fracaso. Y nada más.



El público se movió incómodo en sus asientos demostrando discordia. "¿Estoy en el infierno?" - se preguntó- "¿serán ellos El Diablo?". Mudas las máscaras se elevaban hacia ella como adorando a quien les ha dado lo mejor de sí. "¿Y si mis amigos han acudido a la cita? ¿y si quien ha faltado he sido yo?". Trató de salir del escenario pero los bastidores eran de una oscuridad tal que meterse en ellos sabía que supondría no volver a salir, la primera fila de butacas estaba sitiada por gentes con las máscaras más espeluznates, casi todas exhibían desesperación, y la puerta por la que había entrado que quedaba justo a sus espaldas estaba cerrada severamente. Entonces miró a un lateral donde colgaban dos cuerdas, con más rabia que miedo tiró de una de ellas, el telón comenzó a cerrarse y el público calmadamente la despidió con flemática ovación