viernes, 16 de enero de 2015

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Indice

“Toc, toc…”- sus nudillos preguntaron a la puerta y el leve eco casi sordo del golpe contestó “adelante”. Pasó en silencio casi sin hacer ruido, al ritual mudo se unió la puerta que chirrió en el lenguaje de signos. Ya dentro, no pudo adivinar el tamaño del habitáculo, todo era negrura a su alrededor, la poca luz que la había acompañado se volvía por donde había entrado cerrando la puerta tras de sí.

Caminó uno, dos, tres pasos y se detuvo, imaginó una habitación inmensa, imaginó que no había paredes ni principio ni fin, continuó andando, cuatro, cinco, se volvió a detener, imaginó una mesa rectangular en el centro de la sala infinita, se imaginó sentada en uno de sus laterales asistiendo a una reunión de gente muy peculiar, sus amigos. Seis, se detuvo definitivamente cuando un fogonazo de luz la envolvió en un aro luminoso de un metro de radio; cerrando los ojos, retirando la cara y tapando con su brazo el fulgurante ataque sorpresa, trató de vencerlo adaptando sus pupilas a esta nueva situación visual, cuando lo hubo logrado se descubrió en el centro de un escenario del que parecía un viejo gran teatro dolorosamente deteriorado. Y en su cabeza de nuevo sus amigos, ¿dónde estarían? 


Así comienza "Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/12/relato-breve-de-halloween-no-compres-lo.html
Segunda Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/12/relato-breve-de-halloween-no-compres-lo_28.html
Tercera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2015/01/relato-breve-de-halloween-no-compres-lo.html
Conclusión - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2015/01/relato-breve-de-halloween-no-compres-lo_9.html

viernes, 9 de enero de 2015

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Conclusión

El espectáculo había acabado. Al fin las luces se habían apagado. A tientas comenzó a caminar por el largo túnel que el siniestro público le había indicado. Primero despacio, con la cautela de una gacela se sabe en territorio de leones, luego corriendo a toda velocidad, escapando como la presa que se da cuenta que ha sido descubierta... ¿o era al revés?
Cuando su velocidad fue tal que quedó clavada en el suelo, supo que había llegado. Se encontró entonces de frente con unos ojos tan obscuros y profundos como un pozo. Unos ojos fuera de lugar, apagados, opacos, muertos. Gritó. Gritó tan fuerte que todos los muebles de la estancia temblaron hasta gritar y el espejo se hizo trizas. Quizás lo que la asustó fue la mirada de lo muerto en esos ojos, quizás lo hizo el descubrir que eran sus ojos los que se reflejaban en el espejo roto.

Sintió entonces que volvía a tener público. Las miradas estaban allí otra vez. Pero esta vez no eran ojos muertos, escondidos tras frías e insípidas máscaras los que la escrutaban. Eran ojos vividos, expectantes y sobre todo aterrados. El escenario si bien era el mismo, de alguna manera, había cambiado.
Conocía el lugar. Había estado millones de veces allí, reviviendo una y otra vez las mismas escenas. Una y otra vez las mismas muertes. Una y otra vez el mismo dolor y sufrimiento. Olvidándolo todo una y otra vez, muriendo angustiada para siempre, perseguida como nunca y aterrada sin piedad ni consuelo. Siempre bajo la cruenta mirada vacía de los que habían decidido el precio que debía pagar.

Pero las tornas habían cambiado, no estaba reviviendo nada, ahora estaba de nuevo viviendo. Y los sentía allí. Los oía temblar, los veía gritar. Podía leer los pensamientos que salían de lo más primitivo de sus cerebros - Ha sido una mala idea. Debemos dejarlo. Corre. No debemos, no debimos. No. No. Para. No. No - Pero ya es tarde para eso, ya no hay dónde correr.
Eran cinco los que se habían reunido alrededor de la ouija. Cinco los que habían invocado a los espíritus en la vieja casona abandonada. Esa casa donde 15 años atrás había tenido lugar la masacre. La moneda de 50 céntimos volaba de un lado a otro a una velocidad espeluznante.
M U E R T E  - Aterrados veían formarse a toda velocidad palabras en el tablero - O S C U R I D A D - Repetía una y otra vez mientras ellos no podían dejar de pensar en el espejo roto - A M I G O S - Esos amigos, estos amigos, ¿qué amigos? - E S Q U I Z O F R E N I A - demencia, locura, ¿maldad? - M A S C A R A S - en todas partes, observando, siguiendo, maltratando, atormentando - M U E R T O S - Todos muertos, los cinco muertos, los siete, daba igual, todos muertos.
Entonces y solo entonces recordó. Recordó lo que pasó esa noche. Lo que iba a volver a pasar. Lo que estaba condenado a suceder una y otra vez. No huían sus amigos de la muerte, la muerte nunca ha estado en esa casa. Sólo ella había estado allí.
Una moneda de cincuenta céntimos no es pago suficiente a Caronte. No puede pagar una simple moneda un pasaje desde más allá del lago Estigia. Eso solo se paga con sangre, con otra vida. Así que escucha lo que te digo, y no pretendas comprar lo que no puedes pagar, porque más temprano que tarde tocará saldar la cuenta.

viernes, 2 de enero de 2015

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Tercera parte


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvJRNEPX37cCHl-MIZaMxdIno7RIhg-BdzaY9qd9hAr54f9rGihqF-j1RtUoPjNr1x07QBiY8e9c4YYyuJM5Ke0qbH88ewaASHYrO7iuv6mq2-rQN_QTQGAoo0phVavg4XskMHzL3EPc8/s1600/unnamed.jpgEsta vez no había nadie mirándola. Se encontraba sola con esa extraña calidez en la piel que la inundaba con memorias de otros tiempos, como un anhelo ya olvidado.

En el horizonte oscuro un lejano lucero nació. Había algo dentro de aquella luz. Intentó acercarse pero el lucero se desvanecía, como si la rechazara inseguro. Otro lucero surgió a sus espaldas. Dos luces. Dos ojos. “¿Sois vosotros?”. Pero cuanto más se acercaba más se desvanecía el lucero que la enfrentaba. Se acercó y se acercó hasta que lo hizo desaparecer. 

Un torrente de luz la hizo voltearse. El lucero que quedaba atrás se había hecho tan grande que la envolvía como a un insecto. Pero no había solo luz ahí. A través de él se podía ver. Podía ver cosas…

En esa noche oscura de lluvia uno de sus amigos corría a través del bosque. Pero ella no se mojaba. “¿Estaré a salvo aquí?” Su amigo se cercioró de que nadie le seguía y se detuvo a recuperar el aliento. “No te confíes”. La Muerte, aquella sombra incansable, husmeaba aquel páramo. Cerca. “Detrás de ti” “!Entre los matorrales!”. Ella corrió a avisar a su amigo a salvarle de aquella amenazadora visión que se alzaba terrorífica. Pero como le ocurre a la noche cada mañana en esa rueda del tiempo que se repite incansable, al acercarse al lucero, éste acabó desapareciendo.

“!No!” Su amigo estaba en peligro. “!Vuelve!” Irremediablemente lo que era una imagen clara se hizo poco a poco tenue luz, mientras que detrás de ella se intensificaba otra mas brillante y fuerte. De nuevo una imagen terrorífica la acosaba. Una de sus amigas había caído en un barrizal y no podía levantarse. Cuanto más luchaba contra la tierra más se hundía. Ella buscaba desesperadamente dónde agarrarse pero por culpa de la caída había perdido sus gafas. De nuevo la sombra en los matorrales. Esta vez sostenía una enorme piedra entre las manos. “Sal de ahí”. Pero su amiga no podía oírla. Intentó correr hacia ella y salvarla pero sus piernas no consiguieron tocar suelo. Por más que luchaba, por más que se esforzaba, apenas conseguía avanzar. “¿o es la imagen la que se hace más pequeña?”

No tuvo tiempo de averiguarlo. Cada esfuerzo hacia su amiga en peligro traía consigo una luz más  y más intensa sobre su cabeza. Un eco lejano arrastraba consigo risas y aplausos. El público estaba apareciendo de nuevo como escarchas de humo, como almas en pena. Todos llevaban mascaras horribles. Todos estaban mutilados. Todos la miraban reprochando. “Dejadme en paz”.

Esta vez la persona que apareció tras de sí en el lucero era ella misma. Tenía las manos llenas de sangre. Ya no podía correr más. Estaba cansada, mojada y horrorizada. Se había cobijado en una cueva. Estaba entre las sombras. “¿Estaré a salvo aquí?” Pero lo que nace en las sombras puede ver en las sombras. Y allí estaba la Muerte paciente, esperándola con su afilada hoja en, su máscara blanca, sus ojos sin vida… Su sed de sangre infinita.

Sabía lo que iba a pasar. Sabía que nadie vendría a ayudarla. Sabía que nadie podría oírla. Todo había acabado. “¿Todo?”. En el instante en el que la resignación hizomella sacó aún fuerzas para un últimogesto de valentía. Miró cara a cara a la Muerte. Tenía algo que decirle. Pero a quien se encontró de frente no era un ser mitológico. Era una persona. Una persona que conocía estaba dispuesta a asesinarla fríamente.

Todo se nubló. Todo se hizo oscuridad. El público la miraba y lloraba con ella. “El precio de vivir es el dolor”. No quería ver a nadie. Alguien la estaba presionando. Podía sentirlo todo de nuevo. Revivir la pesadilla. “Los muertos no sienten nada”.

Ahora estaba todo claro. Podía sentir a la persona en el otro lado. Podía sentir la llamada. El público se puso en pie y señaló hacia lo más alto. Sí, ese era el camino hacia la luz y el calor. Alguien la esperaba para hablar con ella. Alguien que tendrá que pagar un precio por hacerle revivir recuerdos que hace tiempo decidió olvidar.

Su espíritu dejó por un momento a un lado la Muerte y se manifestó en el mundo de los vivos.