viernes, 31 de mayo de 2013

Socios a la Fuerza - Segunda Parte

No son sólo los grandes estudiosos de las matemáticas los que aseguran que visto un planeta periférico vistos todos. Lo cierto es que cualquiera que haya viajado fuera del Radio Central, puede certificar que planetas como Valsan hay a miles. A cual más complicado de distinguir del anterior.

Terraformaciones nunca completadas, al no encontrarse más que trazas de Materia en ellos. Gigantescas maquinas mineras oxidándose desde hace décadas. Espaciopuertos con capacidad para varias docenas de Acorazados convertidos ahora en un laberinto de tenderetes a modo de zocos. Raquíticas ciudades hechas de acero y adobe. Escaso, por no decir inexistente, suministro con el resto de la Federación. Y abandono. Sobre todo abandono y olvido.

En lo único que se distingue un mundo periférico de otro es en su dirigente. No hablamos de los testimoniales cargos federales exiliados a modo de castigo administrativo. Hablamos del cacique que realmente gobierna estos mundos desde las sombras.

Estas colonias, ignoradas incluso por la Tropa Espacial, se convierten tras unos años de desgobierno en refugios para contrabandistas, saqueadores, gente de mal vivir. Mudos donde las guerras entre bandas, las luchas de poder y las matanzas son comunes hasta que se erige sobre el resto un Señor del Crimen. El más fuerte, el más poderoso, el más cruel.

Como bien sabe el capitán Balboa, el de Valsan no es otro que el Gordo Cobb. Nadie en su sano juicio se le ocurriría jugar con él, estafarle. Nadie excepto a un capitán desesperado.

Para sacar a la Milagros del planeta necesitaban dinero. Y todo el dinero de una manera u otra pasaba por las regordetas manos de Gordo Cobb ¿Qué mejor manera para conseguirlo que saltarse los intermediarios y sacar el dinero directamente de Cobb?

Una auténtica locura. Algo que nadie se atrevería hacer y por lo tanto, algo que nadie esperaría que sucediera. Pero aunque parezca increíble, el plan original de Balboa tuvo sus detractores

-    Balboa, sabes que te respeto como capitán – La voz de Seya era tranquila, aunque ella estaba claramente alterada – Pero vuelve a sugerirlo, aunque sea en broma, y esparzo tus sesos por la cubierta

Tras la negativa de Seya, Balboa hizo un pequeño ajuste en el plan introduciendo en él a Nino. Segun su propia opinión, con el cambio, el plan incluso mejoraba

-    Nino, sabes que apenas nos queda Materia para despegar – La nave era demasiado pequeña para no saber lo iba a suceder a continuación. Así que el resto de la tripulación, es decir Riki y Seya, hacía como que realizaba tareas rutinarias justo dónde Balboa y Nino hablaban para no perderse detalle - No tenemos dinero, ni armas. Y lo más importante, no queremos pasar el resto de nuestras vidas en este inmundo planeta cultivando Clorofila ¿Verdad hijo mío? – Nino ajeno a lo que estaba a punto de pasar afirmaba a todo con la cabeza -  Tengo un plan, y tu eres la clave.

-    Señor, lo que usted quiera – Cuando no estaba vomitando, Nino era altamente eficaz y eficiente y nunca se negaba a obedecer cualquier orden - ¡Señor!

-    Muy bien Nino. Recuerda lo que acabas de decir dentro de un instante – Balboa preparaba el terreno - Necesitamos que te infiltres en las filas del Gordo.

-    Sí, señor – Nino adoptó una postura aún más erguida de lo normal - Puedo solicitar acceso en la milicia personal de Cobb si es lo que quiere

-    Bueno, Nino, más bien había pensado en otra cosa – Por un instante Balboa titubeo, incluso llegó a pensar en cambiar de plan sobre la marcha. Pero si se lo había dicho a Seya y había sobrevivido, con Nino sería coser y cantar - Sabes cómo es la gente que viene a este planeta. Algunos vienen buscando cosas prohibidas en el Radio Central, drogas, peleas, apuestas... algunos incluso fantasías eróticas – Tras una breve pausa Balboa prosiguió -  Como decírtelo. Mira Nino, vas a ir al burdel de Jijrion. Con tus dotes y tu curriculum estarán encantados de dejarte trabajar allí una temporada. Por si no te reconocen, llévate un par de tus pelis de tus tiempos de gloria.

-    ¡Captian! ¿Va a usar la manguera de Nino para llenar a la Milagros? - Riki no pudo evitar dejar a un lado el hidráulico que hacía como que revisaba para intervenir - ¡Eso no me lo pierdo!

-    ¡No! – El tono seco de Balboa intentaba darle una seriedad de la que carecía la conversación - Sólo pretendo colarme por la puerta de atrás del Gordo Cobb

-    ¡Ja ja ja! – Ahora fue Seya la que interrumpió entre risas - ¡Mejor lo pones!

-    ¡Silencio! – La mirada de Balboa fue fulminante - Cobb tiene un despacho en la planta superior del burdel. Desde allí gestiona y guada información del resto de sus negocios. ¿Porqué justamente allí? Pues porque el burdel fue su primer negocio. En esa época, cuando Cobb no era más que otro mafioso de Jijrion, estuve varias veces en él. No era extraño que me llamara para hacer algún que otro trabajito – Cuando Balboa hablaba del pasado lo hacía de tal manera que todos podían casi revivir lo que contaba – Quería montar un nuevo negocio, un casino. Y para ello necesitaba que le consiguiera material. Ruletas, mesas, dados… pero no cualesquiera. Quería poderlos manipular, trucarlos, estar seguro de que la banca siempre ganaba. Yo se las busqué y les di también los códigos para manejarlas. Y sé que aún los guarda allí.

Es fácil Nino. Llegas al burdel y hablas con el responsable. Esperas tomando una copa a que alguien te mire un par de veces, quizás hasta se trate de un fan de tus pelis. Tras darle un poco de conversación subes con él a una habitación. Una vez allí lo noqueas y te lo quitas de enmedio. Te escabulles hasta el despacho. Entras, buscas los códigos y pasamos una noche divertida en casino. Fácil. Nada puede fallar. Llévate un comunicador para estar en contacto.

Hasta varias horas más tarde no hubo comunicación a través de la radio y cuando tuvo lugar, no fueron buenas noticias

-    Balboa – La voz del otro lado no es desde luego la de Nino - tengo a tu hombre

-    ¿Cobb? – a Balboa le fallaba la voz - ¿Eres tu?

-    ¿A quién esperabas Balboa? – La voz de Cobb a través del transmisor era igual de repelente que en vivo - ¿A Caperucita Roja?

-    Mira Cobb – Balboa necesitaba tiempo para pensar - No sé qué pensarás que ha pasado, pero no hagas nada al chico. Ha sido idea mía, él no tiene nada que ver

-    No me cabe la menor duda Balboa – El gordo Cobb parecía muy enfadado - Recuerdas lo que hice con los billetes. Pues creo que voy a hacer lo mismo contigo, viejo amigo. Nos vemos en la entrada del túnel 23 en una hora

Una hora más tarde Balboa, Riki y Seya estaban junto al ascensor oxidado que daba acceso al túnel 23. Del otro lado apareció un pequeño ejército con Cobb al frente. Y junto a él, Nino, esposado y con la cara amoratada.

Nadie dijo nada. Cobb miraba fijamente a Balboa. Balboa miró un instante a Nino reprochándose su imprudencia y a continuación fijó su vista en el gordo Cobb.

Así mantuvieron un duelo de miradas durante una eternidad, hasta que algo tapó por un instante el despiadado sol de Valsan. Entonces fue cuando Balboa dijo algo, pero el atronador sonido que cruzó la atmosfera en ese momento hizo que nadie oyera pudiera oírle.

No era la primer vez que oían ese ruido. Tanto los de un lado como los del otro miraron hacia arriba con miedo, adivinando lo que estaban a punto de ver. Atravesando la atmosfera se podía distinguir la impresionante figura de un Acorazado de la Tropa Espacial dispuesto a tomar tierra. Y detrás venían más.

viernes, 24 de mayo de 2013

Socios a la Fuerza - Primera Parte

Grandes estudiosos de las Matemáticas y las ciencias en general han dictaminado que en la inmensidad del espacio existen las mismas posibilidades de cruzarse frente por frente con una patrulla armada de la Tropa Espacial desviado de su rumbo habitual que de tropezarse con un campo de asteroides sin registrar en la Carta Astral. Por tanto hoy era un día de suerte para el capitán Balboa y su tripulación de contrabandistas, ya que se toparon de bruces con las dos cosas a la vez.

Desde la inmensidad del espacio la persecución no era más que dos insignificantes puntos de luz, uno detrás de otro. Un poco más cerca, a una distancia prudencial, se podía ver a los asteroides abrirse como melones silenciosos al recibir los impactos de los disparos de la Tropa Espacial. Desde el interior de la Milagros la cosa no pintaba bien.

-    ¡Como apagues la puta música suelto el volante y dejo que nos cojan!

Una de las manías de Seya, la piloto, era encender emisora Neo-Metal a un volumen escandaloso en los momentos de tensión, lo que ponía de los nervios al capitán Balboa. Tenía además un carácter andrógino que la hacía bastante imprevisible.

-    Y si no nos estrellamos contra uno de esas piedras a mi me caerían solo la mitad de años que a vosotros. - Seguía diciendo Seya mientras reía con una voz asombrosamente grave – ¡JA, JA, JA!

Junto a Seya estaba Nino. Nino había sido cocinero y tenía un programa de serie B en la televisión, pero los requisitos para mantener la audiencia acabaron convirtiéndolo en actor porno. Era bueno en las negociaciones, especialmente con las mujeres, pero esta vez tuvo que recular, alejar la mano del volumen de la radio y colaborar a su manera. 

-    Seya. Si sueltas ese volante estrellaré la nave yo mismo.

Pero Seya estaba inmersa en su juego y no escuchaba a nadie. Agarrando el volante con sus ganchudas manos conseguía hacer que la Milagros bailase con los asteroides como pez en el agua. Desde la posición privilegiada de Nino se podía ver como pasaban a escasos centímetros del puente las enormes piedras espaciales. No fue un espectáculo que pudiera disfrutar. Los movimientos eran bruscos e improvisados y acabo vomitándose encima.

Era en esos momentos cuando el capitán Balboa comprobaba como la felicidad era cuestión de perspectiva y de donde fijaras la vista. El olor ácido del vómito se le metía hasta el estomago pero se convenció de que todo valdría la pena si Seya era, además de rarita, una de las mejores pilotos de la galaxia. Tras jugar nerviosamente con su cadena de oro de la suerte, consiguió recuperar la compostura y el equilibrio, ponerse en pie y dirigirse zigzagueando hasta su puesto de mando.

-    Gracias por la cena Nino. – El capitán apagó de súbito la radio y esperó la reacción. Seya lanzo una mirada mitad de rabia mitad de gatito herido a la que el capitán ya se había acostumbrado. – Pues suelta el volante. – Seya tuvo dudas durante un segundo. – Ahora. Y sal de este sitio de una vez. Hemos despistado a la patrulla. -

Efectivamente. La Milagros se encontraba a salvo y Seya salió dulcemente del campo de asteroides. Era el momento de retomar la ruta prevista hasta el lugar donde debían hacer la entrega: Valsan, el planeta Rojo.

Valsan, también conocido como Valparaíso, era un planeta sin ley donde millonarios excéntricos iban a probar las mieles de las sustancias prohibidas. A pesar de ser un sitio muy atractivo para los contrabandistas corrían malos tiempos para el bandidaje y los trapicheos. Y aunque en estos tiempos cualquier negocio era bueno, Balboa sabia que ni siquiera el gordo de Cobb iba a aceptar una carga partida en mil pedazos por los golpes de los vaivenes la persecución.

No quedaba mucho tiempo y tras una rápida inspección el capitán Balboa ordeno colocar en una misma caja la carga que aun estaba en condiciones. Quizás enseñando solo esa caja Cobb se olvidaría de inspeccionar el resto. Sea como fuere, y como era habitual, antes de hacer una entrega el capitán Balboa se encerró en su camarote para rezarle una última oración al retrato de su ídolo Joan March, el Gran Contrabandista. Allí, en la tranquilidad, pudo reordenar también sus pensamientos mientras juguetea con su amuleto de oro. Era un ritual que siempre le funcionaba. Después de todo seguían con vida y aun podía tener un golpe de suerte más. Pero grandes estudiosos de las Matemáticas y las ciencias en general habían dictaminado que en la inmensidad del espacio es imposible tener dos golpes de suerte en un mismo día.

-    No hay negocio Balboa. Esto lo pagas tú de tu bolsillo.

-    Vosotros queríais una carga y aquí la tenéis. Creía que éramos hombres de negocios. 

El gordo Cobb tenía una barba larga y harapienta y los dientes picados de fumar sustancias prohibidas. Su aspecto era tan desagradable como su aliento.

-    ¿Sabes una cosa Balboa? Tienes toda la razón. Seamos razonables. Has traído la carga. Mira, aquí está el dinero. ¿Lo ves? Ahora cojo estos papelitos y los rompo en dos pedazos. Y ahora en otros dos. Y otros dos más. – Los minúsculos trozos de dinero salían volando en todas direcciones. – Y este ultimo billetito para ti enterito, a cambio de esa caja que está intacta. ¿Ves? Es un trato justo. –

El capitán Balboa pudo comprobar que si había algo peor que el aliento de Cobb eso era su sonrisa. La repugnancia que le produjo le dio ganas de vomitar.

-    La rueda nunca para de girar, Cobb. – maldijo mientras escupía violentamente contra el suelo.

-    Y si lo hace no dudes en avisarme. ¡Hasta la vista Balboa!
Al alejarse el vehículo de gordo Cobb el capitán aun pudo escuchar las mofas sobre la Milagros, ya que por lo visto se llamaba igual que una de las  rameras del burdel de Jijrion. Al capitán mantenía la compostura lo mejor que pudo, pero ese teatro de las apariencias no iba con Riki. Y Riki estaba claramente ofendido.

-    ¡Suig my piel! ¿Por qué no hemos disparado a ese gordo come mierda? –Riki era el hermano gemelo de Nino, pero en lugar de las nobles artes culinarias se había dedicado a la construcción y la mecánica. Era conocido como “el tenazas”, pues era único a la de fijar tuercas con las manos desnudas. En sus ratos libres se había dedicado a la lucha clandestina, cosa que extrañaba a menudo. 

-    Vendimos la munición en El Pantano. Tampoco tenemos cargas de fuel para llegar muy lejos y el negocio no ha salido precisamente bien, ¿no crees?

-    Joder jefe. ¿Y ahora qué? ¿Alguna idea de cómo salir de este planeta de cocosos y puteros? Aunque no se, este sitio tiene algo que me gusta. No sé si me entiende… - El capitán le contestó con una astuta sonrisa.

-    Te gusta este sitio Riki? Pues ahora que lo dices, si que tengo una idea. 

viernes, 17 de mayo de 2013

La guerra en el tiempo: Origenes - Indice

William Jacques Barnes se miraba en el espejo roto del maloliente cuartucho que hacía de retrete de ese pub. Apenas tenía 16 años pero el pelo blanco y las cicatrices que tenía en la cara le hacía parecer mayor.

Cuando volvió a levantar la cabeza del lavabo, después de haber evacuado casi toda la cena, se quedó mirando la cicatriz que desde la frente hacia la oreja izquierda cruzaba su ojo.

viernes, 10 de mayo de 2013

La guerra en el tiempo: Origenes - Conclusión


William Jacques Barnes se miraba en el anodino espejo del cuarto de baño del Juzgado. Su rostro aparentaba el de un hombre de unos treinta y pocos años. Vestía con botas de cuero negras y el uniforme azul marino. Mientras esperaba una señal para actuar, echó un rápido vistazo a su cara, a esa cicatriz en el ojo izquierdo que, de una manera u otra e inevitablemente, todas sus versiones en el tiempo acababan teniendo.

Al instante oyó ruido en el pasillo, un golpe, una caída, gritos. También oyó al William de este tiempo y esta realidad vocear - ¿Que se siente al ser un héroe? ¡Gilipollas! –  y el posterior alboroto. Era hora de actuar. Salió del baño y se acercó al tumulto que se estaba formando junto a las escaleras. El William Jacques que acababa de viajar en el tiempo sacó de su traje una especie de granada de alta tecnología. La confusión y la conmoción por lo que acababa de suceder era tal que nadie parecía mostrar interés en él. Estaban demasiado ocupados gritando, llorando o tratando de agarrar y linchar al joven asesino. Así que únicamente él, Bad Williams, pareció verle y reconocerse.

Mientras William  activaba el dispositivo, la cara del joven Bad Williams se desencajaba de miedo. Al fin pudo reaccionar y temiendo que la bomba explotase comenzó a gritar  – ¡Ahí arriba! ¡Nos va a matar a todos, es un terrorista! ¡Detenedle! -  y entonces, Bad Williams y todos los presentes perdieron el conocimiento.

El dispositivo que William Jacques acababa de activar era una bomba temporal, a partir de este momento dispondría de 5 minutos durante el cual él sería la única persona que podía interaccionar en el continuo espacio-tiempo. El resto de los afectados de la explosión temporal se lo perderían todo. Estarían allí sus cuerpos, tendidos, petrificados. Vivos, pero anclados en el pasado. Cuando todo pasara, simplemente tendrían una sensación de haberse desvanecido, de perdida de conocimiento.

La primera vez que viajó atrás se impresionó al verse a sí mismo, ahora, cientos de veces más tarde, apenas sentía una leve curiosidad de ver que había sido de sí mismo en esta pervertida versión del mundo. Desde que los cambios en el tiempo comenzaron a aparecer, la historia era un auténtico caos y el estaba en el centro del huracán.

En su realidad, no hubo accidentes de tráfico, ni noches locas hasta arriba de droga, no llegó a ser presidente, ni por supuesto sicario de ningún mafioso, tampoco fue un guitarrista famoso ni un aburrido funcionario. Y todo porque, a diferencia de todas las demás versiones, él sí que llegó a visitar el parque de atracciones “AmazingWorld”. Allí una atracción basada en el libro de George Wellsla máquina del tiempo, le fascinó tanto que dejó de querer ser astronauta para querer convertirse en el primer viajero, ya no del espacio, sino en el tiempo... pero se le adelantaron.

Por paradójico que fuera para el inventor de la máquina del tiempo, no tenía tiempo ahora para pensar en esas cosas. Tenía que buscar pruebas, indicios, intentar averiguar algo en esta realidad, algún rastro, que le llevara a comprender qué había pasado. Averiguar cuando y porqué comenzaron los cambios y devolver todo a su estado normal. Por mucho que se esforzara, cada vez que arreglaba un cambio y creía que su mundo volvería a ser el que era, aparecían otros cambios. Todos estaban relacionados con su vida, con su viaje a “AmazingWorld”, a partir de ahí, tenían lugar las más dispares consecuencias. El resultado era que a día de hoy todos los cambios estaban tan cruzados, tan entremezclados, que su realidad era cada vez más inestable, más irreal. Hasta tal punto que estaba a punto de desaparecer para siempre.

Cuando Williams vio el cuerpo inerte de Gong-Gae en el suelo, con el cuello roto, el corazón le dio un vuelco. No había lugar a dudas, era el. Pero ¿Qué hacía ahí? ¿Qué hacía Gae en ese tiempo y con ese aspecto? En este año, tendría que ser un joven de 15 años. Gae había sido su compañero de cuarto en la universidad, su confidente, su amigo. Fue quién le ayudó a construir toda la electrónica que necesitaba su invento para lograr viajar en el tiempo.

Su cabeza intentaba atar cabos a gran velocidad. Tenía una corazonada. Pero para comprobarla tenía que volver a viajar a la realidad en la que llegaba a ser presidente. El problema era que tenía que asegurarse que cuando viajara a ese momento del futuro, la historia fuera la que esperaba que fuera. Para ello tenía que cambiar pasado o no serviría de nada.

El efecto de la bomba de tiempo aún duraría un par de minutos. Atravesando la inmóvil marabunta que le rodeaba, llegó hasta Bad Williamsy antes de que el tiempo volviera a contar para el resto de los presentes le llevó a toda prisa a rastras hacia el baño.

- ¡Calla de una vez, nos van a encontrar! – Dijo Williams mientras Bad Williams seguía aún gritando que tenía una bomba - Mira jovencito, tu y yo estamos en el mismo barco

- ¿Tu y yo? – el joven Williams no salía de su asombro

- Sí, tu y yo – Williams no tenía mucho tiempo - Yo y tu, tu y tu, yo y yo, como prefieras. Escúchame. Me da igual lo que hayas hecho en esta realidad. Sé que eres un buen tipo. ¿Te acuerdas de la noche antes del accidente? Te costó mucho dormirte, estabas tan ilusionado por ver “AmazingWorld” que no podías conciliar el sueño.

- Sí, lo recuerdo – el sicario estaba muy confundido. Estaba a punto de preguntar cómo lo sabía pero se dio cuenta de que era una tontería

- Bien, pues tienes que viajar al pasado, a esa noche, e impedir que hagáis ese viaje, impedir el accidente - Williams no tenía claro que su joven reflejo le estuviera comprendiendo - Te mandaré al pasado y, da igual como lo hagas, pero ¡no permitas que tenga lugar el accidente!

- Y... - De pronto el joven Williams se encontró con la oportunidad que había esperado toda su vida, la oportunidad de cambiar su vida  - ¿Cómo lo hago?

- Como te de la gana, yo que sé, lo que sea. Improvisa, seguro que se te ocurrirá algo - Williams puso su mano sobre el hombro del joven William - ¡Ah! recuerda que ese crío eres tú mismo, así que procura no tirarle por las escaleras como a Gae


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Mientras los médicos del presidente curaban sus heridas y Madeleine Sawnson y su equipo daban las explicaciones pertinentes, William pudo escabullirse por las entrañas de la Casa Blanca. Al pasar delante de la puerta del despacho oval escuchó al presidente, muy molesto, reprochar a Madeleine que si ella se hubiera encargado de su seguridad cuando le raptaron de crío, seguramente ahora estaría muerto.

Fue fácil llegar a la sala de comunicaciones, al fin y al cabo el presidente y él eran la misma persona. En las grabaciones de las cámaras de White Plains que encontró allí, se veía como el Prisionero Cero escapaba de su celda ayudado de un pequeño ejército.

Al ampliar la imagen Williams comprobó lo que se temía. Todos eran distintas versiones en el tiempo de Gong-Gae.

Ahora todo estaba claro, ahora sabía quién era el enemigo. La Guerra en el Tiempo había comenzado y de pronto fue consciente que él ya tenía también a su pequeño ejercito, que ya había reclutado a su primer soldado.

viernes, 3 de mayo de 2013

La guerra en el tiempo: Origenes - Capitulo 3

William Jacques Barnes se miraba en el espejo roto del maloliente cuartucho que hacía de retrete de ese pub. Apenas tenía 16 año, un pelo blanco y cicatrices en la cara que le hacía parecer mayor.

Cuando volvió a levantar la cabeza del lavabo, después de haber evacuado casi toda la cena, se quedó mirando la cicatriz que desde la frente hacia la oreja izquierda cruzaba su ojo.

Toda la habitación le empezaba a dar vueltas. Necesitaba tomar el aire. La atronadora música de la sala de baile hacia que sus oídos gritaran de dolor. Golpeándose con cada persona con la que se cruzaba Jacques consiguió salir al callejón al que daba la puerta de emergencia de la discoteca. Tras dar unos pasos más, cayó al suelo entre cubos de basura.

Un ruido de gritos le despertaron. No sabía cuando había estado inconsciente pero era todavía de noche. Los gritos venían del interior de la sala. Jacques, que permanecía oculto entre la basura, levantó la cabeza y vio como tres policías vigilaban la puerta de emergencia. El más joven, con rasgos asiáticos, contemplaba atentamente los alrededores del callejón en busca de algún imprevisto.

La pequeña siesta había hecho que le doliera menos la cabeza, pero su estomago seguía revuelto. No pudo evitar volver a vomitar, y tras varios ruidosos espasmos, los policías descubrieron su escondite. William Jacques Barnes se levantó sin pensárselo, todavía con las piernas débiles. Salió corriendo todo lo veloz que pudo pero un golpe en sus resentidas piernas consiguió aplacarle y derribarle al suelo. Unos firmes brazos lo retuvieron y amordazaron. Solo consiguió que su opresor cediera cuando lo golpeó en la cara con uno de los objetos que había esparcidos en el suelo. La sangre brotó, lo que no impidió que William Jacques Barnes fuese alzado y llevado a rastras hacia el furgón de policía como si de una vulgar caja se tratara. Al cerrarse la puerta vio como el agente de policía, con la cara aun ensangrentada, comprobaba que todo estaba perfectamente sellado. Tras permanecer un rato mirando a Jacques fijamente a los ojos, el agente desapareció de nuevo rumbo al callejón.

En cuestión de minutos la avenida Jackson se fue llenando con más agentes, furgones blindados y periodistas, mientras Jacques seguía encerrado en el coche patrulla. Con mucho esfuerzo y olvidando el dolor de los golpes consiguió girarse hacia la luna trasera y ver la lluvia de flashes que empezaba a envolver a la última persona a la que esperaría encontrar en aquel sitio: Palmieri.

“¡No! El nunca se dejaría atrapar con vida.” Pensó. Pero sus ojos no le engañaban. El misterioso agente asiático, el mismo que le había atrapado a él, estaba apresando a su segundo criminal de la noche.
Jacques pasó la noche en el calabozo junto a otros delincuentes de poca monta. Desde allí se escuchaban los voceríos de la comisaria. Un “héroe”, era la palabra que más se hacía notar en los tumultos. Jacques, aburrido, esperaba salir de allí en menos de una semana pero en lugar de eso, y para su sorpresa, fue trasladado a unos calabozos de mayor seguridad. Allí permaneció aislado, sin ningún contacto con el resto de prisioneros.
Habría pasado aproximadamente un mes cuando le llegó la notificación del juicio del Estado contra Luca Palmieri que se celebraría a la mañana siguiente. Iba a testificar como implicado.
A las pocas horas apareció un abogado de oficio, cuya falta de experiencia era casi un insulto. Tras una burda, rápida y muy directa charla, el abogado aconsejó a Jaques colaboración absoluta. Le recordó una y otra vez que no se le olvidara de dar todos los nombres que supiera. Esto podría ayudar a Jacques. La operación judicial se ha había mediatizado e iban a considerar cualquier información que les ayudase a buscar culpables.

A la mañana del juicio Jacques  se encontraba mejor que nunca. Los días de descanso y la comida le habían devuelto las fuerzas y había memorizado un discurso convincente. Le dieron ropa limpia y le llevaron a la sala. Reconoció a la mayor parte de los presentes, tanto por la parte de la policía como de los acusados. Hizo el juramento ante la Biblia y comenzó a responder a la batería de preguntas que le hizo la acusación. Todo parecía rutinario. Todo hasta que el Fiscal Johnson presentó al estrado los restos de una jarra de cerveza. Fue la primera de muchas pruebas.

- “Como pueden ver los miembros de jurado la presente jarra fue el objeto con el que el acusado Jaques Williams atacó al agente de policía Gong-Gae, creándole heridas permanentes. Este hecho se puedo corroborar con testigos. Pueden también comprobar en la siguiente foto las heridas sufridas por el agente de policía. Estas heridas fueron producto de una resistencia ante la ley, muy acorde con el estilo de vida del acusado…”

A partir de ese momento Jacques perdió totalmente el control de la situación. Primero porque la fotografía del agente Gong-Gae y su cicatriz le recordaban terriblemente a un oscuro suceso de su vida que prefería olvidar. “Pero, ¿sería posible tanta casualidad?”. No tuvo tiempo de pensarlo. La sucesión de crímenes y pruebas en las que se le incriminaba no tenía fin. La mayoría le eran totalmente desconocidas pero dada, por lo que no le costó mucho negarlo todo. “Ese truco no te va a salir bien, abogado”.
El discurso de Jacques fue convincente. Pero el del joven asiático lo fue aun más. Se llamaba Gong-Gae, y su recién estrenado cargo de capitán le daba una credibilidad superior. Juró que llevaba años con el caso y no dudó en señalar a Jacques y a  Palmieri como centro y causa de sus investigaciones.

- Este joven es en realidad el hijo de William y Sarah Barnes. Ambos fallecidos en trágico accidente de tráfico. Desde entonces se ha hecho con las calles de la ciudad. Junto con su socio Palmieri, como no podía ser menos. Señoría, estos hombres son un peligro para la ciudad.

Fue un giro inesperado en el juicio y la prensa pronto se hizo eco, apodando a Jacques como “Bad” Barnes, el superdotado del crimen. La alegación de Luca Palmieri no ayudó en absoluto a Jacques. La negación continua de los crímenes restó credibilidad a la escena y el jurado señaló a ambos como culpables de 47 asesinatos, 3 violaciones, asalto a mano armada, intimidación y cohecho. Luca fue condenado a cadena perpetua y trasladado a una prisión de máxima seguridad en Massachusetts, mientras que a “Bad” Barnes lo enviarían a un reformatorio de Oregón. El reformatorio era conocido como “el corredor de la muerte infantil”.

A la salida del juicio una maratón de periodistas corría para conseguir la tan preciada foto del arresto. Los micrófonos se agolpaban unos con otros buscando unas palabras del gran héroe del momento.

- ¿Cómo se encuentra?
- ¿Qué se siente al ser un héroe?
- ¿Nos puede contar algo del juicio?
- ¿Qué va a pasar con el resto de criminales en la ciudad? ¿Servirá esta detención como aviso para los demás criminales?
- ¿Va a cambiar algo esta detención?

Con aires de triunfalismo Gong-Gae miro a cámara, enseñando orgulloso su nueva cicatriz, y respondió, seguro de sí mismo:

- A partir de ahora todo va a cambiar.

El golpe fue brusco, rápido y violento. Instintivamente las cámaras se movieron como gacelas para grabarlo todo. Fue una imagen que daría la vuelta al mundo. Los periodistas caían unos sobre otros entre gritos de dolor y de angustia. Los intentos por librarse eran inútiles ya que lo que no hacia el descontrol de la masa lo haría la falta de espacio para mantener el equilibrio. El capitán Gong-Gae rodaba escaleras abajo y a su lado Jacques Williams, aun con las manos atadas. El crujido del cuello del recién estrenado capitán causó una angustia infinita a todos los presentes, incluido al propio Jacques.
Tan solo unos segundos antes Jacques había aprovechado un momento de desconcierto y su buen estado de forma para zafarse de los guardias, salir a toda prisa del edificio y golpear por la espalda a Gong-Gae mientras atendía a la prensa. No satisfecho con romperle el cuello, “Bad” Williams seguía pateando y escupiendo sobre el inmóvil y asiático cadáver.

- ¿¿Que se siente al ser un héroe?? ¡¡Gilipollas!!

Jacques se preparó para la marea de policías y agentes de seguridad que se abalanzaban sobre él con sus porras en la mano. Contaba con ello y estaba dispuesto a pagar el alto precio en golpes. Pero lo que ocurrió le sorprendió incluso a él.