viernes, 24 de mayo de 2013

Socios a la Fuerza - Primera Parte

Grandes estudiosos de las Matemáticas y las ciencias en general han dictaminado que en la inmensidad del espacio existen las mismas posibilidades de cruzarse frente por frente con una patrulla armada de la Tropa Espacial desviado de su rumbo habitual que de tropezarse con un campo de asteroides sin registrar en la Carta Astral. Por tanto hoy era un día de suerte para el capitán Balboa y su tripulación de contrabandistas, ya que se toparon de bruces con las dos cosas a la vez.

Desde la inmensidad del espacio la persecución no era más que dos insignificantes puntos de luz, uno detrás de otro. Un poco más cerca, a una distancia prudencial, se podía ver a los asteroides abrirse como melones silenciosos al recibir los impactos de los disparos de la Tropa Espacial. Desde el interior de la Milagros la cosa no pintaba bien.

-    ¡Como apagues la puta música suelto el volante y dejo que nos cojan!

Una de las manías de Seya, la piloto, era encender emisora Neo-Metal a un volumen escandaloso en los momentos de tensión, lo que ponía de los nervios al capitán Balboa. Tenía además un carácter andrógino que la hacía bastante imprevisible.

-    Y si no nos estrellamos contra uno de esas piedras a mi me caerían solo la mitad de años que a vosotros. - Seguía diciendo Seya mientras reía con una voz asombrosamente grave – ¡JA, JA, JA!

Junto a Seya estaba Nino. Nino había sido cocinero y tenía un programa de serie B en la televisión, pero los requisitos para mantener la audiencia acabaron convirtiéndolo en actor porno. Era bueno en las negociaciones, especialmente con las mujeres, pero esta vez tuvo que recular, alejar la mano del volumen de la radio y colaborar a su manera. 

-    Seya. Si sueltas ese volante estrellaré la nave yo mismo.

Pero Seya estaba inmersa en su juego y no escuchaba a nadie. Agarrando el volante con sus ganchudas manos conseguía hacer que la Milagros bailase con los asteroides como pez en el agua. Desde la posición privilegiada de Nino se podía ver como pasaban a escasos centímetros del puente las enormes piedras espaciales. No fue un espectáculo que pudiera disfrutar. Los movimientos eran bruscos e improvisados y acabo vomitándose encima.

Era en esos momentos cuando el capitán Balboa comprobaba como la felicidad era cuestión de perspectiva y de donde fijaras la vista. El olor ácido del vómito se le metía hasta el estomago pero se convenció de que todo valdría la pena si Seya era, además de rarita, una de las mejores pilotos de la galaxia. Tras jugar nerviosamente con su cadena de oro de la suerte, consiguió recuperar la compostura y el equilibrio, ponerse en pie y dirigirse zigzagueando hasta su puesto de mando.

-    Gracias por la cena Nino. – El capitán apagó de súbito la radio y esperó la reacción. Seya lanzo una mirada mitad de rabia mitad de gatito herido a la que el capitán ya se había acostumbrado. – Pues suelta el volante. – Seya tuvo dudas durante un segundo. – Ahora. Y sal de este sitio de una vez. Hemos despistado a la patrulla. -

Efectivamente. La Milagros se encontraba a salvo y Seya salió dulcemente del campo de asteroides. Era el momento de retomar la ruta prevista hasta el lugar donde debían hacer la entrega: Valsan, el planeta Rojo.

Valsan, también conocido como Valparaíso, era un planeta sin ley donde millonarios excéntricos iban a probar las mieles de las sustancias prohibidas. A pesar de ser un sitio muy atractivo para los contrabandistas corrían malos tiempos para el bandidaje y los trapicheos. Y aunque en estos tiempos cualquier negocio era bueno, Balboa sabia que ni siquiera el gordo de Cobb iba a aceptar una carga partida en mil pedazos por los golpes de los vaivenes la persecución.

No quedaba mucho tiempo y tras una rápida inspección el capitán Balboa ordeno colocar en una misma caja la carga que aun estaba en condiciones. Quizás enseñando solo esa caja Cobb se olvidaría de inspeccionar el resto. Sea como fuere, y como era habitual, antes de hacer una entrega el capitán Balboa se encerró en su camarote para rezarle una última oración al retrato de su ídolo Joan March, el Gran Contrabandista. Allí, en la tranquilidad, pudo reordenar también sus pensamientos mientras juguetea con su amuleto de oro. Era un ritual que siempre le funcionaba. Después de todo seguían con vida y aun podía tener un golpe de suerte más. Pero grandes estudiosos de las Matemáticas y las ciencias en general habían dictaminado que en la inmensidad del espacio es imposible tener dos golpes de suerte en un mismo día.

-    No hay negocio Balboa. Esto lo pagas tú de tu bolsillo.

-    Vosotros queríais una carga y aquí la tenéis. Creía que éramos hombres de negocios. 

El gordo Cobb tenía una barba larga y harapienta y los dientes picados de fumar sustancias prohibidas. Su aspecto era tan desagradable como su aliento.

-    ¿Sabes una cosa Balboa? Tienes toda la razón. Seamos razonables. Has traído la carga. Mira, aquí está el dinero. ¿Lo ves? Ahora cojo estos papelitos y los rompo en dos pedazos. Y ahora en otros dos. Y otros dos más. – Los minúsculos trozos de dinero salían volando en todas direcciones. – Y este ultimo billetito para ti enterito, a cambio de esa caja que está intacta. ¿Ves? Es un trato justo. –

El capitán Balboa pudo comprobar que si había algo peor que el aliento de Cobb eso era su sonrisa. La repugnancia que le produjo le dio ganas de vomitar.

-    La rueda nunca para de girar, Cobb. – maldijo mientras escupía violentamente contra el suelo.

-    Y si lo hace no dudes en avisarme. ¡Hasta la vista Balboa!
Al alejarse el vehículo de gordo Cobb el capitán aun pudo escuchar las mofas sobre la Milagros, ya que por lo visto se llamaba igual que una de las  rameras del burdel de Jijrion. Al capitán mantenía la compostura lo mejor que pudo, pero ese teatro de las apariencias no iba con Riki. Y Riki estaba claramente ofendido.

-    ¡Suig my piel! ¿Por qué no hemos disparado a ese gordo come mierda? –Riki era el hermano gemelo de Nino, pero en lugar de las nobles artes culinarias se había dedicado a la construcción y la mecánica. Era conocido como “el tenazas”, pues era único a la de fijar tuercas con las manos desnudas. En sus ratos libres se había dedicado a la lucha clandestina, cosa que extrañaba a menudo. 

-    Vendimos la munición en El Pantano. Tampoco tenemos cargas de fuel para llegar muy lejos y el negocio no ha salido precisamente bien, ¿no crees?

-    Joder jefe. ¿Y ahora qué? ¿Alguna idea de cómo salir de este planeta de cocosos y puteros? Aunque no se, este sitio tiene algo que me gusta. No sé si me entiende… - El capitán le contestó con una astuta sonrisa.

-    Te gusta este sitio Riki? Pues ahora que lo dices, si que tengo una idea. 

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