viernes, 23 de diciembre de 2011

O´Clock Club - La Apuesta - Cuarta Parte


Justo hoy es lunes, el día más interesante de la semana en el Club de Caballeros O'clock. Y hoy, además, va a ser un lunes especialmente interesante pues a las 17:55 de esta tarde, ni un minuto más, ni un minuto menos, vencerá el plazo que tiene el Señor Morgan para defender el honor del bien amado Sir Bagman y, de paso, el suyo propio.


Nadie en el club, ni siquiera el veterano General Lee, podía recordar una apuesta que hubiera despertado tanta expectación. Tal era la concurrencia en el edificio de la calle Pall Mall que si el siempre previsor y eficiente Evans Moore no hubiera contratado personal de refuerzo los caballeros habrían tenido que servirse el té de las 16:00 ellos mismos.


Contrariamente a lo que cualquiera se pueda imaginar, reinaba un tenso silencio en todo el recinto. Las últimas noticias recibidas hablaban de un atentado en el mismo hotel de Roma donde el Señor Morgan y su prometida, la señorita Helen Sullivan, estaban alojados. A nadie se le escapaba la coincidencia de que Sir Bagman hubiese encontrado la muerte en su hotel de El Cairo mientras buscaba pistas sobre el paradero de su última gran quimera: La Biblioteca de Alejandría, odisea que la pareja de enamorados había decidido continuar. Los partidarios de los jóvenes aventureros se temían lo peor, aunque lograban mantener la compostura, como correspondía a su categoría de gentleman, fingiendo indiferencia y comentando las noticias más banales de la semana.


Solo un hombre sonreía ante tan trágicos presagios. El frondoso bigote del infame Sir Edward se agitaba divertido ante la dulce expectativa del triunfo. Su plan parecía haber tenido éxito. Quizás ese matón de Douglas se había excedido en su cometido. Sus misión había sido entorpecer y, en su caso destruir, los descubrimientos de la pareja. Nunca hubiera imaginado que ese idiota sería capaz de tomar medidas tan drásticas. Pero se sentía satisfecho. Llega un momento en que un hombre debe hacer cualquier cosa para salvaguardar su buen nombre y su posición social. No podía permitir que un jovenzuelo, que ni siquiera era Sir, le pusiera en ridículo delante de los demás socios. Así aprenderían a respetarlo.


El vetusto reloj del salón marcó solemnemente las 17:30 y Sir Edward, de naturaleza impaciente, se dispuso a proclamar su innegable victoria cuando, de pronto, la puerta se abrió de par en par con un ímpetu que dejó a más de uno con la boca abierta. Y no era para menos, pues allí, en el umbral, se encontraban el Señor Morgan y la señorita Sullivan elegantemente vestidos y con porte triunfal.


El primero en reaccionar fue Evans Moore quien, solícito como siempre, se ofreció a recoger el abrigo de la señorita Sullivan. Al tomar el capote que cubría los anchos hombros del señor Morgan, todos pudieron ver cómo llevaba el brazo izquierdo recogido en cabestrillo. Andrew dejó, no sin cierta vanidad, que los socios del club contuvieran las cientos de preguntas que rugían por salir de sus bocas mientras observaban las señales del conocido atentado. Sendos arañazos surcaban su rostro, uno de ellos peligrosamente cerca de su ojo izquierdo, aún algo amoratado.


Tras la dramática pausa, el aventurero dio dos pasos al frente, adentrándose en el salón y se dirigió a los presentes con voz segura. -Caballeros, me alegro de volver a verles. Realmente, no se imaginan cuánto. Sería un enorme placer saludarles uno a uno, pero veo que no nos queda mucho tiempo y aún tengo un buen número de cosas que contarles.-


-Primero quisiera pedirles disculpas por no haberme puesto en contacto con el club para informarles de nuestro estado desde la explosión de Roma, hecho que supongo conocerán pues apareció en la prensa nacional italiana, pero desde que supimos que alguien trataba de asesinarnos decidimos pasar lo más desapercibidos que nos fuera posible durante nuestro viaje de vuelta a la Gran Bretaña.-


De entre el murmullo nervioso destacó la voz del señor Rickson haciendo la pregunta que todos pensaban -¿Pero cómo diantres pudo usted sobrevivir a una explosión semejante? ¡Los periódicos contaron que su habitación quedó totalmente destruida!-


-Pues en realidad podría decirse que sigo aquí en parte gracias a usted.- Contestó el aludido. -Déjenme explicarles lo que ocurrió. Debo reconocer que me había dado por vencido. No conseguía relacionar ninguna de las pistas que teníamos. Estaba totalmente seguro de que Sir Bagman no había muerto por accidente, como decían las noticias, y eso solo podía significa que nuestro querido descubridor había dado con algo importante, lo suficientemente importante como para que lo asesinaran. Pero estaba atascado en un callejón sin salida. Hasta que... Hasta que imaginarle a usted brindando a la salud de Sir Edward con ese magnífico Sherry que nunca falta en el club me dio la pieza que me faltaba.-


-Me sentí tan emocionado por la clarividencia que salí corriendo con las pistas, que ahora tenían otro significado para mí, para contárselo todo a mi prometida. Aún me cuesta creer mi inmensa fortuna. La explosión me sorprendió cuando ya había salido de la habitación y lo que ustedes ven son las secuelas del ataque de la puerta, que salió disparada con una fuerza demoníaca. Lo próximo que recuerdo es despertar en un coche camino a la estación de ferrocarril.-


El enamorado señor Morgan se giró y sonrió a su prometida mientras le tendía la mano para que se acercara. -Mi amada Helen me encontró inconsciente en el pasillo y, venciendo al impulso de pedir ayuda y llevarme a un hospital, consiguió arrastrarme por una salida de incendios y sobornó a un joven italiano para que nos sacara discretamente de allí. Ella misma se encargó de mis heridas. Eso probablemente nos salvó la vida a ambos, pues no tengo duda alguna de que los asesinos aún se encontraban al acecho.-


Miradas de aprobación y admiración se dirigieron a la señorita Sullivan quien agachó la cabeza ruborizada, como correspondía a una dama de su posición. -Sin duda alguna, el miedo a perderle a usted sacó a flote una fuerza y una determinación que la señorita desconocía que poseía. Es usted muy afortunado, señor Morgan- Sentenció el General Lee. -Pero díganos: ¿Qué fue lo que descubrió?-


-Mmm... Creo que lo mejor es que me acompañen al hall de entrada.- Con calma, los socios del club se dirigieron a la entrada sin dejar de escuchar a su interlocutor -Es curioso cómo a veces los detalles más ínfimos son los que te dan la clave para desvelar enormes misterios. Como ustedes sabrán, soy un gran aficionado a la historia y a la mitología. Una de las cuatro piezas de las que se componía el escudo de las tumba romana me recordaba a otra que había visto alguna vez. Señores, ¿Alguien sabe decirme donde están las bodegas donde se produce este magnífico vino con las que el club parece tener algún tipo de relación, vistas las provisiones que de él tenemos?-


-El Sherry o Jerez proviene obviamente de la provincia de Cádiz, en la exótica España. Un lugar con un espléndido clima, por cierto.- Contestó raudo Sir Stone, un caballero adinerado de grandes y velludas orejas y conocida afición por las mujeres sureñas. -Desconozco, sin embargo, si alguno de los socios tiene intereses en las bodegas. ¡Quizás sean del mismo Allan Watch!- Su broma, aplaudida por muchos, tuvo una gran aceptación.


Andrew sonrió enigmático y continuó. -¡Correcto! Y tal vez sepan que la provincia de Cádiz fue colonizada por los fenicios hace miles de años y que consideraban aquel lugar como uno de los más recónditos del mundo. Más allá se extendía el gran océano que conducía al fin. Yo, desde luego, si tuviera que esconder algo tan grande como una biblioteca, lo haría en el sitio más lejano posible.-


-¿Adonde quiere usted llegar?- Preguntó el señor Wilkinson, un diminuto empresario, dueño de una fundidora, que se había enriquecido con la construcción de piezas de máquinas de vapor. –Mire nuestro Hall de entrada, ¿Qué es lo que ve?- Inquirió Andrew. –Pues… Una señorial puerta de noble madera, una mesilla de mármol, nuestro querido emblema y ese horrible león que no se por qué conservamos.- Contestó el empresario.

-¡Exacto!- Exclamó entusiasmado el aventurero. -Nuestro querido emblema: un reloj escoltado por dos magníficas columnas. ¿Qué me dirían ustedes si les cuento que, según la leyenda, el dios fenicio Melkart fundó la ciudad de Cádiz tras abrir el Estrecho de Gibraltar con su portentosa fuerza para comunicar las aguas del mar Mediterráneo con las del océano Atlántico?-


-¿Y eso, qué tiene que ver?- Protestó el señor Wilkinson.


-Pues que por esa hazaña, que posteriormente se le atribuyera al Heracles griego y más tarde aún al Hércules romano, es la causante de que el escudo de la ciudad sea el propio semidiós, cuyo símbolo era el león, escoltado por dos enormes columnas, Calpe y Abila, que representan los dos continentes que separó: Europa y África. Y precisamente- prosiguió entusiasmado Andrew –el símbolo del león, que no el héroe romano, entre dos columnas formaba parte del escudo que hallamos en las catacumbas de la capital italiana ¡Pero le doy la razón! ¡Ese león disecado es horrible! Evans, ¿Sería usted tan amable de descolgarlo? Me temo que yo no me encuentro en condiciones en este momento- El mayordomo, sin mediar palabra, salió a buscar una escalera.

Andrew dio la espalda al fiero animal y dirigiéndose al condecorado militar preguntó -General Lee, usted conocía bien a Sir Bagman ¿Le recuerda alguna vez llevando bastón?- El General contestó de inmediato. -No, nunca. Era un hombre orgulloso que no quería aceptar el paso de los años.-

-Eso pensaba yo.- Corroboró Andrew. -¿Para qué entonces llevar este bastón sino para ocultar estos antiquísimos y valiosísimos manuscritos que resultan ser fragmentos de una copia del diario de cierto centurión romano cuya misión era proteger una biblioteca oculta en algún lugar de la costa de la provincia Baética, región sur de Hispania.- El aventurero mostró un canutillo que mantenía oculto en su cabestrillo y lo dejó sobre la mesilla de la entrada a disposición de todos. Sin embargo, nadie vio pertinente comprobar su contenido, hipnotizados por las palabras del joven que continuaba hablando. -Aunque faltan algunas páginas, parece que en su lecho de muerte hizo jurar a sus hombres más fieles que continuarían su misión de guardar y proteger el secreto de la localización de dicha biblioteca, adoptando el símbolo del reloj de arena para representar la inmortalidad del conocimiento y que su juramente vencería al tiempo, pasando de generación en generación. El reloj de arena es otro de los símbolos que formaban el escudo de armas de la tumba que encontramos en Roma.-


-¿Y con eso considera que demuestra algo? ¡Ese diario bien podría ser una falsificación!- El acusador no era otro que Sir Edward. Su bigote hinchado delataba su inmenso nerviosismo. No solo temía perder la apuesta, sino también que su artimaña fuera descubierta. En ese momento regresó Evans Moore, junto con un ayudante, con la escalera y procedió a descolgar el león, desviando la atención de todos y evitando que la confrontación llegara a mayores.

-Por supuesto que no contaba con que fuera usted comprensivo, Sir Edward. Pero me dispongo a demostrar no solo que la biblioteca existe sino que este club y su enigmático fundador están estrechamente relacionados con ella ¿Ven este reloj?- El señor Morgan sacó de su bolsillo un pequeño reloj de plata roto y aplastado. -Estaba entre las pertenencias de Sir Bagman. Probablemente tenía un mecanismo para abrirse, sospecho que marcando las 08:30, que yo no supe descubrir. Sin embargo, como dice la vox populi “No hay mal que por bien no venga” y el duro impacto que sufrí con la explosión rompió el reloj y abrió dicho mecanismo. En su interior hallé, ya camino de Inglaterra, esta pequeña llave.-


Algunos de los presentes no pudieron contener una exclamación de sorpresa. -Pero… ¿Una llave? ¿Para abrir qué?- Preguntó confuso el señor Rickson. –Para abrir eso.- Justo en ese momento Evans Moore acaba de descubrir lo que Andrew señalaba con su brazo sano. El felino disecado había estado ocultando todos estos años una caja de caudales. -¡Por el sombrero de Napoleón!- Exclamó el General Lee. -¿A qué diantres está esperando? ¡Ábralo de una vez!-

-Querida Helen- dijo Andrew mientras le tendía a su prometida la pequeña llave dedicándole una intensa mirada cargada de amor y complicidad. -¿Quieres hacer los honores?-


La tensión era tal que se podían ver gotas de sudor humedeciendo los cuellos de las blancas y elegantes camisas de la más delicada de las sedas. El general Lee apenas podía mantener la compostura y el señor Wilkinson se frotaba nerviosamente su prominente frente. Incluso la habitualmente imperturbable ama de llaves Katherine J. Andrews estiraba el cuello tratando de ver qué iban a encontrar en aquella caja de seguridad que había permanecido oculta a la vista de todos durante casi treinta años.

Exactamente a las 17:52 de 1870, la por entonces señorita Sullivan abrió la caja fuerte oculta tras el león disecado que presidía la entrada al Club O’clock de la Calle Pall Mall, en pleno corazón de Londres. En su interior se hallaron un libro y una nota. El libro era antiquísimo y resultó ser el segundo tomo de la “Babiloniaka” del sacerdote babilónico Beroso del que solo se conservaban citas de historiadores, pues había sido destruido para siempre junto con la biblioteca de Alejandría. O al menos, eso se había creído hasta entonces. La nota, escrita con una elegante caligrafía decía simplemente:


“Enhorabuena, estaremos en contacto.

Sir Allan Watch.

PD: No pierdan el bastón.”


Este es el famoso relato de la apuesta entre el señor Morgan y Sir Edward, quien nunca pagó su libra porque desapareció sin ser visto mientras se abría la caja fuerte... Y sin saber que él no había tenido nada que ver con el atentado en Roma. Al menos así es cómo me lo contaron a mí, ya que yo aún no había pasado a formar parte de tan increíble aventura en la que sorteamos mil peligros, vimos maravillas jamás imaginadas, conocimos a emblemáticos personajes, frustramos los planes de una organización secreta que pretendía cambiar el curso de la historia y descubrimos por fin el secreto del enigmático Sir Allan Watch. Pero, como suele decirse, eso es otra historia.

viernes, 2 de diciembre de 2011

O´Clock Club - La Apuesta - Tercera Parte

En el manual de buenas maneras del O´Clock Club hay trescientas sesenta y cinco normas que todos sus miembros deben cumplir rigurosamente.

Por supuesto, no es lo mismo tamborilear sonoramente los dedos importunando así la lectura de otro miembro del club (norma doscientos veintidós) que zanjar una acalorada discusión mediante el uso vil de los puños u otras partes de la anatomía humana (norma catorce) Quien más y quien menos ha quebrantado alguna de las normas y en cada uno de los casos siempre se ha aplicado el correctivo oportuno. Si bien algunas de las normas nos puedan parecer excéntricas, los susodichos correctivos no se quedan atrás. Por ejemplo, el incumplimiento de la norma treinta y dos ("jamás permitir que el sonido del sorbo a nuestra copa se escuche por encima de la conversación") obliga al infractor a realizar sonoras gárgaras durante varios minutos con el mismo brebaje que bebía en el momento del sorbo. Todo ello, ante la mirada silenciosa y atenta de aquellos cuya conversación se vio interrumpida.

Lo más curioso del caso, sin embargo, es que si bien las normas están debidamente recopiladas en el manual de buenas maneras que todo miembro del club ha aprendido y memorizado; los correctivos son desconocidos por todos y cada uno de sus miembros hasta el momento en que se viola por vez primera cada una de las normas. Cuando se da el caso y uno de los miembros del club se salta una de ellas, Evans Moore es el encargado de telegrafiar al mismísimo Sir Allan Watch. Pasadas doce horas – ni un minuto más, ni un minuto menos - un mensajero aparece a las puertas del club portando un sobre lacrado con el emblema de la casa de los Watch. En su interior, escrito de su puño y letra, se encontrará el correctivo designado por Sir Watch ante la violación de dicha norma. Se dice que ha habido caballeros que se han saltado alguna de las normas guiados únicamente por la curiosidad de ver qué correctivo aplicaría el siempre excéntrico y misterioso Sir Watch en cada uno de los casos. Si bien es cierto que la mayor parte de las normas siguen sin haber sido rotas de momento.

Pero dejemos a un lado las curiosidades de este peculiar club y centrémonos en lo que pasa en uno de sus salones. Se puede captar la emoción contenida de los caballeros allí reunidos mientras el joven señor Rickson lee en voz alta el último telegrama recibido de los futuros señor y señora Morgan. Todos intercambian murmullos de aprobación y sorpresa escuchando cómo la joven pareja parece estar camino del enigma arqueológico que costó la vida del muy querido por todos Sir Bagman.

Sin embargo, apartado de la multitud, se encuentra Sir Eduard. Si hay algo que le moleste más a este caballero que las bromas sobre su poblado bigote, es dejar de ser el centro de atención. Y si hay algo que le moleste incluso más que eso último es perder una apuesta. Sosteniendo una copa de Jeréz, Sir Eduard aguarda el momento en que acaban de leer el telegrama para tratar de recuperar un poco de la atención perdida.

- Caballeros, por favor… Comparto la alegría de todos ustedes ante la fortuna del señor Morgan. Pero… ¿no creen que es un poco pronto para cantar victoria?

- ¡Paparruchas! – El general Lee alza su bastón como si aun fuese un fusil de cerrojo y Sir Eduard fuese algún miembro del Culto Tooghie, en las colonias británicas de la India - ¡Si el viejo Bagman decía que esa biblioteca existía, apuesto mi ojo sano a que la había encontrado!

- No lo pongo en duda, General… Pero incluso en el caso de que hayan dado con ella, tendrán que volver con pruebas de su hallazgo antes de que se cumpla el plazo. - Y dicho esto, disfruta del sabor del Jeréz antes de sonreír para sus adentros, pues ninguno de los allí presentes sabe de las intenciones de Sir Eduard.

A fin de cuentas, ninguno de sus compañeros del club es consciente de que Sir Eduard ha violado la norma cincuenta y cinco del manual de buenas maneras: "un caballero del O´Clock Club jamás hace trampas".

De momento dejemos a Sir Eduard y al resto de sus colegas disfrutar del té que, en menos de tres minutos, traerá la señora Andrews. Mucho más interesante es lo que ocurre al mismo tiempo en Roma, la ciudad eterna. O mejor dicho, bajo ella. Dejaremos las soleadas calles de tan hermosa ciudad por encima de nuestras cabezas y adentrémonos en ese laberinto de pestilentes alcantarillas que recorren su subsuelo. Es fácil perderse en este entramado de oscuros corredores pero nos será fácil guiarnos por el sonido de esos golpes metálicos contra la piedra. Pronto veremos la luz de los candiles que llevan consigo la señorita Hellen Sullivan y el joven señor Morgan. Mientras éste último, remangado y empapado en sudor por el esfuerzo, descarga fuertes golpes de pico contra una de las paredes; ella sostiene el candil, dividiendo su atención entre su futuro marido y el mapa que Sir Bagman ocultó entre sus anotaciones. A punto está de expresar su duda sobre lo certero de las indicaciones del fallecido aventurero cuando un sonoro "crack" deja claro que el joven Morgan ha encontrado lo que andaban buscando: un pasadizo oculto tras las paredes del alcantarillado. Unos pocos golpes más de pico bastan para dejar una entrada lo bastante grande como para que ambos entren en la cámara secreta.

Las estrechas dimensiones de la estancia dejan claro en seguida a ambos aventureros que su búsqueda está aun lejos de acabar: con apenas cinco metros de ancho y seis de largo, ambos jóvenes han de agachar su cabeza para no golpearse con el reducido techo. Las telarañas cubren el sepulcro sobre el que el candil de la señorita Sullivan vierte la práctica totalidad de la luz que es capaz de emitir. La joven pareja de aventureros comparte una mirada decepcionada pues no es lo que esperaban encontrar. Para su sorpresa, sin embargo, el interior del sepulcro está vacío y la única pista aparente es el extraño emblema que reposa grabado sobre la losa de la tumba.

En unas pocas horas, la intrépida pareja se encuentra ya de vuelta en su hotel. Los fuegos artificiales de alguna festividad local se dejan escuchar en el exterior, iluminando los aledaños de la Piaza Di Spagna así como el balcón de la suite del joven Morgan. Éste aun luce las sucias prendas cuyas manchas son testimonio de las horas pasadas en las alcantarillas. Con la mirada perdida, traza distraídos garabatos sobre su cuaderno de dibujo mientras con la otra mano juguetea con el bastón que encontraron entre las pertenencias de Sir Bagman. Los garabatos son repeticiones más o menos fieles y afortunadas del emblema encontrado en la misteriosa tumba.

No es extraño que ni la rotunda pirotecnia sea capaz de distraer al joven Morgan: su preocupación va más allá de las piezas de ese rompecabezas que, en apariencia, ha costado la vida de Sir Bagman… y que los ha llevado a un callejón sin salida. Se lleva las manos a la cabeza, calculando el tiempo que tardarán en volver a Londres. Aunque hubiesen encontrado la mítica segunda biblioteca de Alejandría en lugar de aquella tumba vacía, apenas si tendrían tiempo de llegar en el plazo de los dos meses acordados.

El joven señor Morgan se incorpora, un tanto frustrado, y decide que por esa noche ha tenido suficiente: tomará un poco el aire en el balcón y, tras haberse aseado debidamente, irá a buscar a Hellen a sus aposentos. Cenarán en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y brindarán a la salud de Sir Bagman y - ¿por qué no? – a la de ese petulante de Sir Eduard, quien seguro disfrutará de lo lindo el volver a ser protagonista del O´Clock Club …

Es ese pensamiento y no otro el que hace que al señor Morgan esté a punto de caérsele al suelo el bastón de empuñadura de marfil. No es para menos pues acabamos de ser testigos de excepción de un momento de total y absoluta inspiración. La sonrisa se dibuja en el semblante de Morgan mientras las piezas encajan una por una. El bastón, el símbolo de la tumba, el club… Todo encaja.

Es el entusiasmo el que lleva al joven señor Morgan a correr hacia su escritorio, dispuesto a verificar si sus impresiones son acertadas. Su emoción está más que justificada: si sus suposiciones son ciertas, tendrán el tiempo justo de encontrar la mítica biblioteca y viajar de vuelta al O´Clock Club.

Pero dejemos al emocionado señor Morgan comprobar si sus teorías son ciertas o no. Lo que debe preocuparnos ahora es el balcón abierto de par en par que deja tras de sí. A través del mismo entra un objeto redondo y negro, cayendo al interior de la suite de forma pesada al principio, dando sonoros golpes contra el suelo de mármol. Los últimos metros los hace rodando sobre sí misma. Para entonces, la mecha está a punto de consumirse del todo.

La bomba estalla un cuarto de segundo después.

viernes, 25 de noviembre de 2011

O’clock Club - La Apuesta - Segunda Parte


En el club O'clock la puntualidad es muy importante. Todos los días a las 8 en punto de la mañana, Evans Moore, jefe de servicio del club abre las puertas. A las 8:30, Katherine J. Andrews, el ama de llaves, enciende las 200 velas que iluminan todas las dependencias. A las 11:00 en punto se sirve el "brunch" a los socios. A las 16:00 se procede a servir el té y a la 18:00, el señor Evans cierra cuando ya se ha ido hasta el último socio.

Como el horario es muy importante en la actividad diaria del club cuando se trata de una apuesta lo es más. El Señor Morgan tiene dos méses, exactamente dos méses, para llevar al club una prueba de que la biblioteca gemela de Alejandría existe. El que gane la apuesta recibirá como premio 1 libra. Exactamente, en el club O’clock no se apuetan ni dinero ni posesiones. La libra es meramente simbólica. El verdadero premio del ganador es la satisfacción y el durante días, meses, incluso se han dado caso de años poder tratar a tu contrincante con aire de superioridad.

Dos meses no es mucho tiempo por lo que no hay tiempo que perder. Al día siguiente, el señor Morgan parte para El Cairo acompañado de la bella señorita Helen Sullivan, su prometida. 

Andrew y Helen se conocen de toda la vida. Sus padres eran muy buenos amigos por lo que de pequeños pasaron mucho tiempo juntos y a nadie le pareció extraño cuando llegado el momento anunciaran su compromiso. Ambos han compartido siempre su pasión por los viajes y las aventuras y ambos sentían mucha admiración por el difunto Sir Bagman.

En estos tiempos que corren no es fácil realizar un viaje tan largo desde la ciudad de Londres a la capital de Egipto. Dos semanas tarda la pareja en llegar al Cairo. Cogieron un tren en Londres hasta al puerto de Brighton, allí un barco que les llevó a Francia, un nuevo tren para alcanzar costas españolas y de nuevo un barco que les llevó a la ciudad del Nilo. Afortunadamente el viaje se produjo sin incidentes.

A su llegada los futuros señor y señora Morgan se hospedan en el mismo hotel y en la misma habitación que el señor Bagman (levantado el veto policial al resolverse el caso no supuso ningun problema). Andrew tiene la esperanza de encontrar algo en la habitación que a los policias egipcios se les hubiese pasado. Pero no hay suerte. 
Entonces a Helen se le ocurre que quizás la policía conserve aún los enseres personales de Sir Bagman. Con un poco de suerte quizás puedan echarle un vistazo. No les resulta dificil ya que los egipcios no han podido encontrar ningún pariente del difunto que se haga cargo del cuerpo y de sus cosas. La pareja se ofrece a gestionar a través del consulado británico la repatriación del cuerpo de Sir Bagman. 

Entre todas las pertenencias que la policía tiene guardada varias cosas llaman la atención de Helen y Andrew. Un bastón de madera, perfectamente tallado y con un mango hecho de ambar. Un reloj de bolsillo de plata y un pequeño cuaderno.

El cuaderno está lleno de mil y unas anotaciones sobre viajes que Sir Bagman había hecho, pero nada que haga mención a Alejandría ni a su biblioteca. Pero entonces Andrew se da cuenta de una cosa, bueno, de dos. La primera cosa de la que se da cuenta Andrew es que parece que han arrancado hojas del cuaderno. El segundo detalle es que en una de las páginas, en una esquina, hay dibujado una especie de reloj, marcando las ocho y media, exactamente. Las dudas empiezan a florecer en la pareja. Ambos comienzan a creer que hay algo turbio en el accidente de Sir Bagman. Pero, por desgracia, no tienen nada concreto.

Entonces Andrew ata cabos. Ese dibujo del reloj significa algo más de lo que parece. El cuaderno guarda un secreto, algo que Sir Bagman quería que solo fuese visto por alguien del club. Rápidamente, Andrew coge el cuaderno y pasa la hoja en la que está dibujado el reloj cerca de una vela. Como por arte de magia, el calor de la vela muestra algo dibujado encima de las anotaciones, un mapa.

El mapa muestra claramente el plano de una ciudad. Pero no es el Cairo sino Roma.

[continuará]

viernes, 18 de noviembre de 2011

O’clock Club - La Apuesta - Primera Parte

El Club O’clock fue fundado en 1841 como uno de los más elitistas clubs de caballeros de todo el imperio inglés. Creado por el excéntrico Sir Allan Watch, su retorcido método de selección de nuevos socios es de por sí un misterio. Muchos bromean diciendo que es tan desconcertante que el propio Sir Allan Watch nunca fue admitido. Personalmente no lo creo, pero tendría su gracia, al fin y al cabo nunca nadie le ha visto dentro del Club.

Su sede está situada, no podía ser de otra forma, en la calle Pall Mall, en pleno corazón de Londres. Justo entre el Travellers y el Reform Club. El edificio, regio y elegante está adornado con coloridas vidrieras, un enorme emblema del club en brillante latón y un inesperado león disecado junto a la puerta de entrada, que suele asustar a los despistados que no frecuentan la zona.

Desde que fue creado hace casi treinta años en su salón principal suelen reunirse todos los lunes sus más destacados miembros para jugar al billar, tener acaloradas discusiones o simplemente leer periódicos internacionales y charlar animadamente sobre las noticias. Eso sí, hagan lo que hagan es siempre con una pipa entre los labios, sacando sin parar olorosos humos de ellas. El ambiente es relajado, tranquilo, elegante. El bullicio de la industrialización se queda fuera, junto con la suciedad y el carbón.

Justo hoy es lunes, el día más interesante de la semana en el Club de Caballeros O'clock. Y hoy además va a ser un lunes especialmente interesante. Mientras dos hombres uniformados con sus trajes de exitosos comerciantes brindan entre sonoras carcajadas con sherry español, la enorme puerta de doble hoja del salón se abre para dejar paso a Sir Edward, su excesiva solemnidad  y su enorme bigote blanco perfectamente atusado.

Con el fuerte golpe del entrechocar de las puertas consigue, además de cerrarlas, que todas las miradas se centren en él, justo lo que más le gusta en este mundo.

- Buenos días caballeros, supongo que se han enterado de la noticia ¿no? – dice la boca que se encuentra bajo el enorme bigote del Sir - Es portada en el Journaux du Nord

- ¡Que sorpresa, si es Sir Edward! – el que habla es el señor, que no Sir, Morgan. Un joven de buena familia, mejor suerte y desafiante sonrisa  – Ha sido usted tan discreto al entrar que no me había dado cuenta de su presencia. Seguro que no hace falta que se digamos, pero adelante, no nos deje con la intriga. Díganos, ¿de qué se trata?

-  La pregunta, joven Morgan, no es ¿de qué se trata? sino ¿De quién se trata? – Sir Edward intenta con un poco afortunado juego de palabras recuperarse de la chanza sufrida por el joven señor Morgan, que parece haber divertido a muchos - Caballeros, Sir Bagman ha muerto

El murmullo y la conmoción es generalizada. Sir Bagman es un reconocido y muy querido miembro del club desde prácticamente su fundación. En su juventud había sido un aventurero incansable, había recorrido y cartografiado medio mundo, incluyendo el África continental, el lejano oriente, la exótica India, las islas del norte... Por sus expediciones y descubrimientos había sido nombrado Sir, título que le concedió la mismísima reina Victoria en una intima recepción.

- ¿Dónde ha sido? ¿Cómo ha sido? ¿Qué ha pasado? - Con su peculiar cojera el General Lee, vestido con su uniforme del ejército real de su majestad, se acerca a Sir Edward para enfatizar sus palabras. Lee había sido amigo de Sir Bagman incluso antes de ser Sir - Hable, ¡hable de una vez! ¡Cuentenos todo lo que sabe!

- No se ponga nervioso General, contaré todo lo que he oido - Sir Edward estaba encantado de volver a ser el centro de atención, su sonrisa le delataba - Al parecer el viejo Sir Bagman ha muerto en su hotel de El Cairo, ha sido un accidente totalmente fortuito

- Sir Edward, podría usted dejar de sonreir - El señor Morgan vuelve dar dónde más duele, hay pocas cosas qcon las que disfrute más que sacar de sus casillas a Sir Edward - Parece que se alegre de tan terrible noticia

- ¡No diga tonterías! ¡No todos somos como usted, jovenzuelo! - El bigote de Sir Edward parecía más hinchado de lo normal - No, no me alegro, pero desde luego no me sorprende. Le dije mil veces que no fuera, que era una locura, ¡Qué pintaba un señor de su edad en África! ¡Era una temeridad y así se lo hice saber! 

- Pobre hombre, con lo entrañable que era... ¡Brindemos por él! - el que habla es el señor Rickson, uno de los jóvenes que hacía un rato brindaba animadamente con jerez, y que parece haber encontrado una nueva excusa para brindar  - Alzad vuestras copas ¡A su salud, Sir Bagman, querido compañero! 

Tras brindar, la conversación se extiende cómo la pólvora, hasta que todos participan de ella. Todos parecen de acuerdo en que Sir Bagman hacía ya mucho que no era ese joven aventurero que una vez fue. Parecía ahora disfrutar de la tranquilidad de su avanzada edad, de la compañía de un buen libro, de su tabaco y de su partida de ajedrez de los jueves. Sin embargo algo se despertó en él tras leer unos legajos, copias de unas copias de unos viejos libros árabes. Hace tres meses desempolvó su antiguo baúl de viaje y partió rumbo a Alejandría, en busca de lo que sería el hallazgo del siglo. Según los legajos, la antigua biblioteca de Alejandría tendría una especie de gemela, un lugar secreto dónde se guardarían copias de todos los volúmenes y papiros para que todo el conocimiento que encerraba nunca se perdiera si ocurría algo a la Gran Biblioteca. Este descubrimiento era algo que Sir Bagman no podía dejar pasar tuviera la edad que tuviera. Ahora, volvamos al salón del O'clock Club, lo que va a hacer especial a este lunes está a punto de suceder.

- Caballeros, caballeros, por favor - La escéptica voz de Sir Edward resuena sobre todas las demás - Está claro que, cómo don Quijote, nuestro querido Bagman fue a África a perseguir molinos... esa biblioteca no existe, es algo imposible. 

- Bueno, eso es lo que usted dice – la esperada réplica del joven señor Morgan no se hace esperar – Demostraré que sí que existe ¿Quiere usted apostar algo?

viernes, 2 de septiembre de 2011

El dragón, la princesa y la lechuza. Indice

Esta historia que os voy a contar
pasó hace mucho, mucho tiempo, en verdad.
Trata de una princesa descarada
que de su castillo y reino fue raptada.
El dragón fue el autor de tal ultraje
y a su guarida se la llevó con todo su equipaje.

El rey, embargado por la tristeza,
a un sinfín de caballeros convocó para la siguiente empresa.
-”¡A la princesa teneis que rescatar!”-dijo
-”¡Y la cabeza del dragón quiero para mi cortijo!”-.
  

El dragón, la princesa y la lechuza. Conclusión


Mientras afilaba el verdugo su enorme hacha
El Rey escuchó la historia, mesándose la barba
La Lechuza, por su parte, se posó en un candil
Dónde el relato de Talis, divertida, se dispuso a oír

Tras darme cuenta de mi terrible error
Traté de arreglar las cosas, ¡Lo juro, mi Señor!
Busqué la ayuda de esa lechuza mentirosa
Pero el maldito bicho huyó ¡Abandonó a su hija hermosa!

La Lechuza tenía que admitirlo, magnifica ejecución.
Lo de Talis no era la espada, era la improvisación [¡Que magnífica función!]
Y esos ojos, esa mirada
¡Si hasta parecía que fuera honrada!

Con la espada aún clavada miré los ojos de la desdichada
Más no era la Princesa ¡Nuestra señora es mucho más delgada!
Entre susurros antes de morir la plebeya confesó –
Lechuza y Dragón el mismo bicho son

Al principio no le creí, delirios debían ser
Pero ¿Mentir un moribundo? ¿Por qué?
Mientras, el pájaro se alejaba riendo y veloz
Buena prueba de su vileza y naturaleza atroz

El mal bicho no quería que hablara,
Quería cargarme el muerto, ¡Qué ave más malvada!
Pero yo no iba a permitirlo
Tenía que limpiar mi nombre, contar todo, decirlo

Aún a sabiendas que mi vida peligro corría
Aquí estoy, ante su Señoría
Pero mi inquietud en ese momento era distinta
¿Dónde estaría la princesa?  necesitaba una pista

Investigando descubrí con horror
Que se la había comido ese Pájaro Dragón
Todo era una farsa, una patraña
Para alejar de él las sospechas, ¡Una trampa!

Pese a los peligros y el temor
Vine corriendo hacia Vos
Al reino, del engaño debía de avisar
Y la muerte de la princesa poder vengar

Ese monstruo infame de ahí
Que se posa en el candil
Rapta princesas de todos los reinos
Y luego se las come con pimientos

Las miradas se dirigieron a la Lechuza blanca
Que ya no reía desde su improvisada banca
“Mirad el plumaje del ave parlante
Blanco, impoluto ¡Sólo puede ser Magia de Nigromante!”

La Lechuza abrió el pico para protestar
Ese maldito Talis la iba a liar
Pero el caballero se adelantó y gritó para enfatizar
¡Tened cuidado alteza! ¡Parece que os va a atacar!

La charlatanería de Talis al Rey embaucó
Y con una mano el verdugo al pajarraco atrapó
Sin poder siquiera argumentar, un golpe seco ¡zas!
Y la Lechuza sin cabeza para siempre jamás

Y así logró Talis salvar su pellejo,
Mintiendo, engañando, siendo todo un pendejo
Por los servicios al Rey, heredero fue nombrado
Y mientras Dragón, Princesa y Lechuza, todos amortajados

[fin]

jueves, 25 de agosto de 2011

El Dragón, La Princesa y La Lechuza - Parte 3


El pobre dragón quedose petrificado

Al ver como a su amada le habían arrebatado.

Su dolor se convirtió en tal desesperación

Que en mil pedazos se deshizo su corazón


Hombre y lechuza quedaron acompañados

Por una doncella muerta y un dragón congelado

La estampa no podía ser más espantosa

¿Quién podría imaginar que así acabaría la cosa?


“¡La culpa no es más que tuya, bicho asqueroso!”

Increpó al ave el joven valeroso

“Tú me engañaste para que matara a la princesa

Y ahora el rey querrá cortarme la cabeza!”


“No seas tan necio y arrogante”

Dijo la lechuza con palabras cortantes

“Reconoce que no eres un caballero de verdad

Sino un impostor que por valiente se ha hecho pasar


Y ahora no tienes escapatoria,

Pues seré yo quien te despoje de tu gloria

Le contaré al rey que mataste a su única heredera

¡Y nadie en el reino te salvará de la hoguera!”


Y dicho esto, el pájaro malherido emprendió vuelo

Dejando a Talis sumido en un gran desconsuelo

“Pero aún puedo librarme, si con gran presteza

Adelanto al pajarraco y llego antes a la fortaleza”


Raudo y veloz Talis subió a su montura

Salió de la cueva y cabalgó bajo la noche oscura

“¿Qué le diré al rey?” – de camino pensaba

Mientras en el bosque encantado al galope se adentraba


Seres mágicos, criaturas horripilantes

Surgían de las rocas, corrían por todas partes

Basiliscos, huargos, duendes y raposas

¡Hasta ponis blancos con las crines rosas!


Pero nada parecía a nuestro jinete distraer

Y presto cual rayo siguió cabalgando sin desfallecer

Durante días, semanas, meses cabalgó

Y por fin al gran castillo real llegó


“¡Abrid las puertas! Talis el Raudo ha regresado

Y exige audiencia con el rey en privado”

Mas antes de que su discurso hubiera terminado

La Guardia Real le hubo capturado


“Maldita lechuza, ¡se me ha adelantado!”


Atado cual perro fue llevado ante su majestad

Vestido de luto con toda solemnidad

“¡Arrodíllate, bandido ingrato y cruel

Mataste a mi hija, y ante todo el reino me vengaré!”


“Soltadme, Su Majestad, estáis muy equivocado

Todo fue un perverso truco por la lechuza ideado

Pero no sufráis mi rey amado


Pues no es vuestra hija a la que yo he matado”

viernes, 19 de agosto de 2011

El dragón, la princesa y la lechuza. Parte 2.

Talis era caballero sin par
No iba a dejarse intimidar
Aunque pudiera parecer inquietante
Una bella y blanca lechuza parlante

"No obedezco órdenes de animales"
dijo con tono rudo y dióse la vuelta
"Para resolver tu encargo no hay más canales"
respondió la lechuza, con voz resuelta




Sonrió Talis: "Ah, ¿no?" pensó
Y rápido y veloz, su arco tensó
Tres flechas volaron,
tres aciertos impactaron
Crucificada quedó como un premio
Víctima del caballero de mal genio



"Y ahora, me dirás cómo llegar a la princesa"
"dímelo y saldrás volando ilesa"
amenazó Talis a la indefensa criatura
acabando la frase con falsa ternura.



Sintiendo la sangre en cada herida
Hizo ver que daba la situación por perdida
"Está bien, caballero" dijo resignada
"Con mi ayuda llegarás sin casi hacer nada"



Convencido, Talis a la lechuza liberó
Y el camino fácil del tramposo tomó
El laberinto de los mil cuchillos,
el acantilado de los versos perdidos...
todas y cada una de esas terribles pruebas
Talis las sorteó como si no fuesen proezas



"Si con mi ayuda sortearás todos los percances"
"¿Crees que hay gloria alguna en lo que haces?"
Preguntó la lechuza, a mitad de camino
Talis no respondió pues le importaba un comino



Tanto se acostumbró a seguir sus indicaciones
Que Talis acabó por seguirlas sin cavilaciones
No podía saber aquel primerizo aventurero
Que la lechuza era animal sabio y revanchero



Finalmente, llegaron al cubil de la criatura maldita
"Dentro de esta gruta oscura, el dragón dormita"
Con antorcha y espada, Talis se dispuso a entrar
Pero antes la lechuza lo consiguió frenar
"¿A dónde vas, insensato?" le detuvo el pájaro
"La luz despertará al dragón, alma de cántaro"
"si al dragón quieres matar,
a oscuras tendrás que entrar"



Talis lo miró contrariado, maldiciendo su suerte
"Pero si no puedo ver, ¿Cómo podré darle muerte?"
La lechuza respondió - "aprovechad que está dormido,
Para no fallar, seguid el ruido de su ronquido".



Lechuza y caballero se adentraron en la oscuridad
y al poco, bestiales ronquidos escucharon con claridad
Talis tanteó entre tinieblas con su espada fiel
Hasta topar con algo blando como la piel
Notaba que subía y bajaba
Al mismo ritmo que roncaba
No había duda, aquel era el dragón
Y sin dudar, Talis clavó su espadón
Pero si algo resonó en la cueva no fue un gruñido aterrador
Sino el quejido de una doncella, presagio de su terrible error



Una llamarada súbita iluminó la estancia
Y el dragón de su pesar dejó constancia
"¿Quién?" – preguntó - "¿Quién ha osado matar a mi amada?"
"Ha sido él, Lord Dragón" – acusó la lechuza – "¿No veis su espada?"



Talis miró impotente al pájaro traicionero
Sin poder reaccionar como lo haría un buen caballero
Mil preguntas azotaban la cabeza
¿Cómo podía roncar así semejante belleza?
¿Cómo podía una princesa ser amante de un dragón?
Y sobre todo… ¿cómo podría salir de semejante marrón?




[continuará]

viernes, 12 de agosto de 2011

El dragón, la princesa y la lechuza. Parte 1




Esta historia que os voy a contar
pasó hace mucho, mucho tiempo, en verdad.
Trata de una princesa descarada
que de su castillo y reino fue raptada.
El dragón fue el autor de tal ultraje
y a su guarida se la llevó con todo su equipaje.

El rey, embargado por la tristeza,
a un sinfín de caballeros convocó para la siguiente empresa.
-”¡A la princesa teneis que rescatar!”-dijo
-”¡Y la cabeza del dragón quiero para mi cortijo!”-.

Solo un caballero el honor tendría de ser el elegido
y miles de ellos se presentaron para ser escogidos.
El rey una decisión dificil tenía
porque todos los caballeros gozaban de una gran valentía.
Entonces, una valiente y emplumada lechuza sobrevoló la reunión
y sobre uno de los caballeros un regalito dejó.
Como una premonición el rey esa acción tomó
y a ese caballero, en concreto, para la misión escogió.

Talis, el raudo, el caballero se llamaba
y de gran presencia Talis gozaba.
Rápido con la espada decían que la usaba
pero más rápido era con las piernas cuando la situación degeneraba.

Durante horas, días y meses Talis cabalgó
y al final la guarida del dragón encontró.
Con mucho cuidado y espada en ristre entró
pero nadie de la casa salió.
Buscó y buscó entre los tuneles de la cueva
y  tras mucho buscar superó la prueba.
A una gran sala llegó
pero ni rastro de la princesa y del dragón vió.
Entonces tras él, algo apareció,
¡una lechuza!, que delante de él se posó.

Bella era la lechuza sin lugar a duda
y con una voz suave y aterciopelada 
comenzó la siguiente balada.

-”Si a la princesa quieres encontrar
la siguientes pruebas tendrás que superar”-.

[continuará]

viernes, 5 de agosto de 2011

Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan. Indice

Johnatan Finnegan es mecánico. Pasa ocho horas de cada dia de su vida con las manos manchadas de aceite lubricante, arrastrándose bajo los coches de otros, arreglando mecanismos y sistemas que han sido programados para dejar de funcionar a los diez mil kilómetros.

Johnatan Finnegan ha olvidado cuales eran sus sueños. Su mayor ilusión tiene una semana de caducidad: el tiempo que transcurre entre una sesión y la siguiente de "MonstersTrucks", el espectáculo de todoterrenos gigantes que se destrozan mutuamente en el Jessup´s Colisseum. 
 

Así comienza Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan léelo al completo y fácilmente siguiendo nuestro indice






Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan - Conclusión

Johnatan Finnegan acaba de descubrir lo que es el auténtico miedo. Jamás había sentido nada parecido. En realidad, nunca había sentido gran cosa en cuarenta y dos años... hasta esta mañana. Ahora, su mundo se acaba de reducir a ese oscuro agujero que asoma amenazante del cañón de un cuarenta y cuatro con una siniestra promesa de muerte.

Johnatan Finnegan no quiere morir. También acaba de descubrirlo. No sabe muy bien por qué. Razones no le sobran. No recuerda un solo día en el que no se haya levantado quejándose del puto despertador ó gimiendo por la jodida resaca. Bien lo sabe su mujer, que le escucha blasfemar con las noticias de fondo cada mañana. Lo mismo ocurre con Claire, que le soporta lamentándose de su mala suerte mientras le sirve el café doble matutino. También lo saben sus compañeros del taller que oyen sus insultos cada vez que se le resiste una tuerca. Y bien sabe Dios que los planetas tienden a alinearse para joderle la vida.

Johnatan Finnegan odia a los que sonríen. Está hasta los putos huevos de ver gente sonriente a su alrededor que no hacen más que recordarle que son más felices que él. Porque es evidente que tienen una tele más grande, un coche más potente y que follan más y mejor que él. Se le revuelven las entrañas de envidia cuando les imagina en inacabables orgías con chicas asiliconadas del Playboy y se pregunta una y otra vez por qué a él le tocaron tan malas cartas.

Johnatan Finnegan se ha planteado acabar con todo y por eso guarda el revolver de su padre con una bala en el sótano de su casa. Alguna vez ha fantaseado con el frío acero rozándole las sienes. Pero nunca ha podido pasar la línea. En el fondo sabía que nunca lo haría. Es un cobarde. Pero esta vez es distinto. Ahora es otro quien sostiene el arma y cada poro de su piel grita de pavor. No sabía que tuviera tantos. Tampoco era consciente de todos esos nudos de su espalda que le agarrotan el cuello, ni de que tuviera las uñas de los pies tan largas. Las nota arañar la suela del zapato como si intentaran agarrarse al suelo. -Qué es ese martilleo? ¡Tu corazón, idiota!-. Se da cuenta de que todo su cuerpo quiere decirle algo. También cree oír una voz, pero no dentro de él. Ríos de sudor caen gélidos por su columna vertebral. Está paralizado de terror.

Johnatan Finnegan se acuerda de donde está. Hace un gran esfuerzo para ordenar a sus ojos que abandonen el hipnotizante agujero negro del arma y enfoquen a la chica que hay detrás. Mia está moviendo sus sensuales labios. -Te he dicho que me des las llaves del buga tito Johny. Pórtate bien y los dos saldremos contentos de esta. Tú volverás a tu casita y yo podré cruzar la frontera para no volver jamás. ¿Lo ves? Un final feliz, como en las películas. ¿Me estás oyendo?-

Johnatan Finnegan no escucha ni una sola palabra. Está confuso, ebrio de sensaciones. Acaba de despertar a la vida y su aletargado cerebro se colapsa por una oleada de impulsos. El abrasador sol le está tostando la calva mientras el viento del desierto agita su empapada camisa a cuadros. Mía está plantada delante de él, más imponente que nunca. Las piernas separadas, la espalda recta, los brazos extendidos y la cabeza levantada en postura arrogante... terriblemente sexy. Su mirada implacable y su sonrisa insolente le provocan descaradamente. Se la imagina lamiendo sensualmente el largo cañón de la pistola mientras las palabras llegan fugaces a su perturbada mente. -...Tito Johny. Pórtate bien y los dos saldremos contentos... como en las películas...-

Johnatan Finnegan ha visto muchas películas. Le fascinan aquellas en las que el tipo duro hace lo que quiere y cuando quiere, rompiendo las normas a su voluntad. Como “Harry el Sucio”. -Sí, ese sí que era un tío con un buen par. Y si alguien se le ponía por delante, comía plomo de su pistolón. Sin piedad. Claro que sí. Vamos nena, suelta el juguetito que el tito Johny te va a enseñar un par de trucos.-

¡¡BAM!!

Johnatan Finnegan no sabe muy bien qué ha pasado. No recuerda haberse abalanzado torpemente sobre el arma. Tampoco haber apretado accidentalmente la pequeña mano de Mía. Ni haber recibido un disparo de un .44 special Smith & Willson a quemarropa para volar un par de metros antes de golpear duramente contra el suelo rocoso. Todo es muy extraño. Le duele el estómago y siente que algo se le escapa mientras oye los gritos histéricos de una niña que parece recriminarle algo.

Johnatan Finnegan se da cuenta de que va a morir. Va a morir solo en mitad de la nada, a mitad de camino de ninguna parte... como su propia vida. –Qué cabrón eres.- piensa. –Me pones la miel en los labios y ahora vas y me la quitas. ¡Jodido bastardo!- No le quedan fuerzas para gritar. Sus manos, empapadas en sangre, dejan de apretarse las entrañas. -¿Para qué?-. No hay solución. Nadie vendrá a buscarte. Te pudrirás en este desierto. Dicen que cuando estás en las puertas de la muerte ves pasar toda tu vida ante tus ojos.

Johatan Finnegan tan sólo ve un día. Un día que comenzó muy temprano con truenos y centellas y con la llegada de un Ángel Vengador, cargada con una mochila que casi le dobla el tamaño. Un ángel que le dio las gracias, cuando le ofreció su mechero tras sacarlo de su bolsillo izquierdo. Un ángel que le esperaba en su propia casa. Un ángel que se metió en su propio coche. Un ángel que le miró de arriba a bajo y que sabía lo que él estaba pensando. Un ángel que le enseño fugazmente, sin saberlo y probablemente sin querer, lo que es vivir. -Quizás sea lo mejor. Cuando ella se fuese, su vida volvería a ser una mierda. Adiós Mia. Lo hubiéramos pasado bien. Ojalá me hubieras llevado contigo.- Sus ojos se cierran mientras su cuerpo se entumece. Ya no siente dolor. El quejido ahogado de un motor que no arranca despierta su último pensamiento. –Tengo que mirarle el carburador-.