viernes, 2 de diciembre de 2011

O´Clock Club - La Apuesta - Tercera Parte

En el manual de buenas maneras del O´Clock Club hay trescientas sesenta y cinco normas que todos sus miembros deben cumplir rigurosamente.

Por supuesto, no es lo mismo tamborilear sonoramente los dedos importunando así la lectura de otro miembro del club (norma doscientos veintidós) que zanjar una acalorada discusión mediante el uso vil de los puños u otras partes de la anatomía humana (norma catorce) Quien más y quien menos ha quebrantado alguna de las normas y en cada uno de los casos siempre se ha aplicado el correctivo oportuno. Si bien algunas de las normas nos puedan parecer excéntricas, los susodichos correctivos no se quedan atrás. Por ejemplo, el incumplimiento de la norma treinta y dos ("jamás permitir que el sonido del sorbo a nuestra copa se escuche por encima de la conversación") obliga al infractor a realizar sonoras gárgaras durante varios minutos con el mismo brebaje que bebía en el momento del sorbo. Todo ello, ante la mirada silenciosa y atenta de aquellos cuya conversación se vio interrumpida.

Lo más curioso del caso, sin embargo, es que si bien las normas están debidamente recopiladas en el manual de buenas maneras que todo miembro del club ha aprendido y memorizado; los correctivos son desconocidos por todos y cada uno de sus miembros hasta el momento en que se viola por vez primera cada una de las normas. Cuando se da el caso y uno de los miembros del club se salta una de ellas, Evans Moore es el encargado de telegrafiar al mismísimo Sir Allan Watch. Pasadas doce horas – ni un minuto más, ni un minuto menos - un mensajero aparece a las puertas del club portando un sobre lacrado con el emblema de la casa de los Watch. En su interior, escrito de su puño y letra, se encontrará el correctivo designado por Sir Watch ante la violación de dicha norma. Se dice que ha habido caballeros que se han saltado alguna de las normas guiados únicamente por la curiosidad de ver qué correctivo aplicaría el siempre excéntrico y misterioso Sir Watch en cada uno de los casos. Si bien es cierto que la mayor parte de las normas siguen sin haber sido rotas de momento.

Pero dejemos a un lado las curiosidades de este peculiar club y centrémonos en lo que pasa en uno de sus salones. Se puede captar la emoción contenida de los caballeros allí reunidos mientras el joven señor Rickson lee en voz alta el último telegrama recibido de los futuros señor y señora Morgan. Todos intercambian murmullos de aprobación y sorpresa escuchando cómo la joven pareja parece estar camino del enigma arqueológico que costó la vida del muy querido por todos Sir Bagman.

Sin embargo, apartado de la multitud, se encuentra Sir Eduard. Si hay algo que le moleste más a este caballero que las bromas sobre su poblado bigote, es dejar de ser el centro de atención. Y si hay algo que le moleste incluso más que eso último es perder una apuesta. Sosteniendo una copa de Jeréz, Sir Eduard aguarda el momento en que acaban de leer el telegrama para tratar de recuperar un poco de la atención perdida.

- Caballeros, por favor… Comparto la alegría de todos ustedes ante la fortuna del señor Morgan. Pero… ¿no creen que es un poco pronto para cantar victoria?

- ¡Paparruchas! – El general Lee alza su bastón como si aun fuese un fusil de cerrojo y Sir Eduard fuese algún miembro del Culto Tooghie, en las colonias británicas de la India - ¡Si el viejo Bagman decía que esa biblioteca existía, apuesto mi ojo sano a que la había encontrado!

- No lo pongo en duda, General… Pero incluso en el caso de que hayan dado con ella, tendrán que volver con pruebas de su hallazgo antes de que se cumpla el plazo. - Y dicho esto, disfruta del sabor del Jeréz antes de sonreír para sus adentros, pues ninguno de los allí presentes sabe de las intenciones de Sir Eduard.

A fin de cuentas, ninguno de sus compañeros del club es consciente de que Sir Eduard ha violado la norma cincuenta y cinco del manual de buenas maneras: "un caballero del O´Clock Club jamás hace trampas".

De momento dejemos a Sir Eduard y al resto de sus colegas disfrutar del té que, en menos de tres minutos, traerá la señora Andrews. Mucho más interesante es lo que ocurre al mismo tiempo en Roma, la ciudad eterna. O mejor dicho, bajo ella. Dejaremos las soleadas calles de tan hermosa ciudad por encima de nuestras cabezas y adentrémonos en ese laberinto de pestilentes alcantarillas que recorren su subsuelo. Es fácil perderse en este entramado de oscuros corredores pero nos será fácil guiarnos por el sonido de esos golpes metálicos contra la piedra. Pronto veremos la luz de los candiles que llevan consigo la señorita Hellen Sullivan y el joven señor Morgan. Mientras éste último, remangado y empapado en sudor por el esfuerzo, descarga fuertes golpes de pico contra una de las paredes; ella sostiene el candil, dividiendo su atención entre su futuro marido y el mapa que Sir Bagman ocultó entre sus anotaciones. A punto está de expresar su duda sobre lo certero de las indicaciones del fallecido aventurero cuando un sonoro "crack" deja claro que el joven Morgan ha encontrado lo que andaban buscando: un pasadizo oculto tras las paredes del alcantarillado. Unos pocos golpes más de pico bastan para dejar una entrada lo bastante grande como para que ambos entren en la cámara secreta.

Las estrechas dimensiones de la estancia dejan claro en seguida a ambos aventureros que su búsqueda está aun lejos de acabar: con apenas cinco metros de ancho y seis de largo, ambos jóvenes han de agachar su cabeza para no golpearse con el reducido techo. Las telarañas cubren el sepulcro sobre el que el candil de la señorita Sullivan vierte la práctica totalidad de la luz que es capaz de emitir. La joven pareja de aventureros comparte una mirada decepcionada pues no es lo que esperaban encontrar. Para su sorpresa, sin embargo, el interior del sepulcro está vacío y la única pista aparente es el extraño emblema que reposa grabado sobre la losa de la tumba.

En unas pocas horas, la intrépida pareja se encuentra ya de vuelta en su hotel. Los fuegos artificiales de alguna festividad local se dejan escuchar en el exterior, iluminando los aledaños de la Piaza Di Spagna así como el balcón de la suite del joven Morgan. Éste aun luce las sucias prendas cuyas manchas son testimonio de las horas pasadas en las alcantarillas. Con la mirada perdida, traza distraídos garabatos sobre su cuaderno de dibujo mientras con la otra mano juguetea con el bastón que encontraron entre las pertenencias de Sir Bagman. Los garabatos son repeticiones más o menos fieles y afortunadas del emblema encontrado en la misteriosa tumba.

No es extraño que ni la rotunda pirotecnia sea capaz de distraer al joven Morgan: su preocupación va más allá de las piezas de ese rompecabezas que, en apariencia, ha costado la vida de Sir Bagman… y que los ha llevado a un callejón sin salida. Se lleva las manos a la cabeza, calculando el tiempo que tardarán en volver a Londres. Aunque hubiesen encontrado la mítica segunda biblioteca de Alejandría en lugar de aquella tumba vacía, apenas si tendrían tiempo de llegar en el plazo de los dos meses acordados.

El joven señor Morgan se incorpora, un tanto frustrado, y decide que por esa noche ha tenido suficiente: tomará un poco el aire en el balcón y, tras haberse aseado debidamente, irá a buscar a Hellen a sus aposentos. Cenarán en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y brindarán a la salud de Sir Bagman y - ¿por qué no? – a la de ese petulante de Sir Eduard, quien seguro disfrutará de lo lindo el volver a ser protagonista del O´Clock Club …

Es ese pensamiento y no otro el que hace que al señor Morgan esté a punto de caérsele al suelo el bastón de empuñadura de marfil. No es para menos pues acabamos de ser testigos de excepción de un momento de total y absoluta inspiración. La sonrisa se dibuja en el semblante de Morgan mientras las piezas encajan una por una. El bastón, el símbolo de la tumba, el club… Todo encaja.

Es el entusiasmo el que lleva al joven señor Morgan a correr hacia su escritorio, dispuesto a verificar si sus impresiones son acertadas. Su emoción está más que justificada: si sus suposiciones son ciertas, tendrán el tiempo justo de encontrar la mítica biblioteca y viajar de vuelta al O´Clock Club.

Pero dejemos al emocionado señor Morgan comprobar si sus teorías son ciertas o no. Lo que debe preocuparnos ahora es el balcón abierto de par en par que deja tras de sí. A través del mismo entra un objeto redondo y negro, cayendo al interior de la suite de forma pesada al principio, dando sonoros golpes contra el suelo de mármol. Los últimos metros los hace rodando sobre sí misma. Para entonces, la mecha está a punto de consumirse del todo.

La bomba estalla un cuarto de segundo después.

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