viernes, 24 de diciembre de 2010

La Magia de la Pintura. Capítulo 3

[Viene de La Magia de la Pintura, capítulo 2]

Corría el año 1752 cuando el Conde de Peña Alta oyó hablar por primera vez de Dick Van Dean. En aquella fría mañana de Abril, un misterioso carruaje llegó a las puertas de la mansión del Conde. Sus criados y sirvientes terminaban de recoger los destrozos y las sobras de la fiesta de la noche anterior. Alfredo, su mayordomo personal, tuvo que tocar seis veces a la puerta de su dormitorio para conseguir que su señor atendiese a la peculiar visita que, bajo la lluvia matutina, aguardaba ante el portal de la mansión. Antes de bajar, el Conde miró a través de la ventana. De no haber visto el emblema de los Pintores del Nuevo Siglo en el carruaje, jamás habría bajado en persona a atender a alguien a esas horas del día.


El mensajero era un chico de apenas quince años. En realidad, él sólo era un emisario: lo realmente importante lo descargaron los sirvientes del Conde del carruaje. El chico, en un castellano con marcado acento holandés, informó al Conde que aquel cuadro era un presente de los pintores a su persona. Pese a sentirse alagado, el Conde no evidenció agradecimiento alguno y se limitó a bostezar con fingido aburrimiento. El chico y el carruaje se marcharon y el cuadro fue llevado a la galería privada que el Conde tenía en lo que antaño fue un salón comedor. Allí, el Conde atesoraba sus pequeñas “curiosidades”: una urna griega confeccionada en un extraño metal irrompible; varias cabezas de conquistadores españoles que habían sido reducidas por indios jíbaros hacía siglos…


El Conde indicó a sus sirvientes que colocasen el cuadro sin quitarle el envoltorio que lo cubría. Sin demasiada extrañeza – sus sirvientes estaban más que acostumbrados a las excentricidades del Conde – obedecieron y colgaron el lienzo cubierto en una de las paredes de la galería. Por extraño que pareciese tener un cuadro así, oculto y a la vez a plena vista; el Conde había oído lo bastante sobre los Pintores del Nuevo Siglo como para conocer algunas de las leyendas que circulaban en torno a sus obras. Teniendo en cuenta la combinación de su tendencia natural al aburrimiento junto con el poder disponer de grandes cantidades de tiempo libre y dinero; no resulta extraño que el Conde hubiese tomado las ciencias ocultas como una distracción más.


Durante semanas, el Conde consiguió mantener a raya su curiosidad y el cuadro se limitó a reposar en la galería, cubierto e inerte. Sin embargo, poco a poco, el Conde comenzó a dejar en un segundo plano las advertencias que muchos expertos hacían con respecto a las obras de esos pintores “malditos”. Así, una noche de tormenta, el Conde no resistió más la curiosidad y, embutido en su pijama y a la luz de un candil, bajó hasta la galería. El corazón latía en su pecho presa de la expectación. Sus manos temblaron cuando descubrió el cuadro… y un relámpago iluminó la estancia cuando la imagen del mismo quedó al descubierto.


La imagen quedó grabada a fuego en la pupila del Conde, viajando a través de su sistema nervioso convertida en un sentimiento de una intensidad sin par. Cayó de rodillas ante la belleza de la mujer que aparecía retratada en la imagen. Era joven, de pelo azabache rizado. Su piel, extremadamente pálida, resaltaba con la presencia de un pícaro lunar sobre la comisura de los labios. Su atuendo era el de una artesana medieval pero su sonrisa, la luz en sus ojos… era la de una pícara y atrevida mujer adelantada a su tiempo. ¿Quién era esa mujer? El Conde no lo sabía. Pero se juró en silencio que sacrificaría cualquier cosa con tal de averiguar quien era.


A la mañana siguiente, el Conde envió una carta junto con una invitación para pasar una temporada en su mansión. El destinatario de ambas no era otro que Dick Van Dean, el pintor que había firmado el cuadro. La misiva iba acompañada con una petición del Conde: “de ser posible, venid acompañado de la bella modelo que usasteis para el hermoso retrato que tuvisteis a bien regalarme.”


Dos semanas pasaron y el maestro Van Dean llegó por fin a la propiedad del Conde. Éste lo recibió expectante más basta fue su decepción cuando vio a Van Dean descender del carruaje únicamente acompañado por sus bártulos de pintor. El Conde guardó la compostura el tiempo suficiente como para que el servicio llevase las cosas del pintor a los aposentos de invitados. Ante una taza de té, el Conde preguntó a Van Dean sin reparos el por qué de la ausencia de la doncella.


“Me temo, buen Conde, que la mujer que visteis en mi retrato lleva siglos muerta."


La respuesta del pintor causó el efecto deseado en el Conde quien se derrumbó sobre uno de los cómodos sofás de su salón de juegos. Van Dean, siguiendo el guión que su nuevo maestro Van Acken le había dado; contó al Conde la historia casi completa de Lucilda Genovese. Le habló de la que había sido una mujer única, la rica heredera de un mercader veneciano en los albores del Renacimiento. Su genio podía haber eclipsado el del mismo DaVinci. De haber vivido más allá de sus veintidós años, posiblemente hubiese sido su nombre el que habrían recordado los libros de historia.


Pero si había sido asesinada, continuó Van Dean, había aún una oportunidad de cambiar su destino. El Conde le suplicó que le contase cómo: él pondría a su servicio todo cuanto fuese necesario para hacerlo. Van Dean le dijo que existía una forma de salvarla. Con la taza de té aun en su mano, el pintor caminó hasta la galería y señaló el cuadro.


“Imagino que sabe lo que se dice de nuestros cuadros, buen Conde. Que son algo más que puertas. Puertas a otros lugares… y a otros momentos.”


Para un hombre más que acostumbrado a simular interés ante conversaciones que no le importaban lo más mínimo; el Conde escuchó con prodigiosa atención cómo Van Dean le contaba que aquel retrato de Lucilda estaba inspirado en el aspecto que tendría en el momento de su muerte. Tan obnubilado estaba el pobre Conde que no se había dado cuenta de que el cuadro pintado por Van Dean carecía de fondos. Era sólo una mujer… ubicada en ninguna parte.

“Buen Conde… Usted ha oído hablar de nosotros, de los pintores del Nuevo Siglo. Pero nosotros también hemos oído hablar de usted. De usted… y su colección de “curiosidades”.


En uno de los rincones de la galería del Conde, había un pequeño estante en el que reposaban algunos viejos libros. Sátiras prohibidas por la Iglesia; romanceros apócrifos del Islam… y un puñado de hojas encuadernadas en cuero que, al estar en italiano, el Conde no había leído hasta entonces.


“Lo adquirí en un paquete de libros, en una subasta ocultista en París. No es más que un diario de un hereje anónimo al que la Inquisición italiana quemó hace siglos.”


Hojeando el viejo ejemplar, Van Dean sonrió.


“Es más que eso, buen Conde. Es el diario de Lucilda Genovese. En él están todas sus anotaciones personales. Y lo más importante…”


Van Dean lo abrió por una página y le mostró un dibujo a mano alzada que Lucilda había hecho de lo que era su taller personal.

“Ahora sabemos, buen Conde, qué debemos dibujar como fondo… si queremos salvarla.”


[Continuará]

viernes, 17 de diciembre de 2010

La Magia de la Pintura. Capitulo 2


Cuando esa noche de 1748 Van Dean llegó al retirado castillo de Kline, el puente levadizo que conducía a la barbacana estaba tendido, sin embargo no vio a nadie cerca. Con algo de inquietud lo cruzó, mientras observaba por vez primera la majestuosa águila real con un huevo en el pico que hacía de escudo de armas. Nunca antes había visto u oído hablar de ese emblema que, desde ese día, le acompañaría allá donde fuera.

Si estuvo tentado de dar la vuelta, la posibilidad desapareció cuando, apenas terminaba de cruzarlo, el puente levadizo comenzó a elevarse. No había vuelta atrás. De entre las sombras una veintena de siluetas se acercaron a él portando antorchas que, más que alumbrar, le deslumbraban impidiendo ver sus caras.


Hizo caso a los gestos que las figuras le hacían y les siguió por las entrañas del castillo. No tardó Van Dean en desorientarse. La escasa iluminación y la escasez de adornos hacían que todas las estancias parecieran la misma y dudaba si subían escaleras para luego volverlas a bajar o si el castillo era inmensamente más grande de lo que parecía por fuera.

Vagaron a toda velocidad y sin mediar palabra, durante un tiempo que a Van Dean le pareció eterno, hasta que llegaron a su destino. Con un gesto, los encapuchados hicieron que avanzara hasta el fondo de una estancia mal iluminada. Van Dean se topó de frente con una enorme puerta de roble. Cuando se volvió para pedir algún tipo de indicación sobre qué debía hacer, no había nadie allí, las extrañas figuras se habían desvanecido.

Convencido de no poder encontrar la salida del castillo, hizo lo único que podía hacer; empujar con todas sus fuerzas la puerta hasta que ésta cediera. Cuando lo hizo, se abrió ante él una inmensa sala, de la que en un primer momento no pudo fijarse en otra cosa más que en los hermosos frescos que decoraban sus techos y las decenas de cientos de cuadros (a cual más impresionante que el anterior) de todo tamaño y temática. Mirara dónde mirara todo eran cuadros, la saturación era tal que no quedaba atisbo alguno de pared trás de ellos.

En el centro de la sala había una mesa con una centena de personas sentadas alrededor y una única silla libre. Los comensales vestían con estridentes vestidos, todos ellos muy coloridos y extravagantes. Pero sin duda el que más debía llamar la atención era Van Dean, pues todos se habían girado y miraban en total silencio y sin cesar al recién llegado. Titubeando, éste comenzó a acercarse a la mesa sin saber muy bien cómo debía actuar.


El hombre, si es que se le podía llamar así, que estaba sentado más alejado de la puerta se puso en pie y con voz de ultratumba le indicó que se sentara. Sobresalía sobre todos los demás, no solo por su sufrido atuendo, una túnica negra, áspera, ruda, él presidía la mesa sentado en una especie de trono de retorcidas formas. Pese a tener cubierta la cabeza por la túnica, su cara se adivinaba desgarrada, deformada y ajada, como si hubiera sido quemado. Estaba ennegrecida y con un tono ceniciento, al igual que sus huesudas manos. Viendo su estado, parecía increíble que estuviera vivo. Intentando no mirarle directamente, Van Dean descubrió sobre su cabeza un cuadro enorme, fascinante, aterrador, hipnótico. La mayor obra de arte que había visto hasta ese momento. El cuadro mostraba el mismísimo Infierno y todos los condenados que en él habitan. Sus colores tan vivos y las expresiones tan feroces de los carceleros eran tan vívidas que era imposible dejar de admirarlo...

 - Tienes el Don – Dijo el hombre ceniciento sacando a Van Dean de su ensimismamiento – No cómo ese viejo Ulshof, no… tú tienes el Don de verdad, puedo notarlo.

 - Siento lo de mi maestro – Se intentó disculpar por sus actos - Yo [...]


 - No sientas nada – le interrumpió el hombre de un modo cortante – Era necesario para que crecieras, para liberar al Don. Él era débil, sus cuadros no pasaban de ser simples obras de arte. Sin embargo tu… tú primer cuadro y haces… creas un apocalipsis a pequeña escala… es increíble, estoy impresionado… Pero supongo que no has venido a oir halagos, que quieres saber qué haces aquí y quienes somos nosotros… Toma una copa y escucha nuestra historia, la de los Pintores del Nuevo Siglo

Debes saber antes de nada que si bien los Pintores existimos desde comienzos de siglo, hace apenas 50 años, el Don es muy anterior... Ya en la prehistoria cuando se dibujaban bisontes en las cavernas no se hacía por honrar su memoria o divinizarlos… no. Los chamanes invocaban con estos dibujos a los animales, los hacían aparecer de la nada para que los cazadores pudieran dar de comer a la tribu, los hacían reales mediante la magia de la pintura… ellos fueron los primeros en descubrir el Don… Podían tener todo lo que sus cortas mentes podían imaginar, pero tenía un coste, y lo sabían. Al morir sus almas se las llevaría el mismísimo Diablo por usar un poder reservado a los dioses… Era el precio de ser adorado en vida, de no padecer hambre ni necesidad. Y lo pagaban gustosos… El tiempo pasó, los días oscuros se olvidaron, pero el Don, a diferencia de otros viejos poderes, perduró. Su secreto se escondió, pero nunca dejo de usarse. La historia está plagada de hombres que crearon imperios de la nada, acumularon más riquezas de las que se puede soñar en una vida, tuvieron un poder ilimitado… ¿Cómo puede un simple hombre lograr todo eso? Es el Don quién está detrás... El Don permite que lo que se pinte en un cuadro se convirta en realidad, jugar con el tiempo y el espacio… Tu lo acabas de descubrir, pero aún te queda mucho por aprender. Pero el problema es el mismo hoy que en el albor de los tiempos, después de una vida en la opulencia, al final el Diablo viene a por nuestras almas…

- ¿No sabes aún quién soy, verdad? - Continuó el hombre ceniciento - Soy Frederick van Aken… sí, aquél al que apodaban el Pintor Maldito, aquel de cuyos cuadros decían que atraían el mal y la calamidad… y no estaban muy desencaminados

- Pero…  - Van Dean estaba atónito  - Eso es imposible, he leído sobre aquello.
Frederick van Aken murió en 1699, fue apresado por brujo y quemado en la hoguera por la masa furibunda de Amsterdam, Van Aken está muerto... y por lo que dices debe estar en el Infierno...

- Muy cierto querido Van Dean – La cara calcinada de Van Aken esbozó una especie de sonrisa - Ahí es dónde debería estar, pero antes de morir dibujé un último cuadro - Van Aken se volvió para mirar el hiopnótico lienzo de su espalda - Entiendes, ¿verdad? Dejó casi agotado mi poder hacerlo… pero me permitió volver, engañar al Diablo… Cuando volví no podía ya pintar, pero tenía algo mejor en mente, un fin. Para ello fundé los Pintores del Nuevo Siglo, y esperé hasta encontrar alguien con un Don tan poderoso cómo el que yo tenía... y por fin has aparecido…

[continuará]

viernes, 3 de diciembre de 2010

La Magia de la Pintura. Capitulo 1

Dick Van Dean nació en una pequeña aldea cerca de Amsterdan en 1723, llamada Wijde. Sus padres, muy pobres, no tenían dinero para criarlo, de manera que le acabaron vendiendo a un lugareño con dinero llamado Ruud Ulshof.

Rudd, era pintor y había hecho una pequeña fortuna vendiendo muchos de sus cuadros. Se hacía mayor y no le venía mal alguien joven que le ayudara a mantener su pequeña mansión.
Durante varios meses Dick trabajó duro en casa del Sr. Ulshof: limpiaba la casa, limpiaba la ropa, hacía la comida, etc.
Aunque al principio no hizo mucho caso a la ocupación de Ulshof, Dick, poco a poco, se fue interesando por la pintura. Ulshof, receloso al principio de enseñarle sus técnicas, vió en el joven chaval un gran potencial y una manera de continuar su legado.

Durante varios años Dick estuvo estudiando con Ulshof. La relación entre Dick y Ulshof pasó de ser de amo/criado a maestro/aprendiz.  Dick, además de cuidar de Ulshof, absorbía rápidamente las enseñanzas de su maestro y adquirió pronto una gran técnica en el manejo del pincel. Pero, a pesar de todo el tiempo que le dedicaba y lo dotado que estaba para ello Dick veía que le faltaba algo para que sus cuadros pasaran de ser buenos a excepcionales. Pensaba que su maestro no le había contado todo, que se guardaba algo para él. Y aunque preguntaba a su maestro, este siempre le respondía los mismo, -”todo a su debido tiempo”-. Esta respuesta le frustraba y enfurecía.

Ulshof poseía una gran bilbioteca en su mansión. Casi todos los libros eran de pintores famosos de muy diferentes estilos. Un día, Dick estaba limpiando unos de los estantes cuando descubrió en un falso fondo un libro bastante viejo. El libro no tenía autoría, y no era un libro de pintura propiamente dicho, más bien era un libro de filosofia sobre la pintura. El anónimo autor, aseguraba, que si el aprendiz realmente quería alcanzar la maestría en su arte debía acabar con la vida de su maestro, para absorber todos su conocimientos. Matar a Ulshof, era algo que jamás se le habría pasado por la cabeza a Dick.

Durante varios años, Dick siguió intentando que Ulshof le contará toda la verdad, pero siempre obtenía la misma respuesta. Mientras tanto y a espaldas de su maestro leía el libro que había encontrado. El libro, aseguraba, que a través de la pintura se podía actuar sobre la realidad, sobre las personas. Dick no tenía claro si lo decía de una manera literal o metafórica. Pero la duda había sido plantada sobre el joven artista y pasado unos años, la desaparición de su maestro ya no le parecía algo tan doloroso. Total, este no parecía dispuesto a revelarle nada más.
El día en que Dick cumplía los 25 años introdujo veneno en la comida de su maestro. Ulshof murió a los 80 años en su cama, no sufrió.

El primer cuadro que pintó Dick Van Dean, llamado “Noche de tormenta en Wijde”, representaba, como su nombre indica, un paisaje de una tormenta que caía sobre su pueblo natal. Corroborando la afirmación del viejo libro, este cuadro fue su primera obra de arte (actualmente ese cuadro esta valorado en varias decenas de millones de euros). Un día después de que terminara el cuadro, una impresionante tormenta azotó el pueblo de Wijde arrasándolo por completo. No hubo supervivientes. Dick acababa de descubrir, exactamente, de lo que hablaba el libro y no sintió ningún remordimiento, solo orgullo y deseo de seguir aprendiendo.

Unos días después, Dick recibió la siguiente misiva:

Estimado Sr. Van Dean,

Recientemente hemos recibido la gratificante noticia de sus recien adquiridas habilidades. Estamos deseosos de conocerle. Nos encantaría que aceptara participar en una reunión que tendrá lugar en la noche del 15 de Julio en el castillo de Kline cerca de Amsterdan.

Nos despedimos de usted con la esperanza de que acepte esta invitación.

fdo. Pintores del Nuevo Siglo


[continuará]

lunes, 29 de noviembre de 2010

Las Aventuras de los Goonboys, La Cueva de las Brujas - Indice

Gregorio llegó a casa de sus abuelos. Iba allí cada verano desde hacía 5 años, concretamente, desde que sus padres se divorciaron.

Después de llegar, saludar a sus abuelos y comer las ricas galletas de mantequilla que le había preparado su abuela subió al desván, su santuario y el de sus amigos. Allí los recuerdos de muchas aventuras le rodeaban. En esa pequeña buhardilla había pasado incontables horas con sus amigos, contando historias y planeando aventuras.

 
 

Un trabajo Sencillo - Indice

En cuanto me habló de su marido, supe que sería un trabajo sencillo. Un dinero fácil que me embolsaría por seguir unos días al sujeto, hacerle unas cuantas fotos y redactar un informe.

Llevo muchos años en este trabajo, los suficientes como para adivinar que un hombre como el que ella me describía resultaba de lo más aburrido a una mujer y que probablemente la causa del distanciamiento paulatino que hacía sospechar a su esposa no era un problema de faldas.



Así comienza Un trabajo sencillo, léelo al completo y fácilmente siguiendo nuestro indice

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De un Marqués, un Puro y Su Humo - Indice

Cuando por fin se fueron las visitas, el Marqués se encerró en el enorme salón de al lado de la biblioteca. Cerró la enorme puerta de roble de doble hoja para que el servicio no le importunara y se dejó caer pesadamente en su enorme butacón de cuero corinto.


Al hacerlo resopló pesadamente como sólo un hombre de su talla puede hacer. Se desabrochó el incómodo último botón de la camisa, liberando su cuello y dejó que su mirada vagara por la habitación hasta topar con la chimenea. Tras observar absorto un instante su fuego, como sin ganas alargó sin mirar atrás el brazo y echó mano a la botella de coñac que había en la mesita. Era de ese tipo de botellas que no tienen etiqueta alguna. Tras servirse una buena copa volvió a dejar la botella sobre la mesita, justo en el mismo lugar dónde la había cogido y, aprovechando el viaje de su brazo, a tientas abrió el pequeño cajoncito que escondía la mesa para sacar un habano sensiblemente mejor que el que había ofrecido a sus invitados.

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Aquellos Que Dejamos Atrás - Indice


- Tenía trece años, ¿sabes?

A lo lejos, una multitud de paraguas se reunía ante la fosa. En ella, lentamente, los operarios de la funeraria introducían un pequeño ataúd. A esa distancia, Pietro era incapaz de reconocer a ninguno de los presentes. Tampoco hubiera importado mucho, la verdad. De la pequeña a cuyo cuerpo daban sepultura apenas si conocía su nombre clave y su edad...
- Trece jodidos años... – ante el silencio de su compañero, Pietro insistió como si incluir un "jodidos" lo convirtiese en un argumento mejor. - ¿Crees que es justo?





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El Peor Trabajo del Mundo - Indice


Las siete de la mañana. Hacía ya 5 minutos que John estaba despierto, retrasando lo inevitable. Sabía que tenía que levantarse, apenas tenía una hora antes de empezar a trabajar. Él trabajaba en el turno de día, igual que su padre e igual que su abuelo antes que él. Por lo que John sabía, desde siempre su familia se había dedicado a ello.

Pero él no quería, estaba cansado. Prácticamente dedicaba toda su vida a trabajar y cuando no lo hacía, solo podía descansar. No tenía tiempo libre. Le gustaba pintar, siempre le había gustado. El mar, adoraba pintar el mar, la gama de azules y verdes... pero no podía permitírselo, por culpa de esta tradición familiar que él no entendía. Y claro, si no tenía tiempo para sus hobbies, menos para salir con chicas... era una vida horrible.



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Evolución - Indice

Mi nombre es Donald Summers, y los acontecimientos de los últimos días, han cambiado mi vida para siempre. Estaba acostumbrado a vivir solo en mi apartamento. Mi casa estaba llena de comics, libros de rol, películas fantásticas, y como no, revistas y videos porno, enseres básicos si perteneces a mi grupo. Lo importante es que no solía salir de casa para nada, podían pasar días, semanas, meses, y lo más divertido para mi, era sin duda descargar el siguiente capítulo de mi serie favorita, a ración de una por día de la semana, jugar al Deep Space, un maravilloso juego de zombis en una nave espacial, y crear partidas de rol online. 



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Las Aventuras de los Goonboys – Misterio en la Buhardilla - Indice

Gregorio era el único que a estas alturas del verano aún estaba blanco. No comprendía la afición de sus amigos por ir a la piscina y tomar el sol. Él prefería pasar las horas de más calor en casa con un buen libro entre las manos y un enorme vaso de limonada hecha por su abuela con los limones del jardín. Sin embargo ahí estaba, deslumbrando a todo el aforo de la piscina con su piel blanca blanquísima, casi radioactiva. Había venido a buscar a sus amigos.

- Pero Gregor, tú estás loco – Luís se limitaba a mirar a Gregor por debajo de las gafas de sol, sin moverse un ápice de su posición – No vamos a ir a la buhardilla de tus abuelos, ¡Tiene que ser un horno, con lo bien que se está aquí!


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viernes, 26 de noviembre de 2010

Larga Vida al Rey - Indice

Ante todo, disculpe el secretismo que rodea a esta carta y al paquete de anotaciones que la acompañan. La necesidad me ha llevado a emplear un pseudónimo y a ocultar la procedencia exacta de este paquete. Es posible que no le sea muy complicado rastrear el punto de partida pero voy a ahorrarle esa pequeña molestia [...] 

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Larga Vida al Rey - Desenlace

- Vamos Reed – dijo el Dr. Doom intentando meter en su juego a Reed Richards - ambos lo sabemos. Que estés aquí para salvarme la vida es sólo por una razón – Decía mientras se quitaba la pesada máscara que le cubría, dejando a la vista la deforme y monstruosa cara de Víctor

- No – La respuesta de Reed fue seca y tajante – ¿De verdad sigues culpándome por eso? Intenté avisarte de los fallos en tus cálculos y no me escuchaste… Somos humanos, ambos, aunque te pese. Todos nos equivocamos. Eso – dijo Reed señalando la cara de Víctor con dureza- es únicamente culpa de tu orgullo

- ¡Mentira! – Víctor se incorporó con esfuerzo y su voz se quebró al gritar, estaba muy débil - ¡Yo nunca me equivoco!, ¡Fuiste tú el que me saboteó!, ¡Yo nunca fallo! Errar es de humanos y yo no lo soy

- Pero lo fuiste, Víctor – Reed se sentó mirando cara a cara a su némesis - ¿No te das cuenta? Nos estamos muriendo y la única razón de ello son nuestras investigaciones en el Proyecto LÁZARO… Queríamos curar a gente y mira cómo hemos acabado… Culpa de nuestros fallos… Nos equivocamos Víctor, ¡Te equivocaste! Si no, no estaríamos así ¿Crees que me saboteé a mí mismo también?

- Quizás esta vez fuera sólo un error – Víctor estaba fuera de sus casillas, su juego se estaba volviendo en su contra - ¡Tu error!

- Ja, ja, ja – La risa de Reed estaba fuera de lugar en mitad de la agria conversación – Déjalo ya, Víctor. Estamos entre viejos amigos – El tono de Reed parecía ahora conciliador – Dejar de actuar, no es necesario, sabes que todo lo que te digo es cierto…

- Por lo que veo - Víctor sonreía sarcásticamente con las pocas fuerzas que tenía - ya está afectando la degeneración molecular a tu cerebro

- Dime Victor ¿Le dictaste directamente la carta al doctor Ollafsen o le dejaste al menos que usara sus propias palabras? Desde luego quedó muy convincente – El giro en la conversación había dejado a Víctor fuera de juego – Eso de prosperidad y progreso, de líder feroz y a la par de sabio… Doctor Ollafsen ¿Es lo que de verdad piensa?, ¿o es lo que él le hizo escribir?

Gustav Ollafsen se había mantenido a un lado, haciendo cómo que monitorizaba y chequeaba las decenas de máquinas que estaban conectadas a Víctor, cómo que no escuchaba, cómo que no estaba allí. Pero la alusión directa a su persona le volvía a hacer visible. Visiblemente nervioso su mirada se movía rápidamente de los ojos de Reed a los de Víctor. Gustav abrió la boca pero ninguna palabra salió de ella. Finalmente los temblores de su mano hablaron por él y le hicieron dejar caer el cuaderno dónde tomaba notas.

- No hace falta que digas nada, Gustav, ya has hecho suficiente – Reed ya tenía todo lo que necesitaba – Sabías que venía – La mirada de Reed se centraba ahora en Víctor - Tu le hiciste escribir esa carta como última esperanza… Hace mucho que sabes que estás enfermo, llevas meses investigando y no has obtenido nada ¿Verdad? No eres tan infalible ni omnipresente como dices ser, y lo sabes… Aquí tienes la cura Víctor – Reed alargó su elástico brazo hasta dejar el tarro justo delante de los ojos de Víctor – Pero, claro, tiene letra pequeña.

Durante unos segundos el silencio se hizo en la habitación, únicamente se escuchaban los engranajes rotatorios de los ingenios mecánicos conectados a Víctor.

- Bien, Richards – Víctor estaba dispuesto a escuchar por primera vez en su vida - ¿Qué dice la letra pequeña?

- Sólo hay una dosis de la cura, ésta. Es tuya a cambio de abandonar para siempre esa máscara, abandonar esta lucha sin sentido. Acepta todo lo que sabes, lo que has aprendido pero no quieres reconocer. Acepta tus errores y deja atrás al Doctor Doom. Vuelve a ser simplemente Víctor y tú te llevas la vida extra.

Esta vez el silencio fue total, ni siquiera las máquinas se atrevían a realizar ningún ruido. Víctor hizo un amago pero finalmente contuvo a su brazo. Una lágrima atravesó la abrupta cara de Víctor.

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Ben, más conocido como la Cosa, derribaba bajo unas enloquecidas luces de emergencia uno de los muros del palacio mientras Johnny – la antorcha humana – chamuscaba a los robots que se ponían en su camino y Sue Storm – La mujer invisible – los golpeaba con su campo de fuerza

- Esto pasa por no hacerme caso – decía la Cosa mientras terminaba de crear una nueva puerta en la sala con su enorme manaza – Si hubiéramos actuado cuando os dije

- ¡Lo que tu digas, pero calla de una vez! Ahora lo importante es Reed – Le gritó Sue – Céntrate en abrirnos el camino y todo estará bien

Aunque estaban alerta, los tres fantásticos se sorprendieron cuando las alarmas del castillo comenzaron a sonar. Algo no iba bien. En pocos segundos estaban rodeados de enormes robots hechos a imagen y semejanza del doctor Doom, los mismos que les habían “escoltado” hasta la sala donde estaban. Ahora los tres amigos se abrían camino como podían por el laberíntico interior del castillo buscando el camino por el que habían guiado a Reed.

Tras lo que les pareció una eternidad, por fin lo encontraron. Mientras saltaban chispas de las dos cabezas robóticas que la Cosa había entrechocado y Sue Storm repelía como podía otra pareja más de robots asesinos, la Antorcha con un vuelo rasante y se adelantaba a las cinco inteligencias artificiales en su tarea de echarle el guante a Reed Richards

- Agárrate, la cosa se está poniendo que arde – dijo la Antorcha intentando poner una pizca de humor en la escena, pero la cara de Reed era sombría. En su mano mantenía agarrada la única dosis de la cura que existía

- Simplemente salgamos de aquí – la voz de Reed era tan sombría como su cara – lo antes posible

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Reed mantenía el gesto duro y apagado. Desde que entraron en la nave y dejaron atrás al ejercito de robots, no había dicho nada. Todo el trayecto desde que lograron salir de Latveria lo habían hecho en silencio, hasta ese mismo instante

- He estado – titubeó al empezar a hablar Reed – He estado tan cerca de lograrlo…

- Vamos, Reed – la voz de Susan dulce y acogedora abrazaba a Reed, pero sus ojos agradecidos estaban clavados en la cura – No es culpa tuya, has intentado salvarle, viniste hasta aquí con las ideas claras, ha sido él quién ha querido ser curado

- Venga, si vamos a estar mejor sin él – Johnny era incapaz de comprendern la relación de amor odio entre Reed y Víctor – Deberíamos celebrar su muerte… ¡la muerte del Doctor Muerte!

- Nadie va a morir, Johnny – Mientras Reed hablaba los demás escuchaban incrédulos sus palabras – No era su cuerpo lo que he intentado curar. Las máquinas le mantendrán en un estado de letargo, vivo, mientras el doctor Ollafsen prepara la cura. Le di todos los datos de mi investigación, los pasos a seguir para lograr la cura antes de huir, antes de que llegaran los robots del Dr Doom . No me miréis así, es lo que debía hacer. Es lo correcto.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Lavado de Cara en Los Cuatro Mil Cuatro Cuentos

Hoy inauguramos nueva imagen en Los Cuatro Mil Cuatro Cuentos



Esperamos que este cambio sea de vuestro agrado y ya de paso aprovechamos esta entrada para pediros vuestras opiniones, no sólo sobre el nuevo look también sobre todo sobre el propio blog ¿Lo seguís habitualmente? ¿Qué es lo que más os gusta y que cosas cambiaríais? ¿Algún consejo?

Muchas gracias a todos por leernos, ¡un saludo!

viernes, 19 de noviembre de 2010

LARGA VIDA AL REY - Tercera Parte

[Viene de LARGA VIDA AL REY, Segunda Parte]

- Esta es una idea de mierda.

Es lo único que podía decir La Cosa, mientras los cuatro fantásticos se dirijan hacia Latveria en su nave. Susan y La Antorcha se encontraban pilotando la nave. Reed Richards estaba tumbado en uno de los asientos, sin poder moverse, muy debilitado, con una barba prominente, y muy blanco. Había pasado prácticamente un mes investigando, ni siquiera sabia si Víctor seguiría vivo, pues no había recibido mas noticias desde Latveria. El silencio reinaba en la nave. Era una situación incomoda, el plan de Richards era una locura, un autentico suicidio, todos se habían puesto en su contra. Pero Richards no admitiría que se hiciera de otra forma. Si Víctor esta vivo, debía hacerlo, sería lo correcto.

Los cuatro fantásticos llegaron a Latveria. Tal y como aterrizo su nave, varios soldados robotizados, con la forma del Doctor Doom se acercaron a ellos. Con un gesto le fueron conduciendo hacia el castillo del Doctor Doom. Por el camino pudieron ver la pobreza que rodeaba a toda Latveria, pese a sus magnificas construcciones, y extravagantes invenciones mecánicas. Era una ciudad avanzada estructuralmente, pero que vivía en la indigencia, un dato importante, que demostraba en que se interesaba realmente Víctor.

Susan no pudo reprimir dar su opinión - Ojalá este muerto ya. Ningún mandatario seria tan despiadado con los suyos.- La antorcha asentía, por primera vez no tenía una sonrisa adolescente en su rostro. La cosa también dijo lo que pensaba. - Déjame que le ponga las manos encimas, y acabamos con esto.-

Reed Richards solo podía sonreír ante la opinión de sus compañeros. Le querían. Era más de lo que Víctor conseguiría en toda su vida. Aunque claro, quien le envió la carta no pensaba lo mismo.

Pronto accedieron al castillo, fueron llevados directamente por los soldados del Doctor Doom, a las dependencias de este mismo. Los soldados se interpusieron entre Reed Richards y sus compañeros. - Solo el puede acceder a las dependencias privadas.-. Todos miraron a Richards, suplicante, aun tenían la oportunidad de irse de allí. Total, si moría Víctor, ¿Qué perdería la humanidad? , ¿Un tirano Megalómano?

Reed sonrío a sus compañeros y se abrió la puerta de las dependencias. Cerro la puerta, y pensó que tal vez esta seria la ultima vez que vería a su familia fantástica. Víctor se encontraba tendido en la cama, a su lado, su sirviente más leal, la persona que le había mandado la carta a Richards. Reed se sentó en una silla, junto a la cama, donde se encontraba postrado Víctor. Víctor alzó la mirada hacia Reed, estaba demacrado, enclenque, prácticamente era un muerto en vida.

Víctor prácticamente susurrando, y balbuceando - Creí que me dejarías morir.-

Reed sonrío y le contesto - Mentira, sabias que vendría.

Víctor sonrío. Reese saco un frasco y lo puso sobre la mesilla de noche, entre el y Víctor.

Reed Richards continúo hablando. - Víctor. He conseguido la cura para nuestra enfermedad. Una formula muy difícil y elaborada. Conseguir solo un frasco, me ha llevado un mes. Otro, sabiendo ya la formula, me llevaría un par de semanas.-

Víctor asintió - No me quedan un par de semanas. Puede ser cuestión de horas-

Reed miro seriamente a Víctor. - Lo sé.-

Víctor escudriñaba a Reed, mientras continuaban hablando. - A ti también ¿Verdad?-.

Reed asintió. -Víctor, uno de los dos va a morir. La medicina es toda tuya-.

Susan, La cosa y Antorcha, sabían que quería Richards, y esperaban sentados en el salón, tristes, pensativos, aturdidos. La cosa se levanto como un resorte, y se dirigió a los demás. – No podemos permitir que lo haga.-. Susan miro a la cosa, y hablo con voz entrecortada. – Ya hemos discutido ese tema, y hemos perdido.-.

Víctor miró a Reed sorprendido. Se estaba sacrificando por él, había ido hasta allí para decírselo personalmente. Tanto odio, tanto recelo, para que al final, viniera su mayor Némesis a sacrificarse por el. Víctor no podía pensar en un acto desconsiderado por parte de Reed.

- ¿Que estas tramando Doctor Richards?

Reed Richard solo le devolvió una sonrisa.

[Continuará]

viernes, 12 de noviembre de 2010

LARGA VIDA AL REY - Segunda Parte

- ¡CERILLA!, ¡TE VOY A MATAAAAAAAAAAAR! -


La voz grave y potente de Ben Grimm, alias La Cosa, retumbaba por todo el edificio Baxter. Acto seguido, y como el trueno sigue al relámpago, Johnny Storm oyó un estruendo como si 1000 caballos atravesaran al galope el pasillo anexo que accedía a su habitación.
Johnny estaba “leyendo” tranquilamente la última edición de la revista “Chicas con moto” cuando un colorado y muy cabreado Ben arramblaba con la puerta de su habitación.
-¡ES LA ÚLTIMA VEZ QUE TE PIDO CONSEJO PARA UNA CITA!.-
-¿Qué pasa?, ¿no te gustó el restaurante que te recomendé? .–
-¡TE VOY A...!-
Antes de que La Cosa pudiera agarrarle, Johnny más rápido, se transformó en la Antorcha Humana (no si un previo -¡Llamas a mi!-) y salió de la habitación volando.
-¡Hay que ser mas rápido, Ben!-
-¡COMO TE COJA, VOY A APAGARTE A MAMPORROS, NIÑATO!-
Ben, cada vez mas rojo (y más cabreado), corría por el pasillo de la planta 50 por detrás de una Antorcha Humana que volaba riéndose, manteniendo una distancia de seguridad con el grandullón naranja pero si perderle de vista para que no se cansara de perseguirle.
-¡Vamos gordito, que se noten esas clases de fitness!-, gritaba Johnny sarcásticamente.
En su persecución por los pasillos y pisos del edificio-vivienda de la familia Fantástica los dos amigos llegaron a una gran sala de reuniones donde Sue Storm leía tranquilamente el periódico.
-¡Johnny!, ¡te he dicho mil veces que no te transformes dentro de la casa! –
-¡Tranqui hermanita, yo controlo mis llamas!-
El dialogo entre Sue y Johnny se producía mientras este último giraba en torno a la mesa de reuniones y por consiguiente de Sue, mientras Ben seguía detrás de la antorcha intentando alcanzarlo.
Entonces, como si ambos encontraran un muro invisible en sus respectivas trayectorias, los dos chocaron y cayeron de culo al suelo.
-¡Ya está bien los dos!, ¡no estoy de humor para jueguecitos de niños de 5 años!, ¡sois peor que Franklin! –
Sue, se volvía a sentar enfadada mientras Johnny y Ben se levantaba y se miraban un poco avergonzado y preocupados.
-¿Estás bien hermanita?. Estás así por lo de Reed, ¿no?. No te preocupes, no es la primera vez que se encierra durante días en su laboratorio.-
-Claro, Susi, ya verás como en cuanto menos te lo esperes el estirado sale de su madriguera –
Johnny y Ben intentaba consolar a una, ahora más triste que cabreada, Susan Storm.
-Ya, si tenéis razón, pero es que hace dos semanas que recibió esa carta y desde entonces no come, no duerme,.... ¡No me puedo creer que se entregue tanto para salvar la vida de alguien que ha hecho tanto daño a esta familia!.- en las palabras de Susan había mucho rencor hacía ese hombre cuya vida pendía del buen hacer de su marido.
El silencio entre los tres amigos se rompió cuando la alarma comenzó a sonar en todo el edificio. Reed Richards había salido del laboratorio.
No tardaron mucho en llegar Susan, Johnny y Ben donde se encontraba Reed. Estaba serio, vestido con su bata blanca. Su apariencia no era demasiado buena: tenía una abundante barba e importantes bolsas bajo los ojos.
-¿Que pasa Reed?- Susan, que conocía a su marido como nadie, sabía que no tenía buenas noticias.
-He descubierto lo que le pasa a Victor. Está sufriendo una fibrosis multiorgánica sistemática.-
Johnny y Ben se miraron.
-¿Y en cristiano?.– dijeron al unísono.
Reed los miró.
-Se muere.–
-¡Pues mejor!. Un problema menos- afirmó Ben, convencido.
-Reed, ¿como ha sido?- preguntó Susan sin hacer caso a los comentarios de los otros dos integrantes del grupo.
Reed se giró y agachó la cabeza.
-Hace años, cuando Victor y yo investigábamos juntos, trabajamos en un proyecto que consistía en reforzar enlaces entre células para conseguir tejidos más fuertes, más resistentes. El objetivo de ese experimento era conseguir curar enfermedades de tipo degenerativo. A pesar de que superamos con éxito la primera fase del experimento, la universidad nos retiró los fondos. Seguimos investigando por nuestra cuenta y usándonos a nosotros mismos como conejillos de indias. Tras varios meses investigando llegamos a un callejón sin salida y dejamos el proyecto. La degeneración de los tejidos de Victor son resultado de aquellos mismos experimentos.-
Todos miraban a Reed, en silencio. Solo Ben se atrevió a romperlo.
-Pero, si lo que dices es cierto, si Muerte tiene esa enfermedad, entonces... –
Ben no puedo terminar la frase, y nadie lo hizo.
[continuará]

jueves, 11 de noviembre de 2010

LARGA VIDA AL REY - Primera Parte

Ante todo, disculpe el secretismo que rodea a esta carta y al paquete de anotaciones que la acompañan. La necesidad me ha llevado a emplear un pseudónimo y a ocultar la procedencia exacta de este paquete. Es posible que no le sea muy complicado rastrear el punto de partida pero voy a ahorrarle esa pequeña molestia.

De entrada, usted no me conoce. Mi nombre es Gustav Ollafsen y puedo asegurar que nunca habrá oído hablar de mí. Es lógico. Al contrario que usted o cualquiera de sus parientes más próximos, no he salido en la portada de ninguna revista ni en las cabeceras de los informativos. Mi labor es mucho más discreta aunque no menos importante. Sin embargo, ha sido su reputación la que me ha llevado a escribir esta carta aun a pesar del serio riesgo que entraña para mi seguridad. Sepa usted que al escribirle estas líneas estoy firmando mi propia sentencia de muerte. Incluso en el caso de que acepte mi petición de auxilio, aquella que le haré en breve, es probable que me haya costado la vida el mero hecho de haber recurrido a usted. No me importa. Un hombre de mi posición sabe que a veces hay que aceptar el más alto sacrificio si es el destino de toda una nación la que pende de un hilo.

Y ese es precisamente el caso. Mi pueblo se encuentra en grave peligro. No es algo nuevo pues nuestra nación siempre ha sido un pedazo de tierra fronteriza, presa fácil para nuestros belicosos vecinos. Mi familia puede dar buena cuenta de ello, ya que desde hace generaciones, los primogénitos Ollafsen hemos consagrado nuestras vidas a la medicina. Y no sólo hemos remendado heridas de campesinos y soldados: los Ollafsen hemos sido agraciados con una labor ejemplar, la de ser médicos personales de la realeza. Por eso os puedo asegurar que muchos hombres han ocupado el trono de nuestro pueblo. Y uno tras otro los hemos visto llegar y caer ante las continuas presiones de nuestros vecinos.

Hace poco menos de una década, la fortuna quiso que subiera al trono un hombre singular. Es posible que recordéis personalmente las circunstancias que rodearon su ascensión al trono. Y aunque mucho se ha escrito sobre él y se le ha señalado bajo muchos – y en ocasiones indecorosos – calificativos; permitidme que os lo describa tal y como yo, su humilde servidor, he conocido al hombre bajo la corona.

Se trata de un guerrero feroz a la par que sabio. Un individuo que cambió el rumbo de nuestro destino y que nos encauzó en una senda de progreso y prosperidad. Fue en aquel momento - y lo ha sido desde entonces - nuestro rey. ¡Y no encontrará un solo súbdito que, por encima del respeto o el temor, no le muestre pleitesía por ello!

Sin embargo, bajo la férrea imagen de implacable caudillo que nuestro soberano muestra al mundo, os puedo asegurar que existe un hombre tan frágil como pueda serlo cualquier otro. Y es por eso por lo que pido vuestra ayuda. En las notas adjuntas encontraréis los resultados que, en secreto, he recopilado de sus últimos análisis de tejidos. He conseguido mantener oculto a mi rey los datos pero será cuestión de semanas – quizá menos – que la enfermedad comience a dar cuenta de sus primeros síntomas.

Sé – como cualquier otro mortal que camine sobre la Tierra – que existe entre ustedes dos una rivalidad insondable. Pero también sé que sólo hay un genio que rivalice con el de nuestro amo y señor. Y como súbdito fiel y su leal siervo debo pediros, profesor Richards, que salvéis la vida de nuestro soberano.

Atentamente…

Gustav Ollafsen. Medico Personal de Su Majestad Victor Von Doom, Señor de Latveria

martes, 2 de noviembre de 2010

Las Aventuras de los Goonboys - Misterio en la Buhardilla - Desenlace

Gregorio también les vio, y con un gesto de la cabeza casi imperceptible les llamo para que se acercaran. Mientras se acercaban, Gregorio improvisaba una excusa y sonreía a la chica mientras se apartaba. Cuando una vez estuvo frente a sus amigos, se puso frenético.

-No os lo vais a creer- Decía Gregorio nervioso.

Sin dejarle seguir, lo primero que hizo María fue darle un abrazo. -Lo siento-
Gregorio sonreía a la pequeña. - No pasa nada.-

Luis fue el primero en preguntar. -¿Que es todo esto?

Paula estaba pendiente de todo lo que sucedía en la fiesta, y le extrañaba el comportamiento de los niños, todos parecían comportarse como si fueran adultos. Tomaban copas de vino, hablaban de política, y religión, sobre sus terrenos, y como debían tratar a sus siervos.

Gregorio dijo sin aguantar más tiempo.- ¿Conocéis a los pintores del nuevo siglo?-
Todos asintieron con la cabeza, y Luis añadió - Marcos dice que vio un dibujo en la buhardilla.-

Gregorio asentía mientras seguía su relato.- Así es, pero no sabía que podía tener relación con el conde, hasta que esa...mujer, me lo ha contado.- Lo dijo señalando a la niña con la que estaba hablando.

La primera en saltar fue Paula.- ¿Mujer?, pero si apenas tendrá un año más que yo.
A lo que Gregorio le respondió.- En apariencia sí. Pero parece que ellos no se han percatado.

Luis sorprendió- ¿Ellos? ¿Quienes?

-Los pintores del nuevo siglo. Esto es una reunión de los pintores.- Dijo Gregorio muy bajito. - Y a mí me han confundido con uno de ellos.-

-Entonces los pintores, ¿Son niños?- Pregunto Paula

A lo que Gregorio respondió.- Imposible, el dibujo de mi buhardilla es del siglo dieciocho.-

Marcos continuo preguntando sin entender nada.- ¿Entonces los pintores en la época, no eran más que niños?

Paula le hizo que se fijara, igual que ella en las conversaciones, las bebidas, y todos se quedaron de piedra, menos Gregorio que ya se había dado cuenta. Eran niños, pero se comportaban como adultos. De repente sonó una campanada, seguida de otra, y otra mas...once campanadas. Todos miraron su relojes, se habían parado a las diez de la noche, hora a la que habían llegado a la casa. ¿Serian ya las once?, ¿Les quedaría solo una hora para resolver todo este embrollo? , eso parecía.
Cuando volvieron a la realidad, no les dio tiempo a detenerla. María había salido corriendo hacia uno de los niños, que se encontraba admirando un cuadro de la Torre Eiffel. Para cuando se dieron cuenta, estaba ya en plena conversación.

-Hola, me llamo María, ¿Y tú?

- Roberto. Encantado.- Roberto le tendió la mano.

-¿Cuantos años tienes?- Pregunto María con Inocencia.

- ¿Porque lo preguntas?-

- Porque pareces un niño como yo

-. Nadie en esta sala es solo un niño ¿Verdad? - Roberto le guiño un ojo.

María totalmente inocente respondió.- No, claro que no, ¡También hay niñas!
Gregorio, Paula, Marcos y Luis se acercaban con discreción hacia la pareja que hablaba distendidamente. Todos tenían un pensamiento en la cabeza, por favor María, no metas la pata.

Roberto se extraño ante la contestación de María, le parecía demasiado...infantil. Así que pregunto él.

- Y tu María, ¿Que edad tienes?.-

María no tuvo reparos en contestar.- Doce.-

-Ya, pero me refiero, "De verdad".- Esas dos últimas palabras Roberto las recalco mucho.

María se quedo pensativa. - Ahhhhh, ya sea a que te refieres, que listo eres. Cumplo trece la semana que viene.

Ha Roberto le había quedado todo muy claro, y grito. -¡Intrusa!- . María se quedo de piedra. Gregorio la cogió del brazo y tiro hacia él. Paula y Marcos miraron a su alrededor y se percataron de que toda la sala, se había quedado parada, en silencio, mirándoles. Luis se había puesto delante de Roberto por inercia, pero no sabía que decir.

Luis tartamudeo.- Nosotros nos encargamos de la intrusa.

Roberto escudriño a Luis, y luego a sus compañeros. Reconoció a Gregorio, con el que había visto hablando antes con su hermana Lucilda. -Ya sabéis lo que tenéis que hacer.

Luis respondió muy nervioso.- Por supuesto.-

Gregorio fue el que primero lo dijo en voz alta. -¿Y ahora que hacemos?-

Como si de una respuesta se tratara, apareció Lucilda, sonriendo a Gregorio. -
Dejadme que os acompañe, nunca he visto una conversión en persona.

Gregorio trago saliva.- Por supuesto, tu primera.

Así todos siguieron a Lucilda a través de la estancia. Hasta llegar a uno de los cuadros, en el se mostraba una especie de sótano, en su interior, alambiques, mesas con instrumental quirúrgico muy antiguo, y camillas. Lucilda sin pensárselo dos veces, puso su mano en el cuadro y desapareció. Todos se miraron boquiabiertos. He hicieron lo mismo.

Se encontraban en el sótano. Lucilda hizo un gesto para que pusieran a María sobre una de las mesas. Se miraron unos a otros, y para seguir el juego así lo hicieron.
Ninguno se atrevía a preguntar, por miedo a meter la pata, , mientras ataba las manos y las piernas de María. Con la ayuda de Gregorio, que a su vez le guiñaba un ojo a esta.

- Esta maquina fue un gran descubrimiento. Gracias a ella, estamos todos vivos.-

Esta afirmación cogió a todos por sorpresa. Lucilda se dirigió hacia una extraña maquina que se situaba a la izquierda de la mesa. A todos les resulto muy parecida, a la máquina de contención de los Cazafantasmas. Lucilda cogió un pequeño tubo de respiración conectado a la maquina, y se lo puso a María en la boca.
Marcos se interpuso.- ¿Que vas a hacer?.-

Lucilda lo miro con una sonrisa maquiavélica. - Lo que tenía pensado cuando os llame.-

Marcos se quedo con la boca abierta, Paula no sabía que decir, solo Gregorio pudo tartamudear unas palabras.- ¿Tu eres el conde?.-

Lucilda sonrió, mientras sacaba una antigua pistola de duelo de su vestido.- Me habéis encontrado, aunque realmente yo os he encontrado a vosotros.-

Luis se puso junto a Marcos, impidiendo al conde que pudiera encender la Maquina.

Gregorio con un gesto rápido, quito el tubo de respiración de la boca de María.

Paula buscaba algo que le sirviera para defenderse.

Lucilda grito - Todos atrás, o no tendré reparos en disparar.- Todos retrocedieron lentamente.

Gregorio se quedo mirando fijamente a Lucilda.-¿Que vas a hacer?-.

Lucilda contesto sin reparo alguno.- Usaros para alimentar la maquina.

-¿Alimentar la maquina?- Dijo Gregorio.

Lucilda continuo hablando.- Asi es, esta maquina a logrado contener el alma de todos los pintores, hasta que uno a uno, fui introduciendolos en el cuerpo de esos niños. Luego ellos hicieron lo mismo con la mia cuando mori, no hace mucho.

Gregorio se interpuso de nuevo entre el arma, la maquina, y María. El ímpetu con el que lo hizo, provoco que Lucilda diera un paso atrás, y cargara el arma. Gregorio se envalentono.- No vas a disparar, lo has dicho, nos quieres a los cinco.

Lucilda sonrió de nuevo.- Me da igual que vuestros cuerpos estén vivos o muertos, el proceso es el mismo.-

Gregorio retrocedio.

Luis trato de ganar tiempo con otra pregunta.- ¿Y los cuadros?
Lucilda hizo señas con su arma a Gregorio para que se apartara, y este dio un paso hacia atrás, sin perder la vista de Lucilda. El conde estaba encantado de que le preguntaran sobre su plan, llevaba mucho tiempo fraguándolo, y nunca perdía una oportunidad de mostrarse orgulloso, así que le contesto a Luis.

- Son ventanas a través del espacio y el tiempo, creadas por los pintores. Cada cuadro representa un lugar importante para nosotros, y mediante rituales que no tengo tiempo de explicaros, conseguimos viajar a través de ellos.-

Luis continuo.- Pero siempre tenéis un cuadro pintado del sitio del que venís, sino no podríais regresar ¿Verdad?

Lucilda asintió con la cabeza. Todos se quedaron mirando a Luis sorprendidos. Desde luego era el chico mas observador de todos. Luis continuo.-Pues resulta que aquí solo hay un cuadro de la sala de fiestas, y no veo ninguna puerta o escalera en este laboratorio, así que supongo que se os olvido pintarlo.- Con un movimiento rápido cogió el cuadro y un destornillador que tenia frente a una de las mesas. -¿Que ocurriría si lo rompo?

Lucilda se sorprendió, pero no se acobardo.- Nos encerrarías aquí, a todos, moriríamos.-

Paula dio un paso acercándose a Luis .- Y supongo que alguien que se toma las molestias de crear una máquina infernal como esa, para seguir vivo, le tiene que tener mucho miedo a la muerte.-

Marcos continuo, entendiendo lo que pretendían sus amigos.- Así que suelta el arma, o ninguno de nosotros saldrá de aquí.

Gregorio termino.- Y todo tu magnifico plan se habrá ido a la mierda.

Lucilda retrocedió amenazada. -No, no puedo.- Apunto a Gregorio con el arma

Gregorio respondió.- ¿Como que no puedes?-

-No lo entendéis. ¿Porque creéis que os metí prisa? ¿Porque os dije antes de las doce?-

Todos se quedaron mirando, es cierto, porque tanta prisa con la hora.

Lucilda continuo hablando.- Porque la energía se está agotando

Marcos pregunto-¿Que energía?

Lucilda suspiro- La de la maquina. Hace siglos realizamos un pacto, para saber el ritual que crearía las ventanas espacio temporales. Pero cuando muriéramos, uno a uno iríamos al infierno. Por ello simule mi asesinato, y pase el resto de mi vida viajando a través de las ventanas. Hablando con los místicos y científicos mas importantes del mundo, investigando, hasta que conseguí crear este contenedor.

Luis añadió.- Que impediría que las almas fueran al infierno.

Lucilda asintió- Si, pero esta a punto de agotarse, no sabia que tanto usarla para recuperar el alma de mis amigos, la agotaria tan rapidamente. Necesita el alma inocente de cinco niños, para mantenerse en funcionamiento dos siglos mas, la maquina es quien permite que nuestras almas sigan aqui, en el cuerpo de estos niños.

Marcos y Paula se miraron.

Marcos pregunto-¿Almas inocentes?

Lucilda añadió.- Puras, Vírgenes.

Paula se sonrojo.

Marcos agacho la mirada

Luis abrió los ojos mirando a los dos.

Gregorio sonreía cómplice.

María vio como todos sus amigos se fijaban en su hermana mayor, luego miro a Marcos. De su boca solo pudo salir- ¡Que asco!

Lucilda abrió los ojos de par en par. - No. No puede ser-

Lucilda tiro la pistola al suelo, y sollozo como una autentica niña pequeña. Gregorio aprovecho ese momento para desatar a María que automáticamente se hecho en sus brazos. Y al rato se escucharon campanadas.

Uno a uno fueron pasando por el cuadro que tenia agarrado Luis, Lucilda no paso.

La sala de fiestas estaba completamente vacía, muchos niños se encontraban tendidos en el suelo, inconscientes. Marcos tomo el pulso a uno, estaban vivos. Cuando se fueron despertando, se dieron cuenta, no todos los niños hablaban su idioma. Ninguno sabia como habían llegado hasta allí. Todos salieron de la mansión, y se dirigieron a la comisaria. Cuando los policías vieron la cantidad de niños acercarse no se lo podían creer, no daban crédito a lo que estaba pasando.

Una semana después Gregorio, Paula, Marcos, Luis y María fueron llamados a la comisaria. Habían encontrado a niños desaparecidos en diferentes años, y en diferentes ciudades y países. El comisario les recompenso con ello, y se lo agradeció. Ninguno se atrevió a hablar de lo que sucedió realmente, la versión oficial, es que iban a jugar a visitar la mansión encantada, y se encontraron allí a los niños.

Marcos lanzo una mirada suplicante a Paula, a quien no había visto desde aquel día.- Lo de Rosa...solo era para ponerte celosa.

Paula sonrió.- Lo sé idiota.

Ambos se cogieron de la mano, Luis y Gregorio iban entusiasmado mirando la medalla que les habia regalado el comisario, por su gran actuacion,y emprendieron el camino de vuelta a casa. Pero Luis mientras daba vueltas a la medalla, pensaba en otra cosa, y es que realmente no es lo que mas le importaba en ese momento. Pensaba en todo eso mientras miraba de reojo a Paula.

viernes, 22 de octubre de 2010

Las Aventuras de los Goonboys - Misterio en la Buhardilla - Tercera Parte

Marcos miraba imperterrito el cuadro a través del cual acababa desaparecer su mejor amigo.

Apenas alcanzaba a entender lo que acababa de pasar, y el pensar que hacía unos minutos se estaba riendo de la idea de Gregor para contactar con el conde le hacía sentirse mucho peor.


- Vamos pequeña, no ha sido culpa tuya-, Paula y Luis intentaban consolar a María. La menor del grupo que reía al principio por lo divertido que le había parecido todo, rompió a llorar cuando se dió cuenta de la desaparición de Gregorio. No podía evitar sentirse culpable, al fin y al cabo ella había encontrado aquel extraño tablero de madera con números.


- ¡No hay tiempo que perder!- interrumpió Marcos, recuperando la compostura. - ¡El conde nos ha propuesto un reto y nuestro amigo está en peligro, no podemos quedarnos aquí llorando!. ¡Tenemos que ir a la mansión del conde peña alta y buscar su cuerpo en el cementerio!.-Marcos sentía que ante la ausencia de Gregorio, él tenía que tomar el mando de las operaciones. Paula y Maria, que había dejado de llorar, lo miraban con cara que estaba a medio camino entre la incredulidad y la admiración. Luis, que se dio cuenta de ello no pudo reprimirse.

- ¡Un momento!, ¿quien te ha nombrado jefe?-

- ¡No me ha nombrado nadie jefe, pero alguien tiene que tomar las decisiones! - se defendió Marcos.

- ¿Y tienes que ser tu?- replicó Luis

- ¿Tienes algun problema, luisito?- contratacó Marcos.

- ¡Callaos los dos!-, interrumpió Paula. -¡Ya está bien!. ¡Tenemos que ir a buscar a nuestro amigo no podemos perder el tiempo en peleas absurdas!.-


Luis y Marcos asintieron, un poco avergonzados por la escena que acaban de protagonizar.

- Vale, de acuerdo- Marcos retomó la palabra. -¿entonces que necesitamos?.-

Luis se adelantó. - Si buscamos una tumba, necesitaremos palas y linternas. Puedo coger las que tiene mi padre.-La principal afición de el padre de Luis era su jardín por lo que tenía un buen surtido de herramientas.

-Bien- dijo Paula. -Maria y yo preparemos comida. Además nuestro padre suele ir mucho a pescar al lago, intentaremos conseguir un mapa de la zona.-

-¡Estupendo!- dijo Marcos, -yo me quedaré un rato más aquí, volveré a revisar el libro del tatarabuelo de Gregorio, a ver si encuentro algo más sobre ese conde. Debéis iros, antes de que regresen los abuelos de Marcos. Yo saldré por la ventana-

A media tarde todos se reencontraron en la salida del pueblo. Justo en el camino que llevaba hacia el lago. Cada uno con su bici y las cosas que habían quedado que llevarían. Solo faltaba Marcos que llegó unos minutos más tarde.


-Uf, hola chicos, perdón por el retraso.-

-¿Que te ha pasado?, ¿encontraste algo nuevo del marqués?- preguntó Paula.

-Pues si, descubrí que el retrato del conde, es, en realidad un autoretrato, lo pintó él mismo. Además encontré unos papeles donde se hablaba de un extraño grupo de pintores que se hacían llamar, Pintores del nuevo siglo. En teoría el conde de peña alta formaba parte de este grupo.

-¡Pero eso no nos ayuda a saber por qué se ha llevado a Gregorio!- saltó Luis.

-¡ya lo se Luis!, ¡y yo que le hago!-

-buenos chicos, dejadlo ya, y vamos que se nos hace tarde.- dijo Paula mientras se acercaba a los chicos para intentar que la discusión no llegara a más.


Siguiendo el mapa que habían traído las hermanas Hurtado, llegaron al lago. Desde allí podían ver la mansión del conde que dominaba el valle desde lo alto de una colina. Mientras bordeaban el lago empezaba anochecer. Cuando llegaron a la verja de la mansión ya no había rayos del sol.

La verja había aguantado bien el paso de los años, no así la gran puerta que daba acceso al recinto. Un fuerte empujón de Luis fue suficiente para que una de las hojas de la puerta cediese y cayese al suelo.

Los dos pisos de la mansión palacio del conde se levantaba antes ellos. Las paredes de la casa estaban totalmente cubierta por hiedras y las ventanas estaban cerradas con tablones de madera. La vegetación había crecido sin control en todo este tiempo, lo que dificultaba llevar las bicis. Decidieron dejar las bicis en la entrada.

Le dieron la vuelta a la casa buscando el cementerio que salía en el cuadro. Detrás de la casa encontraron un pequeño panteón. La puerta de madera estaba en el suelo. Cuando entraron vieron que la estancia era muy pequeña. En el suelo yacía la tumba del conde y en la pared del fondo sobre un pedestal habían una estatua de un águila.


-Ese es el simbolo de los “Pintores del nuevo siglo” – señaló Marcos. Todos lo miraron. - ¡que pasa!, ¡lo vi en los papeles que encontré en la buhardilla!.- se defendió. -Pero hay algo raro, en el dibujo que yo vi, el aguila tenía algo en el pico,un huevo, creo.-

-Bueno , vamos a cavar, se nos acaba el tiempo.- recordó Luis.


Luis y Marcos cavaron durante una hora. Hicieron un agujero bastante profundo, pero no encontraron nada.

-¡Joder, aquí no hay nada!- gritó Marco, tirando la pala al suelo.
-¿seguro que es aquí donde teníamos que cavar?- preguntó Paula

-¡yo que se!- contestó Marcos de malas manera.

-¡Esperad!, ¿que es eso?- dijo María, que se había quedando como ausente mirando la tumba. -¡Ahí hay algo!.-


Todos se reunieron alrededor de la tumba mientras María bajaba a coger lo que había visto. Cuando lo sacó y le quitó el polvo todos vieron lo que era, un huevo.


-¡Es el huevo que le falta a la estatua!- gritó Luis.


Se apresuraron a encajar el huevo en la estatua del águila. Acto seguido una pequeña puerta se abrió en el pedestal que soportaba el águila, dejando ver una escaleras que descendían en la oscuridad.

El pequeño pasadizo al que llegaron después de bajar las escaleras era tan pequeño que tenían que ir de uno en uno y de rodillas. Luis encaminaba la marcha. Las chicas iban en medio y por último Marcos.

Tras un rato caminando a gatas, Luis se paró.

-Chicos, aquí termina el camino. No se puede seguir, está bloqueado-, susurró Luis.

-¿Como?, ¡no puede ser!. ¡Empuja, grandullón!. -gritó Marcos desde atrás-

Luis empujó con toda si fuerzas y fuera lo que fuese que bloqueaba el camino cedió.

Los chicos salieron a una estancia en la que todos los muebles estaban cubiertos por mantas. Cuando las quitaron vieron que eran muebles de un despacho. Mesa de escritorio, sillas, un sofa, varias estanterías con libros. Paula se dió cuenta que encima de la mesa había un gran libro abierto.

-Esto parece ser un libro de cuentas o algo-, divagaba María. -Ah, no un momento. Es un libro de ventas. Parece ser que el conde vendía los cuadros que dibujaba. ¡Fijaos!, ¡hay direcciones de todo el mundo!, pero que raro, al lado del nombre de cada cuadro aparece la palabra “copia”.-


En ese momento los chicos emperazon a escuchar una tenue melodía.


-Es el concierto nº17 de Mozart para piano-. saltó María como un resorte.

-Vaya, parece que el dinero que se gastan nuestros padres en el conservatorio vale para algo-comentó, sarcasticamente, Paula.


María respondío a su hermana sacándole la lengua mientras Marcos y Luis se acercaban a la puerta de donde venía la música.

Antes si quiera de que tocara el pomo de la puerta, esta se abrió de par en par. La musica y la luz que salía de la sala embargó a los chicos que en un principio apena se dieron cuenta de lo que había en la sala.


Cuando se recompusieron de la sorpresa vieron en primer lugar a un chico que debía de tener su edad, vestido de mayordomo y con una máscara veneciana que le cubría el rostro.


-¡Bienvenidos!. Por favor, entren y diviértanse- les animó el mayordomo.


Una gran sala se habría ante ellos. Dos grandes lamparas de araña con decenas de velas iluminaban la sala. Una larga mesa en un lado de la sala estaba repleta de comida y bebida. Las paredes estaban cubiertas de cuadros. Todos muy similares a los que tenía Gregorio en la buhardilla. En todos los cuadros aparecía la figura del conde en primer plano y al fondo la casa pero siempre había algún elemento diferenciador en el cuadro, la perspectiva, el color, la luz... Como en el cuadro de Gregorio, en todos los cuadros de la sala, la figura del conde había desaparecido.

La sala estaba llena de chicos y chicas que tenían que tener mas o menos su edad, vestidos de traje fiesta y con máscaras venecianas de todo tipo. Los chicos charlaban amigablemente o bailaban al son de la música, ajenos a ellos que acaban de llegar.

Entre todos los chicos de la fiesta vieron un rostro familiar. La piel blanco nuclear, el pelo corto y despeinado, la cara redonda, la boca gande y sonriente. Era sin duda Gregorio el que charlaba con una chica a lado de la mesa del ponche.


[continuará]