Mi nombre es Donald Summers y los acontecimientos de los últimos días han cambiado mi vida para siempre. Estaba acostumbrado a liderar al imparable ejército de zombies. A sembrar el terror allá por dónde iba. A ser seguido por cientos de miles (¿Quizá millones?) de descerebrados. Y, lo más divertido para mí, devorar cuerpos humanos y sembrar la muerte y oscuridad en los cuerpos de los vivos, a ración de uno por día. Aunque últimamente la escasez de humanos está haciendo peligrar esto último y algo más.
Hace semanas que por mucho que rastreo con la radio no encuentro rastro de vida humana en las ondas. Los militares han dejado de utilizar la radio, quizás consientes de que escuchaba todos sus movimientos, quizás simplemente porque no queda ninguno vivo. Esos pocos que se creían salvadores de la humanidad y que comunicaban su posición para que los supervivientes acudieran a ellos también han apagado sus emisoras… y sus vidas ¡¿A quién se le ocurre indicar con pelos y señales donde se encuentran?! Todo parece indicar que la resistencia ahora forma parte de nuestras filas.
Únicamente se escuchan las letanías de cintas grabadas emitiendo, en todas las frecuencias civiles, mensajes que seguramente más que tranquilizar aterrorizaron a quien las escuchase. En ellas se decía que los centros fortificados de las ciudades no daban más de sí, y que no se podía asegurar en ellas la seguridad (y tanto que no se podía asegurar ¡menudas carnicerías!), que todos los ciudadanos debían alejarse lo más posible de los centros urbanos y esperar a ser rescatados (que esperen sí). La tele hace meses ya que no emite y aunque emitiese, las centrales eléctricas están apagadas o reventadas. Únicamente los molinos de viento y las centrales fotovoltaicas funcionan, pero no hay nadie para hacer que esta energía llegue a la red.
Al principio me entusiasmaba lo que hacía. Ser todo un líder, un dios sobre la faz de la tierra, un ser perfecto, era algo nuevo para mí. Conservaba toda la inteligencia y conocimientos del humano que fui pero conserbaba el ansia, la fuerza y la cabezonería de el zombie que era. Saber que sin mí el pequeño brote zombie no habría ido más allá de infectar la pequeña ciudad en la que vivía, que nunca habría llegado a convertirse en el apocapsis que ahora hace que los humanos estén en peligro de extinción… Pero ahora no estoy seguro de haber obrado bien. No porque me importe una mierda todos a los que he matado ni todo lo que he hecho, sino porque me aburro. No os equivoquéis, no me aburro porque no haya humanos con los que hablar. No echo de menos el trato humano, ni la comida de mamá, ni tan siquiera el ruidoso y familiar sonido de la ciudad de fondo… Pero la tele, la play, Internet… a esos sí que los echo de menos. A tanto ha llegado el tedio que he comenzado a escribir (con un rústico cuaderno y boli) mis crónicas, Evolución las he llamado, y son estas que no se si llegará alguien o algo a leer alguna vez.
Me hubiera gustado encontrarme con un Flagstaff de la vida, un héroe como el de zombieland, que me pusiera las cosas más difíciles, un reto, pero no ha sido así. Todo ha sido demasiado fácil. Las ciudades, los países, los continentes han ido caído uno tras otro, sin encontrar resistencia alguna. En la realidad no ha sucedido como en las pelis de zombies. La gente no se ayuda, no se protegen los unos a los otros. Simplemente huyen, no piensan, intentan sobrevivir a costa de lo que y de quién sea. De echo no se comportan de manera más inteligente que mis infinitas hordas… No digo más que casi no he tenido que recurrir mis conocimientos en la materia para conquistar el mundo.
El caso es que ha pasado varios meses y además del aburrimiento, ahora me encuentro un gran problema con el que no había contado. Lo hemos hecho tan bien, hemos aniquilado y convertido para nuestro ejército a tanta gente que los humanos escasean. Son un bien extremadamente escaso y tenemos hambre. Hambre de humanos porque, por alguna extraña razón, comer animales no nos atrae lo más mínimo. Las peleas empiezan a ser generalizadas dentro de mi inalcanzable séquito y el canibalismo comienza a ser una rutina. Creo que hemos llegado a lo que los economistas conocían como morir de éxito.
Temo ser devorado por mis hambrientos seguidores, ni los no muertos ni los vivos estamos ya a salvo. Soy muy consciente de ello y por eso ayer, a hurtadillas, tras dar unas órdenes incoherentes huí de mi propio ejército. Dudo que se den cuenta de lo que he hecho pero aún así me he asegurado unos cuantos días de ventaja. Tenía que hacerlo.
Hace apenas un rato, mientras repasaba mis notas volví a encender la radio. Rutinariamente, como cada anochecer, recorría el dial buscando algo que no fuera estática o los repetitivos mensajes obsoletos. No esperaba encontrar nada. Por eso, al captar la inesperada señal me estremecí como no lo hacía desde mi conversión. Excitado comienzé a mover la antena, buscando una mejor recepción, hasta que las palabras se vuelvieron inteligibles. El mensaje era claro. No puede ser, me dije a mi mismo primero en voz baja ¡No puede ser! repetí voz en grito rompiendo la paz de este mundo silencioso
[Continuará...]
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