domingo, 28 de diciembre de 2014

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Segunda parte

De nuevo la oscuridad la envolvía, impenetrable, silenciosa y fría. Si, sentía mucho frío. Se envolvió con sus brazos, sin saber segura si quería protegerse del frío o de lo que esperara tras esa  oscuridad. Se agachó y tocó el suelo. La madera del teatro había dejado su lugar a un suelo duro, liso y helado.

Entonces volvió a recordar. Hablan conseguido salir de la casa perseguidos por la Muerte. Ella y sus amigos corrían a lomos de la desesperación y el miedo.  La lluvia arreciaba, los truenos les esperaban a cada esquina recordándolas que no debían de dejar de correr. Los relámpagos, les iba iluminaba un camino, dirigiéndolos quien sabe a donde. Pero recordaba, que en ese momento, no pensaba en ello, solo en correr, y cuanto más rápido mejor. A cada momento, el suelo se volvía resbaladizo y las rocas que atravesaban para escapar se convertían en amenaza para su integridad física.

Y volvió la oscuridad, fría, pero ya no tan silenciosa. Empezó a escuchar un leve murmullo. Dio un paso y casi se resbala. El murmullo se fue incrementando, lentamente. Aguzó el oído. Parecían vítores, gritos de ánimo. Entonces algo pasó rápido,  casi sin tocarla pero lo sintió. Solo notó una brisa, casi imperceptible. De pronto otra vez, y otra y otra. Además, de sentirlo, ya lo escuchaba, como cuchillos cortando el hielo. A derecha y a izquierda, el griterío de los vítores ya era ensordecedor.

Las luces se encendieron, mas bien focos. De gran intensidad. De nuevo sus ojos se tuvieron que adaptar a la nueva situación. Se encontraba en el centro de una pista de hockey sobre hielo. El techo medio destruido sostenía apenas un focos que era los que alumbraban la pista. Las destartaladas gradas soportaban a una multitud de personas enfervorizadas cuyos rostros estaban cubiertos con fantasmagóricas máscaras de hockey. En la pista, llena de agujeros en el hielo, como si decenas de proyectiles hubieran caído sobre ella, estaba rodeada por dos equipos de hockey que como pájaros carroñeros patinaban a su alrededor, con mascaras en la cabeza y sticks en las manos, mirándola con pozos negros en lugar de ojos bajo las máscaras, esperando.


El ruido de los vítores, se entremezclaba con el de las cuchillas cortando el hielo. Poco a poco, entrando por lo oídos iban recorriendo su cuerpo, hasta clavársela en el corazón. Se puso las manos a la cabeza y cayó de rodillas, gritando.

Retornó a la fría y lluviosa noche, volvió a recordar. La huida la había separado de sus amigos, aunque no de todos. Pero la Muerte es una perra cruel. Y ahí se encontraba, de rodillas, delante del cuerpo sin vida de su amigo. Le levantó la cabeza y las manos se le llenaron de sangre, sangre que también había en la roca contra la que se había golpeado. Las piernas le dolían, el corazón le iba a estallar y apenas podía respirar.

De pronto, de la nada, como atravesando una cortina, apareció otros de sus compañeros. La cogió del brazo y tiró de ella mientras le gritaba que tenía que seguir, continuar corriendo, que no podían parar.

Entonces se levantó del frío suelo de la pista de hockey. Notó que el publico enmascarado seguía gritando, pero esta vez los vítores la animaban a ella. La gente se abrazaba y levantaba esos enormes dedos de gomaespuma. Los dos equipos de hockey pararon su inquietante danza y formando un pasillo le indicaron el camino hacía el túnel de donde habían salido.

Avanzó, lentamente, mirándolos de soslayo. Analizando esas demacradas máscaras, preguntándose si realmente había un rostro tras ellas o solo el vació. Entonces llegó al túnel, los vítores del público se apagaron y la oscuridad volvió a envolverla, tranquila y cálida.

[continuará]

viernes, 19 de diciembre de 2014

Relato breve de Halloween. No compres lo que no puedes pagar - Primera parte


 “Toc, toc…”- sus nudillos preguntaron a la puerta y el leve eco casi sordo del golpe contestó “adelante”. Pasó en silencio casi sin hacer ruido, al ritual mudo se unió la puerta que chirrió en el lenguaje de signos. Ya dentro, no pudo adivinar el tamaño del habitáculo, todo era negrura a su alrededor, la poca luz que la había acompañado se volvía por donde había entrado cerrando la puerta tras de sí. Caminó uno, dos, tres pasos y se detuvo, imaginó una habitación inmensa, imaginó que no había paredes ni principio ni fin, continuó andando, cuatro, cinco, se volvió a detener, imaginó una mesa rectangular en el centro de la sala infinita, se imaginó sentada en uno de sus laterales asistiendo a una reunión de gente muy peculiar, sus amigos. Seis, se detuvo definitivamente cuando un fogonazo de luz la envolvió en un aro luminoso de un metro de radio; cerrando los ojos, retirando la cara y tapando con su brazo el fulgurante ataque sorpresa, trató de vencerlo adaptando sus pupilas a esta nueva situación visual, cuando lo hubo logrado se descubrió en el centro de un escenario del que parecía un viejo gran teatro dolorosamente deteriorado. Y en su cabeza de nuevo sus amigos, ¿dónde estarían? ¿por qué no habían venido a la cita anual? El público enmascarado llenaba todos los asientos desde butacas a paraíso, la miraban expectantes sin hacer movimiento alguno, en sus máscaras falsas sonrisas de porcelana o amenazadoras muecas inamovibles insinuaban paciencia. Imaginó que la reunión se había dado por concluida y que los asistentes se levantaron todos a una y salieron fuera, entonces tomó consciencia, no era su imaginación, eran sus recuerdos. La noche aquélla llovía, la reunión no había terminado naturalmente, había sido bruscamente interrumpida, unos gritos de auxilio fuera hicieron a todos acudir en ayuda, La Muerte había pasado por la serranía donde pasaban unos días de convivencia y la mujer de la última víctima corría pidiendo asilo en el caserón, accedieron, la acogieron y, por piedad, erraron.
El público aplaudió entre risas y volvió de nuevo al silencio.




El recuerdo vago le mostró a la mujer explicando la terrible muerte de su marido, los chicos incrédulos tratando de calmarla y los tres golpes del hierro segador contra la madera de la puerta solicitando entrar. Los chicos ingeniando soluciones de huida y saliendo victoriosos de tan terrible situación. El alarido, que inspiraba llanto, de La Muerte por su fracaso. Y nada más.



El público se movió incómodo en sus asientos demostrando discordia. "¿Estoy en el infierno?" - se preguntó- "¿serán ellos El Diablo?". Mudas las máscaras se elevaban hacia ella como adorando a quien les ha dado lo mejor de sí. "¿Y si mis amigos han acudido a la cita? ¿y si quien ha faltado he sido yo?". Trató de salir del escenario pero los bastidores eran de una oscuridad tal que meterse en ellos sabía que supondría no volver a salir, la primera fila de butacas estaba sitiada por gentes con las máscaras más espeluznates, casi todas exhibían desesperación, y la puerta por la que había entrado que quedaba justo a sus espaldas estaba cerrada severamente. Entonces miró a un lateral donde colgaban dos cuerdas, con más rabia que miedo tiró de una de ellas, el telón comenzó a cerrarse y el público calmadamente la despidió con flemática ovación

viernes, 8 de agosto de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Indice

Por mucho que mirasen, cada vez de más cerca, la luz roja seguía parpadeando en la consola de navegación de la Milagros. Riki, usando sus dotes de mecánico, probó a golpear tres veces con el índice la dichosa bombilla, pero ésta continuó con su constante alternancia, sin terminar de decidir si se quedaba encendida o se apagaba de una vez.

- ¿Y bien? - Preguntó el capitán Barbosa mirando horrorizado el recién afeitado cuero cabelludo de la piloto

- Tenemos un problema, Capi - dijo Seya señalando la parpadeante bombilla roja - La luz parpadea.

Durante el intervalo de 5 parpadeos nadie habló. Las caras de la tripulación y la del incrédulo Gordo Cobb se iluminaban de un hipnótico rojo en cada intermitencia. Cuando parecía que ya nadie diría nada, el capitán Barbosa, furibundo, rompió el silencio.

- ¡Pero qué demonios! ¡Por lo que a mi respecta, eso no es un problema, es una bombilla con problemas de bipolaridad! Ahora dime - dijo muy serio - ¿Qué es lo que de verdad le pasa a mi nave? ¡Y te lo advierto, ni se te ocurra decirme que tenemos una bombilla que parpadea!


Así comienza "Socios a la Fuerza - BlinkLa Historia del Pirata de Pata de Palo .... de Helado". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/07/socios-la-fuerza-blink-primera-parte.html
Segunda Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/07/socios-la-fuerza-blink-segunda-parte.html
Tercera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/07/socios-la-fuerza-blink-tercera-parte.html
Conclusión - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/07/socios-la-fuerza-blink-conclusion.html

jueves, 31 de julio de 2014

Socios a la fuerza – Blink – Conclusión

-    Su nombre era Joan March…-

Seya mantenía la mano bien alta. Estaba lista para regalar a Ricky el tortazo de su vida. Su parte femenina le pedía que terminara el golpe pero su parte masculina le pedía usar mejor el puntapié. Lástima que el glorioso debate que transcurría en su cabeza se interrumpiera por una risita. Y luego otra. Y luego otra.

Todos los tripulantes de la “Milagros” conocían las hazañas de Joan March. Pero que el Gran Maestro del crimen, la Estafa Encarnada o el Gran Contrabandista, como le llamarían algunos, se dirigiera a ellos con un mensaje abrió la lata de la risa floja.

-    Je, je… Oh vamos Makro – medio farfullaba Balboa – nos estas gastando una bromita ¿Es eso verdad? ¡Joan March, ni más ni menos! –

Riki salió de la zona de impacto como pudo y se puso cuidadosamente en pie. Sus manos y su boca se movían y, aunque ponía mucha energía en sus gestos, no decía nada de nada. Nino no paraba de sonreír. Estaba extasiado recordando sus momentos de “actor” de cine mudo…

-    Si no me creéis,- dijo Makro – dejad que os lo muestre.

El pequeño ser se acercó a la consola de la “Milagros”. Muy solemnemente acarició con su palma de la mano la parpadeante luz que tantos problemas había traído. Una voz muy severa, muy grave y muy mal grabada se apoderó del aire de la nave; y de los sistemas de evacuación de algún que otro tripulante.

“Si el capitán hace libre a su barco con delirios de distancia…  ¿Por qué perece éste mientras su nave inmortal sigue su rumbo? Porque la nave es el instrumento… y si muere el capitán, muerta será también  el alma que dio rumbo a su nave…. Y tras la muerte… solo se dejan los huesos… para que la carroña se alimente…”

“… ¿tengo razón?”

Todo el que no se había meado encima buscaba darle algún sentido al mensaje. Makro levantaba la mano que dio inicio al mensaje de forma solemne al ritmo que sus ojos y sus labios se agitaban nerviosamente. Había entrado en trance y estaba “hablando” con alguien que hacía mucho tiempo que nadie había visto. La expectación era máxima.

-    Joan March tiene algo oculto en esta nave. –  anunció a la tripulación - Y tú se lo has robado. - La mano acusadora de Makro apuntaba a Seya.
-    Que… ¿Yo? ¿Robar? – Era algo en efecto difícil de creer, incluso en una nave como la Milagros: Seya se estaba asustando. -
-    Seya, si tienes algún crimen oculto este es un buen momento para confesarlo… - dijo Balboa. –
-    Esta mujer ha robado un objeto valiosísimo. – espetaba Makro – algo que sólo un gran capitán sabrá valorar.
-    ¡Un mapa! – gritó el Gordo Cobb –
-    ¡Si! El mapa para encontrar la herencia de Joan March. – El asombro y la fascinación por la nueva revelación salió escupido una forma en la que solo el Gordo Cobb sabía expresar.
-    ¡Serás guarra! -
-     Eh! ¡Un respeto a mi tripulación! – clamó Balboa - Incluso a la que pueda estar a punto de saltar por la borda. A ver Seya. ¿Dónde está mi mapa?
-    El amuleto con coordenadas. – Makro parecía un duendecillo encantado – Lo sacaste del corazón de esta nave... y te lo quedaste. – El miedo de Seya fue “in crescento”.
-    Yo… yo… pero si no lo tengo.
-    ¿Cómo que no lo tienes Seya?
-    Yo… lo vendí…

Todo el mundo entendió lo que decía Seya pero nadie quiso oírlo. Especialmente el capitán Balboa. Ricky no dijo ni una palabra. Aunque eso sí, seguía gesticulando como para golpearse la cabeza, como intentando decir algo.

-    A ver si lo entiendo Seya. Me estás diciendo que el puto Joan March me ofrece su fortuna… ¿!y tú has perdido el mapa!?
-    Unas coordenadas ocultas en el metal de esta nave. – recordó Makro como poseído por un demonio.
-    ¡Pero Capitán! ¡Necesitábamos el dinero! Lo vendí en Valsan a un traficante llamado Jo. Era una chapita de nada con unos números. Brillaba un poco y pensé… ¡Ay capitán! como iba yo a saber…
-    ¡Un momento! ¿Has dicho Jo? ¿A ese ratero hijo de perra?  ¿Jo el rata, Jo el mierda, Jo el sífilis? ¿Hablas de ese Jo? – El esperanzador aliento del Gordo Cobb nunca había sabido tan bien.
-    ¿Conoces a ese tío? - Preguntó Nino.
-    ¡Claro! Pero no nos será muy útil. Ese pedazo de carroña tiene los días contados. Le debía dinero a una de las putas de Jijrion… y deber dinero es algo muy malo en Valsan.
-    Pero si Jijrion se lo ha cargado ¿sabrás donde lo habrán enterrado no?
-    Juas! ¿Enterrarlo? Y también querrás que le lleve flores. No, maldita sea. Pero quizás Lusi la Mimosa sepa algo. Esa es de las que dicen que sí a cambio de cualquier cosa.

La discusión seguía su rumbo y cada uno intentaba aportar su granito de arena. Todos menos Ricky, que se había quitado el cinturón y lo agitaba de forma brusca y obscena.

-    ¿Y qué demonios le pasa a este? – Pregunto Cobb
-    Yo lo arreglo. – Nino se acerco y con la palma de la mano abierta soltó un sopapo a la espalda de Ricky que desangeló todo el aire y la tensión que llevaba acumulado.
-    YO TENGO EL MAPAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!

El grito fue tan brusco que hasta el duendecillo Makro salió de su trance. Mientras la mandíbula de Ricky volvía a su sitio su dedo señalaba el cinturón que sostenía con la otra mano.

-    Conoci a Lusi la gorda el dia que desembarcamos en Valsan y le hice tantas guarradas que me quiso regalar algo y a mi me gustaron tanto las guarradas que me hacia que me lo puse en el cinturon de recuerdo cerca de mi…
-    ¡Suficiente para mí! – Con unos reflejos que sólo el dinero puede dar a alguien de su tamaño el gordo Cobb arrancó de un tirón la chapa del cinturón de la mano de Ricky, dio un salto hacia atrás y desenvainó un cuchillo.
-    Eh ¡eso es de mi cocina! – recriminó Nino.

El Gordo Cobb examinó la chapa mientras retrocedía lentamente. Tras examinarla medio segundo más se dio por satisfecho y se alejó unos pasos sosteniendo el cuchillo en forma amenazante.

-     Si sois unos chicos listos no os acercareis.
-    A ver como digo esto. – Balboa desenfundó su pistola y apuntó directamente a las partes nobles de Gordo Cobb - ¿A que no tienes cojones?
-    ¡Jajaja! Vamos Balboa, ¡eso sin balas eso no sirve!
-    ¿Cómo que sin balas? ¿Es que no le tienes aprecio a tus… cositas?
-    Mucho. Pero tu amigo me contó que vendisteis toda la munición en El Pantano.  – Balboa se giró hacia su Ricky de forma recriminante.
-    Ricky, ¿cómo se te ocurre?
-    ¡Silencio!  Tengo detrás de mí una cápsula de escape y vosotros no. Tengo el mapa y vosotros no. Y lo que es mejor, tengo un arma y vosotros no. A ver, esta pregunta  va para Míster Elocuente ¿Por qué no debería ir a por la herencia de Joan March? -
-    Porque… eh… – Balboa tragó saliva –porque si te vas nos vas a maldecir a todos.
-    Ja Ja Ja – reía el Gordo Cobb mientras se deslizaba como un inmenso jabalí hasta la trampilla de la entrada de la cápsula de escape - ¡Adiós tontainas!

Gordo Cobb selló la entrada, introdujo las coordenadas de la hebilla en la computadora y el modulo espacial salió disparado dejando a la “Milagros”, a su capitán y a sus tripulantes abandonada en aquella cueva.

-    Se… se… - de la emoción Seya no conseguía terminar la frase. –
-    Se ha ido. – dijo el capitán Balboa, dejando escapar una leve sonrisa –
-    Jajaja! – Nino se empezó a descojonar. Su hermano no tardó en seguirle la carcajada.
-    Jajaja. ¡Se ha ido! ¡El muy imbécil se lo ha creído! Nino eres un actor estupendo.
-    ¿Yo? ¿Y qué me dices de Seya? ¡O del Capitán! De verdad que ha sido increíble.
-    Muy buen trabajo chicos. Y Seya también. Pero aquí la estrella ha sido nuestro pequeño Makro. Por un momento hasta yo me he creído que hablaba con la nave. Con el graaaaaaan Joan March ¡Jajaja!
-    Capitán aun no me creo que hayamos engañado al Gordo Cobb con un simple contestador automático. Para cuando se dé cuenta que se ha llevado una chapa grabada por mi hermano se va a coger un cabreo muy gordo.
-    Jajaja. Ya lo creo que sí. Por cierto Makro. ¿Sabes por llaman a ese bastardo el Gordo Cobb, verdad? Pues porque es el mayor glotón de la galaxia. Entre sus cosas en la bodega hay centenares de pasteles. Tal y como acordamos puedes coger una caja grande y llevártela. ¿Y no olvides compartirla con tus amigos eh?-

Makro parecía excitado con la noticia. En efecto la bodega estaba repleta de cosas de Cobb. Un enorme, bien ordenado y dulce tesoro. Makro cogió una caja bien grande y con la boca llena de caramelos se fue de la “Milagros” bailando como un niño feliz.

-    Qué suerte aterrizar en un planeta donde sus habitantes son adictos al azúcar, ¿eh Seya? Vamos a sacar una buena tajada por esos dulces.
-    Lo malo de todo esto es que la próxima vez que veamos a Gordo Cobb no será tan divertido.
-    Oh. Seguro que si – dijo el capitán con la seguridad de alguien a quien le acaba de salir un plan perfecto. Seya se sintió reconfortada.
-    Por cierto capitán, ¿te acuerdas del cubo que lanzamos al espacio? El otro día me acorde de él. A pesar de haberlo lanzado a un sitio tan grande ¿No crees que haya alguna posibilidad de que alguien lo encuentre?
-    ¿Posibilidades? Hum… - dudaba el capitán Balboa. - Eso mejor pregúntaselo a un matemático.

Y la nave "Milagros" inició un nuevo rumbo en busca de más emociones, dinero y aventuras. Pero sobre todo de dinero.

viernes, 25 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Tercera Parte

-¡Que diablos ha pasado aquí!. ¿Riki?, ¿Cobb?.  – Un desierto puesto de mando recibió al resto de la tripulación de la “Milagros”. Todas las pantallas, conmutadores, lámparas seguían apagadas y solo la intermitente bombillita roja iluminaba la sala. Balboa la miraba y pensaba que nunca había odiado tanto a nada.

-¡Maldita sea!, ¿Dónde se han metido?. ¡Como el gordo Cobb le haya hecho algo!. Nino buscaba desesperadamente a su hermano en todos los rincones de la sala para luego dirigirse a Balboa que absorto miraba la pantalla. ¡Señor!. Balboa, volviendo en sí, se giró hacia el cocinero.- ¡Registra la nave!, la entrada estaba sellada, encuéntralos tienen que estar todavía aquí-. Y sin mediar palabra Nino salió del puente.
Entonces los ojos de Balboa, se dirigieron hacia su última tripulante, la piloto Seya. Estaba de rodillas, acababa de dejar algo que transportaba. Balboa, usando la intermitente luz que emitía la bombillita, vio al sujeto. Era un pequeño humanoide inconsciente. No medía más de 1.40. Ojos saltones (uno morado), sin ningún tipo de pelo en la cara y la piel verdosa. Vestía un mono de técnico.
-¿Crees que nos ayudará, capitán?. Seya miraba a Balboa. –Después de la manera que le hemos “convencido” para que venga-, Seya sonreía. Además, por muy buen técnico que sea no creo que ese pequeño hombrecito pueda averiguar qué le pasa a mi “Milagros”.
Balboa miró a Seya visiblemente dolido. -Primero,  MI “Milagros” y segundo, ¿por qué crees que los antillanos son tan buenos arreglando naves?. Te lo diré, cuentan las malas lenguas que “hablan con ellas”.  Despiértalo-.



El antillano estaba parapetado detrás del asiento del capitán. Temblando. Balboa y Seya armas en ristre los miraban desde arriba. - ¡Maldita sea!, son rápidos estos enanos- maldecía Seya mientras rodeaba la silla para bloquearle el paso. Balboa, era más conciliador, ya que sabía que ese técnico era su única esperanza. - No vamos hacerte nada, solo queremos hablar-. Y para demostrar esas intenciones guardó su arma. El pequeño antillano miraba a la piloto.- ¡Seya!-, la voz del capitán era firme. A regañadientes Seya también guardó su arma pero se quedó bloqueando el paso.
Por el otro lado del asiento Balboa se acercaba, con pasos lentos, como si estuviera acercándose a un lamok de la pradera para cazarlo. Con la palmas de la manos levantadas. –¿Cómo te llamas chico?-. El antillano levantó sus grandes ojos. –Ma…, Makro-.-Tranquilo. Necesitamos tu ayuda. ¿Ves esa bombilla?.- La luz intermitente iluminaba los saltones ojos del antillano. Sus grandes pupilas se abrían y cerraban al mismo ritmo que la bombilla se encendía y apagaba. – No sabemos que es ni por qué se ilumina. Necesitamos que nos digas que le pasa a mi nave.-



Makro permanecía inmóvil. Sentando en el asiento del capitán. Con sus manos de 4 dedos apenas tocando los controles. Tenía los ojos cerrados. Balboa lo miraba inmóvil. Mientras, Seya no paraba de dar vueltas arriba y abajo por la sala de mandos. Maldiciendo en todos los idiomas que conocía.
De repente un ruido vino de la puerta. Balboa y Seya como soldados entrenados desenfundaron sus armas y apuntaron. Pero el que apareció era Nino. –Tranquilos, tranquilos, soy yo. Los he encontrado. Estaban escondidos.- Nino sonreía. Acto seguido aparecieron Riki y Cobb. – ¡Demonios!, ¿dónde estabais?, ¿Qué ha pasado?-. Riki, visiblemente, avergonzado, no sabía que responder.- Ehhh, señor, las luces se apagaron, ehhhhhh, escuchamos ruidos.- Se escondieron, dicen que vieron al fantasma de Joan March- Nino terminó la frase, se lo estaba pasando bomba.

-¡¿Qué vieron qué?!, Riki, ¿¡has perdido la cabeza!?. Seya se acercaba al mecánico con la mano levantada, como si le fuera a dar un guantazo. Pero antes de que llegara a hacerlo Makro abrió sus ojos.

- Es un aviso, un mensaje-. Todos los presentes se giraron como si así escucharan mejor las palabras del antillano. Balboa se puso delante del asiento. – ¿un mensaje de quién?-, espetó. -Del primer dueño de la “Milagros”-. Balboa miró por un momento a su tripulación y volvió a mirar al técnico. -¿El primer dueño de la nave?, ¿y quién fue?, ¿de quién es el mensaje?.

Makro levantó la cabeza y miró a los ojos a Balboa. – Su nombre era Joan March-.

[Continuará]

viernes, 18 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Segunda Parte

- ¡Y “Destripahidráulicos” vuelve a morder la lona! [ZZZTTT] ¡Qué pegada tiene nuestro Titan Rojo, [ZZZTTT] ¿no crees, Karl?
- Ya lo creo, Garl. [ZZZTTT] Esta clase de pelea sucia es la que ha dado buen nombre [ZZZTTT] a los luchadores de la luna de Ashlan.
- ¡No cantemos victoria todavía, Karl! [ZZZTTT] ¡Sí, está pasando! ¡”Destripahidráulicos” [ZZZTTT] se está levantando...!”

A un lado de la pantalla holográfica, un jovencísimo Riki saltaba sobre la espalda de aquel mecanoíde de combate “Hellfrost-19”, dispuesto a clavar la punta de su martillo neumático en su sistema de cableado craneal.

Al otro lado de esa misma pantalla, con el peso de los años marcado en sus cicatrices y sus ojos grisáceos, el Riki de la actualidad reposaba recostado en el cómodo asiento del capitán, con sus manos cruzadas tras la nuca y los ojos cerrados. A su alrededor, por toda la cabina de la nave, pendían cables y más cables, dejando todos aquellos paneles abiertos de par en par como silencioso testimonio de lo que había sido una búsqueda totalmente infructuosa.

- ¿Quieres apagar eso de una maldita vez? – la ronca voz de Gordo Cobb estaba ahogada por sus propios brazos mullidos, entre los que trataba de esconder su cabeza. – Llevas horas con esa basura puesta en la holopantalla. ¡Si vuelvo a escuchar más estática de nuevo...!
- ¿Qué quieres que le haga? – Riki ni siquiera abrió los ojos y apenas se movió del cómodo asiento lo justo como para señalar al techo. – Estamos a más de cincuenta metros de profundidad, en mitad de un yacimiento de magnetita enriquecida...
- ... y si se corta la transmisión es posible que no podamos recibir mensajes del exterior. Ya, ya... – Gordo Cobb suspiró y fijó sus pequeños ojos de rata en aquella luz parpadeante. – Y todo por culpa de ese parpadeo del demonio...

A unos pocos metros, aquella luz seguía emitiendo su guiño intermitente, casi hipnótico. Apartando la vista y tras mover la cabeza como saliendo de alguna clase de trance, Gordo Cobb se pasó las manos por los mofletudos carrillos en un gesto de sincera desesperación.
 ¿¡Pero que estarán haciendo ahí afuera Balboa y los demás...!?
- Eh. – Riki se aseguró de sonar lo bastante tajante como para dejar claro a Cobb que no iba a tener mucha más paciencia que la que le estaba regalando. – Para empezar fuiste tú quien decidió quedarse aquí.
- ¿Y dejar sin vigilancia el cargamento? Ya os gustaría... – Cobb miró con ironía al corpulento ex – luchador, cuyos músculos aun eran lo bastante poderosos como para rellenar por completo el mono de mecánico que llevaba puesto en aquel momento.
 Je. Después de todo lo que hemos pasado... aun crees que vamos a robarte, ¿verdad? – Riki giró la vista y respondió con idéntica ironía a Cobb - ¿Sigues sin comprender que te necesitamos tanto como tu a nosotros?

Gordo Cobb se había incorporado y estaba a medio camino de la pequeña nevera en la que Seya solía guardar una botella de aguardiente Remosanto. Se detuvo, frenado en seco por esa sensación de impotencia que le hacía rechinar los dientes. Estaba harto. Harto de dormir en aquella sucia litera, aguantando los infernales ronquidos sincronizados de aquellos corpulentos hermanos. Harto de las raciones de comida sintética precocinada por Nino, de perder dinero en cada negocio, de no poder regresar a Valsan. Cobb miró la botella de aguardiente barato: hacía ya seis semanas que no probaba un trago decente.

- Gracias a tus contactos podemos movernos por el Diámetro Exterior, colega. – Riki se echó hacia delante y posó su vista en la parpadeante luz roja que los había obligado a hacer esta parada de emergencia. – En cuanto vuelvan el capitán, Seya y mi hermano podremos marcharnos... – Riki caminó por el lado de Cobb y le arrebató la botella de Remosanto de entre los dedos, justo antes de poder pegarle un solo trago - ¡Salud!

Cobb miró con desprecio infinito a Riki: él no tendría por qué aguantar semejante trato. Si hubiera sido uno de sus hombres en Valsan...

- En serio, Gord... – Riki se interrumpió a sí mismo y corrigió la frase, pues sabía lo mucho que le molestaba a Cobb que usaran su apodo delante suya. – Colega, una cosa es que nuestro capitán se crea el jodido Joan March reencarnado y otra muy distinta es que quiera acabar como él... – sin soltar la botella, Riki señaló a través de los ventanucos la negrura de la gruta en la que la “Milagros” se encontraba oculta - ¡Enterrado en las entrañas de este maldito planeta!
- Espera un segundo... – Gordo Cobb lo miró con los ojos todo lo abiertos que podían estar aquellas dos canicas de porcelana negra. – Por eso te ofreciste voluntario para quedarte aquí...
- ¿Se puede saber que...?
- Eres de los que se cree esa historia, ¿no? – la carcajada de Cobb resonó en la cabina y debió escucharse en el resto de la “Milagros”. – ¡No puedo creerlo!

De no haber sido por el zumbido de una comunicación entrante, es posible que a su llegada el capitán y los demás hubieran encontrado a Cobb con unos cuantos dientes de menos. Mientras el obeso señor del crimen reía como no lo había hecho en meses, Riki apenas murmuró un sonoro insulto al tiempo que se aproximaba a la consola de mandos.
-  ¡NO!

Riki frenó en seco: el vozarrón temeroso de Cobb había sido tan estremecedor que había logrado arrancarle un pequeño gritito de sorpresa. El corpulento mecánico miró al nuevo y más reciente socio de la “Milagros”, cuyo rostro se había asumido una mueca de puro terror.
 ¿Qué...?
- No lo hagas, Riki... – Cobb se incorporó del asiento del copiloto sobre el que se había dejado caer segundos antes, cuando era todo carcajadas y malicia. – ¡No contestes!
 ¿Pero...? – Riki hizo ademán de zafarse de las manos de Cobb quien se aferraba a su brazo como si de un salvavidas se tratase. Tanto miedo en las palabras de Cobb le hicieron dudar y, con una inquietud mal disimulada, Riki le preguntó... - ¿Qué es lo que pasa?
-  ¿Y si esa llamada...?

Cobb guardó silencio, mirando con una mueca de terror a través de uno de los ventanales de la cabina. Riki giró la cabeza y tragó saliva al mirar a través de ellos, que no mostraban otra cosa que la oscuridad total de la gruta.

Dando por cerrados unos inquietantes momentos en los que sólo se escuchaba el insistente zumbido de la holo-llamada; Cobb rompió el silencio.

- ¿Y si esa llamada...? – comenzó a repetir - ¿... es el fantasma de Joan March?

Riki giró lentamente la cabeza y miró a Cobb. La mueca de sincero terror de éste fue, poco a poco, convirtiéndose en una sonrisa burlona para, finalmente, transformarse de nuevo en una carcajada resonante.

 Gordo hijo de puta... – Riki lo apartó de un manotazo y dejó que diera con sus nalgas en el suelo.
- No se por qué te preocupas... – Cobb seguía en el suelo, con las lágrimas saltadas y riendo como un demente - Ya sabes lo que dice la canción, ¿no? ¡No podrá hacerte daño mientras no salgas de tu nave! ¡Esa es la maldición de El Gran Contrabandista!

Con la risa de Cobb resonando aun en la cabina, Riki abrió el canal de comunicación.

 Aquí la “Milagros”... – Riki miró la holo-pantalla pero en ella apenas si se veían siluetas a través de la nieve. - ¿Capitán? ¿Me recibe?
- [ZZZTTT] ... Riki... [ZZZTTT]... – durante un segundo apareció el rostro de Balboa en pantalla. – [ZZZTTT] ... recibes? Cambi... [ZZZTTT]
- Te recibo muy mal, Capitán... – Riki trataba de ajustar los parámetros de sincronización del bloqueo magnético de la nave.
- [ZZZTTT] ... astilleros. Tenemos a un técnico que... [ZZZTTT] ...
- Capitán, la señal es muy mala... – a Riki se le acababan los conmutadores para pulsar. – Repita por favor.
- [ZZZTTT] ... [ZZZTTT]...
- ¿Capitán?
- [ZZZTTT] ... [ZZZTTT] ... Joan March... [ZZZTTT]

Riki sintió un escalofrío al escuchar esas dos palabras. Apenas tuvo tiempo de girarse y mirar a Gordo Cobb, cuya risa había dejado de escucharse en ese preciso instante. Porque fue entonces cuando todas las lámparas, pantallas, conmutadores y demás fuentes de luz de la “Milagros” se apagaron al mismo tiempo.
Todas.
Menos la parpadeante luz roja, claro.

viernes, 11 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Primera Parte

Por mucho que mirasen, cada vez de más cerca, la luz roja seguía parpadeando en la consola de navegación de la Milagros. Riki, usando sus dotes de mecánico, probó a golpear tres veces con el índice la dichosa bombilla, pero ésta continuó con su constante alternancia, sin terminar de decidir si se quedaba encendida o se apagaba de una vez.

- ¿Y bien? - Preguntó el capitán Barbosa mirando horrorizado el recién afeitado cuero cabelludo de la piloto

- Tenemos un problema, Capi - dijo Seya señalando la parpadeante bombilla roja - La luz parpadea.

Durante el intervalo de 5 parpadeos nadie habló. Las caras de la tripulación y la del incrédulo Gordo Cobb se iluminaban de un hipnótico rojo en cada intermitencia. Cuando parecía que ya nadie diría nada, el capitán Barbosa, furibundo, rompió el silencio.

- ¡Pero qué demonios! ¡Por lo que a mi respecta, eso no es un problema, es una bombilla con problemas de bipolaridad! Ahora dime - dijo muy serio - ¿Qué es lo que de verdad le pasa a mi nave? ¡Y te lo advierto, ni se te ocurra decirme que tenemos una bombilla que parpadea!

Seya miró los cansados ojos del capitán por el periodo de un parpadeo. Después recorrió la cabina con la mirada antes de dar una respuesta. Salpicados por todos lados estaban los manuales de navegación de la nave que había consultado una y otra vez sin éxito. Seya los había releído una y otra vez buscando qué quería decirle esa bombillita.

Sobre sus rodillas y abierto estaba el manual referente a los indicadores de la consola. En él estaba detallado el uso y significado de cada una de las distintas bombillas, relojes, relés, palancas y mandos de toda la nave. De todos, menos el del parpadeo de la bombilla roja.

- Ni idea - Dijo por fin Seya cerrando el manual con un sonoro golpe. Su voz reflejaba alivio, como la de un niño cuando por fin se libra de un secreto - No tengo ni idea de lo que le pasa a la Milagros.

- ¡No me lo puedo creer! - La cabeza del Gordo Cobb giraba a un lado y otro, oscilando como haría un flan casero - Sois la peor cuadrilla de contrabandistas especiales que he visto en mi vida... ¡¿Hemos escapado de milagro de los cruceros de la Federación - y no precisamente gracias a vosotros - y ahora queréis tomar tierra porque se ha iluminado una bombilla?! ¿¡De verdad, acaso queréis que nos cojan, trabajáis para ellos?!

El capitán Barbosa hizo oídos sordos a las quejas del Gordo Cobb. Aunque era cierto lo que decía y en cualquier otro lugar del universo la mera presencia del gordo y su pútrido aliento, le haría temblar y replantearse las cosas, estaban en la Milagros. Su nave, y allí él era quién mandaba.

- La nave sigue volando sin problema alguno. No hay ruidos. Ni vibraciones extrañas. Todo parece funcionar correctamente. Todo menos esa maldita bombilla - Barbosa pensaba en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular, hasta que fijó su mirada en Riki, el mecánico -¿Has revisado la nave, Riki? ¿Los impulsores? ¿Los sistemas de navegación? ¿Conductos? ¿Casco? ¿Refrigeración?

Sí, Riki había revisado los cuatro motores y todos los sistemas críticos de la Milagros, sin encontrar nada fuera de lugar. Todo parecía estar bien. Entonces, ¿Cual era el problema? ¿Por qué debían parar a reparar una nave que parecía no necesitar reparación teniendo a la Federación buscándolos por todo el sector?

- ¡Porqué tenemos una luz parpadeante! - Seya repetía exasperada una y otra vez el mismo argumento - Una luz roja parpadeante en el panel nunca indica nada bueno. ¡Nunca! ¡Dios sabe que le puede pasar a la nave! ¡A lo mejor explota! Tenemos que bajar y reparar la nave - Concluyó

- Yo voto en contra - dijo Nino sin dejar de mirar a través de la cabina buscando naves de la Federación - ¿Quién está conmigo?

- ¡¿Votar?! ¡¿Os habéis creído que esto es una democracia?! - Rugió Barbosa volviéndose hecho un basilisco hacia Nino, el dotado cocinero - Vuelve a mencionar algo parecido a una votación y te mando a galeras. Nada de votaciones. Esta es mi nave y se hace lo que yo se diga.

Después de un severo silencio, Barbosa volvió a tomar la palabra. Miró fijamente a la androgina piloto y sin dejar de mirarla, si quiera para parpadear, dijo casi amenazando:

- Seya, tú eres mi piloto. He confiado a tus manos y tu criterio mi vida y la de mi tripulación más de una veintena de veces y aquí seguimos. Conoces mejor que nadie ésta nave. La quieres y la cuidas tanto como yo, ¡Que me lleven los diablos si de verdad comprendo tus razones para querer parar por esa insignificante luz! Pero confío en tí, como un padre confía en su hijo. Así que, ¡Preparad la nave! ¡Todos a sus puestos! ¡Comenzamos el descenso!

- ¡Pero Capitán! - Gritó incrédulo Riki - ¿Tiene que ser aquí, en la Antilla? ¿No podemos llegar hasta el siguiente planeta?

Barbosa contestó con mucha más calma de la que cualquiera de los presentes esperaba. Al fin y al cabo la pregunta tenía su sentido.

- Si es necesario parar a reparar, lo haremos ahora. No podemos arriesgarnos a una avería y quedarnos a la deriva, no cuando tenemos rastreándonos a la mitad de la flota del sector - Barbosa miraba ahora al Gordo Cobb. Todos sabían lo valioso de la carga que llevaban en la bodega - Además no es un mal sitio, posiblemente tengan los mejores mecánicos y equipo cualificado de todo el sector.

Barbosa tenía razón. Si en algún lado podían encontrar el fallo de la Milagros sería allí. La Antilla tenía los astilleros más grandes e importantes en decenas de sistemas de distancia. Al fin y al cabo era allí dónde la Federación fabricaba y ensamblaba sus más modernos Acorazados y Cruceros de guerra.

lunes, 7 de julio de 2014

La Historia del Pirata de Pata de Palo .... de Helado - Indice

Tras volar durante semanas hacia al sur, dejando atrás el crudo invierno, al fin llego a una pequeña aldea costera donde, como cada año, decido pasar unos días. Como siempre, justo esta noche, no es una noche cualquiera. A pesar de las horas que ya son, la aldea hierve de vida. Después de un gran festín con el que las mujeres han agasajado a los valientes hombres que han vuelto de su larga y fructífera lucha contra el mar, toca el turno de los bailes y juegos.


Desde mi privilegiada posición en lo alto de un árbol puedo ver como los hombres dan buena cuenta de los ricos asados y la buena cerveza que les tenían reservada. Posteriormente y tras retirar la gran mesa colocada al aire libre para la ocasión, los más doctos con los instrumentos comienzan a tocar los acordes que se extenderán hasta la madrugada.

Pero mi aguda vista se percata de unas sombras, de unos niños que con el paso de los años han ido creciendo poco a poco. Se alejan, sin ser vistos, de la zona de celebración dirigiéndose hacia el bosque. Sin que se percaten de mi presencia y a buena altura los sigo. Aún recuerdo, en mi primer peregrinaje cuando los vi por primera vez. Claude, el hijo del herrero, Roxane, la hija del jefe del pueblo y Lauren, hijo del maestro pescador. Tres buenos amigos desde pequeños, desde que los vi por primera vez [...] 

Así comienza "La Historia del Pirata de Pata de Palo .... de Helado". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/05/la-historia-del-pirata-de-pata-de-palo.html
Segunda Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/06/la-historia-del-pirata-de-la-pata-de.html
Tercera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/06/la-historia-del-pirata-de-la-pata-de_20.html
Conclusión - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/06/el-pirata-de-pata-de-palo-de-helado.html

viernes, 27 de junio de 2014

El Pirata de Pata de Palo ... de Helado - Conclusión

Justo en el momento en que el leviatán y la cofradía pirata entraron en escena también lo hizo una ráfaga de frío polar que apagó, de una vez, todas las velas de la choza del Viejo Cuervo. No me importa reconocer que yo pegué un pequeño graznido de miedo, al igual que hicieron los niños. La pequeña Roxane, además, se agarró a los brazos de sus dos amigos Claude y Lauren.

El Viejo Cuervo reía con la reacción de los niños. Si no supiera que los humanos no tienen facultad para mandar sobre las fuerzas de la naturaleza pensaría que el mismo anciano había traído esa condenada ráfaga para dar mayor fuerza al giro que acababa de dar su historia.

El viejo se levantó de su vieja butaca y, una a una, fue encendiendo las velas de su chabola.

-Ja, ja, ja. No se preocupen niños, es una reacción muy normal cuando llegamos a este punto de la historia.-

El anciano azuzaba el fuego de la chimenea con su propio bastón.

-Acercaos al fuego,  aquí estaréis más calentitos. –

Los niños le hicieron caso, pero no desaprovecharon el viaje ya que se apoderaron, además, de las últimas galletas que quedaban en el bote sobre la mesa.

Cierto es que la noche enfriaba y a pesar de mis plumas sentía bastante frío, de manera que me aventuré a atravesar el umbral de la ventana y me posé en una de las vigas más altas que sostenían el techo de la casa.

-Bien, ¿por dónde lo dejamos? – el viejo se dejaba caer de nuevo  en su sillón levantando una gran cantidad de polvo.

Claude se adelantó. - ¡El Capitán Pata de Palo de Helado tenía al gran leviatán en la popa…!-.-¡ y al resto de piratas en la proa!- continuó Roxanne.

-Ah, sí. En buen embrollo estaba metido nuestro pérfido pirata, ¿verdad niños?. ¿Y cómo creéis que logró escapar?-.

Claude, dio un respingo y cogiendo una de las ramas que tenía la chimenea como su destino empezó a moverlas como si estuviera espantando moscas. – ¡Se volvió hacia los 20 galeones piratas y fue asaltándolo uno a uno hasta que acabó con todos!-. Entonces fue Lauren quien se levantó a continuación. - ¡Sí!, y ¡luego giró sobre el leviatán y disparó toda su carga de munición derrotándolo!-.

-Ja,ja,ja. Si, esa podía haber sido una buena forma pero no fue eso lo que pasó.  –

Los niños se sentaron decepcionados y a mí se me escapó un, - ¡venga ya, cuenta lo que paso, viejo!-, claro que los humanos solo escucharon graznidos pero suficiente para que, ahora uno de los niños, me volviera a lanzar unos de sus zapatos. Los humanos y sus zapatos, ya podían haberme lanzado un trozo de esas apetitosas galletas.

Pero bueno, tras esta breve interrupción por mi parte, el Viejo Cuervo continuó la historia.

-El Pirata de Pata de Palo de Helado no se había encontrado jamás en una situación como esta. Enseguida andanadas de cañones empezaron a caer sobre su querida “Tempestad Ciega”. Su tripulación, que no se puede decir que fuera del todo fiel, comenzó a abandonar el barco viendo lo que se le venía encima por ambos sentidos. Entonces, el pirata, que no pensaba rendirse sin luchar hizo lo único que podía hacer. Cogió el timón y con todas las velas de su navío desplegadas se dirigió hacia el gran leviatán que abrió su gigantesca boca  tragándose de un solo bocado el enorme barco.-

Impertérrito me encontré con el pico abierto y desde mi atalaya pude ver la cara de estupefacción de los pequeños oyentes. El Viejo Cuervo los miraba sonriendo. Roxane levantó la mano, se podía ver la tristeza en su cara. – Pero, ¿el pirata está muerto?-. Roxane miraba a sus dos amigos y volvía a alzar la mirada hacia el anciano, estaba a punto de romper a llorar.

-Ja,ja,ja. No os preocupéis niños. Todavía queda mucho que contar. –
-El pirata despertó en lo que parecía era una cueva y con un dolor enorme en la pierna. Sobre él volaban pequeños insectos luminosos. Él no lo sabía entonces pero eran Doleks, pequeñas criaturas que habitaban en el interior de esa gigantesca criatura.  La luz que emitían permitía al pirata ver que se encontraba, sobre los escasos restos de su barco del que solo se habían salvado el cargamento de helados y su pequeña cría de nogard que revoloteaba por el interior de la criatura intentando cazar a los Doleks. Pero no todo eran buenas noticias para el pirata ya que uno de los enormes mástiles de su barco había caído sobre su pierna aplastándola totalmente.-

Los tres niños se agarraron su pierna como si el mástil hubiera caído sobre ellos. A decir verdad yo también me encontré acariciándome mi pata con el pico y haciendo el dolor del pirata el mío propio. He de reconocer que el maldito Viejo Cuervo contaba muy bien la historia.

-De esta manera el Pirata tuvo que tomar una gran decisión y es que con su pierna atrapada no podía llegar a su único sustento para sobrevivir en el interior del animal. Si, los helados. De manera que sin pensarlo, cogió su sable y de un tajo se rebanó la pierna. Cojo pero vivo, ya que ahora podía comer y así sobrevivió durante semanas. Los palos de los helados se iban acumulando formando una enorme montaña. Entonces una idea cruzó por la cabeza del pirata. Uno a uno, con los palos de los helados fue formando una enorme pata que unió y endureció gracias al gélido aliento de Rosalinda. Y es que al igual que el fuego que sale de la garganta de los dragones no puede ser apagado, el hielo de los nogards no puede ser derretido.-

Los tres niños emitieron al unísono un – alaaaaaaaaaaaaa-. Pero pronto  e igual de sincronizados los tres niños continuaron - ¿pero cómo salió del leviatán?.-

El anciano sonrió continuando su relato.

-Mil vueltas le dio el Pirata Pata de Palo de helado a la manera salir de las entrañas del gigantesco animal. Lo intentó haciéndole cosquillas, lo intentó creando una fogata en su interior pero no hubo manera. Las semanas pasaban, y los meses también. Además, sus reservas de helado se le acababan. Pero en su obsesión por salir del estómago del leviatán, el pirata no se dio cuenta de algo que a la postre sería crucial para su huida y es que su querida Rosalinda había crecido mucho durante ese tiempo y ya era toda una nogard adulta. Había triplicado su tamaño, así como su fuerza. De esta manera, el Pirata de Pata de Palo de Helado no tuvo más que esperar a que el leviatan abriera sus gigantescas fauces cuando atacara a otro barco para salir de su interior subido a lomo de Rosalinda. Pero el Pirata quiso llevarse un recuerdo de esta aventura y antes de escapar y con un cabo de su nave asió uno de los grandes colmillos de la bestia que con la fuerza de la nogard consiguió arrancar.-

-Apenas tardó unos días en llegar a isla tortuga el Capitán Pata de Palo de Helado con su trofeo, ese que daba fe de su enfrentamiento y victoria sobre el Leviatán. La noticia corrió como la pólvora y la primera que no la última hazaña de este pirata pronto llegó a los confines de todo el caribe.-

-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah-. Fue la respuesta de los tres niños a la historia que les acababan de contar. Una sonrisa de oreja a oreja cruzaba sus caras. Esa noche se irían a la cama y soñarían con piratas y leviatanes.

-¡Por favor, cuéntanos otra!- Fue Roxane la primera en levantarse. Pero los dos amigos la siguieron enseguida.

-Lo siento chicos, es tarde y tenéis que regresar al poblado-. De esta manera el Viejo Cuervo zanjó la discusión. Los niños, no protestaron, pues sabían que si obedecían al Viejo este les obsequiaría otro día con una de sus grandes historias, y marcharon hacia casa sin protestar.

Me sentía un poco responsable de los chavales de manera que los seguí hasta que estuvieron seguros en el poblado. Sólo entonces emprendí mi camino hacia el sur y fue cuando sobrevolaba la choza del anciano cuando vi una gran sombra encima de mí. Sorprendido miré hacia arriba pero solo vi la luna. Creo que esa noche yo también soñaría con piratas y nogards, pensé, y seguí mi camino.

viernes, 20 de junio de 2014

La Historia del Pirata de la Pata de Palo... de Helado - Tercera Parte

 - Tardó casi una semana el pirata en llenar las bodegas de “La Tempestad Ciega” con helados de todos colores y sabores - El Viejo Cuervo más que contar una historia, parecía estar recordándola. Me fijé en su cara, rasgos, facciones intentando estimar su edad por si fuera posible que... pero al carecer de pico y plumas, no pude sacar en claro nada más allá de saber que era muy viejo - Fresa, piña, banana y chirimoya. Aguacate, merengue, mango y uva. Tutifruti, galleta, chocolate y melón ¡Hasta de alcachofa y licor!

De un puerto a otro iba el pirata dejando sin existencias las heladerías de todo el Caribe. Ni en Tortuga, Puerto Príncipe, Caimán o Santiago se podía encontrar ni una gota de helado. Claro, cuando el resto de los piratas supieron que era lo que pasaba, no tardaron en poner precio a la cabeza de Pata Palo de Helado ¡Con el calor que hacía y sin poder tomarse un refrescante helado!

Y así, con el cargamento lleno de helado, el pirata que se convertiría en Pata Palo de Helado puso rumbo a su destino, al mar de más allá de[...]

La pequeña Roxane había permanecido en un profundo silencio desde que el Viejo Cuervo había revelado el secreto de los helados que el tuerto había contado. A medida que el viejo continuaba su relato, su frente se arrugaba cada vez más, hasta que al tomar la textura de una apetitosa nuez por fin estalló:

- ¡Un momento! ¡Aquí hay algo que no encaja! - Bramó como haría su padre en el consejo, con tal autoridad que hizo callar al mismísimo Cuervo - ¿Helados en un barco pirata? Creo que nos estás tomando el pelo ¿¡Cómo es que no se derriten!? ¡Explícanoslo!

¡Demonios voladores, era cierto! Hasta se me calló del pico una baya que distraidamente picoteaba mientras escuchaba el relato. La pequeña tenía razón ¿Se estaba acaso el Viejo Cuervo inventando toda la historia?

- Veo que no me pasáis una - el viejo frunció el ceño, pero sólo para tomar fuerzas y levantarse de su butacón - Está bien, os lo explicaré. Al fin y al cabo, es algo que forma parte de la historia. Pero antes, ¿Quién quiere unas galletas con pepitas de chocolate?

La respuesta de los tres jóvenes fue tan parecida a la que tendrían tres polluelos cuando cuando su madre regresa al nido con jugosos y coleantes gusanos que me hizo preguntarme cómo sería posible que humanos y cuervos fuéramos pese a todo lo que nos diferencia tan afines.

Tras dejar el enorme bote con las galletas en el centro de la mesa el Viejo Cuervo continuó su historia mientras los tres jóvenes se abalanzaban sobre su contenido.

- ¿Queríais saber cómo es que no se derretían los helados? - Preguntó divertido mientras los observaba el Viejo Cuervo - Eso era, ¿verdad?

- Himmm - fue toda la respuesta que pudieron dar los tres amigos tras llenar con ansias sus bocas de galletas

- Pues resulta que en las bodegas de “La Tempestad” guardaba el fiero pirata una joven cría de - el viejo volvió a hacer una parada para darle dramatismo al relato - ¡Nogard!

¡Un nogard, un nogard!, exclamé excitado en forma de graznido, ¡Pata Palo de Helado tenía un nogard, claro, eso tenía sentido! Los chicos en cambio más bien parecían confusos. Bueno, he de admitir que mismo también lo estaba. Tras mi entusiasmo inicial por el brillante giro que había dado la historia, ahora me encontraba un tanto avergonzado, ¿Que diantres era un nogard?

Algo tuvo que notar el Viejo Cuervo en nuestras caras porque extrañado preguntó:

- ¿Acaso no sabéis lo que es un Nogard?

- Una... ¿montaña muy alta? - se atrevió a adivinar Lauren sacándose media galleta de la boca para poder hablar

- Ni de lejos. Pero un dragón si sábeis lo que es, ¿verdad chicos?- el Viejo Cuervo alborotando el pelo del tímido Lauren - Pues un nogard es justo lo contrario. Son bondadosos y amigables y por su boca, en vez de un fuego abrasador, lo que sale es un aliento tan gélido que es capaz de mantener congelada toda una bodega de helados. Y eso es precisamente lo que en secreto guardaba Pata Palo de Helado en la bodega, a Rosalinda. Una joven y preciosa hembra de nogard.

Tras la explicación del Viejo Cuervo Roxane se rascó con ciertas dudas la cabeza. Lo mismo intenté hacer yo, pero mis alas no son tan precisas y tras intentarlo un par de veces tuve que conformarme con rascarme con el quicio de la ventana.

- ¡Está bien! - Roxane parecía bastante conforme - ¡Ahora todo tiene sentido!

- ¡¡Sí!! - intervino un sobreexcitado Lauren, oir la palabra dragón en un relato de piratas era más de lo que cualquiera podía resistir - Aunque el año que viene nos tendrás que contar la historia de cómo el pirata encontró a Rosalinda.

- Está bien, el año que viene os contaré la historia de Rosalinda. Una extraordinaria criatura, bella e inteligente, nada que ver con esas negras aves, portadora siempre de malas noticias, que en esta época del año nos visita.

Ante los prejuicios del Viejo, protesté desde mi atalaya. Eso es falso y además mentira, todo pura superstición. Así lo hice saber a la audiencia agitando mis alas de una manera aireada. Sin embargo, aunque me vieron, lo más que conseguí fue un zapatazo del Viejo Cuervo. Lo esquivé sin muchos problemas y allí me quedé para terminar de oir el relato.

- Y es a escasas millas de la costa de Tortuga dónde ahora nos encontramos. "La Tempestad Ciega" navega con sus bodegas repletas de helado y con Rosalinda enfriándolos, cuando desde el puesto de vigía el pirata que estaba de guardia avisa del avistamiento de un leviatán. Pero no de uno cualquiera - el viejo sube el tono de golpe asustando a los tres amigos - ¡El leviatán más grande que hubiera visto nunca nadie antes! ¡El Gran Leviatán!

Pero no acaban ahí los problemas de Pata Palo de Helado, que viendo la magnitud de su contrincante y pese a los pérfidos consejos del tuerto de Antioquía, se plantea dar la media vuelta. Nada más dar la voz, el vigía vuelve a dar un nuevo aviso. La cofradía de piratas al completo estaba justo tras ellos. Una veintena de barcos piratas ávidos de helado y sangre.

Y así, con el monstruo marino más grande que nadie recordara haber visto bufando en proa y una armada de barcos pirata en la popa, Pata Palo de Helado desplegó la cien velas de "La Tempestad Ciega" y puso rumbo a su destino, sin saber que ese destino le daría el apodo más temible de todos los habidos para un pirata.

[continuará]

viernes, 13 de junio de 2014

La Historia del Pirata de Pata de Palo... de Helado - Segunda Parte

- Contar la historia del corsario sería imposible sin hablaros antes del gran y temible… - el viejo Cuervo hizo una pausa y luego soltó el nombre de la criatura con calculado efecto dramático. - … ¡Leviatán!

Los tres chiquillos dieron un respingo que, de haber sido yo un humano, probablemente me hubiera arrancado una carcajada.

- ¿Qué es un “levitán”? – preguntó Claude frotándose la nariz.
- Leviatán, Claude. Se llama "leviatán"… - el viejo Cuervo se incorporó apoyado en su bastón y caminó hasta una de las estanterías de su biblioteca. – Creo… creo que puedo enseñároslo... - Tomó entre manos un pesado volumen encuadernado en cuero y lo mostró a los chiquillos, quienes se mostraron sorprendidos. A esa distancia y con la poca luz que emitían los candiles me fue imposible atisbar su forma pero debía ser temible, a juzgar por el gesto de los tres.
- Es muy feo… - comentó Lauren con un mohín de asco.
- Y grande. – el viejo Cuervo volvió a tomar asiento una vez hubo dejado el libro en su lugar. – ¡Casi tres veces el tamaño del galeón que nuestro pirata protagonista tenía bajo su mando!

Y dicho aquello, el viejo Cuervo alzó su bastón y señaló a una de las paredes de la habitación. Bajo la titilante luz, la embarcación protagonista de aquella pintura al óleo casi parecía mecerse bajo el huracán que la azotaba.

- Tres palos, una enorme bodega… y más cañones a cada lado de los que un buen hombre osaría contar… - el tono de voz del viejo dejaba entrever cierta melancolía de un tiempo mejor – “La Tempestad Ciega” era un galeón como jamás se haya construido otro.
- Sí, bueno… - Claude se movió impaciente, sentado en el suelo y mirando la pintura. – Pero, ¿y su pierna? ¿Cómo la perd…?
- ¡La perdió por impaciente! – propinándole un pequeño coscorrón, el viejo Cuervo cortó en el acto la propia impaciencia del chico. – Precisamente por eso… Por impaciente.

Si os digo la verdad, estaba a punto de salir por la ventana: había escuchado ya muchas historias de piratas. Pero por algún motivo que mis plumas no alcanzaban a entender, una emoción más humana que animal me mantuvo allí, posado. Había oído hablar a muchos sobre esa “curiosidad”. ¿Quizá eso mismo era lo que impulsaba, año tras año, a los tres chiquillos a regresar a la casa del viejo Cuervo?

- Aquel no había sido un buen año para nuestro feroz pirata, ¿sabéis? - continuó el viejo Cuervo - No señor. Había acabado con una tripulación cansada y descontenta en algún punto próximo a Tortuga. Casi sin oro y casi sin ron, el capitán pirata no podía esperar más tiempo para iniciar su campaña anual de saqueo de barcos españoles.
- ¿Y el leviatán? ¿Qué tiene que ver con…? – interrumpió Roxane, tendida en el suelo mientras movía los pies con impaciencia. Siendo consciente que el viejo Cuervo había captado ese nervioso vaivén, Roxane lo detuvo en el acto: ¡no quería acabar recibiendo un coscorrón como el de Claude! – Perdón…
- Las aguas que había entre Tortuga y la ruta de las naves comerciales españolas eran el territorio de esta terrorífica criatura. De haber tenido más tiempo, el capitán habría podido esperar a que pasara la temporada de celo, momento en el cual los leviatanes salían a la superficie para…

Por algún motivo, el viejo Cuervo dejó la frase a medias, como si hubiera topado con algo que no debía revelar a los críos. Si yo, un simple pájaro de estancia pasajera, me había percatado de ello… ¿cómo no iban a captarlo tres críos que habían crecido escuchando las historias de aquel viejo narrador?

- ¿Qué le pasaba a los leviatanes? – preguntó curiosa Lauren.
- Que salen a jugar con otros miembros de su especie… - el viejo Cuervo hizo un gesto a modo de “pero eso carece de importancia” y continuó – La cuestión es que atravesar ese territorio era casi un suicidio… o al menos así lo parecía hasta que el viejo capitán recibió un oportuno consejo por parte del que había sido su antiguo cocinero.
- ¡¡El tuerto de Antioquía!! – a los tres chiquillos les encantaba el cuento de aquel cocinero a quien ese viejo y cruel pirata había obligado a comerse su propio ojo cuando descubrió que había intentado asesinarlo envenenando su comida.
- En efecto… - sonrió el viejo, complacido de comprobar que sus historias permanecían en el recuerdo de su joven audiencia. – Por aquel entonces, el tuerto había montado su propia cofradía pirata y tenían una nave que rivalizaba con “La Tempestad Ciega”.
- Entonces fue el tuerto, ¿no? – Claude se incorporó como activado por un resorte e hizo ademán de lanzar una estocada en el pecho de Lauren. - ¡Seguro que tuvieron una pelea en una taberna de Tortuga y…!
- En realidad… No. - cortó el viejo Cuervo, sonriendo con ironía. - Los piratas tenían prohibido pelear entre ellos mientras tuvieran un pie en la isla. Así que cuando ambos se encontraron en aquella taberna, acabaron ebrios por el ron y recordando viejos buenos tiempos…
- Jo, pues qué rollo… - comenzó a decir Roxane, jugueteando con uno de sus tirabuzones rubios.
- No os equivoquéis. – respondió el viejo – Ni todo el ron del Caribe hubiera podido calmar la sed de venganza que el tuerto tenía contra su antiguo capitán. Así que, lejos de recomendarle mantenerse con el navío amarrado a tierra, el tuerto compartió con su antiguo patrón un falso secreto que supuestamente él mismo había empleado para burlar al leviatán en más de una ocasión.

Debió ser esa palabra, “secreto”, la que hizo que los tres pares de ojos jóvenes intercambiasen miradas de interés.

- “Si la atención del leviatán no quieres llamar…” – entonó el viejo Cuervo con voz grave – “… un cargamento de helados en la bodega habrás de llevar.”

El esfuerzo de la interpretación de la voz del traicionero cocinero pirata costó al viejo Cuervo una sonora cadena de toses. Lauren se incorporó y le acercó un vaso de agua. Aprovechando que el momento, la chiquilla preguntó…

- Entonces, ¿al monstruo no le gustaban los helados?
- Eso si que no me lo creo… - comentó Claude, cruzando los brazos con incredulidad. - ¡A todo el mundo le gustan los helados!

Y yo mismo hubiera lanzado un graznido afirmativo si ello no hubiera significado revelar mi presencia – y sé bien lo mal que se toman los humanos encontrar a un pájaro de supuesto mal agüero como yo revoloteando por sus casas. En cualquier caso, esos críos también sabían que desde la criatura más noble del reino animal hasta la alimaña más monstruosa, no había ser vivo al que no le tentase el sabor dulzón de un helado.

- En efecto… - sonrió el viejo Cuervo. – De hecho, el leviatán es una de las pocas criaturas capaces de seguir el rastro gélido de un delicioso helado. Pero por aquel entonces eso no era sabido por todos. Y si el pérfido cocinero tuerto le dijo aquello a su viejo capitán fue precisamente para lo contrario: para garantizar que aquel monstruo marino daba buena cuenta de “La Tempestad Ciega”.

viernes, 30 de mayo de 2014

La Historia del Pirata de Pata de Palo .... de Helado - Primera Parte

Tras volar durante semanas hacia al sur, dejando atrás el crudo invierno, al fin llego a una pequeña aldea costera donde, como cada año, decido pasar unos días. Como siempre, justo esta noche, no es una noche cualquiera. A pesar de las horas que ya son, la aldea hierve de vida. Después de un gran festín con el que las mujeres han agasajado a los valientes hombres que han vuelto de su larga y fructífera lucha contra el mar, toca el turno de los bailes y juegos.
Desde mi privilegiada posición en lo alto de un árbol puedo ver como los hombres dan buena cuenta de los ricos asados y la buena cerveza que les tenían reservada. Posteriormente y tras retirar la gran mesa colocada al aire libre para la ocasión, los más doctos con los instrumentos comienzan a tocar los acordes que se extenderán hasta la madrugada.
Pero mi aguda vista se percata de unas sombras, de unos niños que con el paso de los años han ido creciendo poco a poco. Se alejan, sin ser vistos, de la zona de celebración dirigiéndose hacia el bosque. Sin que se percaten de mi presencia y a buena altura los sigo. Aún recuerdo, en mi primer peregrinaje cuando los vi por primera vez. Claude, el hijo del herrero, Roxane, la hija del jefe del pueblo y Lauren, hijo del maestro pescador. Tres buenos amigos desde pequeños, desde que los vi por primera vez. 
Seguí a esas pequeñas criaturas por el bosque. Normalmente  a esas horas ya deberían estar durmiendo, pero esta noche era diferente y como una tradición, una vez más, se escapan para visitar al viejo cuervo. Me hace gracia siempre que pienso en ello que un humano pueda recibir tal nombre.
- ¡Señor, ya estamos aquí!, Claude se adelanto y llamó a la puerta. 
La puerta estaba abierta y entraron. El viejo cuervo, como siempre, les tenía preparado tres buenos vasos de leche de cabra caliente y les esperaba acomodado ya en su viejo sillón. Yo observaba la escena desde un tragaluz de la pequeña casa de madera. 
Roxane se adelantó a todos, cogió, el vaso de leche y se sentó a los pies del anciano. – Ya estamos aquí, ¿qué historia nos vas a contar esta noche?- dijo sonriente. Ambos amigos la siguieron y se sentaron junto a ella. 
- ¿Qué historia queréis escuchar?- la voz cascada del ermitaño retumbaba en la pequeña choza casi desprovista de toda clase de enseres. 
Lauren, que se había bebido de un trago toda la leche contestó, -¡la del pirata de pata de palo de helado!-. Los amigos, con un fuerte siiiii, mostraron su acuerdo con esa decisión.
- Está bien, está bien. Erase una vez el peor pirata que haya conocido estas tierras y sus mares colindantes. De tez tostada por el sol, casaca y jubón carmesí,  cinto con espada cubierta de rubíes, y en lugar de pierna izquierda, su elemento más distinguible un pequeño y fino palo de helado…-
- ¡Nooooooo! – Roxane, interrumpió la historia. -¡Cuéntanos como perdió su pierna!-.
El viejo cuervo, sonrió, - está bien, entonces os contaré  la historia de cómo el más terrible pirata que hemos conocido perdió su pierna y la sustituyó por un palo de helado-.
[Continuará]

viernes, 2 de mayo de 2014

La Leyenda de Kwon Ji - Indice

Desde su nacimiento, Kwon Ji no conoció otra cosa que no fuese la felicidad.

Aun envuelto en la sangre de su madre, su padre lo alzó ante la mirada de un millón de súbditos. Desde el balcón, el pequeño bebé  agitaba sus brazitos al viento, bien sujeto por las firmes y curtidas manos de su padre. Abajo, muchos metros por debajo del palacio real, dos millones de rodillas se inclinaron bajo un mismo gesto de sumisión y obediencia.

“Algún día, hijo mío... todo este reino será tuyo.” 

Aquella fue la primera vez que su padre dedicó tales palabras a Kwon Ji. Pero no serían las últimas. Incontables veces en tantas otras circunstancias, su padre repetiría tales palabras entre orgullosas miradas dedicadas a su primogénito.

Así comienza "La Leyenda de Kwon Ji". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/04/la-leyenda-de-kwon-ji-primera-parte.html
Segunda Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/04/la-leyenda-de-kwon-ji-segunda-parte.html
Tercera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/04/la-leyenda-de-kwon-ji-tercera-parte.html
Conclusión - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2014/04/la-leyenda-de-kwon-ji-conclusion.html

Esperamos que os guste tanto como a nosotros, ¡un saludo a todos!

viernes, 25 de abril de 2014

La Leyenda de Kwon Ji - Conclusión


Bien conocía Kwon Ji las viejas tradiciones. Aquellas que le habían sido inculcadas cuando su destino aun parecía encauzado a la grandeza: el orden celestial, que asignaba a cada ser un lugar en la estructura de la vida. Igual que las plantas eran pasto de insectos, los insectos de los sapos y los sapos de las zariguellas; así debía ser el orden entre esclavos, súbditos, comerciantes y señores. Y por encima de todos ellos, al igual que los grandes espíritus estaban por encima de todas las cosas, lo estaba la familia real.

“Algún día, hijo mío… todo este reino será tuyo.”

Paseando por los campos, Kwon Ji recordaba las palabras de su padre. Con la fortuna robada al mar, sus negocios se habían extendido por todo el reino como la hiedra que cubre los muros de un palacio: cubriéndolos de arriba abajo… pero incapaz de penetrar sus inexpugnables muros. Porque, aunque sus riquezas podían rivalizar con las del propio rey usurpador, Kwon Ji bien sabía que todo el oro del reino no bastaba como para permitirle a un comerciante poner los pies en suelo real.

Llegó pues el festival de la primavera. Y con él, la noticia que recorrió de las gélidas praderas del norte a las cálidas playas del sur. Los mensajeros reales clavaron carteles en toda aldea, pueblo o ciudad del país. No hubo hombre, mujer o niño que no hablase con emoción del torneo de la Flor Dorada.

La tradición se remontaba varios siglos atrás, cuando otro rey se vio con una única hija como sucesora. Para encontrar un esposo digno, se convocó un torneo de artes marciales al que acudieron luchadores de todo el reino. En aquella primera ocasión, según los textos que se conservaban de aquella época ignota, habían llegado a competir cientos de luchadores dispuestos a morir sobre la arena con tal de aspirar a la mano de la hija del rey.

Y aunque en esta ocasión los aspirantes no superaron la veintena, Kwon Ji tropezó con una dolorosa realidad. Sus manos eran las de un cultivador de arroz. Su mente era la de un comerciante. No había nada de guerrero en él. Y aunque su fortuna podía pagar las lecciones de los mejores maestros de lucha, el implacable tiempo no iba a darle la oportunidad de aprender ni las más básicas nociones. Necesitaría meses o años para llegar a ser un rival digno sobre la arena del torneo y Kwon Ji apenas si contaba con pocas semanas antes del comienzo del festival.

“Algún día, hijo mío… serás un gran rey.”

Eran las promesas vacías de su padre fuente de largas noches en vela. Pero en aquella ocasión fueron las voces procedentes del exterior de su enorme casa, las que despertaron a Kwon Ji. Se encontraba por aquel entonces en una región muy alejada de la capital. Acompañado de sus criados, el rico comerciante salió a la calle donde un grupo de soldados llevaban enjaulado a un coloso de casi tres metros de alto. Sus ropas eran de cuero curtido a mano y sus ojos dejaban ver la ausencia casi total de inteligencia. Poco menos que un animal salvaje: probablemente uno de tantos bandidos que malvivían ocultos en las zonas altas de montaña.

Una perturbadora idea comenzó a fraguarse en la mente de Kwon Ji. No le resultó ni difícil ni caro comprar el silencio de los guardias que lo custodiaban en los calabozos donde el gigante aguardaba su castigo fatal. Allí, Kwon Ji le ofreció una posibilidad de ser libre. Hubo promesas de riqueza y poder, si… pero al gigante parecía bastarle la posibilidad de escapar de la horca y seguir aplastando a sus enemigos bajos sus grandes y poderosas manos.

El titán jamás llegaría a ser ahorcado al amanecer. Y en el camino de regreso a la capital, Kwon Ji elaboró un eficaz disfraz con el que ocultar la identidad del brutal luchador. Así, cuando fue presentado ante los miles de asistentes al torneo de la Flor Dorada, nadie pudo ver el rostro de aquel que se ocultaba bajo aquella máscara de diablo rojo. Pero del primero entre los nobles hasta el último mendigo que allí se había reunido enmudecieron cuando el bruto colosal acabó con su último adversario… tal y como había hecho con todos los anteriores. Fue entonces cuando pronunció torpemente su nombre.

“Kwon Ji”. Para la inmensa mayoría de los presentes aquel nombre fue tan poco revelador como podía serlo esa tosca y anónima máscara que cubría su rostro. Lo repitió una vez, dos, tres… mientras el auténtico Kwon Ji contemplaba el espectáculo, oculto entre la multitud, disfrutando de la mirada de temor que, pese a la distancia, pudo ver en los ojos del rey usurpador. El pánico se adueñó del corazón de aquel que aun recordaba el nombre del justo heredero. Era el mismo nombre que él mismo había ordenado borrar de todo grabado, texto y legajo del reino. Y, olvidando lo sagrado de las leyes que regían el torneo, el usurpador dio orden a su guardia personal de prender allí mismo al colosal guerrero.

El bruto murió bajo el peso letal de más de cien saetas disparadas por los arqueros reales. Los que presenciaron su muerte, sobre la rojiza arena, no pudieron olvidar la interminable angustia que sufrió. Como tampoco olvidaron su nombre. “Kwon Ji”. El torneo quedó aplazado para el mes siguiente pero lo cierto es que jamás llegaría a convocarse de nuevo: apenas dos semanas necesitó el auténtico Kwon Ji para, empleando toda su riqueza e influencia, convertir la muerte de aquel heroico y brutal luchador en un mártir cuya deshonrosa ejecución sería capaz de iniciar una revuelta.

El mismo día que tendría que haberse convocado de nuevo el torneo, las largo tiempo descontentas legiones de vasallos y siervos tomaron al asalto el palacio real. Sería faltar a la verdad decir que fueron las manos de Kwon Ji las que dieron muerte al cruel usurpador. Nadie sabe a ciencia cierta quien seccionó el cuello del rey o quien arrancó sus ojos de las órbitas. Mientras las columnas de humo se fundían con la noche y las llamas iluminaban la ladera de la montaña, el ahora rico comerciante apuraba su té dentro de su palanquín, apenas a unos metros de las puertas del lugar y escoltado por sus guardaespaldas. Contempló impasible el saqueo y, una vez hubo concluido, decidió recorrer a solas los pasillos del palacio. El eco de la revuelta se perdía en el horizonte, al igual que los recuerdos de su infancia regresaban a su cabeza. En su caminar, Kwon Ji giró la vista a uno de los telares que cubrían las paredes, contemplando los pies desnudos que se escondían tras él. Descorrer el telar dejó al descubierto a la bella heredera del usurpador, cubierta por magulladuras, lágrimas y sangre. Sus temblorosas manos empuñaban un puñal.

“Algún día, hijo mío… tú también conocerás el amor.”

La hoja se hundió en el pecho de Kwon Ji al igual que su mirada lo hizo en los ojos iracundos de la hermosa princesa. Las pisadas de ella se alejaron mientras la vida abandonaba el cuerpo del rico comerciante, el cultivador de arroz y el niño a quien jamás prepararon para luchar. Pero lo cierto es que nadie hubiera inmortalizado una leyenda en honor a alguien así. Y si lo hicieron, sin embargo, para aquel heredero perdido que osó participar en el torneo de la Flor Dorada para recuperar su reino. “La leyenda de Kwon Ji”, la llamaron. No debe resultaros extraño pues las leyendas no son más veraces que las promesas hechas por un padre a su hijo: tan auténticas como la esperanza que las nutren… y tan falsas como los sueños que despiertan.