viernes, 27 de abril de 2012

Las Aventuras de Los Goonboys - LA ÚLTIMA AVENTURA (I) - Primera Parte

Era la habitación más blanca, más limpia y más vacía que Marcos había visto en sus cuarenta años de vida. Aquel fue su primer pensamiento claro desde que, segundos atrás, se había despertado en el suelo impoluto de aquella celda imposible. Unos segundos en los que apenas había logrado superar aquella fase inicial de mareo y desorientación.

- Joder… la cabeza… - Se llevó las manos a las sienes: un martillo neumático hacía horas extras en el interior de su cerebro. El dolor y el mareo no ayudaban a poner en orden los recuerdos de las horas anteriores. Y además… ¿qué era ese saborcillo que tenía pegado en el paladar?

Mientras trataba de incorporarse, aferrado a esas paredes lisas y frías, fragmentos de su pasado reciente empezaban a formar una imagen del rompecabezas.

“¡Enhorabuena, campeón!”

Como un fogonazo, Marcos se vio ante el umbral del despacho de Leopoldo, su socio en el estudio de arquitectura. Sentado tras su despacho, con la corbata mal anudada, Leo le hacía un gesto de “me gusta” con el pulgar en alto. Su cara redonda y regordeta lucían una mezcla de envidia sana y alegría sincera.

“Aquí lo tiene: limpieza y planchado… como lo pidió, don Martín”.

En otro recuerdo fugaz, la dependienta de la tintorería le hacía entrega de su mejor traje y de la factura.

De regreso al presente, con un gesto nervioso, Marcos rebuscó en los bolsillos de ese mismo traje, el cual notó arrugado y sucio, lleno de polvo y arenisca. Sus dedos sacaron el contenido de los bolsillos, como quien espera encontrar en ellos alguna clase de respuesta.

El resguardo de la tintorería. Un par de tarjetas de presentación. Un móvil…

“TK, corazón.”

Alicia le había escrito ese mensaje. Marcos recordó haberlo leído mientras el taxi lo llevaba hasta…

“¡Viva el novio!”

El fogonazo de un nuevo recuerdo se entremezcló con las luces estroboscópicas de una discoteca. Carlos, Julián, “el Peri” y unos cuantos más lo rodeaban con copas, risas y mucho alcohol en las venas.

- Hijos de puta… - Marcos sonrió mientras comprobaba que el móvil estaba sin batería. Alzó un poco más la voz, mirando para todos lados de esa extraña habitación.- ¿Seréis hijos de puta? ¿¡Dónde cojones me habéis metido, panda de cabrones?!

Posiblemente había sido idea de “el Peri”. Perico era un devoto de las películas de terror y se jactaba de haber visto “Saw” unas treinta veces.

- La verdad es que os lo habéis currado, si señor… - Marcos habló para todos los rincones de la estancia. El miedo había dejado paso a una sincera admiración por sus colegas: se lo habían trabajado a base de bien. ¿Cómo demonios – pensó – habían montado aquella sala de forma que pareciese que no...

… que no tenía puerta.

- Venga, tíos. – Marcos trató de apartar aquel último pensamiento e intentó sonreír. – Esto ha tenido gracia pero ya está, ¿vale?

Esperó unos instantes. En realidad fueron apenas veinte segundos. Pero para Marcos el tiempo comenzaba a dilatarse… tanto como su sensación de inquietud.

- Tíos… - Dio un par de golpes en una de las paredes: parecían macizos. Como un bunker. – No tiene gracia, ¿vale?

Más silencio. Marcos volvió a comprobar el móvil y sintió que su pulso se aceleraba. Nunca creyó haber sido claustrofóbico. Claro que nunca nadie lo había encerrado en una habitación como esa.

El sonido de acople de un sistema de audio le sobresaltó. Su dolor de cabeza se intensificó durante un instante, como si alguien hubiese clavado un alfiler al rojo en su oído interno.

- Tus amigos no pueden oírte, Marcos.

La voz sonaba distorsionada, con interferencias similares a la de una vieja transmisión por radio. Marcos trató de ubicar la procedencia del sonido pero la estructura de la estancia hacía imposible dicha labor. Como arquitecto no podía más que admirar al diseñador del entorno. Como rehén de alguna clase de psicópata, en cambio…

- ¡Tios, dejáos ya de chorradas!

- Tus amigos no pueden oirte, Marcos. – repitió la voz, con un leve punto de impaciencia.

Marcos deambuló por la estancia, frenético, llevándose las manos a la cabeza. Miró a todas partes y trató de lanzar una amenaza sin que se le notase su miedo. Hacía años que no se sentía así. Hacía tantos años ya…

- Mira, no sé quien cóño eres, pero mis amigos siguen en esa discoteca y me estarán buscando…

- No me refería a esos amigos, Marcos. – la voz parecía extrañamente divertida.- ¿Por qué no miras en el bolsillo de atrás del pantalón?

Durante un instante, Marcos pensó que aquella persona – fuese quien fuese – le trataba con una inquietante familiaridad. Su mano rebuscó en el bolsillo y sus dedos toparon con algo. Marcos reconoció el tacto de una vieja Polaroid.

“No puede ser…”

Su corazón, que había estado latiendo como el motor de un Fórmula 1, se detuvo en seco cuando reconoció a los niños que posaban juntos en aquella vieja fotografía. La voz no había mentido. Eran sus amigos. Sus viejos amigos.

Luis. María. Gregorio… Paula.

- No… - las palabras no podían salir de su garganta – No puede ser…

Las piernas de Marcos habían empezado a fallarle y, apoyado contra una de las paredes blancas – infinitas - de la estancia, fue deslizándose hasta quedar arrinconado, acorralado. Con su mirada fija en la foto, incapaz de reaccionar.

Tan absorto estaba que apenas si se percató de que una fina capa de agua había comenzado a manar de unos diminutos orificios que había a ras del suelo.

La voz sentenció lo que parecía obvio.

- Dime una cosa, Marcos… ¿Crees que tus viejos amigos llegarán a tiempo de rescatarte esta vez? – la locura tintineaba en cada una de sus palabras – Tic-tac-tic-tac-tic-tac.

viernes, 20 de abril de 2012

El Peor Robo del Mundo. Conclusión


Luis Saravia se miraba al espejo mientras se preguntaba como carajo se había metido en esa situación. Con el pelo corto y negro su cara, llena de arrugas, le hacía parecer bastante mayor de lo que era. Vestía un traje negro alquilado. Se había quitado la americana mientras se limpiaba la sangre de la cara.
Cuando salío de su ensimismamiento, se dió cuenta del ruido que había fuera del baño. Se puso la americana, cogió la pistola y salió del baño. Fuera, su compañera en esta aventura, una brasileña de 1.80, morena, con el pelo largo y bastante mala leche, acababa de golpear y lanzar al suelo al director del banco.

- ¡Se puede saber que te pasa, “Dr. Jekill”!, No puedo vigilar a todos yo sola!-





Esperamos que os guste tanto como a nosotros, ¡un saludo a todos!

El Peor Robo del Mundo. Conclusión


Fue mejor para él estar inconsciente, así no tuvo que ver cómo María encañonó a su hija Laura… ni tampoco tuvo que presenciar su propia muerte.

- ¡Para! – la voz de María parecía temblar tanto como la mano con la que empuñaba el arma  -  ¡Para de una vez o te juro por Dios que disparo!

- Ya te he dicho que yo no fui – la voz de la adolescente era ahora suave, pausada, pero sus ojos parecían brillar de lo rojo que se habían tornado – Yo no he empezado esto, yo no he hecho nada, sólo intento defederme. Pero lo voy a acabar. Baja el arma, mamá, si no quieres acabar pegándote un tiro en tu propia boca de retorcida beata. 

Mientras su madre, aterrorizada, tiraba el arma al suelo y se acurrucaba en una esquina balbuceando fragmentos inconexos del Padrenuestro, María comenzó a recorrer la pequeña sucursal con la mirada, tenía que estar en algún lado, casi podía sentir su presencia, pero ¿dónde? Ya había fallado dos veces al intentar adivinar quién era el que trataba de meterse en su mente.

Su madre le había hecho creer que su don era algo divino, un regalo de Dios. Qué la Palabra le había sido dada para malvivir a base de pequeñas estafas. Pero ella siempre había sabido que ni Dios ni el Diablo habían tenido algo que ver en todo esto, estaba convencida que era algo igualmente incomprensible, pero mucho más mundano y hoy iba a confirmarse su teoría.

Cuando vio caer la primera vez a plomo al atracador que se hacía llamar Dr Jekyll con los ojos inyectados en sangre supo, de alguna manera, que iban a por ella, que la habían descubierto. Todo este tiempo había tratado de pasar desapercibida, intentando ocultar su naturaleza, su don, porque sabía que no podía ser la única especial, la única con poderes en todo el mundo. 

Y si había más como ella, era seguro que alguien había descubierto su existencia, que alguien buscaría provecho de su naturaleza, que alguien los cazaría y los utilizaría para su propio provecho… Pero los que querían cazarla a ella, habían elegido el peor día para hacerlo, el día del peor robo del mundo y en toda la confusión de la situación, en un primer intento, habían fallado el blanco. 

Quizás si su madre se hubiera quedado quieta no les hubiera descubierto, pero su reacción les había revelado todo lo que necesitaban. Su madre la había descubierto. Apenas un segundo después, justo antes de caer al suelo, había oido una voz en su interior

- Así que eras tú… Ya te tenemos, Palomita – el tono era ambiguo, casi inhumano, ¿Eran risas eso que oía? – Venga, no te resistas, déjame entrar, te va a gustar, ya lo verás…

- ¡No! – gritó ella para sus adentros, pero fue en balde. Sintió como hurgaban en su cerebro, cómo su cuerpo dejaba de obedecerla y cómo, poco a poco, la realidad estaba más lejos...

Pero de alguna manera Laura se había zafado de la inmovilización mental a la que le estaban sometiendo, fintó sobre sí misma y cómo si de un golpe de boxeo se tratara y lanzó un upper cut al Hurgador que le permitió retomar el control de su cuerpo.

El miedo, la inexperiencia le había hecho pensar que la cazadora era Mr Hyde, ahora en frío no tenía sentido, pero ¡que demonios sabía ella! ¡Estaba muy asustada! ¡Le estaba apuntando con una pistola! ¡Ella era la mala! Usó la Palabra con ella, luego con la cajera, pero después de deshacerse del banquero aún notaba cerca al Hurgador, tratando de volver a entrar en su mente, la había cagado bien cagada, no eran ninguno de los dos, pero no podía rendrise ahora, tenía que plantar cara a su asaltante… ¿Pero, quién podía ser? 

Al principio los que trataban de cazarla creyeron que el poseedor del don era Dr Jekyll, así que él no podía ser su cazador, Mr Hyde estaba muerta, lo mismo que el guarda de seguridad y el encargado de la sucursal. Su madre era imposible que fuera el Hurgador, el hombre del maletín estaba inconsciente, si fuera la cajera se habría dado cuenta al usar la Palabra, los policías que desde fuera no dejaba de gritar y amenazar acababan de llegar hacía un rato… 

Entonces Laura lo vio. A un par de metros tenía un cartel amarillo que avisaba que el pavimento estaba mojado. Junto a la puerta que daba a las dependencias más internas de la sucursal había un carrito de la limpieza. Recordó que cuando entró junto con su madre en la sucursal, la señora de la limpieza estaba fregando el suelo observando todo lo que sucedía. Cuando la cosa se complicó, la mujer ya no estaba, simplemente se había desvanecido… Pero ahora Laura sabía a quién buscar, quién había empezado todo esto.

- Sal – dijo en el tono imperativo de la Palabra la joven. Los pocos que quedaban conscientes en la sucursal vieron como del interior salía una mujer joven ataviada como una limpiadora que no pudo dejar de obedecer lo que le pedía la adolescente - ¿Sólo tú? ¿Cómo pensabas hacerlo? – Laura notaba como las garras de la Hurgadora trataban de meterse en su mente, cuanto más cerca con más ímpetu lo trataba, pero esta vez no la iba a coger desprevenida - ¡Habla! – Laura usó la Palabra, pero la Hurgadora seguía sin decir nada

Fuera, los policías comenzaban a desplegarse. Habían llegado varios coches patrulla y un par de tanquetas de refuerzo.

- No me mires así, Palomita – la voz de la mujer era más agradable de lo que se podía esperar - Esto iba a ser algo fácil, pero se ha complicado poco a poco, cada vez más. Ahora es tarde, no hay nada que hacer, no hay solución… Anda, ve con tu madre y abrázala

- ¡No me des órdenes! – Laura ya no notaba las fauces de la Hurgadora sobre ella y comenzaba a envalentonarse - ¡Puedo obligarte a salir ahí y que te vuelen la cabeza como hice con la de antes!

- No te molestes ¿Ves esa ambulancia de ahí? La que tiene las luces apagadas, esos, lo van a hacer por ti – La agente encubierta señalaba más allá de las tanquetas - Dentro están mis compañeros. Cuando el Objetivo (¡Cómo iba a saber que eras tú! ¡Simplemente nos dijeron que el objetivo estaría dentro!) cayera al suelo desmayado ellos entrarían para auxiliarlo y se lo llevarían a la base… y misión cumplida, robo realizado… 

- Pero todo ha salido mal… - la voz de Laura comenzaba a temblar

- Sí – la Hurgadora sonreía sin ganas- Ha salido mal y ellos tienen ordenes. Nosotras no somos tan importantes como puedas creer, somos simples peones, piezas prescindibles. No van a correr riesgos, quedar al descubierto... No hace falta que te diga lo que va a pasar, lo sabes ¿Verdad? 

- Van a hacerles ver que… - Laura estaba aterrada – ¡Oh Dios!

- Eso mismo, sólo Dios sabe qué van a hacerles ver…

Laura corrió hacía su madre justo cuando las luces de la ambulancia comenzaron a destellar. Segundos después una treintena de policías entraban en la pequeña sucursal al grito de ¡Tiren todas las armas! disparando contra todo lo que se encontraba dentro.

viernes, 6 de abril de 2012

El peor robo del mundo. Tercera parte

El ruido era para volverse loco. Una sinfonía arrítmica de melodías, canciones comerciales, sonidos de oficina… una mezcla que se hacía más molesta por segundos. Era difícil mantener la compostura. Incluso a Rossana las pupilas le daban vueltas del mareo. Se sentía rodeada, observada. Quiso decir algo, gritar de ira, pero la situación que estaba viviendo superaba con creces su dura infancia en las que la fuerza bruta había sido parte fundamental de su supervivencia. La brasileña sólo se inmuto al oír el fuerte golpe y el crepitar de los huesos. Giro la cabeza y vio como José León despegaba la cara del cristal de seguridad de la fachada principal, perdía el equilibrio y se volvía a dar otro fuerte golpe, esta vez contra el suelo, en una acrobacia torpe y descontrolada en la que su maletín se abrió.

De su nariz empezaron a deslizar unos surcos enormes de sangre que le recorrieron el brazo hasta la mano y de ahí al arma oculta en el maletín con la que planeaba atracar el banco. Demasiada presión para un hombre acostumbrado a amasar fortuna a base de documentos, contratos y abogados. Un hombre desesperado que lo había perdido todo en un abrir y cerrar de ojos. Presa del pánico, el desgraciado había intentado salir del banco por la vía fácil, que casualmente era la más dolorosa y también la menos efectiva. El golpe activó la alarma antirrobo del banco, que empezó a bramar como un estadio enfebrecido. El ruido pasó de insoportable a ensordecedor y si los tímpanos gritasen de dolor de seguro que habrían pedido ayuda. El estrés se había apoderado de la sala y había que tomar medidas.
- Joder que estoy aburrida de tanta inutilidad masculina. Voy a acabar con esto a mi manera. - Y era cierto que Rossana tenía balas de sobra para hacerlo.

Su corazón palpitaba de pura adrenalina y palpitó todavía más fuerte cuando se giró y vio a Laura encarándola a escasos centímetros. Cuando vio esos ojos ensangrentados, llenos de ira, buscando ajusticiamiento, el corazón estuvo a punto de atravesarle las costillas. No había pasado tanto miedo en su vida. Su mundo se esfumaba y dejaba de ser como lo había conocido. Notó cómo el sonido se desvanecía hasta llegar a desaparecer. Una sensación de eternidad, de ensimismamiento. Estaban ellas dos. Rossana y Laura. Laura y Rossana. Y las palabras que se llevaron su voluntad y la convirtieron en un soldado. Ahora buscaba Justicia. Justicia con mayúsculas. Se había convertido en juez, víctima y verdugo. Y lo sabía por las caras de incredulidad con que ellos la miraban. La miraban y la apuntaban con sus pistolas oficiales, amenazantes. Rossana se encontraba de repente en el exterior, frente a la entrada del banco, en la parte superior de la escalinata principal. Pero ya no era Rossana. En la acera de enfrente había seis policías: hombres que se habían ganado el ascenso a base de palizas y abusos a extranjeros y delincuentes de poca monta. No les gustaba Rossana porque su pulso era firme y su decisión, inapelable.
- (¡¡Los depredadores merecen morir!! ) – Le había dicho la niña.

En el interior el ruido no cesaba. Lo que aprovechó el valiente Luis Padilla para hacer lo que muchos no se atreverían con un ojo morado: reunió fuerzas para levantarse, ayudó a Marta a levantarse y la llevó hasta el despacho principal, para desde allí desconectar la alarma. Al menos ya no le dolerían los oídos y era indudable que estaba en un sitio privilegiado para ver todos los movimientos del interior del banco. Por suerte los teléfonos móviles empezaban a dejar de sonar y ya se podía distinguir alguna de las melodías remanentes. Éstas formaban una macabra sinfonía audiovisual con los trozos de sangre y vísceras que desde el exterior y al unísono con la música intentaban atravesar la puerta principal de vidrio sin conseguirlo. La escena era horripilante: Un atracador desmayado, la otra masacrada, un hombre inconsciente con las cervicales fracturadas y la nariz rota, un guardia asesinado y una mujer enfrentándose a sus demonios. Quiso activar el protocolo de emergencia, bloquear el sistema de cuentas, sellar la caja fuerte, asegurar las puertas. Podría aprovechar que Marta estaba a salvo para enfrentarse a los intrusos. Pero cuando miro a Marta para decirle que todo iba a salir bien descubrió que a quien iba a hablar ya no era Marta y que aquellos ojos no presagiaban nada bueno.
- Lo siento Marta. Hay demasiado en juego – El Director intentó golpearla con una pesada estatua que había encima de su mesa pero Marta fue más rápida y le clavo el abrecartas en el único ojo que le quedaba sano. Esta vez el dolor era mayor que la vergüenza.
- (¡¡Los avariciosos merecen morir!! ) – Le había dicho la niña.

A escasos metros del despacho Luis Saravia empezaba a recuperar el sentido. Deseaba que todo fuese un sueño, pero los ojos que le miraban eran muy reales.
- T.. Tu… Tu... N… nnn…. No t…. te… mu…mmm… muevas… - Dijo mientras apuntaba a la niña con la mano que no tenía pistola. La niña seguía mirándole.
- Y… di di di… dim… dime qu… que… quien… - Se estaba meando encima.

No sabría decir si fue cuando le llego el olor a sangre, cuando vio a María coger el arma del maletín, a las sombras de los policías preparándose para entrar en el edificio o cuando comprendió que estaba atracando un banco custodiado por un demonio vengativo y justiciero. Pero lo cierto es que cuando la cosa ya no podía ir a peor, Luis Saravia, agotado, se desmayo y cayó al suelo por segunda vez.