viernes, 31 de agosto de 2012

Los Dictadores - Primera Parte

Notaba como el vagón se deslizaba lentamente por los raíles a pesar de que la oscuridad de la noche no me permitía ver más allá de la ventana. De vez en cuando la luz de un potente foco irrumpía el interior iluminando las caras de unos guardias cuyos rostros dibujaban la dureza de su trabajo y cuyos fusiles asomaban sombras horripilantes en las paredes. El movimiento de esas sombras fue lo más parecido a un saludo que tuve en todo el día, esa fue mi indigna bienvenida al gulag.

El Psijushka no era ni una cárcel ni un manicomio sino la peor mezcla posible de los dos. Se trataba de un recinto amurallado con unas dimensiones colosales situado al borde de un acantilado. Sus muros eran tan sólidos que aplacaban el ruido de las olas al crujir. Sobre ellos se disponían, alineados como soldados, los altos torreones. Siempre había guardias controlando que sus invitados no hicieran ningún acto no permitido, tal y como estaba estipulado en “El Código del Psijushka”, que debíamos cumplir a rajatabla. Hacia el Este se levantaba la gran fortificación de arsenales, cocinas, almacenes y oficinas que daba el nombre al lugar. Un soberano edificio de piedra construido a mano por los antiguos inquilinos. Los pocos que sobrevivieron al levantamiento del edificio no soportan la contemplarlo al amanecer, justo cuando los rayos del sol se alzan tras su blanquecina forma. Dicen que la sensación es como haber parido al mismísimo diablo, pero pronto cambiarían de opinión. 

La zona negra, la de los presos, era un cuadrilátero que constaba del gulag y otros tres lados: uno para los calabozos, otro para la mina y otro para “el patio”. En el “el patio” se encontraban los laboratorios y era a priori la zona más desprotegida. Pero a pesar de su aparente debilidad nadie se atrevía a acercarse a sus puertas. La razón principal era que todo al que enviaban allí volvía casi inservible para el trabajo. En “el patio” se torturaba a los prisioneros con todo tipo de experimentos, tal y como había ordenado el general del Ejercito Blanco Mijail Solznivik. Los prisioneros sufrían experimentos tanto médicos como psicológicos, y eran devueltos a sus celdas con dolores y pesadillas que duraban incluso semanas. “Cantor” iba frecuentemente pero no era un tema del que le gustara hablar. Aunque la verdad era que no se nos permitía hablar mucho. Sólo en los calabozos y con dificultades. Los calabozos eran filas de celdas separadas entre sí, orientadas alternativamente hacia el Norte o hacia el Sur, de modo que cada vez que nos sacaban de la celda, por el motivo que fuese, lo hacíamos en grupos alternos. Lo normal era salir para trabajar la mina y ahí “El Código” era muy claro con respecto al silencio. Y los guardias también. Debido a la falta de luz y de espacio era muy fácil perderse en las minas si desconocías el trazado de sus túneles, por lo que la atención debía de ser máxima. Mis conocimientos de topografía fueron muy útiles durante los primeros días que pase allí dentro.

Las celdas de los calabozos eran unos espacios generosos, con gruesos muros, de modo que para que te escucharan en la celda de al lado tenias que hablar a un volumen considerable. Y claro, siempre había un guardia cerca. Mi celda por suerte era diferente. Al preso de la celda contigua se lo llevaron al día siguiente de mi llegada porque no paraba de quejarse de que su comida estaba envenenada. Mientras se lo llevaban al patio seguía maldiciendo a los guardias, la comida y la mina, acusándoles de haberla envenenado también. Algo de razón tenía, pero le faltaba mucha información valiosa. Fue en ese momento turbulento cuando conocí a “cantor”, que susurraba por una pequeña rendija en la base de la pared: 

- Eh, ratón. Estas ahí? -

Ya que no podíamos usar nuestros verdaderos nombres manteníamos un mote en función de nuestra celda. Ahí estaban los cucaracha, puerta rota, suicidio, bufidos, dentadura, calambres, manos rotas, cantor, mula... Era ley entre los presos recordar la historia de nuestros predecesores para que no se cayeran en el olvido aunque perecieran. “Cantor” no cantaba, pero hablaba sin parar:
-
  Yo antes era relojero. Hay que tener unas manos muy hábiles para encajar todos esos engranajes. Es incluso más difícil de diseñar que un tren o una bomba, pero claro, hay que tener sensibilidad artística.-

Cantor decía que había trabajado para familias poderosas y que la fama de su maestro llegada hasta el Oeste de Europa. Una vez le pidieron trabajar en Londres en un grandioso reloj para una torre. El resultado fue tan satisfactorio que le acabaron arrancando los ojos para que no pudiera reproducir su obra. A cantor se lo ocurrió decir que le castigaron por ser extranjero y ahí empezaron sus problemas. Un día de debilidad se me ocurrió hacerle una pregunta personal:

Por qué quieres que te lleven “al patio”? – le dije -

- Cuando me siento débil me recuerda quienes son el enemigo. -

Asentí,  satisfecho de su respuesta. Todo iba a pedir de boca. Sin embargo al cabo de unos días algunos de los presos más cultos se las apañaron para reconocerme. Se lo debieron contar a “cantor” porque el nerviosismo en su voz era palpable.
- Señor. Yo… solo quería decirle que su libro…yo... Es un honor… 

Después de tan lamentable actuación no me dirigió la palabra en varios días. Era lo mejor. Faltaba muy poco para que llegara el Ejercito Negro y pudiera tomar el gulag y su mina desde dentro. No podía permitir que nadie echara por tierra todo el plan, ni siquiera alguien tan útil como él.

Justicia - Indice



Estaba mareado y me costaba mucho respirar. Cada bocanada suponía un esfuerzo monstruoso y el aire llegaba a mis pulmones húmedo y cálido.

 -¿Dónde…?- Me preguntaba.

Intenté abrir los ojos pero unas agujas invisibles atravesaron mis cuencas hasta punzar mi cerebro. Quise gritar pero tan solo alcancé a emitir un lamentable quejido. ¡Me faltaba el oxígeno! Me sentí desfallecer y anticipé mi inminente caída al duro suelo… Pero algo me mantenía sujeto. Contuve las nauseas. El sabor de la bilis se agarró amargo y ácido a mi garganta.

-¿Por qué gira todo al mi alrededor?-.

Probé de nuevo a levantar los párpados. Oscuridad. Algo me cubría la cara, empapada por mi propio aliento. La sien me palpitaba con fuerza. Instintivamente quise alzar mi brazo para mitigar el rítmico tormento pero unas ataduras me lo impedían.

-¿Cómo…?.-

Mis sentidos despertaban y recé por poder enterrarlos en el limbo.


Así comienza "Justicia". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:



Esperamos que os guste tanto como a nosotros, ¡un saludo a todos!

sábado, 25 de agosto de 2012

JUSTICIA - Conclusión

Una inmensa sensación de paz recorría sus venas. Nunca pensó que algo tan espantoso y cruel pudiera provocar semejante bienestar en su organismo. Aún tenía las manos empapadas de sangre, y millones de salpicaduras adornaban su escotada camiseta color aceituna. Fueron muchas las veces en que se preguntó si todo aquello tenía algún sentido, si aquella atrocidad sería capaz de lapidar todo el dolor que aún estrangulaba su corazón. A punto estuvo mil veces de echarse atrás, dejándose llevar por el más terrible abatimiento. Pero era en esos momentos de debilidad cuando un suave movimiento dentro de su vientre le recordaba el verdadero significado del designio al que se había entregado.

- No es justo, ¡no lo hagas! ¡Yo no lo maté! - esas fueron las últimas palabras de su víctima antes de exhalar su aliento final.

- Justicia, ¡cómo te atreves a hablar de justicia! - gritó Anne mientras con un rápido y certero movimiento incrustaba la afilada hoja en el pescuezo del aterrado entrenador. - Tú me arrebataste al padre de mi hijo, tú me despojaste de todo lo que yo tenía... Querías llevarte todos los méritos, cubrirte de gloria a costa de su esfuerzo y su sacrificio. ¿Y qué pasó al final? ¡¡Dime!! ¿Qué pasó? Se fue, ¡¡lo mataste!! Sí, tú, cerdo codicioso, conseguiste exprimirle hasta que su corazón no pudo aguantarlo. ¡Sólo tenía 26 años! ¿Y ahora qué, hijo de puta? ¿¿Ahora qué?? Yo te lo diré, ahora no podrás explotar a ningún nadador más, tus ojos no verán más medallas…”

Las manos le temblaban de forma incontrolable. Toda su entereza se vino abajo en el mismo instante en el que el hombre cayó desplomado sobre el duro suelo. Pero debía ser fuerte, por ella, por su hijo, por el joven marido al que lloraría por toda la eternidad. Sólo quedaba un paso para completar lo que durante las últimas semanas había planeado con tanto cuidado. No sentía arrepentimiento, ni vergüenza o temor. Sólo paz. Había hecho lo que debía, igual que lo hicieron aquellos a quienes había deleitado con el dulce sabor del resarcimiento. El círculo estaba cerrado. Era hora de reunirse con ellos y desvelarles la identidad del Organizador. Le gustó aquella denominación con la que ella misma se había bautizado, y le gustó más aún jugar con la ambigüedad del género, pues de alguna manera le hacía sentirse más fuerte, más poderosa. Nunca recuperaría el calor de su amado, pero su particular cruzada contra las injusticias le haría al menos recuperar el sentido de su vida.

Se hacía tarde, la Ceremonia habría comenzado hace varias horas, y la llama olímpica debía estar a punto de besar el pebetero. “Es la hora de hacer Justicia” sentenció Anne para sus adentros.

El Estadio Olímpico lucía sus mejores galas. Destellos y colores se mezclaban con las miles de personas que abarrotaban sus gradas. La Ceremonia estaba siendo un auténtico éxito y la emoción invadía a los presentes ante la inminente llegada del elemento que daría el pistoletazo de salida a una nueva y magnífica edición de los Juegos Olímpicos. Todo estaba listo. El último atleta alargó su brazo derecho e hizo entrega de la antorcha al portador final, que comenzó a recorrer los últimos metros del que sería uno de los momentos más importantes de su vida. La música acompañaba la intensa vibración del público, que se debatía entre el silencio ritual y los espontáneos gritos de júbilo. La distancia total quedó finalmente completada y el fuego se propagó en su recipiente, dando lugar a un estallido de aplausos que súbitamente se convirtieron en un silencio cargado de asombro. Todo quedó a oscuras. El apagón general dejó como único foco de iluminación la recién encendida antorcha olímpica. El desconcierto se extendió como la pólvora y muchos se maravillaron ante semejante despliegue de innovación escénica. Sin embargo, aquel imprevisto no parecía muy propio de un espectáculo tan solemne y pronto las sospechas de los más recelosos fueron tomando fundamento. Repentinamente, la multitud enmudeció ante el agudo acople proveniente del suntuoso equipo de megafonía.

- Justicia. Definida en tiempos romanos como la voluntad de tratar a cada cual como se merece. Nuestros antepasados eran sabios. – Una molesta voz distorsionada comenzó a sonar a un volumen atronador. - Ellos sabían que toda acción tenía sus consecuencias, y si alguien cometía un delito, debía recibir un castigo acorde con dicho acto. La Ley de Talión, esa que mantuvo a raya a criminales en la antigüedad y que poco a poco hemos ido descafeinando con nuestra falsa moral y el absurdo concepto de la rehabilitación. Ojo por ojo, señoras y señores. Y no estamos hablando de venganza, ¡sino de justicia! Esa que debería poner a cada uno en su sitio, y que a día de hoy está corrompida por sucios intereses y carencia absoluta de esencia.

Por momentos, el asombro comenzó a convertirse en miedo. El miedo, por momentos, en terror. De un plumazo se desvaneció la posibilidad de que aquello formase parte del espectáculo, y las chirriantes palabras continuaron propagándose, acusadoras:

- Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de injusticias, a aceptar las miserias que nos vienen impuestas y nos sometemos al yugo de forma sumisa, absurda. Pero las cosas van a cambiar. Es hora de dar una lección al mundo, es de hora de que los crímenes tengan su justo castigo…

El caos se desató en el instante en que la gente comenzó a correr despavorida hacia las puertas de salida, justo en el momento en que la electricidad volvía a hacer acto de presencia y la voz se apagaba, escondiéndose tras los muros de un lugar desconocido.


THE MORNING STAR:
STEPHEN REDGRAVE: “La seguridad es lo primero, y hemos tomado la decisión correcta.”
LONDRES, Sábado, 28 de Julio de 2012, 08:12.—


Tras los incidentes acaecidos ayer por la noche durante su Ceremonia de Inauguración, y tras la aparición de dos cadáveres con signos de violencia dentro de las instalaciones del Estadio Olímpico, la XXX edición de los Juegos Olímpicos, Londres 2012, ha quedado definitivamente suspendida por motivos de seguridad.

Los hechos sucedieron la pasada noche, alrededor de las 23.30 horas, momento en que la llama olímpica llegaba a su meta. Tras un apagón general, la voz distorsionada de una persona aún desconocida, según afirman fuentes oficiales de la organización del evento, hacía apología de la Ley de Talión y amenazaba con castigos en nombre de la justicia.

El desconcierto ante tales acontecimientos dio lugar a la histeria de los presentes y en su intento de huída provocaron numerosas avalanchas. Los servicios de seguridad y asistencia médica se desplegaron con gran rapidez y eficacia, atendiendo caídas, desmayos y aplastamientos de todo tipo. Más de 2.000 personas tuvieron que ser atendidas, aunque, gracias a las férreas medidas de seguridad, no han tenido que lamentarse daños mayores.

Según Stephen Redgrave, comisario jefe de Scotland Yard, “Tras la evacuación de todas las personas, se procedió a un intenso registro de las instalaciones deportivas, donde encontramos los cuerpos de dos hombres violentamente asesinados, cuya identidad es aún desconocida, pero que nuestro departamento científico está trabajando por identificar”.

Actualmente las labores de investigación se centrar en hallar al autor de los hechos, del cual no se ha encontrado ninguna pista decisiva por el momento. “Sin duda, se trata de algún enfermo mental dotado de gran inteligencia. No hemos encontrado más que una nota manuscrita y firmada por El Organizador”, afirma Redgrave. “No sabemos si actúa solo o pertenece a algún grupo terrorista, pero desde luego es peligroso. Se ha decidido suspender los Juegos Olímpicos. La seguridad es lo primero, y hemos tomado la decisión correcta.”

En dicha nota manuscrita puede leerse: “La injusticia será perseguida y castigada, hasta el fin de los días… El Organizador”.

Las sospechas que durante meses anunciaban la posibilidad de un atentado terrorista durante los Juegos Olímpicos de Londres se han visto confirmadas, aunque por el momento se desconoce si se trata de un hecho aislado y sin mayores consecuencias, o si, por el contrario, algo frustró los planes del llamado Organizador.

viernes, 10 de agosto de 2012

JUSTICIA - Capítulo Tercero


Una punzada de dolor recorrió mi cuerpo haciéndome despertar. Todo me ardía y poco a poco la sensación de dolor se iba intensificando hasta hacerse insufrible. Mi mente, nublada como estaba desde hacía tanto, no alcanzaba a enlazar más que ideas sueltas. Dolor. Llamador. Morfina. Paz.

Trataba de alcanzar el pulsador con la campanilla dibujada, pero no daba con él. Probablemente se habría caído al suelo mientras dormía

-         Enfermera – Balbucee - ¡Enfermera! – Repetí sin éxito

La respuesta, sin embargo, vino por parte de una voz profunda, cavernosa, grave que, desde el otro lado de la habitación, me habló

-         No va a venir ninguna enfermera. Tendrás que acostumbrarte al dolor, te he quitado la morfina. Entiéndelo, si vamos a hablar, no puedes estar drogado, necesito toda tu atención

El dolor era indescriptible, un daño absoluto para mi maltrecho cuerpo. Intenté incorporarme para ver quién me hablaba. Pude tan solo levantar mis cabeza y abrir los ojos y lo hice con mucho sufrimiento. Allí, sentado en el butacón de la habitación del hospital, había un hombre algo menor que yo. De unos setenta años y raza negra, sostenía entre sus enormes manos el llamador que tanto ansiaba.

-         ¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo ha entrado en mi habitación? ¿Qué quiere, dinero? – Mi boca estaba pastosa, pero poco a poco el dolor me iba despertando y comenzaba a vocalizar mejor- Le daré lo que quiera, pero llame a enfermera… Duele, duele mucho. Necesito morfina, por favor…

-         Se equivoca. Soy negro, no un ladrón. No es lo mismo ¿sabe? – Dijo el hombre, visiblemente enfadado - No quiero su dinero, quiero que me devuelva lo que me robó.

-         …

-        El Organizador me llamó. ¿No quieres una compensación? Me dijo. Acabaron con tu vida, con tus sueños y no les pasó nada. Fue una decisión injusta, cruel, desproporcionada y nunca hicisteis nada al respecto. Y ¿Sabes?, tiene razón. El Organizador tiene razón. Jimmy Warners está muerto desde hace casi cuarenta años, pero tu no. Y fue tu consejo el que le hizo tomar la determinación – El enorme hombre no dejaba de hablar y mientras, se iba acercando al cabecero de la cama-  La verdad es que su nombre le viene al pelo, Organizador. Me dio todo prácticamente hecho. Me indicó dónde estabas, cómo entrar en el hospital, a qué enfermera podía sobornar... Me hace gracia su acento inglés, su exagerada flema inglesa, ¿Sabes? Parece una parodia, un personaje. Por cierto ¿Tienes miedo?

-      Sí – Pude decir

-      Eso es que estás despierto, eso está bien. No está siendo una venganza como había soñado, es bastante descafeinada, ¿Verdad? Pero menos es nada. ¿Qué es, cáncer? – Preguntó mientras me escrutaba con la mirada.

-      Sí – Conseguí decir pese al tormento del dolor – En fase terminal, no me queda mucho. Dos semanas, tres quizás, un mes… no se sabe ¡¡Por Dios conecte la morfina, tenga piedad!!

-      No se preocupe, no queda ya mucho – Con una terrorífica sonrisa, cada vez se acercaba más a mi – Piedad, dices… No me recuerda, ¿Verdad? Si no, no hablarías de piedad. Fui medalla de oro en los 200 metros lisos de Mexico 68, la gran promesa negra de los EE.UU. ¿Recuerdas ahora? Por aquel entonces usted era el consejero de Jimmy Warners, presidente del Comité Olímpico Internacional, la persona que decidió expulsarnos a mí y a mi compañero de los juegos.

-       Sí, sí. Te recuerdo – La máquina que monitoriza mi corazón comenzó a pitar cada vez más fuerte. Estaba a punto de desmayarme, pero no podía mostrar aún más debilidad ante ese hombre – Los juegos olímpicos no son lugar para esas actitudes, toda esa mierda del Black Power enturbió el espíritu olímpico, enturbió las olimpiadas.

-       ¿Y toda la parafernalia nazi? – Respondió él apresuradamente - ¿Esos no enturbiaron nada? ¿Sus saludos, sus banderas, su ideología? Porque  Jimmy Warners nunca, nunca dijo nada al respecto. Nunca censuró esos juegos ni actitudes, nunca reprochó nada ni castigó toda esa propaganda que hicieron. Allí estaban todos los del Comité en el 36, bailándoles el agua. Sólo les faltó gritar ¡Heil Hitler! y perseguir judíos...

-       … - Me quedé sin palabras, sin nada que contestar a eso

-       Usted hizo que nos expulsaran del equipo. Acabó con mi carrera y todo por exigir igualdad, por luchar contra el racismo, por reivindicar que éramos tan personas como los blancos. No tiene ni idea de en qué convirtió mi vida. Acabaste con mis ilusiones, mis sueños… después de aquello nadie me quería contratar, era un apestado… No. No, escúcheme. Mientras usted agoniza en esta clínica que cuesta ¿Cuánto? ¿2.000? ¿3.000 dólares al día? Yo he tenido que malvender mi medalla y mis zapatillas para poder comer… No es justo. Ahora merece su casigo.

-       ¡Por Dios! – Supliqué entre gritos - ¡No me haga nada! ¡Por Dios, no quiero morir! ¡No aún!

El enorme hombretón ya estaba justo a mi lado. Presionó un botón en una de las máquinas que me mantenían con vida y sentí cómo me costaba cada vez más respirar. Grité, pataleé mientras todo se nublaba para siempre a mi alrededor.



 THE MORNING STAR:
STEPHEN REDGRAVE: “Perseguiremos el racismo y su apología”
LONDRES, Viernes, 27 de Julio de 2012, 11:30.—

Apollo Onward (centro) y Buddy Galloway (derecha) muestra el saludo del Poder Negro en los Juegos Olímpicos de verano de 1968 mientras que la plata medallista de Gabriel Chance (izquierda) lleva una insignia de OPHR para mostrar su apoyo a la causa.


Esta noche darán comienzo los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y el jefe de Scotland Yard, Stephen Redgrave, visiblemente nervioso ha lanzado el que será un último aviso antes de que se encienda el pebetero. La seguridad de los atletas y los asistentes al evento es lo primero - ha dicho - Por lo que perseguiremos y castigaremos contundentemente cualquier tipo agresión que se realice, especialmente las que tengan corte racista.

Estas declaraciones vienen motivadas por el incidente ocurrido ayer frente a la ciudad deportiva, dónde unos encapuchados han insultado y han comenzado a lanzar objetos al paso del autobús del equipo de atletismo de Kenia. Los encapuchados, ataviados con indumentaria y simbología neo nazi, esperaban en la puerta de la Villa la llegada del autobús Keniata. Este hecho se une a la aparición esta madrugada, dentro del propio estadio olímpico, de pintadas y símbolos fascistas. 

Estas actitudes xenofobas han sido duramente reprendidas por Apollo Onward, que advierte del preocupado del peligro que entrañan. Es algo que creíamos superado, ya luchamos por ello, ya sufrimos por ello. Pero está claro que no es así - Ha dicho Apollo en su intervención - El racismo es una lacra en nuestra sociedad que debemos erradicar al precio que sea. Las autoridades tienen el deber y obligación de acabar con este sin sentido.

Apollo es una figura histórica en la lucha contra las desigualdades raciales. Es recordado en todo el mundo, no por su victoria en los 200 metros de México 68, sino por la celebración de la misma en la que Apollo se convirtió en símbolo del Black Power. En la ceremonia de entrega de medallas, como protesta por las desigualdades y opresión que aún sufría la etnia negra en los EEUU, apareció descalzo junto con su compatriota y medalla de bronce, también de origen afro-americano, Buddy Galloway. Durante la interpretación del himno norteamericano, ambos agacharon la cabeza y levantaron el puño en alto con un guante negro. 

Este gesto provocó que fueran expulsados de sus respectivos equipos y tuvieran que abandonar la villa olímpica. Al volver a EEUU, tanto Galloway cómo Apollo, fueron tratados como delincuentes y no encontraron trabajo durante muchos años.  Recibieron amenazas de muerte, cartas, llamadas y sus amigos desaparecieron. Tenía 11 récords del mundo pero el único trabajo que encontró fue lavando coches en un aparcamiento.

En el año 2010, Apollo tuvo que subastar la medalla de oro olímpica y las zapatillas que llevaba cuando la ganó por necesidades económicas [...]

viernes, 3 de agosto de 2012

JUSTICIA - Capítulo Segundo


Fueron los gritos de aquel hombre los que me despertaron. Cuando traté de abrir los ojos y éstos se toparon con la venda que los tapaba, mi primer pensamiento consiguió arrancarme un grito de desesperación.

“Me han cogido” – pensaba – “Allah me proteja... me han encontrado y me han cogido”.

Con sorpresa, descubrí que mis manos no se encontraban atadas. Al menos, no ahora: quitándome la venda de los ojos, pude ver que mis muñecas tenían las marcas de unas presillas. Miré para todos lados, tratando de reconocer la estancia en la que me encontraba encerrado. Un zulo de apenas siete por cuatro por dos y medio. Paredes húmedas, a medio labrar en piedra viva. Y una puerta metálica con una pequeña rendija. Mi corazón latía con fuerza y nervios. Mientras en alguna parte, un hombre seguía gritando de dolor.

- Allah es grande. No hay más dios que Allah... – murmuré mientras daba vueltas en mi celda. Llevé mis dedos temblorosos a los labios mientras me disponía a ponerme de rodillas. Era imposible determinar donde estaba... así que cualquier rincón valía. Allah encontraría mis plegarias. Allah no abandonaría a un fiel creyente como yo.

Capté alguna palabra de clemencia entre los gritos de aquel hombre. Inglés, parecía. Aquello resultaba extraño, teniendo en cuenta que los americanos y británicos siempre han sido aliados de esos cerdos israelíes. Porque estaba seguro de que ellos se encontraban tras aquello.
Pensaba que tendría tiempo de rezar hasta que al menos hubieran terminado de torturar a aquel pobre desgraciado. Pero sus gritos aun resonaban afuera cuando se abrió la puerta metálica. Ocurrió tan de repente que apenas si tuve tiempo de intentar levantarme y darme la vuelta. Al menos dos hombres irrumpieron y me tomaron con fuerza, pegándome contra la pared. Notaba la desesperación crecer en mi interior y reconozco con tristeza que me dejé llevar por el pánico.

- ¡No me hagan daño, por favor! – los dos encapuchados llevaban ropas negras como sus pasamontañas. Tenían una constitución fuerte y joven. Un viejo palestino de casi sesenta años como yo no era rival para ellos. - ¡No soy quien piensan! ¡Se equivocan de persona!

Era una mentira inútil. Si eran israelíes no querrían repetir la metedura de pata del camarero marroquí a quien mataron en Noruega. Si algo había que reconocer a los putos israelíes era que no cometían dos veces el mismo error.

- Por favor, no...

- Ab Sawari. – era la voz de un anciano, procedente de la puerta. Los dos fornidos encapuchados me retenían con la fuerza suficiente como para impedirme que girase la cabeza. – Te llamas Ben Ab Sawari, ¿verdad?

- No, señor. No sé de quien... – mi voz se tornó en grito cuando uno de los encapuchados hundió sus dedos en mi hombro. Casi escuché el crujir del hueso.

- Cuarenta años... – la voz del anciano resonaba con la paciencia de quien ha terminado una colección de cromos. El dolor de mi hombro era tan intenso que apenas si podía tratar de reconocerle sólo por la voz. – Cuarenta años desde la última vez que nos vimos...

A esas alturas supe que mi destino estaba en las manos de Allah. El anciano tenía razón: mucho había conseguido escapar del que siempre supe que acabaría siendo mi final.

- No, claro que no me recuerdas... – escuché como el anciano arañaba las paredes de la habitación con algo metálico. – Pero yo no he podido olvidarte.

Aquellos dos hombres seguían reteniéndome pero conseguí ver como aquel objeto que rechinaba contra la pared era la hoja de una espada. Muy fina y terminada en punta. Un viejo florete de esgrima.

- No he vuelto a coger uno de estos en cuarenta años... – el anciano seguía recitando un texto que parecía haber memorizado en todo ese tiempo- Tu y los tuyos le quitasteis la vida a muchos de los nuestros. Pero a otros... nos quitasteis algo igual de precioso.

Esperaba que la hoja siguiera su curso y que acabara en mi cuello. Pero entonces fue cuando uno de los dos hombres me sostuvo mientras el otro descargó un fuerte y certero golpe en mi brazo bueno. Los huesos crujieron y sentí como Allah me abandonaba al tiempo que lo hacían las fuerzas. Lloraba de puro e intenso dolor cuando, tras una pausa, el anciano dio una orden a los encapuchados.

-         Dejadlo.

Sentí como aquellos dos hombres me soltaron y mis viejos huesos y la gravedad me dejaron de nuevo en el suelo. Notaba como mi garganta trataba de recuperar el oxígeno perdido. Con los ojos llorosos, pude ver como algo caía al suelo. Resonó con el mismo sonido metálico que antes había arañado las paredes.
Una espada.

- Vamos, cógela. – dijo el anciano.

Alcé la vista, viendo al contraluz de la bombilla desnuda la silueta de aquel anciano, embutido en un traje acolchado blanco. Antes de poder reconocer su rostro, se colocó una máscara de rejilla y en su mano derecha centelleaba el viejo florete.

- Y no te preocupes por ellos... – mencionó mirando a los fornidos enmascarados. – No nos interrumpirán. Fue la condición que le puse al Organizador. Y el Organizador es un hombre de palabra.

Miré con ojos inquietos la espada que yacía en el suelo. Había pasado tanto tiempo desde mi entrenamiento en los campos la Franja de Gaza que ya casi no recordaba cómo se disparaba una pistola. Darme aquella espada, con mi único brazo bueno destrozado, era ya una broma cruel. Tenía la misma oportunidad de salir con vida de allí que si me hubieran dado un mondadientes.

- Cer... cerdos israelíes... – y conseguí acompañar eso escupiendo con fuerza.

- Creeme, Sawari. Si fuese el Mossad quien te ha traído aquí no tendrías derecho a defenderte... – susurró con rencor el anciano. – Pero como dice el Organizador... ¿qué justicia habría en tu castigo?

En la mano de aquel anciano, el florete trazó varios surcos en el aire. Casi pude ver cómo sonreía pleno de satisfacción bajo su máscara. 

-         En guardia.

Y antes de darme tiempo siquiera a decir el nombre de Allah, la muerte lanzó su primera estocada.

***

Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos. Munich 1972
THE MORNING STAR:
STEPHEN REDGRAVE: “No permitiremos un segundo Munich”.
LONDRES, jueves 26 de Julio de 2012, 14:08.—


A primera hora de esta mañana, la comitiva de seguridad para los Juegos Olímpicos de Londres 2012 recibió a la comitiva de los siete supervivientes de la tragedia de Munich, en 1972. Los siete hombres, todos miembros del equipo olímpico israelí, fueron atacados y retenidos en las instalaciones de la ciudad olímpica por miembros de un comando palestino conocido como “Septiembre Negro”. La crisis de rehenes iniciada el 5 de Septiembre de 1972 se saldó con la muerte de once atletas israelíes, cinco palestinos y un agente de policía alemán, tras un intento de rescate que desembocó en un tiroteo.

La comitiva de supervivientes, que habían regresado a Munich para el rodaje de un documental para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la tragedia; fueron recibidos en Londres como héroes en una ceremonia cargada de emociones. Aunque algunos siguieron con sus carreras deportivas, muchos como Alan Davalos, ex esgrimista, se retiraron inmediatamente después de los ataques a sus compañeros.

“Ha sido una mezcla de emociones... (...) sólo hay alguien a quien culpar, a los terroristas desafortunadamente” dijo Davalos a los periodistas. “Aunque espero que un día termine el terror en el mundo, no puedo olvidar los sucesos vividos.”

Alan Davalos y cuatro miembros de su equipo se hicieron fuertes en una de las habitaciones cuando los miembros del comando “Septiembre Negro” entraron en las dependencias olímpicas, el cinco de septiembre de 1972. “No sabíamos cuantos terroristas había, qué armas tenían ni a cuantos de nuestros compañeros retenían como rehenes”. En una intrincada fuga, Davalos y un puñado de sus compañeros lograron escabullirse. Sin embargo, en su huida, Davalos señala que uno de los terroristas les vio, aunque no disparo contra ellos. Paradójicamente, ese mismo terrorista fue identificado como Ben Ab Sawari, el único miembro del comando que aun hoy sigue en paradero desconocido. Fue identificado en los videos por su chaqueta a rayas, y herido en la muñeca durante el altercado.

En 1999, Ben Ab Sawari surgió de su escondite secreto en África para aparecer en el filme One Day in September, durante el cual estaba disfrazado y su rostro mostrado en una sombra borrosa. Fue la primera vez desde 1972 que uno de los participantes de la masacre de Munich hablaba públicamente del tema. Durante la entrevista, explicó: “Estoy orgulloso de lo que hice en Munich porque ayudó enormemente a la causa palestina... antes de Munich, el mundo no tenía idea de nuestra lucha, pero en ese día, el nombre de Palestina se repitió en todo el mundo.”

Cuando se acerca el cuadragésimo aniversario del ataque, las autoridades al cargo de la seguridad de los Juegos Londres 2012 han sido tajantes al respecto. “No permitiremos un segundo Munich” advirtió el comisario jefe de Scotland Yard, Stephen Redgrave.

Por otra parte, el documental no sólo se centra en el atentado mortal, sino también en el destino de los supervivientes, incluyendo a aquellos que volvieron a Munich.

"Cuando Bio Channel decidió hacer este documental, estaba muy, muy emocionado. Al menos ahora, después de tantos años, podemos volver juntos y decirle al mundo todo lo que sabemos", dijo Davalos.
El documental se emitirá en The Biography Channel el 7 de septiembre.

N.A.: Esta es una historia ficticia basada en hechos reales ocurridos durante las olimpiadas de Munich de 1972 y descritos en el artículo periodístico, imaginario también. Los nombres utilizados han sido cambiados para no perjudicar a nadie.