viernes, 27 de julio de 2012

JUSTICIA - Capítulo Primero

Estaba mareado y me costaba mucho respirar. Cada bocanada suponía un esfuerzo monstruoso y el aire llegaba a mis pulmones húmedo y cálido.

 -¿Dónde…?- Me preguntaba.

Intenté abrir los ojos pero unas agujas invisibles atravesaron mis cuencas hasta punzar mi cerebro. Quise gritar pero tan solo alcancé a emitir un lamentable quejido. ¡Me faltaba el oxígeno! Me sentí desfallecer y anticipé mi inminente caída al duro suelo… Pero algo me mantenía sujeto. Contuve las nauseas. El sabor de la bilis se agarró amargo y ácido a mi garganta.

-¿Por qué gira todo al mi alrededor?-.

Probé de nuevo a levantar los párpados. Oscuridad. Algo me cubría la cara, empapada por mi propio aliento. La sien me palpitaba con fuerza. Instintivamente quise alzar mi brazo para mitigar el rítmico tormento pero unas ataduras me lo impedían.

-¿Cómo…?.-

Mis sentidos despertaban y recé por poder enterrarlos en el limbo.

-El dolor… ¡Dios!-

En la confusión, una voz parecía llegar desde lo lejos.

-… fin has despertado. Por un momento llegué a temer que te fueras a perder toda la diversión. Hubiera sido una desconsideración por tu parte después de todas las molestias que me he tomado. ¡tsk, tsk! Avô. Los dos sabemos que te gusta ser el centro de atención y no hemos hecho nada más que empezar. ¡Je, je, je!-

-¿Qué…? ¿Quién?-

Quise saber, desconcertado. La voz tenía un acento familiar. Me costaba pensar con claridad. Extranjero…

-Ha pasado mucho tiempo. Pero estoy seguro de que no me has olvidado. Yo te prometo que me he acordado de ti cada día de estos últimos ocho años. ¿Cómo no iba a hacerlo? Me jodiste a base de bien.-

Sudamericano. Mi captor se movía nervioso a mi espalda, de un lado a otro hablándome con esa musicalidad que tanto gusta a las muchachitas. Me costaba entenderle. De repente oí el ruido.

-Por un tiempo intenté olvidarlo, pasar página. Intenté perdonarte, decirme que son cosas que pasan; que no eras más que un viejo chiflado. Di una imagen de tranquilidad. Traté de… ¡¿Por qué coño tuviste que aparecer en ese programa?! Cuando te vi bailando en la televisión, con toda esa gente aplaudiéndote. ¡Después de lo que hiciste! Tú recibías alabanzas mientras yo me pudría en el olvido. ¡Me jodiste la vida! ¡Era mi gran oportunidad! Tantos años luchando, tanto esfuerzo, tanta preparación… ¡Para que llegue un loco y lo mande todo a la merda!-

Casi ni le escuchaba. Estaba hipnotizado por ese ruido.

-Pensé que ibas a matarme. Que llevabas una pistola, un canivete o algo por el estilo. Ojalá lo hubieras hecho. Todo hubiera acabado allí. ¿Te haces una idea de lo duros que fueron esos últimos kilómetros? La incredulidad, los calambres, la desesperación… No sé cómo fui capaz de llegar a la meta.-

Sonaba como metálico, peligroso…

-Pero, ¿Sabes qué fue lo peor? No que Williams se llevase el oro que me pertenecía; tampoco recibir ese ridículo premio al espíritu olímpico ¡Que le follen al espíritu olímpico! Lo que realmente me reconcomió por dentro fue que tu único castigo fuera una multa de 3.000 míseros euros. ¡Merda em Deus! ¡Eso es lo que vale mi sueño! ¡Una vida de sacrificio! ¡La ilusión de toda una nación!-

Shhhhhriiiiiink… El miedo comenzó a apoderarse de mí.

 -Y encima tú parecías no tener ni idea de lo que habías hecho, ahí plantado con tu estúpido traje irlandés. No me lo podía creer. Era demasiado ridículo para ser cierto. Lo único que querías era ser famoso para poder hablar de la vuelta de Jesucristo, del fin del mundo y de todas esa porcaria.-

Acero contra piedra, besándose, rozándose afiladamente… Cada vez más cerca de mí.

-No es justo. ¿Sabes? En este sucio mundo no hay justicia. Los ricos, los poderosos vagan a sus anchas riéndose de nosotros, fornicando sobre nuestros derechos. Dejando que en las calles el fuerte se coma al débil, que nos matemos entre nosotros, que afloren nossas miserias para que quedemos a su merced.-

El filo helado acarició mi brazo mientras elevaba el tono de su sermón. Como un relámpago, pasaron por mi mente imágenes de decenas de mártires torturados por su fe. San Basílides, San Basus, San Eusebio, San Eutiquio… sus cuerpos trepanados y desmembrados por la ignorancia y la herejía.

-Pero todo eso se va a acabar, ¿Me oyes? Se terminó el agachar a cabeça y decir que são coisas que pasan. Llegó el momento de reaccionar. De dar el justo castigo a quienes infligen impunemente daño al prójimo; de quienes siembran dolor y desdicha sobre la faz de la tierra.-

De pronto me quitaron lo que me cubría la cabeza y la intensa luz me cegó, clavando aún más las agujas en mi cerebro. El alivio de respirar aire renovado me hizo olvidar por un instante donde estaba hasta que…

-Es hora de hacer Justicia. Empezando por ti, Séamus.-

Un rostro se formó ante mí. Un rostro oscuro, demacrado, curtido por años al sol y la intemperie. Un rostro que yo conocía pero que había olvidado. Un rostro que me miraba con odio feroz… El rostro de mi muerte.

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THE MORNING STAR:
STEPHEN REDGRAVE: “A los alborotadores más les vale quedarse en casa”
LONDRES, miércoles, 25 de Julio de 2012, 10:38.—

Séamus Kavanag agrediendo a Elder de Asis en 2004.

Quedan tan solo dos días para que den comienzo los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y el jefe de Scotland Yard, Stephen Redgrave, ha lanzado un ‘aviso a navegantes’ anunciado que las fuerzas de seguridad londinenses tienen “orden de extremar las medidas disuasorias con el fin de garantizar la seguridad tanto de asistentes cómo de atletas”. Mr. Redgrave respondía así a los rumores sobre un posible boicot a la maratón por grupos activistas contrarios a los recortes anunciados por el gobierno. La carrera, que recorrerá la capital británica, se considera una de las más vulnerables a este tipo de actos de protesta.

En los Juegos Olímpicos de Grecia de 2004, el sacerdote católico irlandés Séamus Kavanag, de 57 años, atacó al corredor Elder de Asis cuando éste se encontraba en primera posición, a 5 kilómetros de finalizar la maratón. El maratonista brasileño se recuperó y terminó la carrera, pero tuvo que conformarse con la medalla de bronce.


El agresor fue condenado a un año de cárcel, que no cumplió por no tener antecedentes en el país helénico, y una multa de 3.000€ (2.421 Libras). El jefe de Scotland Yard aseguró que “se aplicará la pena máxima que permita la ley a aquellos que pretendan perturbar el buen desarrollo de los Juegos Olímpicos”. “Aquellos con antecedentes provocando disturbios en eventos deportivos tendrán prohibida la entrada a los recintos”.

Séamus Kavanag, expulsado de la iglesia católica por sus sermones sobre la llegada del apocalipsis, volvió a aparecer en las portadas al alcanzar las semifinales del programa “Britania Tiene Talento” interpretando danza tradicional irlandesa. La pregunta parece ser: ¿Es posible evitar que gente como Séamus sean los protagonistas en nuestras olimpiadas de Londres?



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N.A.: Esta es una historia ficticia basada en hechos reales ocurridos durante las olimpiadas de Grecia del 2004 y descritos en el artículo periodístico, imaginario también. Los nombres utilizados han sido cambiados para no perjudicar a nadie.

miércoles, 25 de julio de 2012

El Fiero Paso del Dragón - Indice

Pese al repentino chaparrón, dentro de la taberna el ambiente era cálido, acogedor y lo más importante, estaba seco. Los encharcados caminos se habían vaciado de golpe y la taberna, que servía de refugio, estaba a reventar. Había un ambiente casi festivo en su interior, más que una faena, parecía que la repentina lluvia era una bendición de los Dioses.
Gentes de toda Glorantha y toda condición comían, bebían, reían y charlaban animadamente mientras secaban las ropas que el inesperado aguacero les había calado. El Paso del Dragón era...


Así comienza "El Fiero Paso del Dragón". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Esperamos que os guste tanto como a nosotros, ¡un saludo a todos!

viernes, 20 de julio de 2012

El Fiero Paso del Dragón - Conclusión

El obsequio que Darrell les había dejado en el barco para la sacerdotisa y la ayuda del joven capitán lunar les permitió conseguir la audiencia con Nauhel antes de lo previsto.
Raudo, liderando la comitiva, fue el primero en atravesar las majestosas puertas hechas de madera y oro del templo. El adinerado comerciante vestía un jubón adornado con piedras preciosas y pantalones de cuero todo cubierto por una capa de seda con bordados de oro. Tras él, cuatro acólitos cedidos por el culto tiraban del arcón donde yacía el inerte Awender. Tae que cerraba la reducida comitiva, había elegido para presentarse a la sacerdotisa su mejor armadura y sus más llamativos anillos y collares.
La sala en la que entraron era circular, con grandes ventanales en la zona superior. Colgando de las paredes decenas de telares bordados con la historia del culto. Alguien docto en historia podría discernir el momento en que Njördr, dios del mar, desterraba a Sirina, titán del Rio Cielo; O como el héroe Daiphos, el gigante, uno de los fundadores del culto, aplacaba las iras de Sirina en uno de sus intentos por huir de su cautiverio. En el fondo de la sala se levantaba una gigantesca fuente y justo detrás, el templo se abría al exterior. Una impresionante vista del lago se podía ver desde la balconada a decenas de metros sobre este. Sobre una escalinata, justo delante de la fuente, les esperaba Nauhel. Tae y Raudo eran personas de una gran imaginación sobre todo cuando se trataba de pensar en bellas mujeres, pero la imagen que vieron ante ellos sobrepasaba cualquier expectativa.
La sacerdotisa era una chica joven, con una espectacular y larga melena blanca. El pelo, sujetado por una diadema de plata se elevaba por encima de la cabeza para luego caer como una cascada de nieve hasta casi rozar el suelo. Nauhel vestía únicamente una túnica dorada adornada con bordados y piedras preciosas que Raudo y Tae reconocieron enseguida.

- Bien hallados visitantes, esta humilde servidora os da la bienvenida a este templo de paz-. La voz de Nauhel era suave y refrescante como el agua de un rio. -¿Quiénes nos honran con su visita?.-

Raudo, totalmente embelesado por la belleza de la sacerdotisa, por una vez, se quedó sin palabras. Fue, Tae, entonces quien se adelantó.

- Mi señora, …, mi nombre es Septis-Khal, venimos desde las lejanas tierras de, ejem, Pent. Nuestra reina… ehhh, Ain-Thal-Shal, una fiel seguidora del su culto, mmmm…, nos ha encargado la misión de pedirle que consagre el cuerpo de su prometido-. A pesar de que lo habían ensayado mil veces durante el viaje, a Tae no se le daba tan bien contar mentiras como a Raudo.

Nauhel examinó con la mirada a los dos visitantes. Tae y Raudo notaron como si unos invisibles brazos les acariciaran el cuerpo. Ambos sentían un gran dolor en su alma por el asesinato que estaban a punto de cometer y luchaban  con toda su fuerzas para no echarse atrás.
Entonces, la sacerdotisa se acercó a la fuente y llenó un cuenco de barro con su agua. Acto seguido se acercó al arcón donde Awender yacía inerte.
La fama que se había forjado Awender como asesino no era gratuita. A su habilidad con la espada había que añadir otras cualidades que no eran fáciles de adquirir para un Peroliano. Hace muchos años Awender viajó a las tierras orientales de Genertela donde aprendió el Lao-Tsu, la maestría del sigilo. Se contaba que los maestros en este arte, entre otras muchas habilidades, podían ralentizar la respiración y hasta parecer muerto ante cualquier ojo experto e incluso ante la magia.
La sacerdotisa se acercó al arcón.

- Njördr, dios del mar. Frey, dios de la lluvia, vuestra fiel sierva os suplica. Limpiar este alma de cualquier mal que haya podido hacer para que pueda emprender el viaje al plano espiritual y pueda reposar en paz por el resto de los días.-

Cuando Nauhel se inclinó sobre el arcón. Awender abrió los ojos. Con un rápido movimiento de la daga que tenía escondido bajo la mortaja se liberó de su atadura y con la mano izquierda agarró a la sacerdotisa. Los ojos de la chica rebosaban terror.
Entonces, Awender se dio cuenta del colgante que adornaba el bello cuello de la sacerdotisa. El colgante, adornado con una amatista, tenía tallado un símbolo; un símbolo de protección. Lo reconoció al instante. Él tenía uno igual en un anillo. Anillo que le había regalado Darrell, Awender ató cabos enseguida, el verdadero Darrell.

- ¡Nos han engañado!, ¡es una trampa!- se dirigió a sus compañeros.
Los cuatros acólitos que habían transportado el arcón se liberaron de sus capuchas dejando a luz sus desfigurados rostros, mitad humanos, mitad demonios.
- ¡Mil demonios!- gritó Tae. – ¡¿¿Y estos quienes diablos son??!-.

Dos de los guerreros desfigurados atacaron a Tae blandiendo espadas. El primero asestó un fuerte golpe sobre la armadura de Tae, tan fuerte que la espada se quedó enganchada en la armadura. El atacante nunca supo si Tae lo hizo aposta ya que este aprovecho que estaba indefenso para asestarle un cabezazo mortal en la cabeza. El golpe del siguiente guerrero lo esquivó fácilmente mientras liberaba la espada de su armadura. Saliéndole un hilillo de sangre de la armadura Tae golpeo con furia el cuerpo del segundo “acolito” que nada puedo hacer para detener la estocada de Tae, cayendo muerto.

- ¡Malditas ratas de mar!, ¡no sé quienes sois, pero os vais arrepentir de haber venido!-.
Mientras, Raudo corría intentando evitar las estocadas de sus dos atacantes.
- ¿Y a vosotros quien os ha invitado a esta ceremonia?.- Hablar le permitía luchar contra el miedo que sentía cuando veía las espadas afiladas acercarse a su cuerpo.

Consiguió parapetarse tras un enorme pedestal de metal que servía de soporte a una de las decenas de fogatas que iluminaban el templo. Tras evitar varias estocadas y usando todo su peso Raudo consiguió tirar el pedestal sobre uno de sus atacantes que quedó aplastado. Por desgracia el segundo “acolito” tenía vía libre para atacarle.

- ¿Cuánto te han pagado por matarnos?. ¡Te lo duplico!, ¡te lo triplico!-.

Raudo esquivaba una y otra vez las estocadas rodando por el suelo hasta que quedo atrapado contra una de las paredes. Mientras su atacante se acercaba lentamente, Raudo miró al cielo, rogando a Eulmar, el embaucador, que le ayudara. Entonces vio que justo encima, a su alcance se encontraba uno de los grandes tapices que adornaban el templo. Pegó un salto y lo arrancó de sus sujeciones. El tapiz calló encima de su atacante quedando totalmente ciego a merced de Raudo. Este, de un fuerte empujón lo derribó quitándole además su arma que utilizó para golpearle mortalmente.
Awender, mientras, mantenía agarrada a una asustada Nauhel. De pronto, las piedras preciosas que adornaban su vestido empezaron a brillar, aparecieron runas que antes eran invisibles a la vista y la chica comenzó a gritar. Awender la soltó y la bella sacerdotisa cayó al suelo de rodillas, agarrándose la cabeza.

- ¡Noooooo!, ¡sal de mi cabeza, bruja!- Nauhel, gritaba.

Entonces, el símbolo que colgaba de su cuello también comenzó a brillar  de un intenso color azul.
Awender observaba impotente como las dos fuerzas mágicas luchaban, mientras la chica se retorcía de dolor.

- ¡Maldita sea!, ¿Qué le pasa?.- Raudo se acercó a Awender.
- No lo sé, creo que Sirina intenta poseer a la sacerdotisa pero un conjuro de protección de Darrell se lo está impidiendo.-
- ¡Mil millones de truenos!, ¡ni yo consigo que mis enemigos griten así de dolor!, ¿Qué hacemos?.- Tae, miraba a sus compañeros. Los planes no eran su fuerte.

Un aura dorada y brillante rodeaba parte de la sacerdotisa e intentaba ganar terreno sobre el conjuro que la protegía. El conjuro de Darrell estaba perdiendo la batalla.
Awender miró a la sacerdotisa y miró su mano. Ahí estaba el anillo que Darrell le había regalado hacía ya mucho tiempo. Se lo quitó y con una palabra invocó al espíritu que yacía en su interior. El anillo empezó a brillar y lo dejó en el suelo, cerca de la sacerdotisa. Tae y Raudo se miraron e hicieron lo mismo con sus respectivos amuletos. El poder combinado de los cuatro amuletos fue suficiente para derrotar la magia se Sirina. Cuando el combate mágico acabó los anillos se tornaron a negro, al igual que las piedras preciosas del vestido. La sacerdotisa yacía inerte pero viva.
La irrupción de la guardia en la sala sorprendió a los tres amigos. Su única salida era la balconada y cien metros de caída libre sobre el lago.

- Podríamos explicarle que todo ha sido un malentendido y que hemos impedido que Sirina usurpara el cuerpo de su sacerdotisa.- ironizaba Raudo, medio en broma, medio en serio.
- Creo que sería más fácil convencer a un dragón que te dejara montar sobre su lomo-. Contestó Tae.
- Bueno, no sería la primera vez-. La media sonrisa de Raudo desconcertó a Tae.

Awender se subió a la barandilla de piedra. Los guardias corrían hacia ellos.

- Yo no me puedo permitir que nos cojan. Los niños que protejo dependen de ello. Nos vemos abajo-. Fueron las últimas palabras de Awender antes de saltar.

Raudo y Tae se miraron.  Y Raudo sonrió.

- ¡El último que llegue abajo tiene que hacer reir a Awender!. – gritó Raudo mientras se tiraba al vacío.
- ¡Eres un tramposo Raudo!.- Y el último de los compañeros saltó al lago.

….

Era de noche. Tras varias semanas lloviendo sin parar la lluvia, al fin, daba un respiro. Awender, Tae y Raudo secaban sus ropas alrededor de una hoguera.

- Bueno, al final, no ha salido tan mal la cosa. Evitamos que Sirina se liberara de su cautiverio y no tuvimos que matar a la sacerdotisa. Hubiera sido una pena. Me gustaba. . – Raudo hablaba para mantenerse caliente.
- ¡A ti te gustan todas bribón!- Tae le dio una palmada en la espalda con la que casi lo tira contra el fuego
- Además, los papeles que preparé mantendrán nuestras verdaderas identidades a salvo.-

Awender miraba el fuego sin pestañear.

- Vamos Awender, era imposible que supiéramos que el Darrell de la posada era un impostor.
- No es eso lo que me preocupa Raudo. Si el hombre de la posada era un impostor. ¿Dónde está el verdadero Darrell?.

Los tres amigos se miraron, y esta vez nadie habló.

viernes, 13 de julio de 2012

El Fiero Paso del Dragón - Tercera Parte


Se cumplía el octavo ciclo lunar desde el comienzo de la temporada de lluvias. Como cada año, miles de viajeros de todo el continente llegaban para honrar al Culto del Lago Cielo. Los Caelanos, como eran conocidos, se habían granjeado la confianza de gentes de todo credo y condición. Su popularidad se debía en gran parte a que fueron los fundadores de este culto quienes consiguieron apaciguar las iras de la diosa Sirina, Titán del Río Cielo. Desde entonces – el Culto consiguió abrirse paso y captar adeptos en familias de muy distintos reinos. No era extraño encontrar a consejeros Caelanos en cortes Lunares o asistiendo con sabiduría a señores de la guerra Norteños. Su objetivo, sin embargo, era siempre la paz. Gracias a su condición como pacificadores, cada año se celebraba el conocido “Caelarum”: el culto abría únicamente entonces sus puertas a los visitantes, quienes tomaban la ciudad que rodeaba el hermoso palacio de Trishanta, el auténtico centro neurálgico de la organización.

Con los primeros rayos de sol, las murallas de la ciudad se abrieron y comenzó el trasiego de la aduana. La mayor parte de los viajeros realizaban su peregrinaje por tierra. Pero unos pocos, los más ricos, tomaban la ruta fluvial. Ambos, por supuesto, tenían que pasar sin excepción por unos férreos controles. Desde el puesto de observación del acceso del río, uno de los vigías comenzó a golpear la plancha de metal que servía como alarma. Varios hombres salieron de las dependencias del puerto y miraron en dirección al punto al que señalaba el vigía. En la distancia podía apreciarse la silueta de un elegante pecio. Una frondosa columna de humo se alzaba en el aire. Se fletaron dos barcas para interceptar la nave siniestrada. Apenas se encontraban a diez metros de ella cuando, entre las llamas que cubrían la proa, las dotaciones de ambas barcas se vieron sorprendidas por un ataque procedente del interior del barco. Los guardias estaban listos para tomar sus arcos y ballestas cuando se percataron de que lo que se les estaba arrojando no era ninguna clase de proyectil. O al menos, no en el sentido tradicional de la palabra. Tardaron menos de un segundo en percatarse de que lo que arrojaban eran cuerpos. A todas luces eran humanos, cubiertos de arriba abajo con ropas de color gris, ocultando sus rostros con máscaras de cáñamo tallado para representar el rostro de alguna clase de demonio.

-¡¿Queréis que os lo diga más claro, ratas de mal puerto?! – la voz atronadora del antiguo titán pirata retumbó por encima del crepitar de las llamas y del chocar de los aceros. Con una carcajada y un asaltante en cada mano, Tae los arrojó por la borda como había hecho con los otros cuatro. - ¡¡Fuera de mi barco!!

Desde el exterior, la guardia mercenaria contratada por los Caelanos no podían ver cuanto acontecía dentro del barco: pese a brillar el sol en el cielo, el humo impedía ver nada más que sombras y el sonido de la pelea. La puerta del castillo de popa se abrió de golpe, dejando salir a un visiblemente agotado Raudo, quien había olvidado el aspecto más físico de las peripecias pasadas. Sus elegantes ropas estaban visiblemente chamuscadas y mientras aferraba bajo el brazo izquierdo un cofre de madera, mantenía a raya a dos de sus asaltantes con lo que antaño había sido la tapadera de un barril.

- ¡¡Tae!! ¡Hay que salir de aquí!
- ¿¡Y Awender?! – Tae golpeó con fuerza la cabeza de uno de sus asaltantes, que cayó fulminado.
- ¡No hay tiempo! – y sin pensarlo dos veces, Raudo saltó al agua, abrazado a aquel cofre al que protegía como si valiese más que su propia vida.

El castillo de popa comenzaba a derrumbarse al tiempo que las maderas que lo sostenían a flote eran consumidas por el pavoroso incendio. Mientras varios de los guardias ayudaban a Raudo a salir del agua, el resto del pecio comenzó a zozobrar para, en apenas unos minutos, sumergirse por completo. 

- ¿Qué…? – Quien comandaba aquel pelotón de guardias era un chico joven, con marcado acento lunar: posiblemente el hijo de una buena familia que había pagado bien para darle un destino plácido y fuera de riesgos como era Lago Cielo. Raudo “leyó” todo aquello con un simple vistazo a sus ropas, sus facciones y su lenguaje no verbal. - ¿Quiénes sois? ¿Y qué os ha pasado?
- Nos… - Raudo exageró su falta de aliento, aunque lo cierto es que no tuvo que forzarlo demasiado – Nos emboscaron en los afluentes de Cormyria… - varias toses añadieron dramatismo a su relato. Debieron entrar escondidos… entre los barriles de agua… cuando repostamos en Cörm.
- Señor… - uno de los guardias mostró al joven cabecilla lunar el tatuaje en forma de Garra Roja que llevaba uno de los enmascarados atacantes en el cuello.
- Garras Rojas… - contempló con desprecio la marca. – Escoria semiorca. Suelen conformarse con asaltar caravanas aisladas en tierra. - el joven lunar miró a Raudo – Habéis tenido suerte, señor, de salir con vida.
- Eso díselo al amigo que acaba de hundirse con su barco… - sus ojos estaban fijos en la espuma y las burbujas que brotaban a la superficie allá donde, segundos atrás, había habido una embarcación en llamas. “Esto no era parte del plan, malditos sean los Dioses” pensó el bueno de Raudo.

Entonces, sin previo aviso, un gran arcón de madera surgió de las profundidades. Brotó al exterior junto a dos o tres barriles y algún que otro paquete que llevaba la siniestrada nave en el vientre de carga. Aferrado al arcón para mantenerse a flote, Tae escupía tragos enteros de agua. Pese a su titánica complexión, había tenido que abrirse camino hasta la superficie en continuo forcejeo con los últimos de los Garras Rojas. 

Una vez en tierra, arropados por las mantas y al calor de una pequeña hoguera que había ante el puesto de jefe de guardias, Tae y Raudo aguardaban a que Shäelor, el joven lunar al mando de aquel destacamento, terminase de verificar la autenticidad de los papeles de viaje que ambos extranjeros traían consigo. 

- Espero que tus contactos diplomáticos no nos fallen, viejo amigo… - susurró el fornido pirata.
- No es eso lo que me preocupa – de forma casi imperceptible al ojo humano, en un perfecto truco de prestidigitación, Raudo hizo aparecer un pequeño pedazo de papel entre sus dedos – Mira lo que robé del bolsillo de uno de esos Garras Rojas.

Discretamente, Tae entornó la vista y trató de leer aquel puñado de pequeñas líneas escritas en lengua negra. 

- Lo siento, viejo amigo… - devolvió el papel a Raudo – Pero lo único que recuerdo de la lengua negra es “¿Cuánto?”, “Muere” y “Si tengo que seguir viendo tu fea cara, prefiero que vomites en mi boca”.
- Dice “Objetivos rumbo a Thrishanta. No deben llegar con vida. La mitad del pago a la entrega de sus cabezas.” – de nuevo, Raudo hizo desaparecer el papel entre los dedos al sentir que ya no están solos.

Shäelor salió de su tienda acompañado de dos de sus hombres. Entregó unos papeles a Raudo, quien no se había separado ni un segundo de aquel cofre que portaba bajo el brazo.

- Todo en regla, mi señor. – inclinó de forma cortés su cabeza – Lamento su accidentada llegada a esta tierra de paz.
- No se preocupe, capitán. – le dedicó su mejor sonrisa de embaucador – Pero lo cierto es que estoy ansioso de llegar a una buena posada, tomar un buen baño y poder cambiarme de ropas.
- Me temo, señor, que debo inspeccionar su carga… - y señaló el cofre.
- Ah, esto… - Raudo le miró con una mezcla de inocencia y desdén – Es sólo un presente para la sacerdotisa. Quisiéramos poder entregárselo en persona…
- No va a ser posible, señor. 
- ¿En serio? Tenía entendido…

Antes de poder terminar la frase, el cofre le fue arrebatado de las manos por el propio capitán.

- Mi buen Shäelor creo que está cometiendo un terrible error… -

Ignorando las palabras de Raudo, el capitán lo entregó a uno de sus soldados, quien abrió el sello que mantenía cerrado el cofre.

- Está cometiendo un terrible error… - Raudo se preparaba para subir el tono de su protesta cuando del interior del cofre el perplejo soldado sacó una elegante túnica de ricos bordados en piedras preciosas. La delicadeza de la tela era incomparable a nada de lo que ninguno de los allí presentes hubiera visto antes. Y por supuesto, era totalmente inofensivo.

- Por favor, dime que no has arriesgado la vida protegiendo ropajes de mujer… - susurró Tae al oído de Raudo, tratando de contener una sonora carcajada.
- Lo siento, señor… - algo avergonzado, Shäelor inclinó su cabeza ante Raudo – Me aseguraré personalmente de que llegue a manos de la sacerdotisa.
- Más le vale. Porque esto…
- ¡Mi señor!

La voz de uno de los soldados de aquel puesto aduanero interrumpió la enérgica y ensayada protesta de Raudo. Éste y Tae se dieron la vuelta, descubriendo que varios de los guardias habían abierto el gran arcón de madera en el que Tae había salido a flote. Los semblantes de todos ellos revelaban una mezcla de sorpresa y temor. Shäelor se acercó y miró al interior del arcón. Dentro, reposaba un cuerpo envuelto en una túnica mortuoria que tan solo dejaban al descubierto el semblante del difunto. Aunque muchos conociesen su fama como asesino, lo cierto es que muy pocos sabían cual era el auténtico aspecto de Awender. Inerte, dentro de aquel arcón su piel lucía el cenizo aspecto de un cuerpo embalsamado. Al igual que sus rasgos faciales, las runas que cubrían la mortaja también eran de origen lunar. Habiendo reconocido el rito que se había practicado al cadáver, Shäelor susurró una breve plegaria y volvió la vista a Raudo y Tae, quienes se habían acercado.

- Lo… Lo siento, mi señor – el joven capitán lunar apenas podía contener la vergüenza – No sabíamos que…
- Ésto, Capitán Shäelor, es un atropello diplomático. – empezó a decir Raudo, en tono de patente amenaza.
- Pero mi señor, ¿cómo íbamos a saber que…
- ¿Qué es el cuerpo sin consagrar del consorte de la Señora de Ain-Thal-Shal? – Raudo caminó en torno al atemorizado capitán como un buitre en torno a su presa - ¿Preguntando, quizá? Pero no. Usted dejó que sus hombres abrieran el arcón. Y ahora, habiendo violado su sagrado aislamiento, tendremos que devolver su cuerpo a su viuda sin que haya recibido la bendición de la sacerdotisa. – Raudo niega con la cabeza de forma dramática – Me temo que esto no va a gustar a la Señora de Ain-Thal-Shal. No, señor…
- ¡Espere, mi señor!

Raudo se dio la vuelta y reconoció la mirada en los ojos desesperados de aquel joven capitán. Era esa mirada que tantas veces Raudo había conseguido poner en cientos de influyentes personas por toda Glorantha a lo largo de los años. Y lo que justo después dijo el joven capitán Shäelor sonó a victoria en oídos de Raudo.

- Seguro que podemos llegar a un acuerdo…

viernes, 6 de julio de 2012

El Fiero Paso del Dragón - Segunda Parte


No eran muchos los que tenían la oportunidad de ver un archimago y este no solo era conocido sino también temido por su gran poder. Toda la taberna seguía los pasos de Darrell con la mirada. Cada una de sus pisadas producía un ruido en la sala como el  de una poderosa galera negra, pero no eran los pies los que producían el estrepito sino el miedo en los corazones que palpitaban como tambores. Al llegar a la mesa se encontró de frente con sus viejos amigos. Muy lentamente giró su cuerpo hasta encarar al resto de los presentes y con la mirada perdida empezó a levantar los brazos, dibujando dos curvas. Sus dedos se tensionaron como garras y su boca se abrió para dejar escapar una exclamación:
- Bu!
Se produjo una estampida hacia la puerta y la taberna no tardó en quedar totalmente vacía. El que no pudo salir por la puerta se sirvió de una de las pocas ventanas. Mientras el calvo Tae encendía la vela que había sobre la mesa Darrell tomó asiento y se dirigió hacia sus viejos compañeros de viaje:
- Tae, Awender, Raudo… ¡Cuanto tiempo sin veros! – sus ojos mostraban una solemnidad y calma extraordinarias - Pero aun recuerdo nuestras aventuras como si fuese ayer. De eso no os quepa duda.
- Im–presionante viejo amigo. – Raudo hizo honor a su nombre e inicio la ronda de halagos - Te felicito. Has ahuyentado incluso a mis espías. Recuérdame que les descuente esta misión de la paga. – su sonrisa era tan redonda como su panza.
- Caramba Darrell – dijo Tae golpeándole brusca pero amistosamente – Que buen aspecto tienes. Casi tengo ganas de abrazarte si no fuera porque das un miedo de cojones, ¡¡ja ja ja!! Venga, llenemos nuestras jarras con algo realmente fuerte ¡¡por los viejos tiempos!!
- Enhorabuena archimago – Awender era el menos sorprendido – Tienes mejor aspecto que la última vez que te vi. Que te traes entre manos?
- No voy a decir que fue fácil – Incluso cerca de la chimenea sus palabras eran más calurosas que las brasas – Y eso es algo que me gustaría celebrar algún día. Pero por muchas ganas que tenga de veros no os he reunido aquí para eso.
- Seguro que no quieres nada? ¡¡Que invito yo!! – empezó a sacar un montón de monedas hasta que se fijo en el rostro serio del archimago - Os lo dije, para mí que sigue siendo el mismo empollón de siempre ¡¡ja ja ja!! Al menos cuéntanos como te va hombre. Sigues pasando las estaciones metido en la torre esa tan alta?
- Y tú sigues igual de pesado – no pudo evitar una leve sonrisa antes de responder – Sigo en la Torre Espiral, si. Es un espacio seguro para la Magia, y no quedan muchos hoy en dia. También es una Biblioteca de la que muy pocos consiguen obtener el derecho de beber de su sabiduría. No es casualidad que solo los grandes magos hayan pisado sus viejas piedras. Ahora ando estudiando los entresijos que unen tiempo y materia pero estoy aun muy lejos de dominarlos. Si salimos de esta acabaré pidiendo ayuda a otros magos… - Su cara se había puesto aun más seria.
Los héroes se miraron los unos a los otros, esperando una historia que no llegaba.
- Que quieres decir con salir de esta? – dijo Awender.- Ha ocurrido algo?
- Aun no pero… pero ocurrirá. Y por mucho que me duela reconocerlo no puedo hacerle frente yo solo. Media Generthela está en peligro.
- Peligros peligros… ¡¡nada contra lo que no hayamos derrotado antes!! De que se trata esta vez? Habrá recompensa? – A Tae se le iluminaban los ojos.
- Es complicado de explicar. Estaba explorando un plano del tiempo y algo inesperado ocurrió. Ese algo se convirtió en una revelación, algo mucho más poderoso que una premonición. Lo que yo vi era real y pude sentirlo ¡¡Era el Caos!! ¡¡El Caos absoluto!!
- Tranquilo viejo amigo – le consoló Raudo.- Cuéntanos que fue lo que viste.
- Si pudiera os lo mostraría aquí mismo. – Dijo con rabia – Todo estaba rodeado de lluvia y guerra. La sangre y el agua se derramaban y recorrían el suelo libremente formando ríos infernales. Otros ríos estaban podridos de cadáveres, el mar creciente dominaba el horizonte y feroces criaturas salían de sus profundidades para alimentarse. Antiguos Dioses habían sido despertados. Dioses malignos y poderosos. Yo… - Ahora parecía agotado – Necesito vuestra ayuda. Necesito que hagáis algo que para mí es impensable. Algo que está fuera de mi naturaleza. Y os lo pido como amigos, los amigos en los que más puedo confiar. Por nuestros viejos tiempos.
- De que se trata Darrell? – le tranquilizo Awender. –
- Un acto horrible. – bajó el tono todo lo que pudo - Necesito que asesinéis por mí.
Se hizo un silencio incómodo entre los cuatro héroes. Las palabras cayeron pesadas en la mesa. Esta vez la chimenea no se apago pero hacía más frio que nunca. Darrell los miraba fijamente temiéndose la respuesta.
- Asesinar a quien viejo amigo? – Raudo parecía preocupado solo a medias – Conozco a muchísima gente que se lo merece por quien Awender lo haría totalmente gratis.
- Esta persona no se lo merece, al menos todavía – sus ojos estaban muy abiertos - pero es la clave para evitar el Caos. Se trata de Nauhel, la más bella de las sacerdotisas. – Tae puso entonces mucha más atención a la historia – Esta sacerdotisa es tan bella que pronto seducirá al mismísimo Frey, el Dios de la Lluvia. Ella sirve en un Culto antiquísimo cerca el Lago del Cielo Caído que mantiene a una diosa encerrada en un lago. Esa diosa es Sirina, Titán del Rio Cielo, Diosa de las Aguas Dulces y la Magia Oscura que por sus malas artes fue desterrada de su hogar por Njördr, el Dios del Mar. Nauhel es bondadosa y cumple con su deber de custodiar a Sirina encerrada. Pero la Titán del Rio Cielo aprovechará la debilidad propia del romance para suplantar el corazón de Nauhel y mediante sucias artimañas utilizar la lluvia de su amado. Derramará toda el agua que sea necesaria para que el Rio Cielo crezca y se una de nuevo al mar, liberándose de su cárcel acuática.
- Joder Darrell – interrumpió Tae - por un momento pensé que era algo serio de verdad. Que mal podría traer un poco de lluvia? ¡¡Tengo una flota entera a mi disposición!!
- Creo que es un poco más complejo que todo eso, verdad viejo amigo? – Dijo Raudo suavemente.
- Es una situación delicada. – continuó Darrell – Cuando el Dios Frey sienta que su amor ha sido una farsa arrojará una lluvia tan intensa que traerá la ruina a todo el Norte de Generthela. La lluvia caerá sin pausa y el Rio Cielo se desbordará salvajemente. Habrá inundaciones que obligarán a abandonar todo hogar para sobrevivir. Los hombres de las cavernas tendrán que emigrar, también las bestias del valle, los trolls, los arboles vivientes y muchos otros monstruos. Si se rompen las fronteras entre territorios se producirán encuentros violentos y vendrán la miseria y la guerra. No lo veis? Sería una lucha desesperada por la supervivencia, volverían los cultos a dioses que costó mucho erradicar y reinaría el Caos. La vida que lleváis ahora se perdería para siempre.
- Y si matamos a la Sacerdotisa se acabarían los problemas? – Awender tenía el rostro lleno de sombras.
- Evitaríamos una historia de amor y una tragedia. Creo que es un cambio justo. Al morir ella no se produciría la Gran Lluvia pero tenéis que actuar con mucho cuidado. El Templo del Rio Cielo es muy influyente en la zona y acceder a él no es sencillo. No debéis llamar la atención. Sé que entre los tres podéis evitar que os descubran y no le confiaría esta misión a nadie más. Pero tenéis que daros prisa, el encuentro del Dios Frey con la Sacerdotisa será en esta época de lluvias. No se hará esperar mucho. Os haré ganar tiempo usando los poderes de la Torre Espiral y os ayudare a salir si las cosas se ponen feas.
- Un momento, a ver si lo he entendido – interrumpió Tae – Tu no vienes con nosotros?
- Llamaría demasiado la atención – apuntó Awender -
- Así es. Y creo que de algún modo al explorar ese plano en el tiempo provoqué una precipitación de los hechos. Tengo que volver a retrasarlo pero necesito el poder de mi torre. Mirad, os he preparado una embarcación cerca de Iristhold apenas a dos días de viaje. No tendréis problemas para reconocerla. Es la forma más rápida de llegar al Lago del Cielo Caído y en su desembocadura se encuentra el Templo del Rio Cielo. En las bodegas hay algunos regalos para vosotros, todo el equipo que necesitéis y una mercancía muy valiosa para el templo. Será vuestro regalo para el Culto. Así os dejarán pasar. Es época de peregrinaje, no os será difícil mezclaros entre la gente. Aprovechad las largas colas que se forman para mostrar los respetos a la Sacerdotisa y justificareis vuestra estancia. Una vez dentro tendréis un día aproximadamente antes de levantar sospechas. Bueno, que me decís? Lo haréis? – Tuvo sus dudas pero para su alivio la respuesta no se hizo esperar. -
- Te ayudaré Darrell – asintió Awender. –
- Espero que la recompensa valga la pena archimago – espetó Tae – Tu qué dices Raudo?
- No se – dijo Raudo – parece muy peligroso.
- Lo es, pero sin tu habilidad para el disfraz no lo conseguirían, Raudo. – respondió preocupado.
- De eso puedes estar seguro. No te preocupes viejo amigo, había decidido ir de todos modos. Tengo algunos asuntos que resolver por allí. Venga, pongámonos en marcha cuanto antes.
Los tres aventureros cogieron sus cosas y se dirigieron hacia la puerta. Antes de salir Darrell les dirigió una última mirada. Sus ojos decían “Gracias” y sus labios dijeron “Hasta pronto amigos, tened cuidado.”Una vez fuera Tae, Awender y Raudo vieron una aglomeración de curiosos que no se atrevía acercarse a menos de treinta metros y que a pesar de la lluvia no se decidían a irse. Desataron sus caballos y se dirigieron al camino. Raudo comento en voz baja:
- Hay algo en todo esto que no me gusta. Más nos vale tener los ojos bien abiertos. Venga, salgamos de aquí cuanto antes. – Y así lo hicieron.
Dentro de la taberna solo quedaba la luz de la vela. Darrell la apagó de un soplido y se dirigió hacia el patio trasero, donde los altos muros le ocultaban del exterior. Había elegido bien el lugar. Había algunas pisadas recientes en los muros de los pocos que usaron el patio para escapar. Tras un silbido corto apareció de entre las ramas dos pequeños halcones a los que ató un mensaje a cada uno en una pata y liberó. Se quitó un colgante con un medallón que representaba el rostro de una horrible mujer que colocó sobre la cubierta del pozo. Se arrodilló ante él suspirando una plegaria. De las oscuras aguas empezó a salir un halo frio de vapor que rodeó al colgante y al falso archimago, devolviéndole su verdadero rostro.
- Bendito sea el destino y tu presencia oh todopoderosa. Los hombres ya han iniciado la marcha. No ha sido nada fácil pero cumplí tu voluntad como el más fiel de tus sirvientes.
- Ahora que has cumplido. Estás listo para recibir tu recompensa, humano? – su voz era fría y a la vez húmeda.
- Estoy listo.
Sin demora unos enormes tentáculos surgieron del pozo y agarraron al hombre violentamente, arrastrándole hasta las profundidades. Se escucho un violento crujido y luego el silencio. El colgante permanecía en su sitio, impasivo, y el halo volvió a las profundidades de las que había surgido, olvidando una palabra entre la lluvia:
- Sea.