viernes, 28 de mayo de 2010

Un trabajo sencillo. Segunda Parte

[Viene de Un trabajo Sencillo - Primera Parte]

Ni el viento, ni nada de este mundo… El ruido, ululante, provenía de abajo, de las alcantarillas. Era silvante, repetitivo, agudo de más y aterrador. Aún hoy me parece oírlo cuando la ciudad está en silencio; ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuulllll, ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuulllll. Con la asesina de las piernas largas como en trance y el callejón a oscuras, este hubiera sido el momento de alejarme de allí, llamar a la policía y olvidarme de toda esta turbia historia. Tenía suficiente material fotográfico como para que la policía identificara a la asesina, pero mi instinto decía que había algo más y, en vez de salir de allí como debiera haber hecho, me escondí entre un par de abollados cubos de basura.

Me sentía ridículo allí, escondido, expectante, en vez de deteniendo a esa mujer. A punto estuve de salir de mi escondrijo cuando la tapa de la alcantarilla del callejón se desencajó de su agujero. De ella comenzaron a salir, hasta un total de cinco, monstruosas figuras. Gracias al cielo, o a lo que quiera que haya allí arriba, apenas podía distinguir sus inefables perfiles por la falta de luz, de otra manera es más que posible que me hubiera vuelto loco. Asustado procuré no hacer un solo movimiento, apenas respiraba y juraría que mi corazón casi se paró para no hacer ruido. Las figuras, que habían surgido del submundo, se acercaban a la rubia con coletas. Sus piernas, si se les puede llamar así, eran tentaculares y al despegarse del suelo emitían ese maldito ruido. Ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuulllll, ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuullll. Rodearon a la mujer pero ella, en vez de huir o gritar, extendió sus brazos hacia el cielo y esperó a que las criaturas, con sus brazos gordos y cortos, la alzaran por encima de los pequeños bulbos que tenían por cabeza.

Cuando quise darme cuenta se la habían llevado por las alcantarillas y tras ellos quedaba únicamente un rastro pringoso y húmedo, el cuerpo degollado del señor Wilmarth y una hoja de papel que debió de caerse del libro en algún momento que no recuerdo.

Reaccioné tarde y quizás mal. Tras incorporarme corrí y asomé la cabeza por el agujero destapado que había en el suelo. El olor era nauseabundo y la carencia total de luz lo único que me permitió fue ver alejarse a las criaturas por el túnel hacía el sur, hacia el mar. No tenía ninguna intención de seguirles.

Intentatando mantener la calma, tirando de profesionalidad, eché un vistazo al callejón y me centré en examinar el cuerpo del señor Wilmarth. Las heridas eran profundas y firmes. Habían alcanzado al corazón y otros órganos vitales, matándolo prácticamente en el acto. Sobre su pecho, la rubia de piernas largas, había dibujado un extraño símbolo con el cuchillo. Pese a la repulsión que me provocaba toda la escena, me obligué a mirarlo detenidamente y retenerlo en mi memoria. A duras penas pude seguir inspeccionando el cuerpo. Encima llevaba únicamente las llaves de su casa y un pequeño reproductor de mp3, nada más. Cuando ya no pude soportar más la atmosfera que allí se respiraba, abandoné el lugar, no sin antes guardarme el papel que había encontrado en el suelo.

Confuso, aturdido y asustado me senté a pensar mi siguiente movimiento en el banco de un oscuro parque cercano. Mi cabeza daba vueltas e intentaba comprender lo que había pasado en ese callejón. Únicamente tenía algo claro en ese momento; cualquier investigador en otro lugar del mundo hubiera salido despavorido ante la visión que había tenido que contemplar. Pero en la vieja Arkham hay demasiadas cosas extrañas para que un hombre de mi profesión no se haya topado con alguna de ellas.

Estaba claro que tenía que hablar con la, ahora, viuda del señor Wilmarth y con la policía, pero no tenía fuerzas ni ánimos para ello. En la riñonera llevaba algo de dinero, suficiente para comprar una botella de whisky barato en una tienda con olor a rancio regentada por un chino con los ojos nublados. Cuando estuvo medio tuve el valor necesario para buscar una cabina. No uso móvil. Ningún detective que se precie debería usarlo. Es peligroso, nunca sabes cuando puede sonar, pero siempre lo hace en el peor momento…

Dudé a quien llamar primero, pero ya tenía suficientes problemas con haber tocado el cuerpo como para avisar a alguien que no fuera la policía primero. Conté lo ocurrido al agente que estaba al otro lado, evitando mencionar las criaturas para que no me tomaran por loco. Escapó por las alcantarillas, agente, comenté cuando me preguntó al respecto. Acabó la conversación y eché otro trago a la botella. Ahora venía lo más difícil.

¿Señora Wilmarth? Soy yo, Edgar Hasley – dije con voz seca – Siento llamarla a esta hora… No, no, no es eso… Escúcheme, por favor… No, creo que no se va a poder divorciar… Verá señora. Déjeme hablar… No... No… Mire. Lo siento mucho, su marido ha muerto. Lo siento. La policía le explicará todo lo ocurrido… Lo siento mucho… No, por favor, no hace falta, no me debe nada… Lo siento

Cuando colgué se veían las luces de los coches patrulla llegando al callejón. Fue O’Malley, que fuera compañero mío tiempo atrás, el que me tomó declaración durante casi una hora. Se llevó la cámara con las fotos y me dejó bien claro que debía estar localizable hasta que se aclarara el asunto, pero a cambio me dejó un cigarrillo.

Bajo una farola, con el cigarro de O’Malley en una mano y la botella de whisky barato en la otra, vestido con un estúpido chándal barato de imitación vi como levantaban el cuerpo y se lo llevaban en una furgoneta blanca. Di la última calada al cigarro y lo tiré al suelo. Ya no tenía caso. Aquí acababa mi investigación. Debía ir a dormir y olvidarme de lo que había pasado esta noche, era lo mejor que podía hacer, eran los años de experiencia los que hablaban por mí. Hacía frío, para calentarla metí las manos en los bolsillos y comencé a andar camino a casa. Entonces mi mano tocó el papel que se cayó del libro de la rubia, lo leí y ya no pude abandonar el caso...

[Continuará]

viernes, 21 de mayo de 2010

Un trabajo sencillo. Primera Parte



En cuanto me habló de su marido, supe que sería un trabajo sencillo. Un dinero fácil que me embolsaría por seguir unos días al sujeto, hacerle unas cuantas fotos y redactar un informe.

Llevo muchos años en este trabajo, los suficientes como para adivinar que un hombre como el que ella me describía resultaba de lo más aburrido a una mujer y que probablemente la causa del distanciamiento paulatino que hacía sospechar a su esposa no era un problema de faldas.

Pero también soy lo suficientemente veterano como para saber que en la vida siempre hay algo que aprender y que no te puedes fiar de nadie porque, donde menos te lo piensas, la condición humana te sorprende. Así que convencí a la mujer de que necesitaría todo un mes entero para poder asegurarle que su marido no tenía una amante, pues conocía casos de encuentros discretos, de una vez al mes, difíciles de descubrir a menos que se lleve un seguimiento exhaustivo como el que yo podía proporcionarle.

¡Qué quieren!, ya sé que era una mentira, que cuando uno se encoña, un mes es toda una vida, pero la crisis me tenía un poco seco y a ella parecía sobrarle el dinero. Por lo menos me aseguraba un mes con gastos pagados, lo cual no iba a venir nada mal a mi negocio.

El domingo, tal como ella me había anticipado, su marido salió a hacer footing mientras yo, preparado ya con el atuendo oportuno, hacía calentamiento justo en la zona por donde él se movía. Cuando llegó a mi altura se giró hacia donde yo estaba y, por un momento, me sentí descubierto, pero su mirada siguió vagando por el parque hasta que se fijó en alguien que venía hacia nosotros. Era una mujer. Su cabello rubio se recogía en una coleta que se movía al viento siguiendo su pasito rápido, como un caballo al trote. Se saludaron sin tocarse. Él acompasó su paso al de ella y empezaron a alejarse. No pude escuchar lo que hablaban porque me hubiera delatado, pero les seguí con cautela y saqué unas cuantas fotos.

Estaba ya desanimándome cuando de repente descubrí la mirada. Era el premio a mi constancia, a mi olfato de perro sabueso, en definitiva, al trabajo bien hecho. Ella le miró con un gesto provocador, sensual, prometedor, le guiñó un ojo y se alejó. En ese momento supe que tenían un lío y también que la rubia debía estar casada, por la discreción con que ambos habían marcado las reglas de juego.

Tras un rato siguiendoles, por callejones de mala muerte, donde el rey es un mendigo sobre un bidon ardiendo, y la reina es la basura que cuida como si fuera un tesoro a su alrededor, terminaron por llegar a un oscuro callejon sin salida.

Estaba a la distancia suficiente para que no se percataran de mi presencia, pero tambien alejado para escuchar de que hablaban, solo escuche el grito del tipo al que seguia, cuando la mujer saco un enorme cuchillo de su bolso y lo apuñalo repetidas veces.

Para mi sorpresa, aun quedaba mas, la mujer se arrodillo ante el hombre, saco un libro, con aspecto antiguo, del tipo que ponen en las peliculas malas de terror, y que suelen decir que es de piel humana. La mujer empezo entonces a realizar un cantico en voz baja, algo que no podia escuchar, mientras con su cuchillo hacia algo que no podia discernir sobre el cuerpo del pobre hombre. Las bombillas de la farolas estallaron, todo se quedo a oscuras, y el viento comenzo a aullar. Demasiado tarde me di cuenta, que no fue el viento...

viernes, 14 de mayo de 2010

Las Aventuras de los Goonboys, "La Cueva de las Brujas" Desenlace


- María… - Gregorio susurraba en un fallido intento por tranquilizarla.- No… te des… la vuelta…-

Y de espaldas al espejo, María miró al resto de sus compañeros: no le extrañó ver a su hermana con esa mirada entre asustada y enfadada. A fin de cuentas, Paula siempre ponía esos ojos que decían “¿otra vez la has armado, pequemaza?” (porque “pequeña” y “amenaza” eran las dos clásicas palabras que Paula gustaba mezclar para referirse a su hermana menor)

Más le sorprendió ver a Marco y a Luis quietos; paralizados, perplejos (¿y asustados?) ¡Y sin compartir una de esas bromas que sólo ellos entendían!

Pero lo que más la asustó, mucho más que aquella siniestra estancia o el incesante (¡y molesto!) graznido de aquel cuervo… Lo que más asustó a María fue la calma con la que Gregorio hablaba.

- No… te des… la vuelta.- repitió, abrazado al pesado libro de su bisabuelo.
- Pe… pero… si detrás sólo tengo el… el espe…

María dejó la frase en el aire, como si quisiera que alguien la tranquilizase. Incluso intentó dar un paso para alejarse de lo que pudiera tener a su espalda. Y, como era ya costumbre, lo que todos pensaron en silencio, Luis lo dijo a buena voz:

- Creo que no es un espejo…
- Es una puerta… - escapó de labios de Gregorio como un susurro, entre el asombro y el horror.

Asombro, porque hasta el momento aquel pesado libro que había dejado tras de sí su tatatarabuelo (y que, por alguna razón, su abuela tanto había luchado por hacer desaparecer); ya no era un montón de “fantasías tontas y cuentos absurdos”.

Pero también horror… porque la mejor forma de comprobar que algo es una puerta es ver que alguien puede entrar a través de ella.

Alguien… o algo.

- Es “MI” puerta, pequeñajo de ojos de cristal…

Y con su dedo cuarteado y de uña afilada cuan cuchilla, aquella criatura vagamente humana que acababa de brotar del espejo señaló a Gregorio. Sus movimientos, entre torpes y mecánicos, eran los de un títere manejado por un demente. Unos harapos negros y grises la cubrían de arriba abajo, como una especie de mortaja que tan solo dejaba ver dos ojos rojos y blancos.

- … y VOSOTROS… sois MÍOSSSSS.

Dejando de lado el acto reflejo de subirse las gafas que Gregorio repetía siempre que se ponía nervioso; ninguno de los chicos podía mover un solo músculo de su cuerpo. Marcos notó que su linterna de los “Exploradores Espaciales” se deslizaba entre sus dedos, cayendo al suelo. Luis, por primera vez en mucho tiempo, no encontró un solo chiste de la tele con el que aliviar el ambiente. En el caso de Paula, puede que fuesen los años de entrenamiento de cuerdas vocales en el conservatorio de canto lo que la había frenado a la hora de desgañitarse a gritos ante semejante monstruo…

María, sin embargo, nunca tuvo tal disciplina. Y fue una suerte…

…porque su grito fue el que los sacó a todos de aquella parálisis inicial.

- ¡¡Corre, Forrest, COOOORREEEE!!! – Luis tiró de Marcos, tratando de llegar a la salida de la estancia.
- Ya os VAISSSS?

Con un gesto de su inhumana zarpa, el dintel de madera de la angosta entrada se quebró, dejando caer una pequeña cascada de piedras que bloquearon el acceso.

- ¡¡Mar!! – Paula se adelantó para agarrar a su hermana.

No era la primera vez que tenía que hacer algo así. Pero fue la primera en que Paula no pensaba en la reprimenda que sus padres le echarían si le pasaba algo a la “pequemaza”. La bruja extendió su brazo y este se prolongó como si de una serpiente se tratase, duplicando su extensión y dejando ver, entre los harapos negros y mugrientos, una piel verdosa, supurante y llena de llagas. De no ser por Paula, sus zarpas hubieran degollado con facilidad el frágil cuello de María. Ambas hermanas rodaron por el suelo hasta llegar al pie del caldero.

- No VAIS a NINGUNA parte, pequeña comida.
- Por aquí, desde luego que no… - Luis miró el acceso bloqueado por rocas.
- ¿Dice algo el libro de tu abuelo, Gregor? – Marcos no dejaba de mirar como aquel monstruo se acercaba a las chicas. - ¡¿Cómo pararlo, por ejemplo?!
- Estoy… - nervioso, Gregorio estaba de rodillas, hojeando desesperadamente el pesado libro. - ¡Estoy en ello!

A cada zancada que daba, la criatura parecía incrementar su tamaño. De su espalda, dos abominables jorobas comenzaron a brotar, rasgando levemente los harapos negros que la envolvían.

Abrazando a su hermana, Paula rebuscó en sus bolsillos y sacó una pequeña lima de uñas que esgrimió como si de un diminuto e inútil puñal se tratase.

- Date prisa, Gregor!
- ¡Lo intento, Marco; lo intento! – Pero incluso su habilidad lectora de octavo curso (dos cursos por encima del suyo) era insuficiente ante tanta información que acumulaban los abigarrados textos del libro de su antepasado.

- ¡No hay tiempo, colegas!

Y habiendo dicho eso, Luis se lanzó corriendo contra aquel monstruo de harapos negros y terrible hedor a vejez y humedad. Que a Luis le gustaba Paula era un secreto a voces para el resto de sus amigos. Pero nunca había quedado tan claro como en aquel momento: cuando sus sesenta kilos de sobrepeso preadolescente chocaron como un pequeño tren de mercancías contra las repugnantes pero quebradizas piernas de aquel monstruo.

Porque pese a su aspecto aterrador, su nauseabundo hedor y sus mágicos poderes… una bruja anciana seguía siendo una anciana bruja. Y sus huesos, como las maderas podridas de una vieja casona, se rompieron como cristal ante el embiste de un chico al que siempre dejaban el último en los equipos de educación física.

La bruja cayó al suelo y lanzó un agónico grito que hizo temblar las paredes de aquella estancia. Delgados hilos de piedra y polvo dejaron claro que la consistencia de la gruta no tardaría en ceder.

-¡Esto se viene abajo! – Marcos miró a Gregorio - ¡¿Qué hacemos?!
- Si eso es una entrada… - señaló el espejo – También es una salida.

Marcos ayudó a incorporarse a Paula y María. Los tres se aproximaron al extraño espejo, cuya superficie fluctuaba como las aguas de un lago. Se miraron mientras la gruta seguía tambaleándose.

- ¿¡Pues a qué esperáis!? – Luis se incorporó torpemente - ¿¿A Navidad??
- ¡¡Luis!!

El grito de Paula llegó un segundo demasiado tarde: la criatura se había alzado con la única pierna que había quedado más o menos intacta. Su zarpa cayó sobre el hombro de Luis, abriendo una herida profunda que salpicó de sangre la camiseta de “Los Ramones” que su hermano le regaló el año pasado.

-¡¡NIÑO GORDOOOOO!! – siseó la bruja.- ¡¡MIOOOOOO!!

Luis cayó al suelo, aferrándose el hombro sangrante y sollozando de dolor. La zarpa de la bruja se alzó de nuevo en mortal surco. Pero no llegó a bajar: algo duro y pesado la golpeó por la espalda. Cuando el monstruo quiso darse cuenta, vio que tras él estaba Gregorio, empuñando el viejo y pesado libro de su abuelo.

- ¡Vamos! ¡Saltad!

Marcos y las chicas no necesitaron una segunda orden de Gregorio: los tres dieron un paso hacia delante y las aguas del espejo los aceptaron en su interior, desapareciendo a su través.

- Luis… - Gregorio lo ayudó a incorporarse. - ¿Estas bien, “grande”?

Pese a la sangre y las lágrimas, Luis le sonrío: le gustaba que sus colegas le llamasen así. “Grande”.

- Si, creo que si…
- Vamos, corre al espejo.
- Pero tu…
- Yo te cubro. – por el rabillo del ojo, Gregorio vio que la criatura volvía a incorporarse - ¡Date prisa!

Luis caminó entre los delgados hilos de arenisca que anunciaban el fin de la gruta y se detuvo un segundo ante el acuoso reflejo del cristal. Gregorio vio como su amigo se sumergía en ellas cuando escuchó la siseante voz de la criatura a su espalda.

- Tu oloooooor … Lo conozco…

Gregorio se aferró al libro de su antepasado, como si de alguna clase de escudo protector se tratase. Pero no lo era: eran un puñado de páginas de papel y un par de cuartillas de cartón forradas en cuero.

- Tú… - Gregorio se subió de nuevo las gafas, al tiempo que caminaba de espaldas, lentamente, en dirección al espejo. – Tú no me conoces…
- Seeee quien ereeees… joven Astarloaaaa…

Al escuchar su apellido, Gregorio se quedó paralizado. Un instante antes, había tanteado el borde del marco de madera con una de sus manos. Pero ahora, aquella extraña y confusa revelación, le hizo dudar un segundo. Y fue lo único que la criatura necesitó: en el único salto que su quebradiza pierna sana le iba a permitir; la bruja trató de alcanzar a Gregorio. Una enorme roca de piedra frenó su trayectoria, sepultándola a pocos centímetros de donde se encontraba ahora un perplejo Gregorio.

El cuerpo agonizante de la bruja y los ríos de grava y arenisca eran un recordatorio efectivo de que aquel era el mejor momento para no estar allí. Y Gregorio guardó todas las preguntas que llegaban a su cabeza… y saltó a través del espejo, dejando atrás a aquella criatura en su sepulcro de piedra y arena.

*****************************************************************************

- Bienvenido al mundo de los vivos…

En la penumbra de aquel trastero, Marcos le tendió la mano y ayudó a Gregorio a incorporarse.

- ¿Dónde…? – Gregorio se colocó las gafas, desorientado. - ¿Dónde estamos?
- Por la cantidad de cajas y polvo… yo diría que un almacén o algo así.- Marcos le tendió el libro. – Toma. Se te cayó cuando saliste de él.
- ¿De…?
- De ahí… - Marcos sonreía mientras señalaba un espejo, idéntico al que había en la gruta de la bruja… pero que ahora yacía tendido en el suelo de aquel sótano, con sus fragmentos de cristal desperdigados por el suelo.
- Yo… ¿Lo he roto?
- Me temo que si, Gregor – Marcos le pasó el brazo por el hombro.- ¡Siete años de mala suerte, colega!

Pese a que era un mal chiste, Gregorio sintió un escalofrío recorrer su nuca. Miró a su derecha y vio al resto de la panda. María hurgaba entre las cajas que se apelotonaban en aquel desván mientras Paula vendaba la herida de Luis, quien no dejaba de tratar de parecer un tipo duro… sin dejar de quejarse ni un segundo, claro.

- ¡Au! ¡Cuidado con eso, que pincha!
- Te estoy cosiendo, así que no te muevas… - Paula sonrió y dijo en voz baja. – quejica…
- Quejica pero… au… valiente.
- Si – Paula volvió a sonreír. – “Valienjica”
- De donde has sacado todo eso para curarle, Paula?
- ¡De estas cajas, Gregor! – María parecía una saqueadora: le mostró un buen montón de tiritas, hilo y esparadrapos que había encontrado en las cajas. - ¡Hay un montón de cosas guays!
- Por no hablar de asquerosas…

La voz de Marcos hizo que todos le mirasen. A sus pies, reposaba un conjunto de mujer, pasado de moda. Parecía una especie de bata de médico… pero estaba empapada en alguna clase de baba verde. Y su olor… Su olor les hizo recordar a todos el monstruo que habían dejado atrapado tras el espejo roto.

- Qué se supone que es? – Marcos se arrodilló y tocó la sustancia verdosa que lo empapaba.- Tiooo… es asqueroso.
- ¿Y donde dem… diantres estamos?

La respuesta de Luis se vio contestada con un tintineo de campanitas procedente del piso de arriba. Un tintineo que a ninguno de los chicos les costó reconocer, pues todos habían estado alguna vez en la farmacia de Doña Clotilde. La voz de una cliente habitual los sacó de dudas.

- Señora Clotilde? ¿Hola?

Probablemente era la señora Fernanda, aunque los chicos no se pusieron de acuerdo sobre si fue ella realmente. Lo fuese o no, lo cierto fue que ninguno de ellos dijo nada y se limitaron a esperar a que la cliente se marchase. Ellos harían lo mismo minutos después.

Bajo la luz de aquella mañana, mientras caminaban por las calles del pueblo como si de un día más se tratase, ninguno de los chicos podía pensar en lo que días más tarde sería noticia en todo San Gonzalo. Muchas serían las historias que se inventarían en torno a la extraña desaparición de Doña Clotilde y ningún rumor daría tanto juego en las tertulias de las cotorras locales… al menos, hasta el misterioso incendio del campanario de la Iglesia de San Judas.

Pero esa… es ya otra historia.

viernes, 7 de mayo de 2010

Las Aventuras de los Goonboys, "La Cueva de las Brujas" Tercera Parte


Era una voz de otro tiempo, áspera, pausada, cansada, pero llena de maldad. La voz de una vieja mujer.

Aunque no veían, todos podían sentir como si alguien les observara. En la oscuridad se hacía patente el fuerte olor que salía de la estancia. Era una mezcolanza de esencias, algunas de ellas agradables, la mayoría nauseabunda cuyo resultado se asemejaba bastante al de la farmacia de doña Clotilde, que según cuentan por ahí ya era vieja cuando sus padres eran jóvenes.

La voz volvió a resonar en toda la estancia “Esperad, esperad, no os mováis pequeños. Ya voy para allá”

Asustados todos se juntaron un poco más, hasta tocarse. Paula abrazaba a su hermana pequeña que no dejaba de temblar y sollozar mientras, a oscuras, Marcos volvió a sacar su linterna y comenzó a iluminar la estancia que tenían ante ellos.

- ¿Dónde demonios estamos? – Preguntó Luís que no podía estar callado nunca
- Diantre, Luís, diantre, ¿Dónde diantre estamos? – Matizó Paula que no le gustaba que su hermana menor escuchara palabras malsonantes
- Bueno, pues ¿Dónde diantre estamos?
- Sin lugar a dudas estamos en la Cueva de las Brujas – dijo Gregorio zanjando la discusión – en la Cueva de las Brujas, y eso sólo puede significar una cosa…

Ante ellos la tenue luz de la linterna apenas dejaba entrever una estancia alta y alargada, con las paredes irregulares, repleta de viejos muebles y cachivaches. Un pájaro grande y negro alzó el vuelo y se refugió en la oscuridad cuando el haz de luz cayó sobre él… Pero no había rastro de que hubiera persona alguna dentro.

Sin pensar, como siempre hacía las cosas, Marco se acercó a una mesa que se intuía y allí encendió el candelabro lleno de velas que sobresalía por entre cientos de frascos, botes de desconocido contenido y un libro con extraños grabados.

Ahora, con más luz, pudieron ver completamente la estancia. La luz era extraña, más brillante de lo normal y las llamas de las velas creaban sombras extrañas aquí y allí. Al lado de la mesa con el candelabro había una destartalada estantería llena de viejos libros polvorientos, más allá tres camastros cubiertos con ásperas mantas grises al otro, al fondo una especie de chimenea, con las ascuas humeantes pero ya apagadas y sobre ellas, un enorme caldero negro cuyo contenido aún burbujeaba. Cerca del fuego, tres sillas mal talladas estaban frente a una mesa en la que había cuencos y cucharas de madera. Muy cerca a modo de arcaico laboratio un espacio con balanzas, aún más botes extraños, de colores y contenidos repugnantes, plantas secas, serpentines, un alambique y decenas de animales muertos, colgando del techo. Pero lo más inquietante era algo tan normal como un enorme espejo con el marco perfectamente tallado en madera de nogal que se encontraba cerca de los camastros.

- Demonios, digo, diantre, es, es, es – Luís no podía acabar la frase
- ¡Es genial! – acabó Marco – Esto sí que es una aventura en toda regla
- ¡Todo lo que contaba el libro de mi tatarabuelo era cierto! – La cara de Gregorio se iluminó un instante lleno de orgullo– ¡Esta es la estancia en la que se escondieron las brujas, la casa de las tres brujas! Cuando los aldeanos fueron a buscarlas, ellas se metieron en la cueva y la protegieron con un hechizo para confundirlos. Según cuenta, durante años entraban y salían de ella como por arte de magia e hicieron fechorías a su antojo, hasta que en una emboscada capturaron a dos de ellas… la tercera escapó y nunca más se supo de ella. En la laberíntica cueva nunca llegaron a encontrar esta estancia, pero mi tatarabuelo estaba seguro que debía existir y que debía estar cerca de la Caldera ¡Es esta!
- Seguramente entonces la voz sea un truco para asustarnos - concluyó Marco - ¡Vamos a investigar!
- Pero... pero... si es un truco... ¿Porqué está el caldero aún burbujeante? - Preguntó María
- Eso es lo que vamos a averiguar - Dijo sonriente Luís - Vamos allá

Tímidamente, pero más inconscientemente después, los cinco amigos comenzaron a recorrer la estancia. El cuervo negro, que estaba cerca de la chimenea, sobre su percha, no dejaba de observar todo lo que hacían los muchachos con sus brillantes ojos negros.

- ¡Eh! Las camas son cada una de un tamaño – dijo Luís divertido – aunque sólo una está desecha…
- ¡Y las sillas! ¡Y los cuencos también! – respondió Marco a grito pelado
- No gritéis – intervino Gregorio nervioso – ¡Y no toquéis nada!
- ¡Pero si no hay nadie! – rieron al unísono mientras tocaban todo lo que veían.

Un poco más al fondo, las dos hermanas observaban todo con mucho cuidado.

- Paula, Paula, ¡ven! – dijo María – la chimenea es larguísima, mira, mira. Sube hasta donde ya no se ve y se escucha ruido como de agua arriba… ¿Qué será?
- No lo se Maria, pero no te alejes de mí, este lugar no me gusta nada

Gregorio, por su parte, se había acercado al espejo. Había algo maligno y extraño en él. Al principio no se dio cuenta de lo que era, pero al hacerlo un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. En este espejo se veían las cosas reflejadas al revés de cómo lo hacen los espejos normales. Podía leer sin problemas las letras de su sudadera, pues estaban al derecho en el reflejo… y, al levantar una mano, el espejo le enseñaba su imagen con la otra mano levantada, de manera que al ponerla sobre el espejo, estas no se tocaban…

Nervioso fue corriendo a la mesa, de un manotazo apartó los botes, frascos y esencias hasta dejar un espacio libre. De su mochilla sacó el pesado libro de su tatarabuelo y lo plantó allí. Todos se dieron cuenta del nerviosismo de Gregorio.

- ¿Qué pasa Gregor? – Preguntó Luís mientras revolvía entre los libros de la estantería
- Chicos… - A Gregorio le costaba hablar – el, el, el espejo, algo he leído en el libro de mi tatarabuelo al respecto…
- ¿Qué le pasa? ¿Te has visto en él y te has asustado de lo feo que eres? – Con el comentario de Luís todos menos Gregorio se echaron a reír
- Es muy serio. De verdad – Decía Gregorio mientras pasaba las páginas del libro de su tatarabuelo sin parar – ¿Dónde estaba, donde estaba? ¡Aquí está, lo encontré, el Espejo del Extraño reflejo!
- Venga ya, Gregor – Dijo Paula intentando calmarle - Es sólo un espejo...
- Hermanita – Intervino la pequeña María – Será sólo un espejo, pero está empezando a hacer cosas raras, el espejo… el espejo está como… como ondulándose…

En ese momento el cuervo comenzó a batir sus alas y a graznar con fuerza e insistencia.


[Continuará]