viernes, 14 de mayo de 2010

Las Aventuras de los Goonboys, "La Cueva de las Brujas" Desenlace


- María… - Gregorio susurraba en un fallido intento por tranquilizarla.- No… te des… la vuelta…-

Y de espaldas al espejo, María miró al resto de sus compañeros: no le extrañó ver a su hermana con esa mirada entre asustada y enfadada. A fin de cuentas, Paula siempre ponía esos ojos que decían “¿otra vez la has armado, pequemaza?” (porque “pequeña” y “amenaza” eran las dos clásicas palabras que Paula gustaba mezclar para referirse a su hermana menor)

Más le sorprendió ver a Marco y a Luis quietos; paralizados, perplejos (¿y asustados?) ¡Y sin compartir una de esas bromas que sólo ellos entendían!

Pero lo que más la asustó, mucho más que aquella siniestra estancia o el incesante (¡y molesto!) graznido de aquel cuervo… Lo que más asustó a María fue la calma con la que Gregorio hablaba.

- No… te des… la vuelta.- repitió, abrazado al pesado libro de su bisabuelo.
- Pe… pero… si detrás sólo tengo el… el espe…

María dejó la frase en el aire, como si quisiera que alguien la tranquilizase. Incluso intentó dar un paso para alejarse de lo que pudiera tener a su espalda. Y, como era ya costumbre, lo que todos pensaron en silencio, Luis lo dijo a buena voz:

- Creo que no es un espejo…
- Es una puerta… - escapó de labios de Gregorio como un susurro, entre el asombro y el horror.

Asombro, porque hasta el momento aquel pesado libro que había dejado tras de sí su tatatarabuelo (y que, por alguna razón, su abuela tanto había luchado por hacer desaparecer); ya no era un montón de “fantasías tontas y cuentos absurdos”.

Pero también horror… porque la mejor forma de comprobar que algo es una puerta es ver que alguien puede entrar a través de ella.

Alguien… o algo.

- Es “MI” puerta, pequeñajo de ojos de cristal…

Y con su dedo cuarteado y de uña afilada cuan cuchilla, aquella criatura vagamente humana que acababa de brotar del espejo señaló a Gregorio. Sus movimientos, entre torpes y mecánicos, eran los de un títere manejado por un demente. Unos harapos negros y grises la cubrían de arriba abajo, como una especie de mortaja que tan solo dejaba ver dos ojos rojos y blancos.

- … y VOSOTROS… sois MÍOSSSSS.

Dejando de lado el acto reflejo de subirse las gafas que Gregorio repetía siempre que se ponía nervioso; ninguno de los chicos podía mover un solo músculo de su cuerpo. Marcos notó que su linterna de los “Exploradores Espaciales” se deslizaba entre sus dedos, cayendo al suelo. Luis, por primera vez en mucho tiempo, no encontró un solo chiste de la tele con el que aliviar el ambiente. En el caso de Paula, puede que fuesen los años de entrenamiento de cuerdas vocales en el conservatorio de canto lo que la había frenado a la hora de desgañitarse a gritos ante semejante monstruo…

María, sin embargo, nunca tuvo tal disciplina. Y fue una suerte…

…porque su grito fue el que los sacó a todos de aquella parálisis inicial.

- ¡¡Corre, Forrest, COOOORREEEE!!! – Luis tiró de Marcos, tratando de llegar a la salida de la estancia.
- Ya os VAISSSS?

Con un gesto de su inhumana zarpa, el dintel de madera de la angosta entrada se quebró, dejando caer una pequeña cascada de piedras que bloquearon el acceso.

- ¡¡Mar!! – Paula se adelantó para agarrar a su hermana.

No era la primera vez que tenía que hacer algo así. Pero fue la primera en que Paula no pensaba en la reprimenda que sus padres le echarían si le pasaba algo a la “pequemaza”. La bruja extendió su brazo y este se prolongó como si de una serpiente se tratase, duplicando su extensión y dejando ver, entre los harapos negros y mugrientos, una piel verdosa, supurante y llena de llagas. De no ser por Paula, sus zarpas hubieran degollado con facilidad el frágil cuello de María. Ambas hermanas rodaron por el suelo hasta llegar al pie del caldero.

- No VAIS a NINGUNA parte, pequeña comida.
- Por aquí, desde luego que no… - Luis miró el acceso bloqueado por rocas.
- ¿Dice algo el libro de tu abuelo, Gregor? – Marcos no dejaba de mirar como aquel monstruo se acercaba a las chicas. - ¡¿Cómo pararlo, por ejemplo?!
- Estoy… - nervioso, Gregorio estaba de rodillas, hojeando desesperadamente el pesado libro. - ¡Estoy en ello!

A cada zancada que daba, la criatura parecía incrementar su tamaño. De su espalda, dos abominables jorobas comenzaron a brotar, rasgando levemente los harapos negros que la envolvían.

Abrazando a su hermana, Paula rebuscó en sus bolsillos y sacó una pequeña lima de uñas que esgrimió como si de un diminuto e inútil puñal se tratase.

- Date prisa, Gregor!
- ¡Lo intento, Marco; lo intento! – Pero incluso su habilidad lectora de octavo curso (dos cursos por encima del suyo) era insuficiente ante tanta información que acumulaban los abigarrados textos del libro de su antepasado.

- ¡No hay tiempo, colegas!

Y habiendo dicho eso, Luis se lanzó corriendo contra aquel monstruo de harapos negros y terrible hedor a vejez y humedad. Que a Luis le gustaba Paula era un secreto a voces para el resto de sus amigos. Pero nunca había quedado tan claro como en aquel momento: cuando sus sesenta kilos de sobrepeso preadolescente chocaron como un pequeño tren de mercancías contra las repugnantes pero quebradizas piernas de aquel monstruo.

Porque pese a su aspecto aterrador, su nauseabundo hedor y sus mágicos poderes… una bruja anciana seguía siendo una anciana bruja. Y sus huesos, como las maderas podridas de una vieja casona, se rompieron como cristal ante el embiste de un chico al que siempre dejaban el último en los equipos de educación física.

La bruja cayó al suelo y lanzó un agónico grito que hizo temblar las paredes de aquella estancia. Delgados hilos de piedra y polvo dejaron claro que la consistencia de la gruta no tardaría en ceder.

-¡Esto se viene abajo! – Marcos miró a Gregorio - ¡¿Qué hacemos?!
- Si eso es una entrada… - señaló el espejo – También es una salida.

Marcos ayudó a incorporarse a Paula y María. Los tres se aproximaron al extraño espejo, cuya superficie fluctuaba como las aguas de un lago. Se miraron mientras la gruta seguía tambaleándose.

- ¿¡Pues a qué esperáis!? – Luis se incorporó torpemente - ¿¿A Navidad??
- ¡¡Luis!!

El grito de Paula llegó un segundo demasiado tarde: la criatura se había alzado con la única pierna que había quedado más o menos intacta. Su zarpa cayó sobre el hombro de Luis, abriendo una herida profunda que salpicó de sangre la camiseta de “Los Ramones” que su hermano le regaló el año pasado.

-¡¡NIÑO GORDOOOOO!! – siseó la bruja.- ¡¡MIOOOOOO!!

Luis cayó al suelo, aferrándose el hombro sangrante y sollozando de dolor. La zarpa de la bruja se alzó de nuevo en mortal surco. Pero no llegó a bajar: algo duro y pesado la golpeó por la espalda. Cuando el monstruo quiso darse cuenta, vio que tras él estaba Gregorio, empuñando el viejo y pesado libro de su abuelo.

- ¡Vamos! ¡Saltad!

Marcos y las chicas no necesitaron una segunda orden de Gregorio: los tres dieron un paso hacia delante y las aguas del espejo los aceptaron en su interior, desapareciendo a su través.

- Luis… - Gregorio lo ayudó a incorporarse. - ¿Estas bien, “grande”?

Pese a la sangre y las lágrimas, Luis le sonrío: le gustaba que sus colegas le llamasen así. “Grande”.

- Si, creo que si…
- Vamos, corre al espejo.
- Pero tu…
- Yo te cubro. – por el rabillo del ojo, Gregorio vio que la criatura volvía a incorporarse - ¡Date prisa!

Luis caminó entre los delgados hilos de arenisca que anunciaban el fin de la gruta y se detuvo un segundo ante el acuoso reflejo del cristal. Gregorio vio como su amigo se sumergía en ellas cuando escuchó la siseante voz de la criatura a su espalda.

- Tu oloooooor … Lo conozco…

Gregorio se aferró al libro de su antepasado, como si de alguna clase de escudo protector se tratase. Pero no lo era: eran un puñado de páginas de papel y un par de cuartillas de cartón forradas en cuero.

- Tú… - Gregorio se subió de nuevo las gafas, al tiempo que caminaba de espaldas, lentamente, en dirección al espejo. – Tú no me conoces…
- Seeee quien ereeees… joven Astarloaaaa…

Al escuchar su apellido, Gregorio se quedó paralizado. Un instante antes, había tanteado el borde del marco de madera con una de sus manos. Pero ahora, aquella extraña y confusa revelación, le hizo dudar un segundo. Y fue lo único que la criatura necesitó: en el único salto que su quebradiza pierna sana le iba a permitir; la bruja trató de alcanzar a Gregorio. Una enorme roca de piedra frenó su trayectoria, sepultándola a pocos centímetros de donde se encontraba ahora un perplejo Gregorio.

El cuerpo agonizante de la bruja y los ríos de grava y arenisca eran un recordatorio efectivo de que aquel era el mejor momento para no estar allí. Y Gregorio guardó todas las preguntas que llegaban a su cabeza… y saltó a través del espejo, dejando atrás a aquella criatura en su sepulcro de piedra y arena.

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- Bienvenido al mundo de los vivos…

En la penumbra de aquel trastero, Marcos le tendió la mano y ayudó a Gregorio a incorporarse.

- ¿Dónde…? – Gregorio se colocó las gafas, desorientado. - ¿Dónde estamos?
- Por la cantidad de cajas y polvo… yo diría que un almacén o algo así.- Marcos le tendió el libro. – Toma. Se te cayó cuando saliste de él.
- ¿De…?
- De ahí… - Marcos sonreía mientras señalaba un espejo, idéntico al que había en la gruta de la bruja… pero que ahora yacía tendido en el suelo de aquel sótano, con sus fragmentos de cristal desperdigados por el suelo.
- Yo… ¿Lo he roto?
- Me temo que si, Gregor – Marcos le pasó el brazo por el hombro.- ¡Siete años de mala suerte, colega!

Pese a que era un mal chiste, Gregorio sintió un escalofrío recorrer su nuca. Miró a su derecha y vio al resto de la panda. María hurgaba entre las cajas que se apelotonaban en aquel desván mientras Paula vendaba la herida de Luis, quien no dejaba de tratar de parecer un tipo duro… sin dejar de quejarse ni un segundo, claro.

- ¡Au! ¡Cuidado con eso, que pincha!
- Te estoy cosiendo, así que no te muevas… - Paula sonrió y dijo en voz baja. – quejica…
- Quejica pero… au… valiente.
- Si – Paula volvió a sonreír. – “Valienjica”
- De donde has sacado todo eso para curarle, Paula?
- ¡De estas cajas, Gregor! – María parecía una saqueadora: le mostró un buen montón de tiritas, hilo y esparadrapos que había encontrado en las cajas. - ¡Hay un montón de cosas guays!
- Por no hablar de asquerosas…

La voz de Marcos hizo que todos le mirasen. A sus pies, reposaba un conjunto de mujer, pasado de moda. Parecía una especie de bata de médico… pero estaba empapada en alguna clase de baba verde. Y su olor… Su olor les hizo recordar a todos el monstruo que habían dejado atrapado tras el espejo roto.

- Qué se supone que es? – Marcos se arrodilló y tocó la sustancia verdosa que lo empapaba.- Tiooo… es asqueroso.
- ¿Y donde dem… diantres estamos?

La respuesta de Luis se vio contestada con un tintineo de campanitas procedente del piso de arriba. Un tintineo que a ninguno de los chicos les costó reconocer, pues todos habían estado alguna vez en la farmacia de Doña Clotilde. La voz de una cliente habitual los sacó de dudas.

- Señora Clotilde? ¿Hola?

Probablemente era la señora Fernanda, aunque los chicos no se pusieron de acuerdo sobre si fue ella realmente. Lo fuese o no, lo cierto fue que ninguno de ellos dijo nada y se limitaron a esperar a que la cliente se marchase. Ellos harían lo mismo minutos después.

Bajo la luz de aquella mañana, mientras caminaban por las calles del pueblo como si de un día más se tratase, ninguno de los chicos podía pensar en lo que días más tarde sería noticia en todo San Gonzalo. Muchas serían las historias que se inventarían en torno a la extraña desaparición de Doña Clotilde y ningún rumor daría tanto juego en las tertulias de las cotorras locales… al menos, hasta el misterioso incendio del campanario de la Iglesia de San Judas.

Pero esa… es ya otra historia.

1 comentario:

  1. Hala, pues se acabó... la semana que viene comienza un nuevo relato...

    Esperamos vuestros comentarios a ver que tal...

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