viernes, 21 de mayo de 2010

Un trabajo sencillo. Primera Parte



En cuanto me habló de su marido, supe que sería un trabajo sencillo. Un dinero fácil que me embolsaría por seguir unos días al sujeto, hacerle unas cuantas fotos y redactar un informe.

Llevo muchos años en este trabajo, los suficientes como para adivinar que un hombre como el que ella me describía resultaba de lo más aburrido a una mujer y que probablemente la causa del distanciamiento paulatino que hacía sospechar a su esposa no era un problema de faldas.

Pero también soy lo suficientemente veterano como para saber que en la vida siempre hay algo que aprender y que no te puedes fiar de nadie porque, donde menos te lo piensas, la condición humana te sorprende. Así que convencí a la mujer de que necesitaría todo un mes entero para poder asegurarle que su marido no tenía una amante, pues conocía casos de encuentros discretos, de una vez al mes, difíciles de descubrir a menos que se lleve un seguimiento exhaustivo como el que yo podía proporcionarle.

¡Qué quieren!, ya sé que era una mentira, que cuando uno se encoña, un mes es toda una vida, pero la crisis me tenía un poco seco y a ella parecía sobrarle el dinero. Por lo menos me aseguraba un mes con gastos pagados, lo cual no iba a venir nada mal a mi negocio.

El domingo, tal como ella me había anticipado, su marido salió a hacer footing mientras yo, preparado ya con el atuendo oportuno, hacía calentamiento justo en la zona por donde él se movía. Cuando llegó a mi altura se giró hacia donde yo estaba y, por un momento, me sentí descubierto, pero su mirada siguió vagando por el parque hasta que se fijó en alguien que venía hacia nosotros. Era una mujer. Su cabello rubio se recogía en una coleta que se movía al viento siguiendo su pasito rápido, como un caballo al trote. Se saludaron sin tocarse. Él acompasó su paso al de ella y empezaron a alejarse. No pude escuchar lo que hablaban porque me hubiera delatado, pero les seguí con cautela y saqué unas cuantas fotos.

Estaba ya desanimándome cuando de repente descubrí la mirada. Era el premio a mi constancia, a mi olfato de perro sabueso, en definitiva, al trabajo bien hecho. Ella le miró con un gesto provocador, sensual, prometedor, le guiñó un ojo y se alejó. En ese momento supe que tenían un lío y también que la rubia debía estar casada, por la discreción con que ambos habían marcado las reglas de juego.

Tras un rato siguiendoles, por callejones de mala muerte, donde el rey es un mendigo sobre un bidon ardiendo, y la reina es la basura que cuida como si fuera un tesoro a su alrededor, terminaron por llegar a un oscuro callejon sin salida.

Estaba a la distancia suficiente para que no se percataran de mi presencia, pero tambien alejado para escuchar de que hablaban, solo escuche el grito del tipo al que seguia, cuando la mujer saco un enorme cuchillo de su bolso y lo apuñalo repetidas veces.

Para mi sorpresa, aun quedaba mas, la mujer se arrodillo ante el hombre, saco un libro, con aspecto antiguo, del tipo que ponen en las peliculas malas de terror, y que suelen decir que es de piel humana. La mujer empezo entonces a realizar un cantico en voz baja, algo que no podia escuchar, mientras con su cuchillo hacia algo que no podia discernir sobre el cuerpo del pobre hombre. Las bombillas de la farolas estallaron, todo se quedo a oscuras, y el viento comenzo a aullar. Demasiado tarde me di cuenta, que no fue el viento...

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