[Viene de Un trabajo Sencillo - Primera Parte]
Ni el viento, ni nada de este mundo… El ruido, ululante, provenía de abajo, de las alcantarillas. Era silvante, repetitivo, agudo de más y aterrador. Aún hoy me parece oírlo cuando la ciudad está en silencio; ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuulllll, ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuulllll. Con la asesina de las piernas largas como en trance y el callejón a oscuras, este hubiera sido el momento de alejarme de allí, llamar a la policía y olvidarme de toda esta turbia historia. Tenía suficiente material fotográfico como para que la policía identificara a la asesina, pero mi instinto decía que había algo más y, en vez de salir de allí como debiera haber hecho, me escondí entre un par de abollados cubos de basura.
Me sentía ridículo allí, escondido, expectante, en vez de deteniendo a esa mujer. A punto estuve de salir de mi escondrijo cuando la tapa de la alcantarilla del callejón se desencajó de su agujero. De ella comenzaron a salir, hasta un total de cinco, monstruosas figuras. Gracias al cielo, o a lo que quiera que haya allí arriba, apenas podía distinguir sus inefables perfiles por la falta de luz, de otra manera es más que posible que me hubiera vuelto loco. Asustado procuré no hacer un solo movimiento, apenas respiraba y juraría que mi corazón casi se paró para no hacer ruido. Las figuras, que habían surgido del submundo, se acercaban a la rubia con coletas. Sus piernas, si se les puede llamar así, eran tentaculares y al despegarse del suelo emitían ese maldito ruido. Ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuulllll, ñiiiiieeeeeeeeckkkk uuuuullll. Rodearon a la mujer pero ella, en vez de huir o gritar, extendió sus brazos hacia el cielo y esperó a que las criaturas, con sus brazos gordos y cortos, la alzaran por encima de los pequeños bulbos que tenían por cabeza.
Cuando quise darme cuenta se la habían llevado por las alcantarillas y tras ellos quedaba únicamente un rastro pringoso y húmedo, el cuerpo degollado del señor Wilmarth y una hoja de papel que debió de caerse del libro en algún momento que no recuerdo.
Reaccioné tarde y quizás mal. Tras incorporarme corrí y asomé la cabeza por el agujero destapado que había en el suelo. El olor era nauseabundo y la carencia total de luz lo único que me permitió fue ver alejarse a las criaturas por el túnel hacía el sur, hacia el mar. No tenía ninguna intención de seguirles.
Intentatando mantener la calma, tirando de profesionalidad, eché un vistazo al callejón y me centré en examinar el cuerpo del señor Wilmarth. Las heridas eran profundas y firmes. Habían alcanzado al corazón y otros órganos vitales, matándolo prácticamente en el acto. Sobre su pecho, la rubia de piernas largas, había dibujado un extraño símbolo con el cuchillo. Pese a la repulsión que me provocaba toda la escena, me obligué a mirarlo detenidamente y retenerlo en mi memoria. A duras penas pude seguir inspeccionando el cuerpo. Encima llevaba únicamente las llaves de su casa y un pequeño reproductor de mp3, nada más. Cuando ya no pude soportar más la atmosfera que allí se respiraba, abandoné el lugar, no sin antes guardarme el papel que había encontrado en el suelo.
Confuso, aturdido y asustado me senté a pensar mi siguiente movimiento en el banco de un oscuro parque cercano. Mi cabeza daba vueltas e intentaba comprender lo que había pasado en ese callejón. Únicamente tenía algo claro en ese momento; cualquier investigador en otro lugar del mundo hubiera salido despavorido ante la visión que había tenido que contemplar. Pero en la vieja Arkham hay demasiadas cosas extrañas para que un hombre de mi profesión no se haya topado con alguna de ellas.
Estaba claro que tenía que hablar con la, ahora, viuda del señor Wilmarth y con la policía, pero no tenía fuerzas ni ánimos para ello. En la riñonera llevaba algo de dinero, suficiente para comprar una botella de whisky barato en una tienda con olor a rancio regentada por un chino con los ojos nublados. Cuando estuvo medio tuve el valor necesario para buscar una cabina. No uso móvil. Ningún detective que se precie debería usarlo. Es peligroso, nunca sabes cuando puede sonar, pero siempre lo hace en el peor momento…
Dudé a quien llamar primero, pero ya tenía suficientes problemas con haber tocado el cuerpo como para avisar a alguien que no fuera la policía primero. Conté lo ocurrido al agente que estaba al otro lado, evitando mencionar las criaturas para que no me tomaran por loco. Escapó por las alcantarillas, agente, comenté cuando me preguntó al respecto. Acabó la conversación y eché otro trago a la botella. Ahora venía lo más difícil.
¿Señora Wilmarth? Soy yo, Edgar Hasley – dije con voz seca – Siento llamarla a esta hora… No, no, no es eso… Escúcheme, por favor… No, creo que no se va a poder divorciar… Verá señora. Déjeme hablar… No... No… Mire. Lo siento mucho, su marido ha muerto. Lo siento. La policía le explicará todo lo ocurrido… Lo siento mucho… No, por favor, no hace falta, no me debe nada… Lo siento
Cuando colgué se veían las luces de los coches patrulla llegando al callejón. Fue O’Malley, que fuera compañero mío tiempo atrás, el que me tomó declaración durante casi una hora. Se llevó la cámara con las fotos y me dejó bien claro que debía estar localizable hasta que se aclarara el asunto, pero a cambio me dejó un cigarrillo.
Bajo una farola, con el cigarro de O’Malley en una mano y la botella de whisky barato en la otra, vestido con un estúpido chándal barato de imitación vi como levantaban el cuerpo y se lo llevaban en una furgoneta blanca. Di la última calada al cigarro y lo tiré al suelo. Ya no tenía caso. Aquí acababa mi investigación. Debía ir a dormir y olvidarme de lo que había pasado esta noche, era lo mejor que podía hacer, eran los años de experiencia los que hablaban por mí. Hacía frío, para calentarla metí las manos en los bolsillos y comencé a andar camino a casa. Entonces mi mano tocó el papel que se cayó del libro de la rubia, lo leí y ya no pude abandonar el caso...
[Continuará]
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