viernes, 11 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Primera Parte

Por mucho que mirasen, cada vez de más cerca, la luz roja seguía parpadeando en la consola de navegación de la Milagros. Riki, usando sus dotes de mecánico, probó a golpear tres veces con el índice la dichosa bombilla, pero ésta continuó con su constante alternancia, sin terminar de decidir si se quedaba encendida o se apagaba de una vez.

- ¿Y bien? - Preguntó el capitán Barbosa mirando horrorizado el recién afeitado cuero cabelludo de la piloto

- Tenemos un problema, Capi - dijo Seya señalando la parpadeante bombilla roja - La luz parpadea.

Durante el intervalo de 5 parpadeos nadie habló. Las caras de la tripulación y la del incrédulo Gordo Cobb se iluminaban de un hipnótico rojo en cada intermitencia. Cuando parecía que ya nadie diría nada, el capitán Barbosa, furibundo, rompió el silencio.

- ¡Pero qué demonios! ¡Por lo que a mi respecta, eso no es un problema, es una bombilla con problemas de bipolaridad! Ahora dime - dijo muy serio - ¿Qué es lo que de verdad le pasa a mi nave? ¡Y te lo advierto, ni se te ocurra decirme que tenemos una bombilla que parpadea!

Seya miró los cansados ojos del capitán por el periodo de un parpadeo. Después recorrió la cabina con la mirada antes de dar una respuesta. Salpicados por todos lados estaban los manuales de navegación de la nave que había consultado una y otra vez sin éxito. Seya los había releído una y otra vez buscando qué quería decirle esa bombillita.

Sobre sus rodillas y abierto estaba el manual referente a los indicadores de la consola. En él estaba detallado el uso y significado de cada una de las distintas bombillas, relojes, relés, palancas y mandos de toda la nave. De todos, menos el del parpadeo de la bombilla roja.

- Ni idea - Dijo por fin Seya cerrando el manual con un sonoro golpe. Su voz reflejaba alivio, como la de un niño cuando por fin se libra de un secreto - No tengo ni idea de lo que le pasa a la Milagros.

- ¡No me lo puedo creer! - La cabeza del Gordo Cobb giraba a un lado y otro, oscilando como haría un flan casero - Sois la peor cuadrilla de contrabandistas especiales que he visto en mi vida... ¡¿Hemos escapado de milagro de los cruceros de la Federación - y no precisamente gracias a vosotros - y ahora queréis tomar tierra porque se ha iluminado una bombilla?! ¿¡De verdad, acaso queréis que nos cojan, trabajáis para ellos?!

El capitán Barbosa hizo oídos sordos a las quejas del Gordo Cobb. Aunque era cierto lo que decía y en cualquier otro lugar del universo la mera presencia del gordo y su pútrido aliento, le haría temblar y replantearse las cosas, estaban en la Milagros. Su nave, y allí él era quién mandaba.

- La nave sigue volando sin problema alguno. No hay ruidos. Ni vibraciones extrañas. Todo parece funcionar correctamente. Todo menos esa maldita bombilla - Barbosa pensaba en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular, hasta que fijó su mirada en Riki, el mecánico -¿Has revisado la nave, Riki? ¿Los impulsores? ¿Los sistemas de navegación? ¿Conductos? ¿Casco? ¿Refrigeración?

Sí, Riki había revisado los cuatro motores y todos los sistemas críticos de la Milagros, sin encontrar nada fuera de lugar. Todo parecía estar bien. Entonces, ¿Cual era el problema? ¿Por qué debían parar a reparar una nave que parecía no necesitar reparación teniendo a la Federación buscándolos por todo el sector?

- ¡Porqué tenemos una luz parpadeante! - Seya repetía exasperada una y otra vez el mismo argumento - Una luz roja parpadeante en el panel nunca indica nada bueno. ¡Nunca! ¡Dios sabe que le puede pasar a la nave! ¡A lo mejor explota! Tenemos que bajar y reparar la nave - Concluyó

- Yo voto en contra - dijo Nino sin dejar de mirar a través de la cabina buscando naves de la Federación - ¿Quién está conmigo?

- ¡¿Votar?! ¡¿Os habéis creído que esto es una democracia?! - Rugió Barbosa volviéndose hecho un basilisco hacia Nino, el dotado cocinero - Vuelve a mencionar algo parecido a una votación y te mando a galeras. Nada de votaciones. Esta es mi nave y se hace lo que yo se diga.

Después de un severo silencio, Barbosa volvió a tomar la palabra. Miró fijamente a la androgina piloto y sin dejar de mirarla, si quiera para parpadear, dijo casi amenazando:

- Seya, tú eres mi piloto. He confiado a tus manos y tu criterio mi vida y la de mi tripulación más de una veintena de veces y aquí seguimos. Conoces mejor que nadie ésta nave. La quieres y la cuidas tanto como yo, ¡Que me lleven los diablos si de verdad comprendo tus razones para querer parar por esa insignificante luz! Pero confío en tí, como un padre confía en su hijo. Así que, ¡Preparad la nave! ¡Todos a sus puestos! ¡Comenzamos el descenso!

- ¡Pero Capitán! - Gritó incrédulo Riki - ¿Tiene que ser aquí, en la Antilla? ¿No podemos llegar hasta el siguiente planeta?

Barbosa contestó con mucha más calma de la que cualquiera de los presentes esperaba. Al fin y al cabo la pregunta tenía su sentido.

- Si es necesario parar a reparar, lo haremos ahora. No podemos arriesgarnos a una avería y quedarnos a la deriva, no cuando tenemos rastreándonos a la mitad de la flota del sector - Barbosa miraba ahora al Gordo Cobb. Todos sabían lo valioso de la carga que llevaban en la bodega - Además no es un mal sitio, posiblemente tengan los mejores mecánicos y equipo cualificado de todo el sector.

Barbosa tenía razón. Si en algún lado podían encontrar el fallo de la Milagros sería allí. La Antilla tenía los astilleros más grandes e importantes en decenas de sistemas de distancia. Al fin y al cabo era allí dónde la Federación fabricaba y ensamblaba sus más modernos Acorazados y Cruceros de guerra.

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