- Contar la historia del corsario sería imposible sin hablaros antes del gran y temible… - el viejo Cuervo hizo una pausa y luego soltó el nombre de la criatura con calculado efecto dramático. - … ¡Leviatán!
Los tres chiquillos dieron un respingo que, de haber sido yo un humano, probablemente me hubiera arrancado una carcajada.
- ¿Qué es un “levitán”? – preguntó Claude frotándose la nariz.
- Leviatán, Claude. Se llama "leviatán"… - el viejo Cuervo se incorporó apoyado en su bastón y caminó hasta una de las estanterías de su biblioteca. – Creo… creo que puedo enseñároslo... - Tomó entre manos un pesado volumen encuadernado en cuero y lo mostró a los chiquillos, quienes se mostraron sorprendidos. A esa distancia y con la poca luz que emitían los candiles me fue imposible atisbar su forma pero debía ser temible, a juzgar por el gesto de los tres.
- Es muy feo… - comentó Lauren con un mohín de asco.
- Y grande. – el viejo Cuervo volvió a tomar asiento una vez hubo dejado el libro en su lugar. – ¡Casi tres veces el tamaño del galeón que nuestro pirata protagonista tenía bajo su mando!
Y dicho aquello, el viejo Cuervo alzó su bastón y señaló a una de las paredes de la habitación. Bajo la titilante luz, la embarcación protagonista de aquella pintura al óleo casi parecía mecerse bajo el huracán que la azotaba.
- Tres palos, una enorme bodega… y más cañones a cada lado de los que un buen hombre osaría contar… - el tono de voz del viejo dejaba entrever cierta melancolía de un tiempo mejor – “La Tempestad Ciega” era un galeón como jamás se haya construido otro.
- Sí, bueno… - Claude se movió impaciente, sentado en el suelo y mirando la pintura. – Pero, ¿y su pierna? ¿Cómo la perd…?
- ¡La perdió por impaciente! – propinándole un pequeño coscorrón, el viejo Cuervo cortó en el acto la propia impaciencia del chico. – Precisamente por eso… Por impaciente.
Si os digo la verdad, estaba a punto de salir por la ventana: había escuchado ya muchas historias de piratas. Pero por algún motivo que mis plumas no alcanzaban a entender, una emoción más humana que animal me mantuvo allí, posado. Había oído hablar a muchos sobre esa “curiosidad”. ¿Quizá eso mismo era lo que impulsaba, año tras año, a los tres chiquillos a regresar a la casa del viejo Cuervo?
- Aquel no había sido un buen año para nuestro feroz pirata, ¿sabéis? - continuó el viejo Cuervo - No señor. Había acabado con una tripulación cansada y descontenta en algún punto próximo a Tortuga. Casi sin oro y casi sin ron, el capitán pirata no podía esperar más tiempo para iniciar su campaña anual de saqueo de barcos españoles.
- ¿Y el leviatán? ¿Qué tiene que ver con…? – interrumpió Roxane, tendida en el suelo mientras movía los pies con impaciencia. Siendo consciente que el viejo Cuervo había captado ese nervioso vaivén, Roxane lo detuvo en el acto: ¡no quería acabar recibiendo un coscorrón como el de Claude! – Perdón…
- Las aguas que había entre Tortuga y la ruta de las naves comerciales españolas eran el territorio de esta terrorífica criatura. De haber tenido más tiempo, el capitán habría podido esperar a que pasara la temporada de celo, momento en el cual los leviatanes salían a la superficie para…
Por algún motivo, el viejo Cuervo dejó la frase a medias, como si hubiera topado con algo que no debía revelar a los críos. Si yo, un simple pájaro de estancia pasajera, me había percatado de ello… ¿cómo no iban a captarlo tres críos que habían crecido escuchando las historias de aquel viejo narrador?
- ¿Qué le pasaba a los leviatanes? – preguntó curiosa Lauren.
- Que salen a jugar con otros miembros de su especie… - el viejo Cuervo hizo un gesto a modo de “pero eso carece de importancia” y continuó – La cuestión es que atravesar ese territorio era casi un suicidio… o al menos así lo parecía hasta que el viejo capitán recibió un oportuno consejo por parte del que había sido su antiguo cocinero.
- ¡¡El tuerto de Antioquía!! – a los tres chiquillos les encantaba el cuento de aquel cocinero a quien ese viejo y cruel pirata había obligado a comerse su propio ojo cuando descubrió que había intentado asesinarlo envenenando su comida.
- En efecto… - sonrió el viejo, complacido de comprobar que sus historias permanecían en el recuerdo de su joven audiencia. – Por aquel entonces, el tuerto había montado su propia cofradía pirata y tenían una nave que rivalizaba con “La Tempestad Ciega”.
- Entonces fue el tuerto, ¿no? – Claude se incorporó como activado por un resorte e hizo ademán de lanzar una estocada en el pecho de Lauren. - ¡Seguro que tuvieron una pelea en una taberna de Tortuga y…!
- En realidad… No. - cortó el viejo Cuervo, sonriendo con ironía. - Los piratas tenían prohibido pelear entre ellos mientras tuvieran un pie en la isla. Así que cuando ambos se encontraron en aquella taberna, acabaron ebrios por el ron y recordando viejos buenos tiempos…
- Jo, pues qué rollo… - comenzó a decir Roxane, jugueteando con uno de sus tirabuzones rubios.
- No os equivoquéis. – respondió el viejo – Ni todo el ron del Caribe hubiera podido calmar la sed de venganza que el tuerto tenía contra su antiguo capitán. Así que, lejos de recomendarle mantenerse con el navío amarrado a tierra, el tuerto compartió con su antiguo patrón un falso secreto que supuestamente él mismo había empleado para burlar al leviatán en más de una ocasión.
Debió ser esa palabra, “secreto”, la que hizo que los tres pares de ojos jóvenes intercambiasen miradas de interés.
- “Si la atención del leviatán no quieres llamar…” – entonó el viejo Cuervo con voz grave – “… un cargamento de helados en la bodega habrás de llevar.”
El esfuerzo de la interpretación de la voz del traicionero cocinero pirata costó al viejo Cuervo una sonora cadena de toses. Lauren se incorporó y le acercó un vaso de agua. Aprovechando que el momento, la chiquilla preguntó…
- Entonces, ¿al monstruo no le gustaban los helados?
- Eso si que no me lo creo… - comentó Claude, cruzando los brazos con incredulidad. - ¡A todo el mundo le gustan los helados!
Y yo mismo hubiera lanzado un graznido afirmativo si ello no hubiera significado revelar mi presencia – y sé bien lo mal que se toman los humanos encontrar a un pájaro de supuesto mal agüero como yo revoloteando por sus casas. En cualquier caso, esos críos también sabían que desde la criatura más noble del reino animal hasta la alimaña más monstruosa, no había ser vivo al que no le tentase el sabor dulzón de un helado.
- En efecto… - sonrió el viejo Cuervo. – De hecho, el leviatán es una de las pocas criaturas capaces de seguir el rastro gélido de un delicioso helado. Pero por aquel entonces eso no era sabido por todos. Y si el pérfido cocinero tuerto le dijo aquello a su viejo capitán fue precisamente para lo contrario: para garantizar que aquel monstruo marino daba buena cuenta de “La Tempestad Ciega”.
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