viernes, 15 de octubre de 2010

Las Aventuras de los Goonboys - Misterio en la Buhardilla - Segunda Parte

[Viene de Las Aventuras de los Goonboys - Misterio en la Buhardilla - Primera Parte]

- Vale: lo admito, Gregor,.- Marcos alzó la mano buscando un "choca esos cinco".
- ¿Qué estas insinuando?
- Esta vez casi consigues que me lo trague.
Gregorio iba a defenderse de las acusaciones de Marcos.
- Tío, todos sabemos que harías lo que fuera para no ir a la piscina. Pero montar todo esto sólo para que vengamos a hacerte compa…
Gregorio se acercó a Luis, mortalmente serio.
- Que te quede claro que no intento llamar la atención de nadie. Y mucho menos a un títere que Paula…
- ¿Qué me has llamado…? – Luis se arrancó como un toro ante la insinuación, más preocupado por impedir que Gregorio terminase la frase que por defender su honor.
- Chicos…
Gregorio y Luis frenaron en seco y giraron su cabeza hacia el cuadro. Paula estaba ante él, en cuclillas y examinando el contorno en blanco que el Conde había dejado tras de sí.
- Esto es muy raro. – Paula deslizó sus dedos por el recorte de la silueta en blanco, dejando varios surcos a su paso. – Tiene polvo como de unos cuantos meses… pero la superficie en blanco parece nueva.
- ¿Y eso quiere decir…? – Marcos resopló con impaciencia.
- Eso quiere decir que no ha sido cosa de Gregorio.- Paula se incorporó, limpiándose el polvo.- Esto es de verdad.
Luis miró a Gregorio en silencio. Y luego encaró a Marcos.
- ¿Ves? Lo que yo decía. – volvió a mirar a Gregorio, quien negaba con la cabeza y la mirada baja.- Y ahora, ¿cómo encontramos al Conde?
Gregorio miró el cuadro y señaló la mansión pintada en su fondo.
- Propongo que vayamos allí a buscarlo. Si salimos ahora con las bicis…
- Vale: es oficial.- Marcos se encaminó a la puerta.- Estáis como cabras.
- Venga ya, Marcos. – Paula se acercó a él. Un flequillo rubio le caía sobre la frente.- Cuantos más seamos, menos tardaremos…
Marcos la miró y pensó que nunca se había fijado en lo bien que le sentaba ese peinado a Paula. Durante un segundo se olvidó de que esa misma noche había una barbacoa en el campo de sus tíos. Se olvidó incluso de que iban a acudir las amigas de su primo Juan.
La voz de Luis lo sacó de sus ensoñaciones.
- Bah. Si tiene miedo, que se vaya… - se acercó a donde estaban Marcos y (sobre todo) Paula.
Marcos dedicó su mejor sonrisa a Luis y se limitó a darle un par de palmaditas en su hombro.
- Tranquilo, "grande". – Marcos volvió la vista a Paula – Pero tú me tendrás que prometer que me darás el teléfono de esa amiga tuya con la que vas al tenis.
- ¿Rosa? – Paula sintió una (¿incomprensible?) punzada de celos.- Pero, pero… - su indignación no conocía límites… ni palabras para describirse.- ¡Pero si es una hortera!
- Pero cómo se mueve…- Marcos se colocó a la altura de Gregorio quien, ajenos a las bromas que intercambiaban sus amigos, rebuscaba en un pesado libro de hojas amarillentas. - ¿Y bien? ¿Alguna idea, Gregor?
Gregorio alzó la vista y miró el dibujo de la mansión del Conde, en el fondo de aquel misterioso cuadro. Se quitó las gafas y las utilizó a modo de lupa sobre él.
- Mmmm… - Gregorio fijó la vista y, pasados unos segundos, sonrió.- Lo que imaginaba.
- ¿El qué? – Marcos achinó los ojos pero no conseguía comprender el entusiasmo de su amigo.
- Hay un camposanto ahí, al lado de la mansión. Tendría sentido que sus restos estuviesen allí enterrados.
- Espera un momento… - Paula miró a Gregorio como si éste hubiese perdido la cabeza.- No estarás diciendo que vamos a desenterrar un cadáver, ¿verdad?
El silencio se hizo entre los amigos. Gregorio se volvió a poner las gafas y dijo…
- Si alguien tiene una idea mejor…
- ¡CUIDADO!
Luis se lanzó sobre el blanquecino de Gregorio, cuyo rostro adquirió una tonalidad mucho más pálida al notar como una impresionante pila de pesadas cajas de madera se cernía sobre él. Luis consiguió empujarlo en el último momento y las cajas chocaron contra el suelo. La mayor parte de ellas aguantaron el golpe y, simplemente, rodaron por el suelo del sótano levantando una nube de polvo que hizo estornudar a Paula y Marcos.
Luis ayudó a incorporarse al aturdido Gregorio mientras Paula y Marcos miraron la silueta que había aparecido justo detrás de donde antes estaba la inmensa columnata de cajas. Allí, sosteniendo entre sus brazos una especie de panel de madera, estaba María.
- Perdón… - María apenas susurró aquellas palabras.
- ¡Te la has cargado, "pequenaza"! – Paula se acercó a ella, dispuesta a zarandearla un poco y jugando la carta de "hermana mayor enfadada". - ¡¿Cuántas veces te tengo dicho que no toques nada?!
- Es que… Es que… - María mostró el extraño tablero que sostenía entre manos.- Es que me aburría, joooo. Y además… - María esbozó una brillante sonrisa de satisfacción.- ¡Mira que chulada!
Paula miró el tablero apenas un segundo. Era de madera, del tamaño de un ajedrez aproximadamente. Pero en su superficie, en lugar de casillas blancas y negras, había una serie de letras que formaban un abecedario. Paula apenas llegó a entender que se trataba de un tablero de Ouija. Se disponía a seguir lanzando una riña a su "desastrermana" cuando…
- Eso es.
Todos miraron a Gregorio. Y éste les devolvió la mirada con aquellos ojos que decían a voz en grito "tengo una idea".

Apenas veinte minutos después, la buhardilla se había convertido en un lugar mucho más misterioso. A través de una de las pequeñas claraboyas podía verse que el sol de la tarde aun iluminaba el cielo. Sin embargo, las sombras que proyectaban las incontables antigüedades que acumulaban polvo e historia en aquella buhardilla le daban un aspecto inquietante.
Los chicos se encontraban sentados en torno a aquel tablero. Marcos encendía las velas mientras Luis las iba colocando formando un círculo. Paula miraba con cierto recelo a ambos y luego volvió a mirar a su hermana.
- Sigo pensando que no deberías estar aquí. No tienes edad para esta clase de cosas…
- Si no me dejas quedarme, le diré a mamá que vais a desenterrar un muerto.
- Serás chivata… - Paula le dio un suave capón.
- Muy bien… - Gregorio apareció por la puerta de la buhardilla, con un vaso entre las manos.- Esto tendrá que valer.
Gregorio cerró la puerta de la buhardilla echando el cerrojo: aunque sus abuelos aun tardarían en volver, no quería que los encontrasen así. Aún recordaba la bronca que la abuela Matilde le había echado la vez que se los encontró jugando a "La Llamada de Cthulhu" con la cocina iluminada por velas.
- A ver si lo he entendido… - Marcos no podía sonar más escéptico.- Vamos a usar este pedazo de madera y un vaso para obligar al espíritu del Conde a que nos diga donde está.
- Más o menos… - Gregorio se sentó ante el tablero y colocó el vaso sobre el centro, más o menos donde se podía leer la palabra francesa "inicio". – Muy bien, tomaos de las manos…
Todos lo hicieron. Luis notó la suavidad de la mano de Paula y le costó dejar la mente en blanco. Marcos tomó la de María y aprovechó para darle un pequeño susto, haciendo como si se le diese un calambrazo.
- ¡Ahhh! – María lo miró con rencor.- ¡Idioto!
- Eso por lo de las chicas de la piscina, mocosa.
- Shhhh… - Gregorio miró a los dos.- Concentraos…
Se hizo el silencio y, por unos segundos, no se escuchó nada más que el rumor de fondo, procedente de las viejas callejuelas del centro del pueblo. Apenas un susurro. Y las respiraciones. Se escuchaba las respiraciones de todos ellos. Entonces, Gregorio habló.
- Espíritu del Conde de Peña Alta, escúchanos. – Gregorio tragó saliva y prosiguió.- Te ordeno… que me digas donde te escondes.
El silencio fue la única respuesta. Nadie se movió, esperando cualquier cosa. Todos (incluso la pequeña María) habían visto películas de terror en las que los incautos protagonistas hacían algo parecido a esto. Y siempre tenía nefastas consecuencias. Sin embargo, no fue así. No pasó nada.
Tras una pequeña eternidad, fue Marcos quien rompió el silencio.
- Bueno. – hizo ademán de soltar la mano de María.- Parece que podré llegar a la barbacoa…
- Marcos, siénta… - Gregorio había abierto los ojos y se dirigía a él con cierto enfado.
Pero su dedo, que aun seguía posado sobre el vaso bocabajo, se movió.
Todos se quedaron de piedra. El vaso se había desplazado hasta la letra "T".
- Tío… - Luis sintió como su estómago se encogía.- ¿Has sido…?
A modo de respuesta, y antes de que Gregorio pudiera decir nada, su dedo volvió a mover el vaso. "R".
- No tiene gracia, Gregorio… - Paula estaba asustada. Y era incapaz de soltarse de las manos de sus amigos.
- Espera un segundo… - Marcos miró las velas. Sus llamas se movían suavemente. Pero no había corriente de aire alguna.
El dedo de Gregorio seguía moviéndose, cada vez más rápido: "A", "M", "P"…
- Vale, se acabó. – Marcos se incorporó, soltándose de la mano de María y de Luis. Se puso en pié.- Esto no tiene gracia, Gregor…
- "O", "S"… - María deletreaba, intrigada y divertida.
- "O" – Gregorio tragó saliva y miró a Marcos, dejando claro que a él tampoco le parecía divertido. – "Tramposo"
De repente, un viento inhumano abrió de golpe las ventanas de las seis claraboyas de la buhardilla. Tal era la fuerza de aquel vendaval que los seguros saltaron de sus goznes y algunos cristales se rompieron al abrirse de forma tan violenta. Paula se incorporó con un grito y Luis no dudó en aferrarla. Marcos tomó rápidamente de la mano a María, quien sintió como aquella ráfaga de viento la lanzaba contra una de las paredes de la buhardilla. Marcos aferró con fuerza a la traviesa hermana pequeña de Paula mientras esta reía divertida, como quien va por primera vez a un parque acuático. Fue entonces cuando Marcos lo vio.
- ¡Gregor! -
Luis trató de agarrar también a su amigo. Pero el viento era tan fuerte, tan intenso, que si soltaba un ápice a Paula ésta probablemente se vería arrastrada por aquel tornado. Con un ulular siniestro, el vendaval que venía de ninguna parte arrastró al pálido Gregorio, quien acabó atravesando aquella superficie blanca e infinita que, en algún momento, había ocupado la forma dibujada del Conde de Peña Alta.
El viento cesó en el mismo instante en que Gregorio terminó de atravesar aquella mancha blanca del cuadro. De él sólo quedaron sus gafas de montura de plástico negro.
Luis dejó lentamente de aferrar a Paula. Ésta lo miró agradecida durante un instante para, a continuación, lanzarse junto a su hermana pequeña.
- ¡María! – la examinó mientras la pequeña no dejaba de sonreír, completamente alucinada.
- Ha sido guay. ¿Podemos hacerlo otra vez?
Marcos cogió las gafas de Gregorio y miró a Luis. Éste se había aproximado al cuadro. Se dio la vuelta y miró a su colega.
- Tío… -
Marcos miró al punto al que señalaba "grande". La leyenda escrita en la que se les planteaba el desafío ahora incluía una frase más.

"Se os acaba el tiempo."
[Continuará]

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