Gregorio era el único que a estas alturas del verano aún estaba blanco. No comprendía la afición de sus amigos por ir a la piscina y tomar el sol. Él prefería pasar las horas de más calor en casa con un buen libro entre las manos y un enorme vaso de limonada hecha por su abuela con los limones del jardín. Sin embargo ahí estaba, deslumbrando a todo el aforo de la piscina con su piel blanca blanquísima, casi radioactiva. Había venido a buscar a sus amigos.
- Pero Gregor, tú estás loco – Luís se limitaba a mirar a Gregor por debajo de las gafas de sol, sin moverse un ápice de su posición – No vamos a ir a la buhardilla de tus abuelos, ¡Tiene que ser un horno, con lo bien que se está aquí!
- Y además está llena de polvo y suciedad – matizó Paula - ¿Me echas crema Luis? Porfa
Luís se incorporó como un resorte, con una velocidad increíble. Tanto que habría sido igual de asombroso incluso si no le sobraran unos cuantos (por no decir muchos) kilos.
- Bueeeeno – Intentaba ocultar todo lo que podía la sonrisa tonta que se le había quedado después de lo que le había pedido Paula. Pero aunque ella pareció no darse cuenta, todos los demás miraban divertidos (y dándose codazos de complicidad) cómo un Luís cada vez más colorado, y no precisamente por el sol, cogía crema del bote y comenzaba a extenderla tímidamente sobre la espalda de Paula
- Venga tío, quítate esa camiseta y túmbate con nosotros – Marcos se acercó a Gregorio con aire confidente – Además, ves a esas tres de ahí, no dejan de mirar… te digo yo que hay tema
- ¡Buah que asco! – Protestó María, la hermana pequeña de Paula - ¡Que estoy delante y soy menor! ¿No tengo ya suficiente con tener que aguantar eso? - decía mientras señalaba cómo Luís masajeaba timidamente a su hermana
- Calla mocosa – Marcos acompañó sus palabras con un capón en la nuca de María – Si tienes alguna queja te vas con tus amigas del jardín de infancia…
- Te vas a enterar Marcos – Estaban bromeando, pero aún así en estas circunstancias María siempre era temible
- ¿Siiiii? ¿Qué vas a hacer? – Dijo Marcos tentando a la suerte
Tras fulminar a Luís con su mirada, María se levantó y se acercó directa hacía las tres chicas. Comentó algo con ellas, señaló a Marcos un par de veces y al minuto ya estaba de vuelta con una media sonrisa dedicada a Marcos. El cual veía, por bocazas, como las tres chicas que le gustaban recogían sus cosas y tras dedicarle una mirada de asco se alejaban hasta la otra punta de la piscina.
- Bueno, y eso tan importante que has encontrado en la buhardilla – Paula volvía a estar tumbada sobre la toalla, pero Luís parecía no haberse dado cuenta y seguía con el bote de crema en las manos ensimismado masajeando al aire - ¿No lo puedes traer aquí y todos contentos?
Gregorio simplemente negó con la cabeza. Todos conocían el gesto y sabían lo que significaba. No, no podía traer lo que fuera a la piscina y sí, se trataba de algo importante. Se había acabado el día de piscina.
Cuando entraron en la casa, los abuelos de Gregorio estaban a punto de salir para dar un paseo por la alameda
- ¡Qué alegría veros a todos juntos chicos! ¡Cómo habéis crecido desde el año pasado! – Matilde, la abuela se dispuso a dar dos besos a cada uno de ellos mientras el abuelo sonería sin terminar de saber muy bien quienes eran esos cuatro chiquillos que habían venido con su nieto - ¿No queréis unas galletillas, las acabo de hacer?
- Lo siento abuela, tenemos prisa - Y diciendo esto Gregorio agarró a María antes de que la abuela pudiera darle siquiera los dos besos y comenzaron a subir las escaleras a toda velocidad
- Pero… pero… ¿Y las galletillas? – preguntó con tristeza Luís – Otro día venimos a visitarla, Matilde, y a por las galletitas – Prometío mientras subía las escaleras apremiado por Gregorio.
Gregorio dio al interruptor y la tenue bombilla iluminó toda la buhardilla. Era baja, alargada, sin ventanas y como decía Paula, estaba llena de polvo. Pero lo que más impresionaba era la cantidad de cachivaches que la poblaban. Cuadros, arcones, caballetes, sillas, muebles viejos y una incontable variedad de misteriosos objetos ocultos bajos unas roídas telas blancas (quizás por eso eran misteriosos) para resguardarlos.
- La razón de traeros aquí es esta – Gregorio señaló algo enorme pero estrecho, que se encontraba tapado por una vieja sábana en una de las esquinas de la sala – No os lo vais a creer
- Ya veo porqué no lo podías llevar a la piscina… pero menos misterios y al grano – Marcos se adelantó para apartar la tela, pero Gregorio le paró - ¿Qué pasa ahora?
- Antes de mostraros lo que hay aquí abajo tengo que contaros todo - Gregorio se recolocó sus gafas y tras cerrar un instante los ojos y tomar aire siguió hablando - Esta mañana, mientras vosotros estabais a la piscina, estuve leyendo uno de los libros mi tatarabuelo. Encontré una historia que no conocía y que tuvo lugar más allá de la colina del loco, en la casona abandonada que hay antes al lado del lago. Según parece allí vivió cuando mi tatarabuelo era pequeño el Conde de Peña Alta. Todos en la región le conocían por su extraño sentido del humor y sus macabras bromas, hasta que una de ellas acabó con su vida.
Sometía a sus sirvientes a extraños juegos y diversiones, no siempre divertidas para ellos... También hacía fiestas para la nobleza en la que podía suceder cualquier cosa. Su extravagancia le llevo a estar siempre rodeado de ociosos nobles en busca de nuevas experiencias pero claro, también a ganarse una buena cantidad de enemigos. Sin duda uno de ellos fue el que acabó con su vida. Aún es un misterio como sucedió, pero el hecho es que después de una sus excéntricas fiestas de disfraces desapareció. Al principio todos creyeron que era una broma más de las suyas, pero la realidad es que nunca volvió a versele con vida. Meses después, en el lago de detrás de la casa, apareció un cuerpo totalmente descompuesto con el vestido que llevaba el Conde cuando desapareció y finalmente, tras esto, se le dio por muerto, si bien en el estado que se encontraba, el cuerpo podría haber pertenecido a cualquier otra persona.
Su enorme casa palacio quedó abandonada y pese a todas las leyendas que hay al respecto, a día de hoy, nadie sabe lo que en realidad sucedió. Según el libro de mi tatarabuelo algunos decían haber visto su espíritu vagar por la zona... otros aseguraban que incluso después de muerto no perdió su curioso sentido del humor y que aún sigue haciendo bromas y creando extraños juegos... En una anotación del libro de mi abuelo decía que había conseguido un cuadro suyo en una misteriosa subasta. Así que subí aquí arriba y lo busqué y tras revolver todo esto, lo encontré. Está aquí abajo.
- Una historia muy bonita Gregor - dijo Marcos mientras comenzaba a darse media vuelta - Pero la piscina nos espera y no veo que esto sea tan urgente...
- ¡Espera! - La voz de Gregorio sonó firme y convincente - Mira el cuadro y dime que no es urgente Marcos, ¡El Conde ha desaparecido!
Cuando Gregorio levantó la sábana todos pudieron ver el gigantesco cuadro. Se trataba del típico retrato idealizado que se mandan pintar los nobles presuntuosos. Dibujada, de fondo, estaba la enorme casa palacio del Conde de Peña Alta con el lago, pero en primer plano había algo que nadie se esperaba. En vez de la imagen del Conde lo que se veía era su silueta, como si alguien lo hubiera recortado del cuadro (podía verse el lienzo blanco y limpio), y escrito abajo con letra muy recargada y cuidada podía leerse:
¡Rápido! Tenéis sólo hasta la media noche para encontrarme
- Pero Gregor, tú estás loco – Luís se limitaba a mirar a Gregor por debajo de las gafas de sol, sin moverse un ápice de su posición – No vamos a ir a la buhardilla de tus abuelos, ¡Tiene que ser un horno, con lo bien que se está aquí!
- Y además está llena de polvo y suciedad – matizó Paula - ¿Me echas crema Luis? Porfa
Luís se incorporó como un resorte, con una velocidad increíble. Tanto que habría sido igual de asombroso incluso si no le sobraran unos cuantos (por no decir muchos) kilos.
- Bueeeeno – Intentaba ocultar todo lo que podía la sonrisa tonta que se le había quedado después de lo que le había pedido Paula. Pero aunque ella pareció no darse cuenta, todos los demás miraban divertidos (y dándose codazos de complicidad) cómo un Luís cada vez más colorado, y no precisamente por el sol, cogía crema del bote y comenzaba a extenderla tímidamente sobre la espalda de Paula
- Venga tío, quítate esa camiseta y túmbate con nosotros – Marcos se acercó a Gregorio con aire confidente – Además, ves a esas tres de ahí, no dejan de mirar… te digo yo que hay tema
- ¡Buah que asco! – Protestó María, la hermana pequeña de Paula - ¡Que estoy delante y soy menor! ¿No tengo ya suficiente con tener que aguantar eso? - decía mientras señalaba cómo Luís masajeaba timidamente a su hermana
- Calla mocosa – Marcos acompañó sus palabras con un capón en la nuca de María – Si tienes alguna queja te vas con tus amigas del jardín de infancia…
- Te vas a enterar Marcos – Estaban bromeando, pero aún así en estas circunstancias María siempre era temible
- ¿Siiiii? ¿Qué vas a hacer? – Dijo Marcos tentando a la suerte
Tras fulminar a Luís con su mirada, María se levantó y se acercó directa hacía las tres chicas. Comentó algo con ellas, señaló a Marcos un par de veces y al minuto ya estaba de vuelta con una media sonrisa dedicada a Marcos. El cual veía, por bocazas, como las tres chicas que le gustaban recogían sus cosas y tras dedicarle una mirada de asco se alejaban hasta la otra punta de la piscina.
- Bueno, y eso tan importante que has encontrado en la buhardilla – Paula volvía a estar tumbada sobre la toalla, pero Luís parecía no haberse dado cuenta y seguía con el bote de crema en las manos ensimismado masajeando al aire - ¿No lo puedes traer aquí y todos contentos?
Gregorio simplemente negó con la cabeza. Todos conocían el gesto y sabían lo que significaba. No, no podía traer lo que fuera a la piscina y sí, se trataba de algo importante. Se había acabado el día de piscina.
Cuando entraron en la casa, los abuelos de Gregorio estaban a punto de salir para dar un paseo por la alameda
- ¡Qué alegría veros a todos juntos chicos! ¡Cómo habéis crecido desde el año pasado! – Matilde, la abuela se dispuso a dar dos besos a cada uno de ellos mientras el abuelo sonería sin terminar de saber muy bien quienes eran esos cuatro chiquillos que habían venido con su nieto - ¿No queréis unas galletillas, las acabo de hacer?
- Lo siento abuela, tenemos prisa - Y diciendo esto Gregorio agarró a María antes de que la abuela pudiera darle siquiera los dos besos y comenzaron a subir las escaleras a toda velocidad
- Pero… pero… ¿Y las galletillas? – preguntó con tristeza Luís – Otro día venimos a visitarla, Matilde, y a por las galletitas – Prometío mientras subía las escaleras apremiado por Gregorio.
Gregorio dio al interruptor y la tenue bombilla iluminó toda la buhardilla. Era baja, alargada, sin ventanas y como decía Paula, estaba llena de polvo. Pero lo que más impresionaba era la cantidad de cachivaches que la poblaban. Cuadros, arcones, caballetes, sillas, muebles viejos y una incontable variedad de misteriosos objetos ocultos bajos unas roídas telas blancas (quizás por eso eran misteriosos) para resguardarlos.
- La razón de traeros aquí es esta – Gregorio señaló algo enorme pero estrecho, que se encontraba tapado por una vieja sábana en una de las esquinas de la sala – No os lo vais a creer
- Ya veo porqué no lo podías llevar a la piscina… pero menos misterios y al grano – Marcos se adelantó para apartar la tela, pero Gregorio le paró - ¿Qué pasa ahora?
- Antes de mostraros lo que hay aquí abajo tengo que contaros todo - Gregorio se recolocó sus gafas y tras cerrar un instante los ojos y tomar aire siguió hablando - Esta mañana, mientras vosotros estabais a la piscina, estuve leyendo uno de los libros mi tatarabuelo. Encontré una historia que no conocía y que tuvo lugar más allá de la colina del loco, en la casona abandonada que hay antes al lado del lago. Según parece allí vivió cuando mi tatarabuelo era pequeño el Conde de Peña Alta. Todos en la región le conocían por su extraño sentido del humor y sus macabras bromas, hasta que una de ellas acabó con su vida.
Sometía a sus sirvientes a extraños juegos y diversiones, no siempre divertidas para ellos... También hacía fiestas para la nobleza en la que podía suceder cualquier cosa. Su extravagancia le llevo a estar siempre rodeado de ociosos nobles en busca de nuevas experiencias pero claro, también a ganarse una buena cantidad de enemigos. Sin duda uno de ellos fue el que acabó con su vida. Aún es un misterio como sucedió, pero el hecho es que después de una sus excéntricas fiestas de disfraces desapareció. Al principio todos creyeron que era una broma más de las suyas, pero la realidad es que nunca volvió a versele con vida. Meses después, en el lago de detrás de la casa, apareció un cuerpo totalmente descompuesto con el vestido que llevaba el Conde cuando desapareció y finalmente, tras esto, se le dio por muerto, si bien en el estado que se encontraba, el cuerpo podría haber pertenecido a cualquier otra persona.
Su enorme casa palacio quedó abandonada y pese a todas las leyendas que hay al respecto, a día de hoy, nadie sabe lo que en realidad sucedió. Según el libro de mi tatarabuelo algunos decían haber visto su espíritu vagar por la zona... otros aseguraban que incluso después de muerto no perdió su curioso sentido del humor y que aún sigue haciendo bromas y creando extraños juegos... En una anotación del libro de mi abuelo decía que había conseguido un cuadro suyo en una misteriosa subasta. Así que subí aquí arriba y lo busqué y tras revolver todo esto, lo encontré. Está aquí abajo.
- Una historia muy bonita Gregor - dijo Marcos mientras comenzaba a darse media vuelta - Pero la piscina nos espera y no veo que esto sea tan urgente...
- ¡Espera! - La voz de Gregorio sonó firme y convincente - Mira el cuadro y dime que no es urgente Marcos, ¡El Conde ha desaparecido!
Cuando Gregorio levantó la sábana todos pudieron ver el gigantesco cuadro. Se trataba del típico retrato idealizado que se mandan pintar los nobles presuntuosos. Dibujada, de fondo, estaba la enorme casa palacio del Conde de Peña Alta con el lago, pero en primer plano había algo que nadie se esperaba. En vez de la imagen del Conde lo que se veía era su silueta, como si alguien lo hubiera recortado del cuadro (podía verse el lienzo blanco y limpio), y escrito abajo con letra muy recargada y cuidada podía leerse:
¡Rápido! Tenéis sólo hasta la media noche para encontrarme
[Continuará]
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