viernes, 22 de octubre de 2010

Las Aventuras de los Goonboys - Misterio en la Buhardilla - Tercera Parte

Marcos miraba imperterrito el cuadro a través del cual acababa desaparecer su mejor amigo.

Apenas alcanzaba a entender lo que acababa de pasar, y el pensar que hacía unos minutos se estaba riendo de la idea de Gregor para contactar con el conde le hacía sentirse mucho peor.


- Vamos pequeña, no ha sido culpa tuya-, Paula y Luis intentaban consolar a María. La menor del grupo que reía al principio por lo divertido que le había parecido todo, rompió a llorar cuando se dió cuenta de la desaparición de Gregorio. No podía evitar sentirse culpable, al fin y al cabo ella había encontrado aquel extraño tablero de madera con números.


- ¡No hay tiempo que perder!- interrumpió Marcos, recuperando la compostura. - ¡El conde nos ha propuesto un reto y nuestro amigo está en peligro, no podemos quedarnos aquí llorando!. ¡Tenemos que ir a la mansión del conde peña alta y buscar su cuerpo en el cementerio!.-Marcos sentía que ante la ausencia de Gregorio, él tenía que tomar el mando de las operaciones. Paula y Maria, que había dejado de llorar, lo miraban con cara que estaba a medio camino entre la incredulidad y la admiración. Luis, que se dio cuenta de ello no pudo reprimirse.

- ¡Un momento!, ¿quien te ha nombrado jefe?-

- ¡No me ha nombrado nadie jefe, pero alguien tiene que tomar las decisiones! - se defendió Marcos.

- ¿Y tienes que ser tu?- replicó Luis

- ¿Tienes algun problema, luisito?- contratacó Marcos.

- ¡Callaos los dos!-, interrumpió Paula. -¡Ya está bien!. ¡Tenemos que ir a buscar a nuestro amigo no podemos perder el tiempo en peleas absurdas!.-


Luis y Marcos asintieron, un poco avergonzados por la escena que acaban de protagonizar.

- Vale, de acuerdo- Marcos retomó la palabra. -¿entonces que necesitamos?.-

Luis se adelantó. - Si buscamos una tumba, necesitaremos palas y linternas. Puedo coger las que tiene mi padre.-La principal afición de el padre de Luis era su jardín por lo que tenía un buen surtido de herramientas.

-Bien- dijo Paula. -Maria y yo preparemos comida. Además nuestro padre suele ir mucho a pescar al lago, intentaremos conseguir un mapa de la zona.-

-¡Estupendo!- dijo Marcos, -yo me quedaré un rato más aquí, volveré a revisar el libro del tatarabuelo de Gregorio, a ver si encuentro algo más sobre ese conde. Debéis iros, antes de que regresen los abuelos de Marcos. Yo saldré por la ventana-

A media tarde todos se reencontraron en la salida del pueblo. Justo en el camino que llevaba hacia el lago. Cada uno con su bici y las cosas que habían quedado que llevarían. Solo faltaba Marcos que llegó unos minutos más tarde.


-Uf, hola chicos, perdón por el retraso.-

-¿Que te ha pasado?, ¿encontraste algo nuevo del marqués?- preguntó Paula.

-Pues si, descubrí que el retrato del conde, es, en realidad un autoretrato, lo pintó él mismo. Además encontré unos papeles donde se hablaba de un extraño grupo de pintores que se hacían llamar, Pintores del nuevo siglo. En teoría el conde de peña alta formaba parte de este grupo.

-¡Pero eso no nos ayuda a saber por qué se ha llevado a Gregorio!- saltó Luis.

-¡ya lo se Luis!, ¡y yo que le hago!-

-buenos chicos, dejadlo ya, y vamos que se nos hace tarde.- dijo Paula mientras se acercaba a los chicos para intentar que la discusión no llegara a más.


Siguiendo el mapa que habían traído las hermanas Hurtado, llegaron al lago. Desde allí podían ver la mansión del conde que dominaba el valle desde lo alto de una colina. Mientras bordeaban el lago empezaba anochecer. Cuando llegaron a la verja de la mansión ya no había rayos del sol.

La verja había aguantado bien el paso de los años, no así la gran puerta que daba acceso al recinto. Un fuerte empujón de Luis fue suficiente para que una de las hojas de la puerta cediese y cayese al suelo.

Los dos pisos de la mansión palacio del conde se levantaba antes ellos. Las paredes de la casa estaban totalmente cubierta por hiedras y las ventanas estaban cerradas con tablones de madera. La vegetación había crecido sin control en todo este tiempo, lo que dificultaba llevar las bicis. Decidieron dejar las bicis en la entrada.

Le dieron la vuelta a la casa buscando el cementerio que salía en el cuadro. Detrás de la casa encontraron un pequeño panteón. La puerta de madera estaba en el suelo. Cuando entraron vieron que la estancia era muy pequeña. En el suelo yacía la tumba del conde y en la pared del fondo sobre un pedestal habían una estatua de un águila.


-Ese es el simbolo de los “Pintores del nuevo siglo” – señaló Marcos. Todos lo miraron. - ¡que pasa!, ¡lo vi en los papeles que encontré en la buhardilla!.- se defendió. -Pero hay algo raro, en el dibujo que yo vi, el aguila tenía algo en el pico,un huevo, creo.-

-Bueno , vamos a cavar, se nos acaba el tiempo.- recordó Luis.


Luis y Marcos cavaron durante una hora. Hicieron un agujero bastante profundo, pero no encontraron nada.

-¡Joder, aquí no hay nada!- gritó Marco, tirando la pala al suelo.
-¿seguro que es aquí donde teníamos que cavar?- preguntó Paula

-¡yo que se!- contestó Marcos de malas manera.

-¡Esperad!, ¿que es eso?- dijo María, que se había quedando como ausente mirando la tumba. -¡Ahí hay algo!.-


Todos se reunieron alrededor de la tumba mientras María bajaba a coger lo que había visto. Cuando lo sacó y le quitó el polvo todos vieron lo que era, un huevo.


-¡Es el huevo que le falta a la estatua!- gritó Luis.


Se apresuraron a encajar el huevo en la estatua del águila. Acto seguido una pequeña puerta se abrió en el pedestal que soportaba el águila, dejando ver una escaleras que descendían en la oscuridad.

El pequeño pasadizo al que llegaron después de bajar las escaleras era tan pequeño que tenían que ir de uno en uno y de rodillas. Luis encaminaba la marcha. Las chicas iban en medio y por último Marcos.

Tras un rato caminando a gatas, Luis se paró.

-Chicos, aquí termina el camino. No se puede seguir, está bloqueado-, susurró Luis.

-¿Como?, ¡no puede ser!. ¡Empuja, grandullón!. -gritó Marcos desde atrás-

Luis empujó con toda si fuerzas y fuera lo que fuese que bloqueaba el camino cedió.

Los chicos salieron a una estancia en la que todos los muebles estaban cubiertos por mantas. Cuando las quitaron vieron que eran muebles de un despacho. Mesa de escritorio, sillas, un sofa, varias estanterías con libros. Paula se dió cuenta que encima de la mesa había un gran libro abierto.

-Esto parece ser un libro de cuentas o algo-, divagaba María. -Ah, no un momento. Es un libro de ventas. Parece ser que el conde vendía los cuadros que dibujaba. ¡Fijaos!, ¡hay direcciones de todo el mundo!, pero que raro, al lado del nombre de cada cuadro aparece la palabra “copia”.-


En ese momento los chicos emperazon a escuchar una tenue melodía.


-Es el concierto nº17 de Mozart para piano-. saltó María como un resorte.

-Vaya, parece que el dinero que se gastan nuestros padres en el conservatorio vale para algo-comentó, sarcasticamente, Paula.


María respondío a su hermana sacándole la lengua mientras Marcos y Luis se acercaban a la puerta de donde venía la música.

Antes si quiera de que tocara el pomo de la puerta, esta se abrió de par en par. La musica y la luz que salía de la sala embargó a los chicos que en un principio apena se dieron cuenta de lo que había en la sala.


Cuando se recompusieron de la sorpresa vieron en primer lugar a un chico que debía de tener su edad, vestido de mayordomo y con una máscara veneciana que le cubría el rostro.


-¡Bienvenidos!. Por favor, entren y diviértanse- les animó el mayordomo.


Una gran sala se habría ante ellos. Dos grandes lamparas de araña con decenas de velas iluminaban la sala. Una larga mesa en un lado de la sala estaba repleta de comida y bebida. Las paredes estaban cubiertas de cuadros. Todos muy similares a los que tenía Gregorio en la buhardilla. En todos los cuadros aparecía la figura del conde en primer plano y al fondo la casa pero siempre había algún elemento diferenciador en el cuadro, la perspectiva, el color, la luz... Como en el cuadro de Gregorio, en todos los cuadros de la sala, la figura del conde había desaparecido.

La sala estaba llena de chicos y chicas que tenían que tener mas o menos su edad, vestidos de traje fiesta y con máscaras venecianas de todo tipo. Los chicos charlaban amigablemente o bailaban al son de la música, ajenos a ellos que acaban de llegar.

Entre todos los chicos de la fiesta vieron un rostro familiar. La piel blanco nuclear, el pelo corto y despeinado, la cara redonda, la boca gande y sonriente. Era sin duda Gregorio el que charlaba con una chica a lado de la mesa del ponche.


[continuará]

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