viernes, 9 de julio de 2010

Aquellos Que Dejamos Atrás - Primera Parte


- Tenía trece años, ¿sabes?

A lo lejos, una multitud de paraguas se reunía ante la fosa. En ella, lentamente, los operarios de la funeraria introducían un pequeño ataúd. A esa distancia, Pietro era incapaz de reconocer a ninguno de los presentes. Tampoco hubiera importado mucho, la verdad. De la pequeña a cuyo cuerpo daban sepultura apenas si conocía su nombre clave y su edad...

- Trece jodidos años... – ante el silencio de su compañero, Pietro insistió como si incluir un "jodidos" lo convirtiese en un argumento mejor. - ¿Crees que es justo?

Pietro llevaba una gabardina gris, completamente empapada por la lluvia y bajo la que ocultaba su camisa negra y aquellos vaqueros gastados. Por no hablar del alzacuellos, claro. La figura de su compañero era apenas la sombra de una sombra: las nubes tapaban el sol, sumiendo aquella parte del cementerio en una fría penumbra. Bajo su túnica negra, lo único que se podía intuir del aspecto de Necromante eran las facciones de su barbilla, marcadas con una perilla elegantemente recortada.

- La muerte nunca es justa, Preacher.

- Te he dicho que no me llames así... – Tanteó sus bolsillos, en busca de un cigarrillo. Fue entonces cuando recordó haber prometido dejarlo. Se lo había prometido...

- Negar tu nombre es tan inútil como lo es negar la pérdida, Preacher.

- Ahórrame la mierda "zen", ¿quieres? – Miró el pitillo que se mojaba bajo las gotas de aquella molesta e insípida lluvia.- Si hubiese querido sermones, habría llamado a...

"¿A quien, Preacher?, ¿A quien habrías llamado? ¿A cualquiera de tus viejos camaradas de hazañas superheroicas? ¿Los mismos viejos amigos que te culpan de que Metal Queen esté ahora varios palmos bajo tierra?"

Pietro dejó la frase a la mitad, viéndose contestado por su propia conciencia. Por su parte, Necromante siempre había hecho justicia a su imagen siniestra y enigmática. De hecho, Pietro apenas si sabía gran cosa de él: tan sólo que parecía ser de origen egipcio y que, en la esquina de la 19 con la 22 era propietario de una tienda de antigüedades. Sabía eso...

... y que era el jodido Señor de los Muertos, claro.

- ¿Para qué me has traído aquí, Preacher? – Necromante preguntó aquello, rompiendo su imagen de encapuchado misterioso. Para no estropearla demasiado no miró a Pietro mientras lo hizo.

Éste lo miró sonriendo de forma triste y amarga, arrojando el cigarro mojado a la tierra.

- Quiero que la traigas de vuelta.

Durante un segundo Necromante pareció una estatua de ébano, inmóvil e inerte. Entonces giró la cabeza y clavó la oscuridad de su capucha en Pietro. No dijo nada, forzándole a repetir una petición que, a todas luces, le había sorprendido.

- Vamos... – Pietro no podía evitar disfrutar viendo a Necromante así, perplejo. - ¿Olvidas que aun tengo mis contactos en la Biblioteca Secreta Vaticana? Tienes dedicado un dossier de lo más completo...

- No puedo hacerlo.

- Mientes.

La contundencia de Pietro dejó claro que conocía el verdadero alcance de los poderes de Necromante. Éste se limitó a hacer lo que mejor se le daba: guardar silencio mientras Pietro preparaba un nuevo contraataque dialéctico...

- No sólo puedes hacerlo... Debes hacerlo.

Necromante lo miró de nuevo, con unos ojos cuyo aspecto bajo aquella penumbra sólo Dios conocía. Pietro sabía que aquello le había molestado. Cabrear al puñetero Señor de los Muertos era uno de esos momentos por los que aun le gustaba toda aquella farsa de enmascarados y superhéroes...

- Si, señor... – Pietro miró a los asistentes al funeral, quienes se iban alejando de la fosa mientras los operarios la cubrían de nuevo. – Fuiste tú quien nos reunió a todos, ¿no?

Necromante guardó silencio, escuchando aquellas dagas que su viejo camarada lanzaba en forma de palabras.

- Nos reuniste a todos para enfrentarnos a Underworld, el Inquisidor, la Corporación Senokrad, la Legión Cobra... – Pietro dio la espalda a los operarios que terminaban su trabajo y miró a su compañero.- Fuiste tú quien la metió en esto.

- Ella no... - ¿se lo parecía... o el viejo Necromante estaba farfullando?... – Nadie la obligó...

- Trece años. – la voz de Pietro resonó con ira mal disimulada.- Por el amor de Dios, ¿qué crío de trece años diría no a ser un superhéroe?

A modo de respuesta, unas últimas paladas de tierra dieron por concluida la ceremonia. Pietro intentó resguardarse de la lluvia mientras se apartaba de Necromante. Le había dado la espalda y caminado un par de metros cuando escuchó su voz.

- Jerusalén.

Pietro lo miró. Necromante no se había movido, aun bajo la sombra de uno de los ángeles que decoraba el camposanto.

- Reúne a la vieja guardia, Preacher. – lo miró desde la penumbra de su capucha.- Nos vamos a Jerusalén.

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