Las siete de la mañana. Hacía ya 5 minutos que John estaba despierto, retrasando lo inevitable. Sabía que tenía que levantarse, apenas tenía una hora antes de empezar a trabajar. Él trabajaba en el turno de día, igual que su padre e igual que su abuelo antes que él. Por lo que John sabía, desde siempre su familia se había dedicado a ello.
Pero él no quería, estaba cansado. Prácticamente dedicaba toda su vida a trabajar y cuando no lo hacía, solo podía descansar. No tenía tiempo libre. Le gustaba pintar, siempre le había gustado. El mar, adoraba pintar el mar, la gama de azules y verdes... pero no podía permitírselo, por culpa de esta tradición familiar que él no entendía. Y claro, si no tenía tiempo para sus hobbies, menos para salir con chicas... era una vida horrible.
Mientras pensaba en ello, se preparaba su tazón diario de cereales y como cada día se lo tomaba mirando la pequeña pecera que tenía en el salón. Pero su mirada no alcanzaba a los peces, se reflejaba en las paredes transparente de la pecera y se observaba a si mismo, blanquecino y demacrado.
-Lo que daría por un buen bronceado- pensaba.
Las siete y media. Dejó el tazón en el fregadero y se dirigió de nuevo al dormitorio. Allí tenía su túnica negra, perfectamente planchada y colgada. Había pertenecido a su padre y antes de él a su abuelo, al igual que la guadaña que reposaba sobre un estantería que presidía el salón.
Mientras terminaba de vestirse pensaba en el día que su padre le dijo a lo que se dedicaría el resto de su vida.
- Es un trabajo tan ingrato como necesario hijo y algún día te sentirás orgulloso de realizarlo - recordaba e imitaba la voz profunda y gruñona de su padre.
Se acercaba la hora de comenzar su turno. Se dirigió al salón y cogió la guadaña. Pronto empezarían los saltos, uno tras otros. En cada salto debería acompañar a un alma en su último viaje. No le gustaba el proceso, era desagradable. Le daba nauseas. Ya en el primero, echaba el desayuno y se pasaba el resto del día con arcadas y dolor de cabeza.
Solo quedaban unos minutos. Mientras se colocaba en posición, pensaba en quien sería su primer cliente. ¿un joven que conducía borracho?, ¿un abuelo con muchos años ya encima?, ¿un recién nacido con muy mala suerte?.
-Este es el peor momento de todos.- pensaba en voz alta.
Miró el reloj de la pared, 10 segundos. Siempre, el primer salto era instantáneo. Era empezar el turno y ver a su primer "cliente".
5 segundos,
4,
3,
2,
John cerró los ojos... 1 ....
y entonces no paso nada...
[continuará]
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