viernes, 18 de junio de 2010

De Un Marqués, Un Puro y Su Humo - Primera Parte

Cuando por fin se fueron las visitas, el Marqués se encerró en el enorme salón de al lado de la biblioteca. Cerró la enorme puerta de roble de doble hoja para que el servicio no le importunara y se dejó caer pesadamente en su enorme butacón de cuero corinto.

Al hacerlo resopló pesadamente como sólo un hombre de su talla puede hacer. Se desabrochó el incómodo último botón de la camisa, liberando su cuello y dejó que su mirada vagara por la habitación hasta topar con la chimenea. Tras observar absorto un instante su fuego, como sin ganas alargó sin mirar atrás el brazo y echó mano a la botella de coñac que había en la mesita. Era de ese tipo de botellas que no tienen etiqueta alguna. Tras servirse una buena copa volvió a dejar la botella sobre la mesita, justo en el mismo lugar dónde la había cogido y, aprovechando el viaje de su brazo, a tientas abrió el pequeño cajoncito que escondía la mesa para sacar un habano sensiblemente mejor que el que había ofrecido a sus invitados.

Dio un buen sorbo a la copa y encendió el puro de una larga calada. El humo que entró en sus pulmones le cambió del todo el humor y no pudo evitar que le hiciera sonreír. Había sido una noche larga y desagradable, pero ahora se encontraba tranquilo, feliz, tanto que sus pies se habían puesto a bailar sin que él se diera cuenta. Desde antes que llegaran sus invitados estaba deseando que se marcharan. Había sido la típica cena de compromiso en la que nadie quiere estar pero nadie puede permitirse faltar, en la que las conversaciones dan vueltas y más vueltas alrededor del asunto por el que todos estaban allí pero sin llegar nunca a tratarlo. Pero ya, gracias al cielo, se habían ido todos.

Con los ánimos renovados miró divertido su retrato que se encontraba colgado sobre la chimenea. En él salía reflejado con su perpetua mirada severa excelentemente plasmada, quizás por ello le gustase tanto ese cuadro. Riendo, recordó el día que mandó realizarlo y cómo el pintor le repetía una y otra vez – Sonría, Marqués, sonría usted – Y él le contestaba muy serio – Usted pinte y calle, que para eso le pago. A medida que iba fumando del puro y bebiendo de la copa, su felicidad iba aumentando, y se iba relajando cada vez más, hasta quedar profundamente dormido.

Si bien en las tremendas cabezadas que pegaba, se le bamboleaba tanto la cabeza que daba la impresión que fuera a caer en cualquier momento, mantenía bien firme la copa de coñac en su mano derecha y el oloroso puro encendido en la siniestra. El humo del puro, que subía recto hacía el techo se agitó en ese momento a causa del aire, ondulándose.

El fuego calentaba el aire más cercano a la chimenea y lo hacía subir, mientras que el aire más frío bajaba. Se creó así la corriente de aire que jugueteaba con el humo del puro, dándole caprichosas formas. Al principio fueron pequeños torbellinos con imposibles giros y anillos de humo concéntricos, pero al tiempo las figuras se volvieron más extrañas y complejas. Hasta que del humo del puro salió un Hombre de Humo. Bueno, un Señor de Humo, pues los Hombres de Humo bien se sabe que salen de los cigarros, y los señores de los Puros. Siempre ha habido clases, incluso para esto. [Continuará...]


Foto de Paula G. Furió con licencia Creative Commons, algunos derechos reservados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario