lunes, 18 de julio de 2011

Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan - Segunda Parte

Johnatan Finnegan fuma Marlboro, bebe bourbon solo con hielo y todas las mañanas necesita un café doble para empezar su rutinaria y espantosamente vulgar jornada. Hoy está solo, sus compañeros todavía no han llegado. La tormenta lo despertó cuando aún no había amanecido y en vista de que no era capaz de volver a conciliar el sueño, decidió levantarse, vestirse y conducir bajo la lluvia hasta la cafetería donde a esas horas apenas acababan de colocar el cartel de “Open”.

Johnatan Finnegan agradece, por primera vez en su vida, haberse despertado antes de tiempo, y ello no se debe a que aquella mañana su café sea el primero en salir de la cafetera, ni sus huevos con beicon los primeros en freírse en la sartén. Claire, la desaliñada aunque agradable camarera, acaba de atarse el delantal a la cintura cuando aquel torbellino de cabellos encendidos recién surgido de las aguas pide un whiskey solo mientras abre la mochila y saca un paquete de tabaco.

Johnatan Finnegan no puede dejar de mirar de forma descarada a su nueva y extrañamente sorprendente compañera de desayuno. Saca un mechero de su bolsillo izquierdo y se lo ofrece justo en el momento en el que ella se lleva el cigarrillo a la boca. No sin cierto sobresalto, la joven lo acepta con suspicacia, da una calada larga y se lo devuelve con un tímido “gracias”, prácticamente inaudible. Se fuma el cigarro ansiosamente, intercalándolo con breves sorbos a ese vaso ancho cargado de grados de alcohol. No parece una dieta muy saludable para alguien tan joven; no parece una dieta saludable para nadie, eso es capaz de reconocerlo hasta el propio Johnatan Finnegan, cuyos vicios son de sobra conocidos.

Johnatan Finnegan, a pesar de la evidente diferencia de edad, siente una irrefrenable atracción por el peligro que es capaz de leer en esas manos temblorosas y esos ojos perdidos entre nubes de maquillaje. Necesita hablar con ella, saberlo todo acerca de esta tentadora aparición, pero los nervios, la inseguridad y el colapso mental le hacen dirigirse al aseo, donde se lava las manos, se moja ligeramente la nuca, y decide armarse de valor. Sale con la cabeza alta, el paso firme, y las frases preparadas en su cabeza cuando sus ojos se encuentran con una barra nuevamente vacía. Se gira hacia la puerta y ve como la joven se aleja apresuradamente bajo la lluvia. Impulsivamente sale detrás de ella, sin pensar en el desayuno que deja a medias y el abrigo que tiene colgado en el respaldo de la silla, justo en el momento en que Samuel y Tom aparecen ante sus narices, saludándolo, agarrándolo del brazo y prácticamente arrastrándolo al interior del bar mientras maldicen al hombre del tiempo y le preguntan qué hace allí tan temprano.

Johnatan Finnegan, aturdido, confuso y lleno de rabia no tiene más remedio que tragarse sus ganas de salir corriendo tras la chica mientras termina sus huevos fritos en compañía de sus colegas. El día trascurre como cualquier otro, lleno de aceite y monotonía, aunque su cabeza se encuentra bailando entre mechones de cabello rojizo y ojos de gacela asustada. A ratos se imagina compartiendo una salvaje aventura con aquella jovencísima hermosura; otras veces, pocas, vuelve a la realidad y piensa que no ha sido más que una cría atractiva, pero al fin y al cabo una cría, que se ha cruzado en su vida durante apenas 10 minutos. Y entre pensamientos, fantasías y reflexiones varias se pasa la mañana de trabajo.

Johnatan Finnegan regresa a casa a mediodía. Su mujer tendrá la mesa puesta y la comida lista. Es martes, seguramente haya guiso de carne o empanada de verduras, la imaginación culinaria de su señora esposa nunca fue uno de sus dones, si es que se puede decir que tiene alguno. Aparca su furgoneta, saca las llaves del bolsillo y mientras abre la puerta anuncia su llegada con un descolorido “cariño, ya estoy en ca…”. Johnattan Finnegan no puede creer lo que están viendo sus ojos; “¿seguiré soñando despierto?”, se pregunta cuando su mujer comienza con las presentaciones: “Hola John, esta es Mia, la hija de mi hermana Sarah, la de Arizona. Ha tenido… Humm… Digamos que ciertas diferencias con su madre. Va a quedarse un par de días, no sé, hasta que lo arreglen, supongo.”

[continuará]

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