Johnatan  Finnegan acaba de descubrir lo que es el auténtico miedo. Jamás había  sentido nada parecido. En realidad, nunca había sentido gran cosa en  cuarenta y dos años... hasta esta mañana. Ahora, su mundo se acaba de  reducir a ese oscuro agujero que asoma amenazante del cañón de un  cuarenta y cuatro con una siniestra promesa de muerte. Johnatan  Finnegan no quiere morir. También acaba de descubrirlo. No sabe muy  bien por qué. Razones no le sobran. No recuerda un solo día en el que no  se haya levantado quejándose del puto despertador ó gimiendo por la  jodida resaca. Bien lo sabe su mujer, que le escucha blasfemar con las  noticias de fondo cada mañana. Lo mismo ocurre con Claire, que le  soporta lamentándose de su mala suerte mientras le sirve el café doble  matutino. También lo saben sus compañeros del taller que oyen sus  insultos cada vez que se le resiste una tuerca. Y bien sabe Dios que los  planetas tienden a alinearse para joderle la vida.
Johnatan  Finnegan odia a los que sonríen. Está hasta los putos huevos de ver  gente sonriente a su alrededor que no hacen más que recordarle que son  más felices que él. Porque es evidente que tienen una tele más grande,  un coche más potente y que follan más y mejor que él. Se le revuelven  las entrañas de envidia cuando les imagina en inacabables orgías con  chicas asiliconadas del Playboy y se pregunta una y otra vez por qué a  él le tocaron tan malas cartas. 
Johnatan  Finnegan se ha planteado acabar con todo y por eso guarda el revolver  de su padre con una bala en el sótano de su casa. Alguna vez ha  fantaseado con el frío acero rozándole las sienes. Pero nunca ha podido  pasar la línea. En el fondo sabía que nunca lo haría. Es un cobarde.  Pero esta vez es distinto. Ahora es otro quien sostiene el arma y cada  poro de su piel grita de pavor. No sabía que tuviera tantos. Tampoco era  consciente de todos esos nudos de su espalda que le agarrotan el  cuello, ni de que tuviera las uñas de los pies tan largas. Las nota  arañar la suela del zapato como si intentaran agarrarse al suelo. -Qué es ese martilleo? ¡Tu corazón, idiota!-.  Se da cuenta de que todo su cuerpo quiere decirle algo. También cree  oír una voz, pero no dentro de él. Ríos de sudor caen gélidos por su  columna vertebral. Está paralizado de terror.
Johnatan  Finnegan se acuerda de donde está. Hace un gran esfuerzo para ordenar a  sus ojos que abandonen el hipnotizante agujero negro del arma y  enfoquen a la chica que hay detrás. Mia está moviendo sus sensuales  labios. -Te he dicho que me des las llaves del buga tito Johny.  Pórtate bien y los dos saldremos contentos de esta. Tú volverás a tu  casita y yo podré cruzar la frontera para no volver jamás. ¿Lo ves? Un final feliz, como en las películas. ¿Me estás oyendo?-
Johnatan  Finnegan no escucha ni una sola palabra. Está confuso, ebrio de  sensaciones. Acaba de despertar a la vida y su aletargado cerebro se  colapsa por una oleada de impulsos. El abrasador sol le está tostando la  calva mientras el viento del desierto agita su empapada camisa a  cuadros. Mía está plantada delante de él, más imponente que nunca. Las  piernas separadas, la espalda recta, los brazos extendidos y la cabeza  levantada en postura arrogante... terriblemente sexy. Su mirada  implacable y su sonrisa insolente le provocan descaradamente. Se la  imagina lamiendo sensualmente el largo cañón de la pistola mientras las  palabras llegan fugaces a su perturbada mente. -...Tito Johny. Pórtate bien y los dos saldremos contentos... como en las películas...-
Johnatan  Finnegan ha visto muchas películas. Le fascinan aquellas en las que el  tipo duro hace lo que quiere y cuando quiere, rompiendo las normas a su  voluntad. Como “Harry el Sucio”. -Sí, ese sí que era un tío con un  buen par. Y si alguien se le ponía por delante, comía plomo de su  pistolón. Sin piedad. Claro que sí. Vamos nena, suelta el juguetito que el tito Johny te va a enseñar un par de trucos.-
¡¡BAM!!
Johnatan  Finnegan no sabe muy bien qué ha pasado. No recuerda haberse abalanzado  torpemente sobre el arma. Tampoco haber apretado accidentalmente la  pequeña mano de Mía. Ni haber recibido un disparo de un .44 special  Smith & Willson a quemarropa para volar un par de metros antes de  golpear duramente contra el suelo rocoso. Todo es muy extraño. Le duele  el estómago y siente que algo se le escapa mientras oye los gritos  histéricos de una niña que parece recriminarle algo.
Johnatan  Finnegan se da cuenta de que va a morir. Va a morir solo en mitad de la  nada, a mitad de camino de ninguna parte... como su propia vida. –Qué cabrón eres.- piensa. –Me pones la miel en los labios y ahora vas y me la quitas. ¡Jodido bastardo!- No le quedan fuerzas para gritar. Sus manos, empapadas en sangre, dejan de apretarse las entrañas. -¿Para qué?-.  No hay solución. Nadie vendrá a buscarte. Te pudrirás en este desierto.  Dicen que cuando estás en las puertas de la muerte ves pasar toda tu  vida ante tus ojos. 
Johatan  Finnegan tan sólo ve un día. Un día que comenzó muy temprano con  truenos y centellas y con la llegada de un Ángel Vengador, cargada con  una mochila que casi le dobla el tamaño. Un ángel que le dio las  gracias, cuando le ofreció su mechero tras sacarlo de su bolsillo  izquierdo. Un ángel que le esperaba en su propia casa. Un ángel que se  metió en su propio coche. Un ángel que le miró de arriba a bajo y que  sabía lo que él estaba pensando. Un ángel que le enseño fugazmente, sin  saberlo y probablemente sin querer, lo que es vivir. -Quizás sea lo mejor. Cuando ella se fuese, su vida volvería a ser una mierda. Adiós Mia. Lo hubiéramos pasado bien. Ojalá me hubieras llevado contigo.-  Sus ojos se cierran mientras su cuerpo se entumece. Ya no siente dolor.  El quejido ahogado de un motor que no arranca despierta su último  pensamiento. –Tengo que mirarle el carburador-.
Conclusión escrita por -IVN-
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