viernes, 5 de agosto de 2011

Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan - Conclusión

Johnatan Finnegan acaba de descubrir lo que es el auténtico miedo. Jamás había sentido nada parecido. En realidad, nunca había sentido gran cosa en cuarenta y dos años... hasta esta mañana. Ahora, su mundo se acaba de reducir a ese oscuro agujero que asoma amenazante del cañón de un cuarenta y cuatro con una siniestra promesa de muerte.

Johnatan Finnegan no quiere morir. También acaba de descubrirlo. No sabe muy bien por qué. Razones no le sobran. No recuerda un solo día en el que no se haya levantado quejándose del puto despertador ó gimiendo por la jodida resaca. Bien lo sabe su mujer, que le escucha blasfemar con las noticias de fondo cada mañana. Lo mismo ocurre con Claire, que le soporta lamentándose de su mala suerte mientras le sirve el café doble matutino. También lo saben sus compañeros del taller que oyen sus insultos cada vez que se le resiste una tuerca. Y bien sabe Dios que los planetas tienden a alinearse para joderle la vida.

Johnatan Finnegan odia a los que sonríen. Está hasta los putos huevos de ver gente sonriente a su alrededor que no hacen más que recordarle que son más felices que él. Porque es evidente que tienen una tele más grande, un coche más potente y que follan más y mejor que él. Se le revuelven las entrañas de envidia cuando les imagina en inacabables orgías con chicas asiliconadas del Playboy y se pregunta una y otra vez por qué a él le tocaron tan malas cartas.

Johnatan Finnegan se ha planteado acabar con todo y por eso guarda el revolver de su padre con una bala en el sótano de su casa. Alguna vez ha fantaseado con el frío acero rozándole las sienes. Pero nunca ha podido pasar la línea. En el fondo sabía que nunca lo haría. Es un cobarde. Pero esta vez es distinto. Ahora es otro quien sostiene el arma y cada poro de su piel grita de pavor. No sabía que tuviera tantos. Tampoco era consciente de todos esos nudos de su espalda que le agarrotan el cuello, ni de que tuviera las uñas de los pies tan largas. Las nota arañar la suela del zapato como si intentaran agarrarse al suelo. -Qué es ese martilleo? ¡Tu corazón, idiota!-. Se da cuenta de que todo su cuerpo quiere decirle algo. También cree oír una voz, pero no dentro de él. Ríos de sudor caen gélidos por su columna vertebral. Está paralizado de terror.

Johnatan Finnegan se acuerda de donde está. Hace un gran esfuerzo para ordenar a sus ojos que abandonen el hipnotizante agujero negro del arma y enfoquen a la chica que hay detrás. Mia está moviendo sus sensuales labios. -Te he dicho que me des las llaves del buga tito Johny. Pórtate bien y los dos saldremos contentos de esta. Tú volverás a tu casita y yo podré cruzar la frontera para no volver jamás. ¿Lo ves? Un final feliz, como en las películas. ¿Me estás oyendo?-

Johnatan Finnegan no escucha ni una sola palabra. Está confuso, ebrio de sensaciones. Acaba de despertar a la vida y su aletargado cerebro se colapsa por una oleada de impulsos. El abrasador sol le está tostando la calva mientras el viento del desierto agita su empapada camisa a cuadros. Mía está plantada delante de él, más imponente que nunca. Las piernas separadas, la espalda recta, los brazos extendidos y la cabeza levantada en postura arrogante... terriblemente sexy. Su mirada implacable y su sonrisa insolente le provocan descaradamente. Se la imagina lamiendo sensualmente el largo cañón de la pistola mientras las palabras llegan fugaces a su perturbada mente. -...Tito Johny. Pórtate bien y los dos saldremos contentos... como en las películas...-

Johnatan Finnegan ha visto muchas películas. Le fascinan aquellas en las que el tipo duro hace lo que quiere y cuando quiere, rompiendo las normas a su voluntad. Como “Harry el Sucio”. -Sí, ese sí que era un tío con un buen par. Y si alguien se le ponía por delante, comía plomo de su pistolón. Sin piedad. Claro que sí. Vamos nena, suelta el juguetito que el tito Johny te va a enseñar un par de trucos.-

¡¡BAM!!

Johnatan Finnegan no sabe muy bien qué ha pasado. No recuerda haberse abalanzado torpemente sobre el arma. Tampoco haber apretado accidentalmente la pequeña mano de Mía. Ni haber recibido un disparo de un .44 special Smith & Willson a quemarropa para volar un par de metros antes de golpear duramente contra el suelo rocoso. Todo es muy extraño. Le duele el estómago y siente que algo se le escapa mientras oye los gritos histéricos de una niña que parece recriminarle algo.

Johnatan Finnegan se da cuenta de que va a morir. Va a morir solo en mitad de la nada, a mitad de camino de ninguna parte... como su propia vida. –Qué cabrón eres.- piensa. –Me pones la miel en los labios y ahora vas y me la quitas. ¡Jodido bastardo!- No le quedan fuerzas para gritar. Sus manos, empapadas en sangre, dejan de apretarse las entrañas. -¿Para qué?-. No hay solución. Nadie vendrá a buscarte. Te pudrirás en este desierto. Dicen que cuando estás en las puertas de la muerte ves pasar toda tu vida ante tus ojos.

Johatan Finnegan tan sólo ve un día. Un día que comenzó muy temprano con truenos y centellas y con la llegada de un Ángel Vengador, cargada con una mochila que casi le dobla el tamaño. Un ángel que le dio las gracias, cuando le ofreció su mechero tras sacarlo de su bolsillo izquierdo. Un ángel que le esperaba en su propia casa. Un ángel que se metió en su propio coche. Un ángel que le miró de arriba a bajo y que sabía lo que él estaba pensando. Un ángel que le enseño fugazmente, sin saberlo y probablemente sin querer, lo que es vivir. -Quizás sea lo mejor. Cuando ella se fuese, su vida volvería a ser una mierda. Adiós Mia. Lo hubiéramos pasado bien. Ojalá me hubieras llevado contigo.- Sus ojos se cierran mientras su cuerpo se entumece. Ya no siente dolor. El quejido ahogado de un motor que no arranca despierta su último pensamiento. –Tengo que mirarle el carburador-.

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