William Jacques Barnes se miraba en el espejo roto del maloliente cuartucho que hacía de retrete de ese pub. Apenas tenía 16 año, un pelo blanco y cicatrices en la cara que le hacía parecer mayor.
Cuando volvió a levantar la cabeza del lavabo, después de haber evacuado casi toda la cena, se quedó mirando la cicatriz que desde la frente hacia la oreja izquierda cruzaba su ojo.
Toda la habitación le empezaba a dar vueltas. Necesitaba tomar el aire. La atronadora música de la sala de baile hacia que sus oídos gritaran de dolor. Golpeándose con cada persona con la que se cruzaba Jacques consiguió salir al callejón al que daba la puerta de emergencia de la discoteca. Tras dar unos pasos más, cayó al suelo entre cubos de basura.
Un ruido de gritos le despertaron. No sabía cuando había estado inconsciente pero era todavía de noche. Los gritos venían del interior de la sala. Jacques, que permanecía oculto entre la basura, levantó la cabeza y vio como tres policías vigilaban la puerta de emergencia. El más joven, con rasgos asiáticos, contemplaba atentamente los alrededores del callejón en busca de algún imprevisto.
La pequeña siesta había hecho que le doliera menos la cabeza, pero su estomago seguía revuelto. No pudo evitar volver a vomitar, y tras varios ruidosos espasmos, los policías descubrieron su escondite. William Jacques Barnes se levantó sin pensárselo, todavía con las piernas débiles. Salió corriendo todo lo veloz que pudo pero un golpe en sus resentidas piernas consiguió aplacarle y derribarle al suelo. Unos firmes brazos lo retuvieron y amordazaron. Solo consiguió que su opresor cediera cuando lo golpeó en la cara con uno de los objetos que había esparcidos en el suelo. La sangre brotó, lo que no impidió que William Jacques Barnes fuese alzado y llevado a rastras hacia el furgón de policía como si de una vulgar caja se tratara. Al cerrarse la puerta vio como el agente de policía, con la cara aun ensangrentada, comprobaba que todo estaba perfectamente sellado. Tras permanecer un rato mirando a Jacques fijamente a los ojos, el agente desapareció de nuevo rumbo al callejón.
En cuestión de minutos la avenida Jackson se fue llenando con más agentes, furgones blindados y periodistas, mientras Jacques seguía encerrado en el coche patrulla. Con mucho esfuerzo y olvidando el dolor de los golpes consiguió girarse hacia la luna trasera y ver la lluvia de flashes que empezaba a envolver a la última persona a la que esperaría encontrar en aquel sitio: Palmieri.
“¡No! El nunca se dejaría atrapar con vida.” Pensó. Pero sus ojos no le engañaban. El misterioso agente asiático, el mismo que le había atrapado a él, estaba apresando a su segundo criminal de la noche.
Jacques pasó la noche en el calabozo junto a otros delincuentes de poca monta. Desde allí se escuchaban los voceríos de la comisaria. Un “héroe”, era la palabra que más se hacía notar en los tumultos. Jacques, aburrido, esperaba salir de allí en menos de una semana pero en lugar de eso, y para su sorpresa, fue trasladado a unos calabozos de mayor seguridad. Allí permaneció aislado, sin ningún contacto con el resto de prisioneros.
Habría pasado aproximadamente un mes cuando le llegó la notificación del juicio del Estado contra Luca Palmieri que se celebraría a la mañana siguiente. Iba a testificar como implicado.
A las pocas horas apareció un abogado de oficio, cuya falta de experiencia era casi un insulto. Tras una burda, rápida y muy directa charla, el abogado aconsejó a Jaques colaboración absoluta. Le recordó una y otra vez que no se le olvidara de dar todos los nombres que supiera. Esto podría ayudar a Jacques. La operación judicial se ha había mediatizado e iban a considerar cualquier información que les ayudase a buscar culpables.
A la mañana del juicio Jacques se encontraba mejor que nunca. Los días de descanso y la comida le habían devuelto las fuerzas y había memorizado un discurso convincente. Le dieron ropa limpia y le llevaron a la sala. Reconoció a la mayor parte de los presentes, tanto por la parte de la policía como de los acusados. Hizo el juramento ante la Biblia y comenzó a responder a la batería de preguntas que le hizo la acusación. Todo parecía rutinario. Todo hasta que el Fiscal Johnson presentó al estrado los restos de una jarra de cerveza. Fue la primera de muchas pruebas.
- “Como pueden ver los miembros de jurado la presente jarra fue el objeto con el que el acusado Jaques Williams atacó al agente de policía Gong-Gae, creándole heridas permanentes. Este hecho se puedo corroborar con testigos. Pueden también comprobar en la siguiente foto las heridas sufridas por el agente de policía. Estas heridas fueron producto de una resistencia ante la ley, muy acorde con el estilo de vida del acusado…”
A partir de ese momento Jacques perdió totalmente el control de la situación. Primero porque la fotografía del agente Gong-Gae y su cicatriz le recordaban terriblemente a un oscuro suceso de su vida que prefería olvidar. “Pero, ¿sería posible tanta casualidad?”. No tuvo tiempo de pensarlo. La sucesión de crímenes y pruebas en las que se le incriminaba no tenía fin. La mayoría le eran totalmente desconocidas pero dada, por lo que no le costó mucho negarlo todo. “Ese truco no te va a salir bien, abogado”.
El discurso de Jacques fue convincente. Pero el del joven asiático lo fue aun más. Se llamaba Gong-Gae, y su recién estrenado cargo de capitán le daba una credibilidad superior. Juró que llevaba años con el caso y no dudó en señalar a Jacques y a Palmieri como centro y causa de sus investigaciones.
- Este joven es en realidad el hijo de William y Sarah Barnes. Ambos fallecidos en trágico accidente de tráfico. Desde entonces se ha hecho con las calles de la ciudad. Junto con su socio Palmieri, como no podía ser menos. Señoría, estos hombres son un peligro para la ciudad.
Fue un giro inesperado en el juicio y la prensa pronto se hizo eco, apodando a Jacques como “Bad” Barnes, el superdotado del crimen. La alegación de Luca Palmieri no ayudó en absoluto a Jacques. La negación continua de los crímenes restó credibilidad a la escena y el jurado señaló a ambos como culpables de 47 asesinatos, 3 violaciones, asalto a mano armada, intimidación y cohecho. Luca fue condenado a cadena perpetua y trasladado a una prisión de máxima seguridad en Massachusetts, mientras que a “Bad” Barnes lo enviarían a un reformatorio de Oregón. El reformatorio era conocido como “el corredor de la muerte infantil”.
A la salida del juicio una maratón de periodistas corría para conseguir la tan preciada foto del arresto. Los micrófonos se agolpaban unos con otros buscando unas palabras del gran héroe del momento.
- ¿Cómo se encuentra?
- ¿Qué se siente al ser un héroe?
- ¿Nos puede contar algo del juicio?
- ¿Qué va a pasar con el resto de criminales en la ciudad? ¿Servirá esta detención como aviso para los demás criminales?
- ¿Va a cambiar algo esta detención?
Con aires de triunfalismo Gong-Gae miro a cámara, enseñando orgulloso su nueva cicatriz, y respondió, seguro de sí mismo:
- A partir de ahora todo va a cambiar.
El golpe fue brusco, rápido y violento. Instintivamente las cámaras se movieron como gacelas para grabarlo todo. Fue una imagen que daría la vuelta al mundo. Los periodistas caían unos sobre otros entre gritos de dolor y de angustia. Los intentos por librarse eran inútiles ya que lo que no hacia el descontrol de la masa lo haría la falta de espacio para mantener el equilibrio. El capitán Gong-Gae rodaba escaleras abajo y a su lado Jacques Williams, aun con las manos atadas. El crujido del cuello del recién estrenado capitán causó una angustia infinita a todos los presentes, incluido al propio Jacques.
Tan solo unos segundos antes Jacques había aprovechado un momento de desconcierto y su buen estado de forma para zafarse de los guardias, salir a toda prisa del edificio y golpear por la espalda a Gong-Gae mientras atendía a la prensa. No satisfecho con romperle el cuello, “Bad” Williams seguía pateando y escupiendo sobre el inmóvil y asiático cadáver.
- ¿¿Que se siente al ser un héroe?? ¡¡Gilipollas!!
Jacques se preparó para la marea de policías y agentes de seguridad que se abalanzaban sobre él con sus porras en la mano. Contaba con ello y estaba dispuesto a pagar el alto precio en golpes. Pero lo que ocurrió le sorprendió incluso a él.
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