El espectáculo había acabado. Al fin las luces se habían apagado. A 
tientas comenzó a caminar por el largo túnel que el siniestro público le
 había indicado. Primero despacio, con la cautela de una gacela se sabe 
en territorio de leones, luego corriendo a toda velocidad, escapando 
como la presa que se da cuenta que ha sido descubierta... ¿o era al 
revés? 
Cuando su velocidad fue tal que quedó clavada en el suelo, supo que 
había llegado. Se encontró entonces de frente con unos ojos tan obscuros
 y profundos como un pozo. Unos ojos fuera de lugar, apagados, opacos, 
muertos. Gritó. Gritó tan fuerte que todos los muebles de la estancia 
temblaron hasta gritar y el espejo se hizo trizas. Quizás lo que la 
asustó fue la mirada de lo muerto en esos ojos, quizás lo hizo el 
descubrir que eran sus ojos los que se reflejaban en el espejo roto.
Sintió entonces que volvía a tener público. Las miradas estaban allí otra vez. Pero esta vez no eran ojos muertos, escondidos tras frías e insípidas máscaras los que la escrutaban. Eran ojos vividos, expectantes y sobre todo aterrados. El escenario si bien era el mismo, de alguna manera, había cambiado.
Conocía el lugar. Había estado millones de veces allí, reviviendo una y 
otra vez las mismas escenas. Una y otra vez las mismas muertes. Una y 
otra vez el mismo dolor y sufrimiento. Olvidándolo todo una y otra vez, 
muriendo angustiada para siempre, perseguida como nunca y aterrada sin 
piedad ni consuelo. Siempre bajo la cruenta mirada vacía de los que 
habían decidido el precio que debía pagar. 
Pero las tornas habían cambiado, no estaba reviviendo nada, ahora estaba de nuevo viviendo. Y los sentía allí. Los oía temblar, los veía gritar. Podía leer los pensamientos que salían de lo más primitivo de sus cerebros - Ha sido una mala idea. Debemos dejarlo. Corre. No debemos, no debimos. No. No. Para. No. No - Pero ya es tarde para eso, ya no hay dónde correr.
Eran cinco los que se habían reunido alrededor de la ouija. Cinco los 
que habían invocado a los espíritus en la vieja casona abandonada. Esa 
casa donde 15 años atrás había tenido lugar la masacre. La moneda de 50 
céntimos volaba de un lado a otro a una velocidad espeluznante.
M U E R T E  - Aterrados veían formarse a toda velocidad palabras en el 
tablero - O S C U R I D A D - Repetía una y otra vez mientras ellos no 
podían dejar de pensar en el espejo roto - A M I G O S - Esos amigos, 
estos amigos, ¿qué amigos? - E S Q U I Z O F R E N I A - demencia, 
locura, ¿maldad? - M A S C A R A S - en todas partes, observando, 
siguiendo, maltratando, atormentando - M U E R T O S - Todos muertos, 
los cinco muertos, los siete, daba igual, todos muertos.
Entonces y solo entonces recordó. Recordó lo que pasó esa noche. Lo que 
iba a volver a pasar. Lo que estaba condenado a suceder una y otra vez. 
No huían sus amigos de la muerte, la muerte nunca ha estado en esa casa.
 Sólo ella había estado allí. 
Una moneda de cincuenta céntimos no es pago suficiente a Caronte. No 
puede pagar una simple moneda un pasaje desde más allá del lago Estigia.
 Eso solo se paga con sangre, con otra vida. Así que escucha lo que te 
digo, y no pretendas comprar lo que no puedes pagar, porque más temprano
 que tarde tocará saldar la cuenta.

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