viernes, 28 de marzo de 2014

El Fiero Paso del Dragón - Herencia - Indice

En un primer momento le había parecido  que se encontraba a varios días de viaje pero para su sorpresa en unos minutos se encontraba delante de un inmenso palacio de marfil y cristal. El castillo estaba enclavado en lo alto de un risco y solo se podía acceder a él a través de un reluciente puente.

martes, 25 de marzo de 2014

El Fiero Paso del Dragón - Herencia - Conclusión


Pícaro, apuesto y sagaz
Raudo es el amo del disfraz,
Mil mujeres llegó a enamorar
Su huella en Glorantha nos dejó

Aunque desde fuera aparentaba seguridad y sosiego, Raudo estaba realmente asustado. Sus piernas temblaban sin que él pudiera hacer nada por evitarlo, era por eso que canturreaba la vieja canción dentro su cabeza a modo de mantra. Sí, él era un pícaro, un embaucador, pero una cosa era engañar a una cortesana para que le dejara jugar bajo sus enaguas y otra era engañar a un Dios, o peor aún, a dos.

A un dragón llegó a engañar
¡Lastima! Dejó de funcionar, 
el hechizo que le hizo capaz
Su huella en Glorantha nos dejó

Sin embargo la cuarteta que acababa de cantar, en vez de aliviarle de sus temores, los había acrecentado.  ¿¡A un dragón llegó a engañar!?, ¡Lástima! ¿¡Dejó de funcionar!? ¿¡Dejó de funcionar!? ¿No podría haber elegido otra canción para relajarse? - Se preguntaba Raudo - otra cualquiera, la Balada del Bandido, por ejemplo.

¿Y si su engaño no llegaba a funcionar? Vale, hace años, cuando el dragón se dio cuenta del ardid, su furia fue terrible y apenas lograron escapar por los pelos. Pero no era a un dragón cualquiera al que iba a engañar hoy. Se trataba de Shiro, el Dios Dragón, y de regalo también estaba la temible Sirina.

Demonios, deja de pensar así o todo se irá al garete. No era el momento de tener dudas, era el momento de actuar - Además, ¿qué era lo peor que le podía pasar? ¿Morir? - Se dijo Raudo bromeando consigo mismo - La muerte no es nada comparada con una horda de maridos resentidos, y de hasta eso había salido Raudo.

Se suponía que el plan marchaba a las mil maravillas, pero por mucho que el archimago le dijera que estaba todo controlado, él no lo tenía tan claro.

Darrell, Lady Tessa y Raudo estaban en la Penumbra, un plano dimensional del cual desconocían todo excepto su nombre. Estaban en el centro de un circulo, desarmados y rodeados por dos centenares de hombres con máscaras demoníacas. Frente a ellos estaba la Diosa Sirina hablando a través del cuerpo de Awender, con su amigo Tae a sus pies, maniatado y malherido y por si fuera poco les acompañaba Al-thair. El altivo lunar de ojos perfilados era el sumo sacerdote de la Diosa. Se trataba de un hombre suficientemente poderoso para ser considerado como un gran contrincante por sí solo.

Fue precisamente Al-thair, con su larga perilla y ataviado con túnica esmeralda, el que tomó la palabra.

  - Por si no os habéis dado cuenta, os estábamos esperando - el Sacerdote de Sirina rompía así el silencio – ¿Ha sido agradable el viaje? ¿Algún inconveniente? Espero disculpen el recibimiento, pero tenemos que estar seguros de vuestras intenciones. Así que, díganme, ¿qué creen que han venido a hacer aquí?

  - Venimos a hacer un trato – Respondió rápidamente el mago - Podemos liberar a vuestra Diosa de su prisión... A cambio, claro, de liberar a nuestros amigos. El maltrecho cuerpo de nuestro amigo Awernder no aguantará mucho, todos lo sabemos. También sabemos que no tiene porqué ser bueno para vuestros fines.

Siendo dos los Dioses que están ahí dentro encerrado, puede pasar cualquier cosa si Awender muere. Quizás los dos se libren. Quizás uno de ellos quede atrapado para siempre en el cuerpo inerte de nuestro de amigo. O quizás - Darrell miró fijamente a los azulados ojos de Awender - ninguno logre escapar. Y, sinceramente, no creo que podáis correr el riesgo de perder a vuestra Diosa – Al-thair escuchaba sin mostrar emoción alguna

Ofrecemos sacar a tu Diosa del cuerpo de nuestro amigo y meterlo en el cuerpo de esta joven – Darrell señaló a Lady Tessa, que aún amordazada y maniatada mostraba su disconformidad pataleando y gimiendo todo lo que podía – Y una vez allí, dispondríamos de más tiempo para liberarla de su cautiverio.

  - ¡Callad! - la contestación del Sacerdote fue sonora y rotunda - ¿Creéis que somos estúpidos? Vosotros no vais a hacer nada, nada en absoluto. No os vais a acercar al cuerpo de mi Diosa. Os diré lo que haremos. Nos sentaremos a esperar el tiempo que haga falta hasta que las pocas fuerzas que le quedan a tuu amigo se terminen de esfumar. Esperaremos a que se consuma hasta que la muerte venga a por él y entonces y solo entonces podré fiarme de vuestra palabra y de vuestros actos ¿Cuanto tiempo creéis que le queda a vuestro amigo?, yo diría que muy poco.

  - Mira amigo – Intervino Raudo ante una larga mirada de desaprobación de Darrell – No creo que tengamos que tensar tanto la cuerda, ¡Siempre hay otra manera de hacer las cosas! Simplemente necesitamos un objeto que tenemos en el barco, sólo eso y Sirina podrá salir del cuerpo de Awender, ser libre, sin necesidad de transvasarse al cuerpo de Lady Tessa ni nada por el estilo.

  - TE REfieRES A EsO – Dijo Sirina señalando el ataúd de Alias mientras sus sirvientes lo sacaban de las bodegas del barco – ¿CREiais qUE No lO SaBÍAMos? ¿CreEis QuE sE Nos ESCaparíA Un SEPulCRO DE ALGuieN tAN ESPECIal? ¿EL SepulCRO de ALGuiEN Que PuedE CONTeneR UN DiOS en SU INTERioR y QUE POr TANto EstÁ CONStruidO PaRA PODer RETeneR a UN DIoS? - La Diosa hizo una pequeña pausa - ¡NO SErÉ Yo LA qUE acaBE ALLí DENTro, PEro GRaciAS Por TRAerlO!

Al-thair hizo una seña para que acercaran aún más el sarcófago hasta colocarlo al lado de Sirina. El lunar agarró con una mano el cuerpo de Awender y con la otra tocó el féretro. Comenzó entonces el Sacerdote, ante la pavorosa mirada de Darrell, a balbucear una larga y repetitiva plegaria. La repetía una y otra vez, una y otra vez, hasta que el cuerpo del sacerdote y todo lo que le rodeaba comenzó súbitamente a brillar.

XXX

Awender apenas podía soportar ya el castigo que el temible Dragón le infringía. Con la rodilla apoyada sobre el suelo de la arena trató de levantarse, pero no tuvo fuerzas y su cuerpo se desplomó. Sabiéndose vencedor, el Dragón avanzó lentamente para deleite de Shiro, que desde su enorme trono disfrutaba con el sufrimiento de su carcelero.

Awender esperaba el abrasante final que le llevaría de nuevo a reiniciar el ceremonial. A una nueva muerte, a una nueva lucha, a una nueva y más amarga derrota. No estaba seguro de poderlo aguantar de nuevo. Quizás había llegado el momento de darse por vencido, dejarlo de una vez, descansar para siempre… Pero en vez del calcinador aliento del Dragón, lo que sintió fue una mano sobre su hombro.

Al girarse, vio la oscura calva de Al-thair y su afilada perilla. Era la imagen del sirviente de Sirina, de su enemigo al fin y al cabo. Sin embargo, de alguna manera, su visión le hizo sentirse arropado.

  - Es el momento Awender – dijo entre susurros el sacerdote – Es la hora de liberarlo, de soltar al Dragón.

  - ¿Cómo puedo confiar en vosotros? – el abatido asesino apenas podía hablar, apenas podía pensar - ¿Cómo puedo confiar en ti?

  - Sabes que todo lo que te conté de tu amigo es cierto – Dijo Al-thair mientras le refrescaba la cara con un paño húmedo - Hazte un favor, haz un favor a tus amigos, a tus verdaderos amigos y suelta al Dragón.

Awender miró más allá del sacerdote, buscándola. Primero encontró su larga y rizada melena pelirroja. Estaba tras una de las puertas del anfiteatro, luego vio su rostro, su cuello, sus labios – Alias – susurró. Sabía que no era más que una imagen de su subconsciente,  de sus más profundos deseos y temores, pero aún así no podía dejar de mirarla, de buscar en sus ojos una respuesta.

Ella le devolvió la mirada, una mirada triste, una mirada que presentía muerte, una mirada tan amarga, que sólo podía significar una cosa.

XXX

Un enorme haz de luz salió del cuerpo de Awender. Pasó a través de Al-thair hasta introducirse en el interior del sepulcro de Alias, atravesando la tapa que permanecía cerrada. El cuerpo de Awender dejó de brillar, sin embargo su aspecto seguía siendo terrible.

  - MuCHo MEjor – Era la voz de Sirina la que salió por sus labios – HaBÍA demasiADA GenTE aQUÍ DentrO ¿Y EsaS CarAS? ¿AcaSO PenSABAIS quE VUEStro AMIgo RecUPERAríA EL conTROL DE Su CuerPO AhoRA QuE SolO ESTAmos LOs doS? ¡JA JA JA! Su VOLUtaD Es GrandE sÍ, PErO Su ESPÍritU NO PueDE LucHAR Ya, EStá agotaDO.

Los puños de Darrell comenzaron a temblar de rabia, su cara se descompuso de la ira

  - ¡Maldito Awender! - La voz de Darrell sonaba agria, agrietada - ¡Maldito traidor! ¡Te dejé bien claro lo que tenías que hacer! ¡Te lo dejé bien claro!

  - CaLLA HumANO MENtiroso y LadróN

  - ¡Sirina, aún nos necesitas! – Cortó Raudo en un tono dubitativo tras oir las palabras que Darrell había dicho de su amigo – El mago puede entrar y hablar con Awender. Seguro que puede convencerlo para dejarte libre de alguna manera. Mira, te sacamos de ese cuerpo y listo, todo olvidado.

  - nO – Las facciones de Awender eran ahora dantescas, Sirina debía estar muy enfadada – QuierO recUPERAR lO que ME RobÓ. PEro SoBRE TOdo LE Quiero a ÉL. Quiero al LadrÓN, DadmeLO ParA AcaBAR cON ÉL y ENTOncES PODréIS MarcHAR

  - ¡Eso nunca! - Bramó Raudo – Juntos seguro que podemos hacer algo, podemos llegar a un acuerdo, pero no nos puedes pedir eso. Darrell es nuestro amigo, moriremos antes de hacer lo que pides. Vamos - Raudo miró al sacerdote - Confía en mí, si trabajamos juntos, [...]

  - ¿Acaso creéis que vamos a fiarnos de vosotros, de cualquier acuerdo que nos ofrezcáis? - Interrumpió el sacerdote - ¿De ti, embaucador? - los pequeños ojos del Sacerdote brillaban con rabia y desprecio – Os hemos seguidos los pasos desde la reunión en la taberna, os conocemos muy bien. Lo siento, pero no vais a poder salir todos de aquí, queremos al mago. El resto podéis dar media vuelta y partir.

  - Si no salimos todos – Se apresuró a decir Raudo con gran determinación - No saldremos ninguno, no al menos sin luchar.

  - Realmente es fascinante – La media sonrisa que Al-thair mostraba parecía hasta cierto punto sincera – Dime Darrell, ¿Cómo lo haces? ¿Cómo consigues unos amigos tan fieles a pesar de todo?

Darrell comenzó a hacer un leve movimiento de manos del que el Sacerdote se percató inmediatamente.

  - Ni se te ocurra Darrell, una señal mía y estás muerto – dijo el lunar - Lo cierto es que llegado a este punto, no sé si deberíamos acabar contigo o proponerte como sumo sacerdote ¿No le has hablado a tus amigos de lo que robaste a la diosa Sirina? ¿No les has hablado de tus planes? ¿De esas reliquias de Mohander? Sí, habéis oído bien, reliquias de Mohander, ese dios al que desterrasteis de Glorantha hace tantos años.

Las facciones de Raudo y Tae cambiaron ante la revelación del Sacerdote.

 - Veo que no, veo que no les has hablado de ello. ¿Porqué no les cuentas la razón que te llevó a robar las reliquias que Sirina guardaba? ¿Porqué no les dices la verdad, que quieres traer de vuelta al Caos y que les estás utilizando para ello?

  - ¡Por las mil putas de los mares Darrell! -  Tae, malherido, no podía dar crédito a lo que oía. Con las pocas fuerzas que tenía levantó la cabeza para mirar directamente a los ojos del mago - ¡Dime que es mentira! ¡Dime que después de todo lo que pasamos juntos no has hecho eso! ¡Dilo o juro por la Gran Diosa que seré yo mismo quién te mate con mi hacha!

  - No. No. ¡No! - Una lagrima surcó la mejilla de Raudo por segunda vez en apenas unas horas sabiendo en lo más profundo de su ser que lo que decía el lunar sobre despertar a Mohander era cierto. Devastado se dejó caer al suelo de rodillas – No, no puede ser. Íbamos a encerrar a Sirina en el cuerpo inerte de Alias y después ¿¡Por todos los dioses Darrell, qué has hecho!?? ¡Dí que no es verdad! ¡¿Dime qué locura te ha llevado a eso?!

Pero Darrell no negó nada. Simplemente se quedó quieto frente a ellos, embulléndose más y más en la oscuridad de su túnica

  - No lo entendéis – Dijo por fin - Vuestro concepto de la vida es tan limitado, que no sois capaces de comprender más allá del plano más mundano. Las guerras, las luchas, las aventuras, ¿A quién importan? Lo importante es el conocimiento, perdurar, vivir para siempre, lograr sobrevivir hasta ser todo conocimiento.

Los imperios pasan, los dioses se olvidan, pero el Caos. El Caos siempre vuelve. Mohander no puede ser destruido, no puede ser vencido para siempre. ¿Sabéis porqué? Porque la vida es Caos, porque los hombres son Caos y desde el primer minuto de vida del mundo hasta el último, el Caos estará presente.

  - ¡Te arrancaré las agallas con mis propias manos – Bramaba Tae mientras golpeaba con sus cadenas el suelo – ¡Soltadme! ¡Suéltame Sacerdote y juro que Sirina no tendrá más que despojos después de acabar con él!

  - Vamos amigos – Retomó la palabra Darrell, ignorando la furia de sus amigos, en un tono que pretendía ser amistoso - Las señales en Glorantha son claras, seguro que os habéis percatado. Aunque yo no hiciera nada, él va a volver pronto. El Caos se expande de nuevo y su Señor acudirá a su llamada. Mohander volverá, hagamos lo que hagamos aquí y ahora. Estáis a tiempo de uniros a mí, de uniros a Mohander. Vamos ¿Acaso creeis que Sirina es mejor? Ella también lo sabía, fue gracias a ella que supe de la vuelta del Caos, la posicionándose, ansiando su vuelta.

Si no somos nosotros los que le despertemos, será ella... Vamos, no me podéis abandonad ahora, aún tenemos una oportunidad, aún tengo un as en la manga ¡Creed en mí! ¡Confiad en mi! ¡Solo hacía falta un pequeño empujón, un pequeño sacrificio divino! ¡Alimentémoslo con otro Dios para hacerlo despertar y tener al más poderoso de los dioses de nuestro lado!

  - Por... por eso buscabas encerrar a Sirina en el cuerpo Awender, ¡¿Para ofrecérsela a Mohander como sacrificio?! - Raudo no podía dejar de sollozar y negar con la cabeza, ¡¡Nos has utilizado una vez más!! - ¡Cómo había podido caer una vez más en las mentiras del mago!

  - ¡Escúchame Raudo, escúchame y abre la mente! - Bramaba desde lo más oscuro de su ser Darrell – ¡No lo ves! ¡Es inevitable, de una manera u otra y el sacrificio es inevitable! ¡Preferís el sacrificio de un Dios o el sacrificio de miles y miles de hombres! Vosotros elegís. Es ella o los miles de muertos que provocará Sirina con las lluvias! Contéstame Raudo ¿Estáis con ella o conmigo?

  - Definitivamente, eres mejor embaucador que mago – el hilo de voz de Raudo apenas era audible - No podemos estar contigo esta vez, no importan las consecuencias Darrell. Eres un monstruo, no puedo estar a tu lado. Esta ha sido tu última mentira – Las palabras salían de los temblorosos labios de Raudo con gran dificultad – No te reconozco. Tú no eres nuestro amigo. Tú no eres Darrell, sólo un loco

Ninguno de los presentes habría pensado que Darrell pudiera hablar así. No era ya sólo lo que decía, era también en tono, esa mirada turbia y enferma. Era prácticamente imposible reconocer en el despiadado y ambicioso hechicero que tenían en frente la imagen inocente y pueril de ese joven mago al que conocieron tanto tiempo atrás

Raudo siguió hablando sin poder contener las lágrimas, pero esta vez le hablaba a Sirina

– Déjanos marchar y nos iremos sin mirar atrás, haz con el hechicero lo que quieras, pero libera a mis amigos. Deja libre a Tae y hagamos lo que sea para que puedas salir del cuerpo de Awender, después de lo que acaba de pasar dudo que ponga impedimento alguno en hacer lo que sea para liberarte.

XXX

Sin mirar atrás, Raudo recogió el maltrecho cuerpo de Awender entre sus brazos y con Tae ayudado por Lady Tessa pusieron rumbo al barco que les había traído hasta la Penumbra.

Mientras el barco comenzaba a alejarse entre la niebla y pasaba bajo la atenta mirada de las gigantescas efigies de los todos los dioses del mar, en tierra, la Diosa Sirina ya libre de su cautiverio se encaró a Darrell.

  - No eres más que una hormiga – Dijo con el tono susurrante y peligroso de la mar – una simple hormiga que ha querido jugar a ser dios. Pero no lo eres, ni siquiera eres una hormiga reina. Eres una despreciable y estúpida hormiga recolectora. Tan despreciable que hasta tus amigos, el resto de las hormigas, te han dado la espalda. Me hubiera gustado que vieras tu cara al verlos marchar, al verles pedir clemencia ante mí, al oír como tu amigo Awender suplicando que se hiciera el ritual para liberarme. Ha sido dulce ver como te deseaban la muerte y hasta se ofrecían ellos mismos a matarte.

Podría haber acabado con ellos, pero he disfrutado y voy a disfrutar mucho más así. Al fin y al cabo no son más que hormigas, hormigas que se ahogarán cuando eche agua sobre su hormiguero. Créeme que entonces será más divertido y útil su sacrificio.

Dime, Darrell – Prosiguió la vengativa Diosa - ¿Dónde están mis reliquias? ¿Dónde las has escondido ¿No piensas hablar? No te preocupes, tengo muchas otras formas de hacer que me lo digas.

¿Sabes? Me has encerrado, me has humillado, me has robado y has intentando engañarme. Te aseguro que te espera una eternidad de dolor y sufrimiento, te aseguro que vas a desear la muerte como no has deseado nada en vida.

El silencio era la única respuesta que recibían las palabras de Sirina. Silencio y una sonrisa, cada vez más y más amplia, que acabó convirtiéndose en una enorme y sonora carcajada.

  - ¿Qué es lo que te hace tanta gracia, hechicero? – Preguntó la Diosa fuera de sus casillas.

  - Estaba recordando una vieja canción, casi tan vieja como tu – Comenzó a decir el mago riendo mientras su imagen, por un momento, pareció parpadear – ¿Sabes?, me gusta mucho. Es muy famosa en el Paso del Dragón, ya sabes cual es, ¿verdad? Estaba pensando que quizás hubiera que cambiar unos versos, creo que quedaría mejor:

¡A un Dios llegó a engañar!
¡Lastima! Dejó de funcionar, 
el hechizo que le hizo capaz,
Su huella en Glorantha nos dejó

Cuando acabó la rima ya no era Darrell a quién la Diosa tenía delante. Era el pícaro, el embaucador de Raudo. El hechizo había dejado de funcionar y había vuelto a su forma original.

Sirina gritó fuera de sí, comprendiendo el engaño, pero ya era tarde. Para confirmarlo, justo en ese momento se oyó un monstruoso estruendo que hizo temblar a toda la Penumbra.

Antes de que la Diosa o sus sirvientes pudieran reaccionar Raudo, con un rápido movimiento, saltó abriendo la tapa del sarcófago de Alias. El mismo sarcófago que había sido alimentado hacía unas horas con el Dios Dragón. De él comenzó a salir una terrible y gigantesca montaña de podredumbre y herrumbre, una montaña de Caos y maldad. Una montaña que arrasaría con todo lo que encontrase en este plano.

XXX

Desde el barco, al otro lado de la Penumbra, el verdadero Darrell había cerrado con toda la magia que había logrado aprender en estos años el nexo que la unía al resto de planos de este mundo. Había logrado encerrar en la Penumbra a Mohander, evitando que volviera a expandir el Caos de nuevo por Glorantha. Y allí se quedaría hasta el fin del tiempo y del espacio. También había acabado con el temible Dios Dragón y posiblemente Mohander se habría encargado ya de acabar con la malvada Diosa Sirina. Había logrado también rescatar a sus amigos. Bueno, a casi todos ellos.

En el barco ni Awender, ni Tae ni tan siquiera Lady Tessa terminaban de comprender lo que había pasado, ni desde cuando había tenido lugar el gran engaño. Estaban aún perplejos con el cambio de aspecto de Raudo y aún no eran conscientes de la gran victoria que acababan de presenciar frente al Caos.

  - Es una historia larga de explicar – es lo único que acertó a decir Darrell ante las miradas atónitas de sus compañeros – Pero lo importante ahora es rezar para nuestro amigo haya logrado engañar hoy también a la muerte.

lunes, 17 de marzo de 2014

El Fiero Paso del Dragón - Herencia - Quinta Parte

- Venga, Darrell… - Raudo miraba a ambos lados, mientras los hilos de niebla seguían haciéndose más y más espesos, envolviendo por completo la embarcación - Maldita sea, ¡despierta de una…!

El terrible golpe que le hizo ver las estrellas vino a traición, por la espalda. A juzgar por el sonido metálico había sido un candil. Aun en el suelo, aturdido y confuso, la mente de Raudo empezó a atar los cabos. Rodaba por cubierta el arma del delito y entre la espesura de la niebla pudo ver la figura que, tras haberlo atacado, intentaba ahora soltar las amarras de uno de los pequeños botes del barco.

- Vamos, estúpidas cuerdas… - Lady Tessa trataba de hacer toda la fuerza posible para quitar aquellos nudos. De vez en cuando miraba en dirección a proa, donde apenas podía ver entre la niebla las figuras de sus captores: el hechicero, que no había dejado aquella pose de profunda concentración, y el viejo rufián a quien había logrado noquear y que comenzaba a ponerse en pie. – ¡Cuerdas del demonio…!

Con un silbido, una cuchilla tan alargada como afilada cruzó la cubierta y se clavó en el lugar donde apenas un instante antes se encontraban las delicadas manos de Lady Tessa. Ésta dejó escapar un chillido de sorpresa, dio un par de pasos hacia atrás para terminar cayendo sobre sus nalgas entre dos barriles. Sacando otro de sus cuchillos arrojadizos, Raudo se llevó la otra mano al cogote, afinando la vista mientras murmuraba la clase de cosas que jamás deben decírsele a una dama fina y elegante.

Lady Tessa se incorporó como buenamente pudo y corrió a través de la cubierta, bajando las escaleras que conducían a las bodegas. La niebla se había filtrado incluso allí abajo y moverse entre la gran cantidad de fardos que se acumulaban no era tarea apropiada para alguien que lucía un atuendo como el suyo. Escuchó rasgarse la tela cuando uno de los pliegues quedó atrapado por un clavo sobresaliente.

- Oh, no. Es seda de Lanemore… - por un segundo, y viendo el inmenso rasgado que a Tessa se le antojaba grande como una sima sin fondo, la joven había perdido la noción del tiempo. O quizá había subestimado la agilidad de su perseguidor. Puede que un poco de ambas cosas pues lanzó un nuevo gritito de alarma cuando Raudo deslizó con velocidad sus brazos en torno a su cintura y su cuello. Reaccionó de forma instintiva, clavando sus dientes en la mano del viejo truhán.

- ¡Ay! ¡Será…! – la rebeldía y el instinto de lucha que bullían en la joven sacaron una sonrisa de grata sorpresa en los ojos de Raudo. Ella le miró desafiante, colocándose frente a él mientras daba lentos pasos hacía atrás. – Estás acorralada, princesa. ¿Crees que esta bodega tiene otra salida que no sea la que tengo a mi espalda?

Para dar mayor crédito a las palabras de Raudo, la espalda de Tessa tropezó entonces con el fin de su huida. Miró a su espalda y vio uno de tantos enormes fardos que cargaba el navío en su vientre, en este caso un enorme bulto de tamaño rectangular cubierto por telas negras. Éstas se encontraban afianzadas mediante enganches. Afilados enganches. Tessa los miró por un segundo y luego miró a Raudo. Éste dio un paso. Otro más.

- ¡Espera! – Tessa le tendió una de las manos, en gesto de frenada.
- No voy a hacerte daño… - “por mucho que te lo merezcas, mocosa malcriada”, terminó de pensar.
- No es eso. – Raudo seguía caminando hacia ella. Tessa, con una de sus manos oculta tras su espalda, había comenzado a desatar uno de los afilados enganches. Pero necesitaba tiempo. Tenía que ganar tiempo. Y sabía cómo hacerlo. – Es la historia… la historia de ese hombre que decís que es mi padre…
- ¿Awender? – Raudo se detuvo. - ¿Qué pasa con él?
- La historia que tu amigo… - los ojos de Tessa indicaron la salida al exterior que tenía la bodega. – La que contó tu amigo el hechicero…
- Ya sé que te niegas a creerla, mocosa… - Raudo estaba a punto de dar un paso más adelante. Pero la extrañamente sincera desesperación en la voz de ella lo llevó a frenarse en seco.
- ¡No es que no me la crea, maldita sea la Luna Roja! – la chica esbozó una sonrisa de superioridad que, por un instante molestó a Raudo. Sobre todo por lo que dijo entonces. – ¿Tan estúpido eres que no reconoces uno de los cantares de bardo más populares de Glorantha?
- ¿De qué…?
- “El Romance de la Ninfa y el Caballero”. – si en algo era buena Tessa era sacando de sus casillas a los hombres. Y sabía que a ese viejo truhán con ínfulas de conquistador nada le molestaría más que descubrir que había sido víctima de un engaño. – Cámbiale los nombres al Caballero y la Ninfa… ¡y tendrás la historia que te contó tu amigo sobre ese supuesto padre mío!

Raudo frenó en seco las ganas que tenía de castigar la arrogancia de aquella mocosa impertinente. Su cabeza aun le daba vueltas por el golpe que Tessa le había propinado y quizá por eso tardase un segundo más de la cuenta en analizar lo que la chica le estaba contando. Pero un escalofrío le recorrió la espalda al comprender que tenía razón. Por supuesto formaba parte de una treta: la mano de Tessa empuñaba ya el enganche afilado y estaba a medio camino de clavarlo en el brazo de Raudo cuando éste la frenó en seco. Una cosa era que uno de sus mejores amigos en esta vida le hubiese colado una mentira propia de un estafador principiante. Otra muy distinta que una mocosa como esa lo pillase desprevenido.

- ¡Suéltame! – Tessa forcejeaba, mientras su voz iba pasando de la indignación al llanto. - ¡Te he dicho la verdad, te he dicho la verdad! ¡Tu amigo te ha mentido!

De repente, Raudo aflojó la presa sobre la joven y ésta cayó al suelo, víctima de su propio forcejeo. La joven se incorporó rápidamente, con un único pensamiento en la mente: huir. Corrió hasta las escaleras que la conducirían a cubierta. Pero al pisar los primeros peldaños comprendió que era innecesaria la urgencia. Miró atrás y vio como el viejo truhán se había quedado allí. Petrificado. Entre la penumbra de la bodega, apenas iluminada por un triste candil, y la niebla que conseguía filtrarse incluso en el vientre de la nave; a Tessa le costaba ver qué era lo que había hecho que Raudo se quedara paralizado.

El viejo truhán sintió como una lágrima le recorría la mejilla. Al quitar el enganche afilado, Tessa había provocado que la lona negra cayese al suelo, revelando la naturaleza de aquel inmenso fardo. Era de piedra, un sarcófago labrado con ricos bajorrelieves. Sobre la superficie había esculpido un rostro. Y un nombre grabado que Raudo dejó escapar entre los labios.
- Alias.

***

- ¡Si! ¡Así! – El rey se levantó de su trono de piedra con tal entusiasmo que a punto estuvo de volcar la copa de buen vino que tenía a su lado. - ¡Muy bien! ¡Así se hace, mi criatura!

A pocos metros del palco de honor del coliseo, en la arena, el enorme dragón lanzó un triunfante rugido que casi podía competir con el clamor de la multitud que asistía, entregada, al grotesco espectáculo: el cuerpo del último guerrero yacía en la arena, carbonizado de arriba abajo.

- Eso es, ¡lleváoslo! ¡Y no tardéis en traer al siguiente luchador, maldición! – el rey dedicó una fugaz mirada a los dos esclavos que retiraban el cuerpo del último de los desgraciados a quienes la montura del Dios Dragón había dado buena cuenta. Con su semblante momificado y recolocándose bien la barroca corona que coronaba su cabeza, el avatar de Shiro volvió a sentarse sobre su trono, dedicando un nuevo brindis a su criatura. – Hacía tiempo que no nos lo pasábamos tan bien, ¿verdad?

A modo de afirmación, el colosal dragón lanzó un nuevo rugido que atravesó el firmamento. Llegó incluso a hacer temblar los cimientos del mismo coliseo: algunos hilillos de arenisca cayeron sobre el chamuscado cuerpo que los esclavos habían dejado en el interior de una de las cámaras subterráneas. Pasados unos pocos segundos tras la marcha de los esclavos, el cadáver comenzó a moverse. Con movimientos doloridos, Awender se desprendió de las placas metálicas de la armadura, apretando los dientes de dolor y dejándolas caer una a una, con el cuidado necesario para no quemar sus dedos pues aun estaban calientes.

Más muerto que vivo, el viejo asesino caminó hasta uno de los abrevaderos que había en aquella cámara subterránea. Incluso allí se escuchaba el clamor de la multitud que, al igual que Shiro, ansiaban más espectáculo.

- ¿Cuanto tiempo crees que vas a poder engañarlo?

La voz de la joven vino de su espalda. Habían pasado años desde la última vez que la escuchó. Y sonaba en ese instante tan joven, fuerte y pasional como en aquella última ocasión. Antes de responder, cansado y con el semblante a medio lavar, aun cubierto de carbonilla; Awender dejó escapar un suspiro de amargura.

- Las veces que sea necesario… - Awender respondió, cerrando los ojos, incapaz de darse la vuelta y encararla. – Voy a seguir dándole espectáculo a Shiro para mantenerlo dentro de mi. Al menos hasta que me den la señal. Tal y como…

- Tal y como ese sacerdote lunar te dijo que hicieses… - Awender escuchó los pasos de la joven, pasando cerca suya. El viejo asesino permaneció quieto, petrificado. Incapaz de darse la vuelta y mirarla. Escuchó el entrechocar metálico de las piezas de una nueva armadura que la joven había dejado caer sobre el suelo de aquella mazmorra. – Aquí tienes. Lista y preparada para que vuelvas a montar el espectáculo.

Awender bajó la vista y miró a su derecha. Vio las piezas relucientes de una nueva armadura. Tan impresionante y bella como con la que, hacía apenas unos instantes, lo había calcinado el dragón. Estuvo a punto de levantar la vista cuando vio las botas de cuero de la joven que la había traído. Vio sus tobillos, firmes. El esfuerzo de haber salido a la arena - ¿Cuántas veces ya? ¿diez? ¿veinte? ¿puede que treinta? – en tantas ocasiones no era nada. Nada en absoluto. Nada en comparación con la fuerza de voluntad de la que tuvo que hacer acopio Awender para no seguir alzando la vista y poder mirarla.

- Es la hora. – el rechinar de cadenas acompañó a la afirmación de la joven, cuyos pasos se fueron alejando de Awender. – Espero que valga la pena tanto sufrimiento…

Awender alzó la vista cuando supo que estaba lo bastante lejos. Apenas vislumbró la silueta de la joven desapareciendo por uno de los pasadizos mal iluminados que recorrían el subsuelo del coliseo. Afuera, el clamor iba en aumento: Shiro se impacientaba. Agotado, dolorido y con la certera sensación de no poder aguantar mucho más, Awender comenzó a colocarse de nuevo las placas de la renovada armadura. Las heridas aun no habían cicatrizado – y aunque en el plano astral todo parecía curarse mucho más rápido, cada vez pasaba menos tiempo entre un combate y otro. Sintiendo la mordedura de cada corte, cada quemadura y cada contusión, Awender no se detuvo.

Valía la pena cada brizna de sufrimiento.
Ella lo valía.
Y así, Awender se colocó el casco que ocultaba su rostro. Dispuesto a salir una vez más a la arena y distraer al aburrido Dios Dragón. Mientras la portezuela se izaba ante él, el rumor de la multitud se iba convirtiendo en clamor. Justo antes de volver a pisar el ruedo, Awender suspiró con desesperanza.
- Espero que sepas lo que estás haciendo, viejo amigo… porque no creo que pueda aguantar mucho más.

***

Con un sonoro “tunk”, la embarcación chocó suavemente contra el embarcadero fantasmal. Darrell abrió los ojos y no le sorprendió que aquella niebla lo cubriese todo, apenas dejando ver pocos metros por delante. Se puso de pié, notando como sus músculos estaban entumecidos debido a las horas que había pasado en pose de meditación. Se aferró a uno de los cabos de cubierta y oteó el horizonte. Sentía las palpitaciones frenéticas de su corazón y notó como a punto estuvieron de detenerse al intuirse, entre la neblina, las colosales figuras de aquellas estatuas de los dioses.

- Dioses… - dejó escapar abrumado por lo que eso significaba – Lo he conseguido. Hemos llegado.
- ¿A dónde?

Darrell se dio la vuelta. Es posible que fuese el entusiasmo lo que le había impedido escuchar a Raudo a su espalda. El veterano hechicero prefirió pensar eso a imaginar que su viejo amigo estaba empleando tretas de embaucador con él.

- Te lo contaré mientras vamos para allá. – Darrell se dispuso a ir hacia su camarote. – No tenemos mucho tiempo y…

Con un movimiento rápido, Raudo puso la hoja de su cuchillo en el cuello de Darrell, cortando en seco tanto su marcha como su discurso. El viejo truhán tenía una mirada mortalmente seria, a la que acompañó con un pequeño truco de prestidigitación.

- Dime, hechicero… - sin dejar de presionar el cuchillo en su garganta con la izquierda, entre los dedos de la derecha hizo aparecer un pequeño pliego de varias páginas maldobladas - ¿Reconoces este panfleto?

“La Ninfa y el Caballero”: los ojos de Darrell se abrieron de par en par al comprender lo que estaba pasando.

- Puedo explicártelo…
- Claro que puedes explicarlo… - Raudo apretó suavemente el cuchillo: sabía que a Darrell le bastaba una palabra para convertirlo en humo. Pero, ¿la pronunciaría antes de cortarle las cuerdas vocales? – Y lo harás. Me vas a explicar AHORA MISMO porqué me contaste esa sarta de mentiras sobre Awender. Y de paso por qué tenemos en la bodega el sepulcro de Alias.
- ¿Dónde…? – Darrell miraba para todos lados - ¿Dónde está Tessa?
- No te preocupes por ella: duerme en tu camarote por cortesía de unas hierbas somníferas que yo mismo le he proporcionado. Pero… - Raudo esbozó una sonrisa – Lo has vuelto a hacer, ¿te das cuenta? ¡Otra vez estoy yo contestando a tus preguntas! Parece que al final vas a ser mejor embaucador que hechicero…
- Pues más nos vale, viejo amigo… - Darrell lo miró devolviéndole esa misma sonrisa pícara – Porque precisamente por eso estamos aquí.
- ¿Qué…? ¿De qué estas hablando?
- Si hemos venido hasta aquí, Raudo… - Darrell miró en dirección a las colosales estatuas. - … es para estafar a los Dioses.

lunes, 10 de marzo de 2014

El Fiero Paso del Dragón - Herencia - Cuarta Parte

Desde su tumba de cristal Awender observaba a los dos gigantescos titanes batirse en su particular combate a muerte. Por un lado, Sirina, titán del río Cielo y por la otra parte Shiro, el dios Dragón.
Hacía horas que Darrell había dejado ese lugar, o al menos, eso le parecía a Awender, ya que en este lugar el tiempo dejaba de tener sentido. Pensaba que fuera habrían pasado ya días o quizás solo minutos; quien sabe; no disponía del conocimiento necesario para afirmarlo con certeza.
De lo que sí estaba seguro era de que no sabía si había hecho lo correcto dándole a Darrell la localización de su hija Tessa. Conocía al hechicero desde que apenas podía hacer levitar, y no sin esfuerzo, un pequeño libro y sabía que ese niño jamás pondría en peligro la vida de él o de su hija. Pero si alguien había cambiado en los últimos años, ese era Darrell. Ahora era un hombre nuevo, sabio, con conocimientos y grandes poderes; Eso no se conseguía sin sacrificios. Y él ya no confiaba en este hechicero. Por desgracia, era su única esperanza.
-Estás muy equivocado.-
Awender se giró de inmediato. En el umbral de la gran puerta que daba acceso a la sala, una figura cubierta de una túnica esmeralda avanzaba con pasos seguros.
-¿Cómo has dicho?. ¿Quién eres tú? – Awender estaba ya harto que los hechiceros entraran y salieran de este lugar como les diera en gana. Si este lugar iba a ser su tumba quería que fuese solo para él.
El extraño seguía acercándose a Awender.
-¡He dicho que te detengas!-
Cuando el extraño se acercó a una distancia suficiente se quitó la capucha que cubría su rostro. Era un hombre, alto, de la edad de Awender, con la piel tostada, ojos pequeños y pintados bajo unas finas pestañas. Todo el pelo de su cara se concentraba en una larga y fina perilla. Un lunar pensó Awender para sí mismo.
-Perdona mi intrusión Awender, mi nombre es Al-thair, sumo sacerdote del panteón del río Cielo y fiel seguidor de nuestra señora Sirina.-
Awender miró de reojo a los dos titanes.
-¡Largo de aquí!, ¡estoy harto de los tejemanejes de tu señora!. ¡Nunca saldrá de esta prisión!.-
-Cálmate, Awender, no hay necesidad de enervarse. Comprendo tu enfado y tu impotencia. Pero, sabes que Darrell no te ha contado toda la verdad, en el fondo… lo sabes–. El recién llegado hizo una pausa. -¿Quieres saberla?.-

Awender titubeó. Quería decirle al sacerdote que se largara, pero también quería saber que tenía que decir. La duda de Awender fue considerada por Al-thair como una invitación a continuar hablando. - El conjuro necesario para hacer de Tessa el recipiente adecuado. El mismo que utilizaron sobre ti. ¿Sabes cuanta gente murió antes de que acertaran contigo?.-el sacerdote no dejó que contestara. -Darrell si lo sabe. Pero claro, es vuestra única esperanza. Está claro que el hechicero ha decidido correr el riesgo. La pregunta es, ¿quieres correrlo tú?. Awender miraba al lunar. Era como escuchar de otra persona lo que él mismo pensaba. Se giró y observó a los dos titanes.

-Te voy a contar por qué os habéis metido en este lio. Algo que debía haberte contado tu “amigo”. Darrell, como todos los hechiceros, ansía el saber más que nada; el conocimiento y el poder. En esa torre suya, hacen cosas inimaginables incluso para mí, cuyo poder depende únicamente de los designios de mi diosa. En la búsqueda de ese poder, los hechiceros manipulan el espacio y el tiempo; en ese viaje le robó objetos a mi diosa, conocimientos prohibidos para los mortales porque están llenos de poder. Mi diosa quiere recuperarlos y por eso lleva tanto tiempo intentando materializarse en ese plano.-

Al-thair se acercó a Awender y alargó su brazo hasta tocarle el hombro.

-Mi señora Sirina solo busca a Darrell. No hay necesidad de poner en peligro a Tessa, ni al resto de tus amigos –

Awender se giró, bruscamente, en tensión… pero tras unos segundos su cuerpo se volvió a relajar. -¿Qué he de hacer?-.



Lady Tessa observaba el exterior, la cubierta del barco, desde el ojo de buey del camarote donde la habían encerrado.
Apenas llevaba un par de días con estos dos hombres, Raudo el pícaro y Darrell el hechicero, y fue suficiente para darse cuenta de que eran personajes con recursos. En ese tiempo, además de raptarla, habían conseguido eludir la guardia de su padre y de su prometido y todo eso mientras conseguían robar un barco.
A través de la pequeña obertura veía como el hechicero, concentrado, hacía alardes de su gran poder manejando el barco él solo y lo hacía navegar por las aguas del gran río del imperio.
Mientras lo observaba pensaba la reveladora historia que unos días atrás había contado el hechicero, palabras, que por supuesto no creía, pero sus intentos de escapar de sus captores habían siempre fracasado.
El ruido de la cerradura al abrirse la sacó de su ensimismamiento. Rápidamente se puso a un lado de la puerta.

-Lady Tessa prepárese a degustar un auténtico manjar- Raudo entraba en la sala despreocupadamente con una bandeja en las manos. La princesa aprovechó este momento para intentar huir pero no contaba con que Raudo era más rápido de lo que parecía. Con un diestro movimiento le puso el pié delante para que la cautiva tropezara.

Tras dejar la bandeja en la mesa, el pícaro se giró y con la mejor de sus sonrisas le ofreció la mano.

-Permíteme que le ayude a levantarse. Le hemos dicho que por su propia seguridad debe quedarse con nosotros.- De mala gana, Tessa aceptó su ayuda. – ¡Yo estaba muy segura en mi
palacio hasta que ustedes dos vinieron!.- A pesar de la ira de la chica Raudo mantenía la tranquilidad,-Comprendo su postura, pero debe creer lo que le decimos y, por favor, debe comer. Si le pasara algo no quiero pensar lo que Awender nos haría.- Tessa estaba enfadada pero también muy hambrienta así que aceptó comer lo que Raudo le había traído.

El pícaro la observaba mientras Tessa se tomaba rápidamente la sopa. Tenía unos ojos preciosos, no le extrañaba que esas gemas azules hubieran encandilado a uno de los hombres más poderosos del Imperio.
La chica se percató que la observaba y volvió a recuperar la compostura, tomando la sopa de manera mucho más delicada.
-¿A dónde vamos?- preguntó, después de limpiarse delicadamente los labios.
Raudo sonrió, - no lo sabemos. Lo único que conseguimos averiguar es que Awender partió en un barco unas horas antes que nosotros rio abajo. Espero que nuestro amigo sea capaz de seguir la pista de tu padre.–

De pronto unos finos hilos de niebla empezaron a entrar en el camarote. Raudo extrañado salió al exterior. La nada rodeaba al barco, apenas veía a Darrell que unos metros adelante seguía sentado y concentrado. Maldijo ya que él poco podía hacer, solo  rezar al dios embaucador para que el poder del hechicero le permitiese navegar incluso en estas adversas condiciones.



Tae miraba a su amigo y no podía creer lo que veía. –¿Si.. rina?, ¡por todos los monstruos de la mar de las tempestades!,  ¿cómo es posible?, ¡qué has hecho con mi amigo!-. El cuerpo de Awender lo miraba con asco, como si fuera insignificante, el pirata se sentía muy pequeño. – AHHh, pAReCE qUE, aL FiN y aL cabo, No eREs sOlO MUScuLOs.-. ¿Dónde demonios me llevas?-Tae alargaba la conversación mientras intentaba librarse de sus ataduras.-Espero que no le hayas hecho daños a los demás, si no, ¡juro que te echaré a la fosa de los mil océanos!-

Entonces, alguien entró en la bodega. Tae no lo conocía. Un especie de sacerdote, túnica esmeralda, de piel tostada y ojos pintados. Iba acompañado de dos guardias con sus máscaras puestas. Cuando llegó a la altura de Sirina hincó la rodilla.

-Mi señora, ya hemos llegado-

Sirina, se giró, -ExCELentE. Coged aL PriSIOnero-.

Cuando le subieron a la cubierta Tae no podía ver lo que creía. Una tenue niebla rodeaba el barco. Apenas podía ver a 10 metros de distancia. El barco avanzaba, meciéndose lentamente por las tranquilas aguas del río. A ambos lados se levantaban grandes estatuas tanto de antiguos como de nuevos dioses del mar. Tae reconoció a Davos, Lana, Abson, Shiro, Sirina... Todo el entorno era como fantasmal. De lejos el viento traía gritos hasta los oídos de Tae. Alrededor suyo los hombres de Sirina temblaban de miedo. No había duda, estaban en la zona de penumbra, un plano intermedio entre el mortal y el de los dioses, pero, en teoría, pensaba Tae, era solo una leyenda.
El barco se paró en un embarcadero.

Sirina miró a Tae. – AHoRa SoLO quEDA esPERar qUE llEQuEn Tus AMigOS-

[continuará]