Tras volar durante semanas hacia al sur, dejando atrás el crudo
invierno, al fin llego a una pequeña aldea costera donde, como cada año,
decido pasar unos días. Como siempre, justo esta noche, no es una noche
cualquiera. A pesar de las horas que ya son, la aldea hierve de vida.
Después de un gran festín con el que las mujeres han agasajado a los
valientes hombres que han vuelto de su larga y fructífera lucha contra
el mar, toca el turno de los bailes y juegos.
Desde mi privilegiada posición en lo alto de un árbol puedo ver como los
hombres dan buena cuenta de los ricos asados y la buena cerveza que les
tenían reservada. Posteriormente y tras retirar la gran mesa colocada
al aire libre para la ocasión, los más doctos con los instrumentos
comienzan a tocar los acordes que se extenderán hasta la madrugada.
Pero mi aguda vista se percata de unas sombras, de unos niños que con el
paso de los años han ido creciendo poco a poco. Se alejan, sin ser
vistos, de la zona de celebración dirigiéndose hacia el bosque. Sin que
se percaten de mi presencia y a buena altura los sigo. Aún recuerdo, en
mi primer peregrinaje cuando los vi por primera vez. Claude, el hijo del
herrero, Roxane, la hija del jefe del pueblo y Lauren, hijo del maestro
pescador. Tres buenos amigos desde pequeños, desde que los vi por
primera vez.
Seguí a esas pequeñas criaturas por el bosque. Normalmente a esas horas
ya deberían estar durmiendo, pero esta noche era diferente y como una
tradición, una vez más, se escapan para visitar al viejo cuervo. Me hace
gracia siempre que pienso en ello que un humano pueda recibir tal
nombre.
- ¡Señor, ya estamos aquí!, Claude se adelanto y llamó a la puerta.
La puerta estaba abierta y entraron. El viejo cuervo, como siempre, les
tenía preparado tres buenos vasos de leche de cabra caliente y les
esperaba acomodado ya en su viejo sillón. Yo observaba la escena desde
un tragaluz de la pequeña casa de madera.
Roxane se adelantó a todos, cogió, el vaso de leche y se sentó a los
pies del anciano. – Ya estamos aquí, ¿qué historia nos vas a contar esta
noche?- dijo sonriente. Ambos amigos la siguieron y se sentaron junto a
ella.
- ¿Qué
historia queréis escuchar?- la voz cascada del ermitaño retumbaba en la
pequeña choza casi desprovista de toda clase de enseres.
Lauren, que se había bebido de un trago toda la leche contestó, -¡la del
pirata de pata de palo de helado!-. Los amigos, con un fuerte siiiii,
mostraron su acuerdo con esa decisión.
- Está
bien, está bien. Erase una vez el peor pirata que haya conocido estas
tierras y sus mares colindantes. De tez tostada por el sol, casaca y
jubón carmesí, cinto con espada cubierta de rubíes, y en lugar de
pierna izquierda, su elemento más distinguible un pequeño y fino palo de
helado…-
- ¡Nooooooo! – Roxane, interrumpió la historia. -¡Cuéntanos como perdió su pierna!-.
El viejo cuervo, sonrió, - está bien, entonces os contaré la historia
de cómo el más terrible pirata que hemos conocido perdió su pierna y la
sustituyó por un palo de helado-.
[Continuará]