viernes, 29 de julio de 2011

Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan - Tercera Parte

Johnatan Finnegan muerde mecánicamente la empanada de verduras mientras intenta buscar parecidos entre esa especie de lolita con curvas y su mujer. Las dos mujeres hablan animadamente mientras él las mira en silencio entre bocado y bocado. Por mucho que lo intenta no ve similitudes. Es imposible que sean familia – piensa, cómo si eso hiciera que no poder dejar de imaginarla desnuda en mil posturas sobre su cama fuera menos malo.

Johnatan Finnegan escucha su nombre en mitad de la conversación, pero prefiere ignorarlo y seguir con el dialogo de su cabeza, es más interesante. Has sido muy mala – le dice a una Mia con dos coletitas y un peto vaquero sin nada debajo – Ven aquí, tu títo va a darte tu merecido. Pero justo cuando ella se acerca a recibir unos azotes en el culo, un codazo hace volver a Johnatan a la realidad en forma de empanada de verduras y le corta la erección. Johnatan, he dicho que no te importa acercar a mi sobrina a la ciudad esta tarde, a hacer unas compras ¿verdad?. La mujer de Johnatan no alcanza a comprender lo feliz que acaba de hacer a su marido.

Johnatan Finnegan no deja de silbar mientras se prepara para ir a la ciudad. Johnatan solo silba cuando está borracho, conduciendo o va de caza, cuando se siente feliz. Se limpia la grasa de debajo de las uñas, cómo hace todos los domingos y le echa colonia en el peine, cómo ha visto en las películas, tratando de cubrir no sólo con pelo su incipiente calva. Su mujer, que no nunca le ha oído silbar, le saca del armario una camisa a cuadros que él huele por las sobaqueras antes de ponérsela

Johnatan Finnegan arranca su vieja dodge ram tras un par de intentos. Tengo que mirarle el carburador se dice a sí mismo mientras se despide de su mujer con un inexpresivo gesto de mano. Echa una larga mirada al asiento de la derecha, dónde está sentado ese cervatillo llamado Mia, hasta que ésta le devuelve la mirada y entonces pisa el acelerador a fondo, como hacen los hombres.

Johnatan Finnegan no sabe como empezar la conversación, pero sí sabe que no está dispuesto a recorrer las 80 millas de polvorienta carretera que hay hasta la ciudad, con ella, en silencio. Le ha encendido ya tres cigarros y le ha pasado la petaca con whisky en un par de ocasiones, pero no ha ido más allá de un par de gracias y algún que otro monosílabo. Intenta no mirar muy descaradamente a pasajera, pero no puede. Es imposible para él no quedarse embobado ante la imagen de la chica con una ajustada camiseta de tirantes blanca sacando su roja cabellera por la ventanilla de la camioneta con total desparpajo.

Johnatan Finnegan ha intentado empezar una conversación hasta tres veces. No lo ha conseguido y eso le cabrea. Ni el country, ni los coches, ni siquiera el fútbol americano parecen ser suficientes para una chica tan sofisticada como ella. En su cabeza las conversaciones eran mucho más fáciles y fluidas y no acababan precisamente con un incómodo silencio. Tendría que haberlo supuesto, ¿En qué estaría pensando? Para un chochito de su categoría él solo es un viejo palurdo con camioneta, además de ser su tío. Así que Johnatan Finnegan comienza de nuevo a fantasear con que una Mia mucho más interesante, una que le dice con mirada picarona que ha sido mala y que debería llevarla a la parte de atrás de la camioneta para recibir el castigo que se merece.

Johnatan Finnegan cambia de postura constantemente tras el volante. No es sólo por el calor, el pantalón, marcadamente abultado por sus fantasías, le comprime la entrepierna y eso no ayuda. Por primera vez en casi 50 millas, Mia se gira para mirarle de arriba a abajo. Johnatan se estremece al ver cómo se tensan los músculos de su cuello. Se lo que estás pensando – dice Mia en voz baja – Salta a la vista – continúa tras una descarada mirada a su pantalón. Mia se lleva el cigarrillo a la boca y le da una larga calada – Para, tengo que mear

Johnatan Finnegan frena la camioneta en seco. No hay nada en varias millas a la redonda, solo polvo, sol y algún matojo reseco, pero si ella quiere mear allí mismo, no iba a ser él el que se lo impida. Él no puede evitar imaginar como Mia se baja las bragas detrás del arbusto junto al que han parado. La visión le acelera el pulso. Odia estar así, odia perder el control. Un cazador siempre debe estar tranquilo y él no lo está. No sabe qué le ha querido decir con esa frase la maldita zorra esa, ni qué es lo que se supone que debería hacer.

Johnatan Finnegan no sabe cuanto tarda una chica en mear, pero desde luego ya lleva mucho tiempo. Johnatan se baja de la camioneta y comienza a rodear el arbusto tras recolocarse el pantalón. Está nervioso, temblando. Ni siquiera él puede decir cuales son sus intenciones, ni qué es lo que va buscando. Una parte de él le dice que vuelva a la camioneta y espere, la otra gana. Mia ¿Estás ahí? - logra decir antes de tener el cañón del revolver de Mia, un estupendo .44 special de Smith & Willson, entre ceja y ceja.

lunes, 18 de julio de 2011

Un Día en la Vida de Johnatan Finnegan - Segunda Parte

Johnatan Finnegan fuma Marlboro, bebe bourbon solo con hielo y todas las mañanas necesita un café doble para empezar su rutinaria y espantosamente vulgar jornada. Hoy está solo, sus compañeros todavía no han llegado. La tormenta lo despertó cuando aún no había amanecido y en vista de que no era capaz de volver a conciliar el sueño, decidió levantarse, vestirse y conducir bajo la lluvia hasta la cafetería donde a esas horas apenas acababan de colocar el cartel de “Open”.

Johnatan Finnegan agradece, por primera vez en su vida, haberse despertado antes de tiempo, y ello no se debe a que aquella mañana su café sea el primero en salir de la cafetera, ni sus huevos con beicon los primeros en freírse en la sartén. Claire, la desaliñada aunque agradable camarera, acaba de atarse el delantal a la cintura cuando aquel torbellino de cabellos encendidos recién surgido de las aguas pide un whiskey solo mientras abre la mochila y saca un paquete de tabaco.

Johnatan Finnegan no puede dejar de mirar de forma descarada a su nueva y extrañamente sorprendente compañera de desayuno. Saca un mechero de su bolsillo izquierdo y se lo ofrece justo en el momento en el que ella se lleva el cigarrillo a la boca. No sin cierto sobresalto, la joven lo acepta con suspicacia, da una calada larga y se lo devuelve con un tímido “gracias”, prácticamente inaudible. Se fuma el cigarro ansiosamente, intercalándolo con breves sorbos a ese vaso ancho cargado de grados de alcohol. No parece una dieta muy saludable para alguien tan joven; no parece una dieta saludable para nadie, eso es capaz de reconocerlo hasta el propio Johnatan Finnegan, cuyos vicios son de sobra conocidos.

Johnatan Finnegan, a pesar de la evidente diferencia de edad, siente una irrefrenable atracción por el peligro que es capaz de leer en esas manos temblorosas y esos ojos perdidos entre nubes de maquillaje. Necesita hablar con ella, saberlo todo acerca de esta tentadora aparición, pero los nervios, la inseguridad y el colapso mental le hacen dirigirse al aseo, donde se lava las manos, se moja ligeramente la nuca, y decide armarse de valor. Sale con la cabeza alta, el paso firme, y las frases preparadas en su cabeza cuando sus ojos se encuentran con una barra nuevamente vacía. Se gira hacia la puerta y ve como la joven se aleja apresuradamente bajo la lluvia. Impulsivamente sale detrás de ella, sin pensar en el desayuno que deja a medias y el abrigo que tiene colgado en el respaldo de la silla, justo en el momento en que Samuel y Tom aparecen ante sus narices, saludándolo, agarrándolo del brazo y prácticamente arrastrándolo al interior del bar mientras maldicen al hombre del tiempo y le preguntan qué hace allí tan temprano.

Johnatan Finnegan, aturdido, confuso y lleno de rabia no tiene más remedio que tragarse sus ganas de salir corriendo tras la chica mientras termina sus huevos fritos en compañía de sus colegas. El día trascurre como cualquier otro, lleno de aceite y monotonía, aunque su cabeza se encuentra bailando entre mechones de cabello rojizo y ojos de gacela asustada. A ratos se imagina compartiendo una salvaje aventura con aquella jovencísima hermosura; otras veces, pocas, vuelve a la realidad y piensa que no ha sido más que una cría atractiva, pero al fin y al cabo una cría, que se ha cruzado en su vida durante apenas 10 minutos. Y entre pensamientos, fantasías y reflexiones varias se pasa la mañana de trabajo.

Johnatan Finnegan regresa a casa a mediodía. Su mujer tendrá la mesa puesta y la comida lista. Es martes, seguramente haya guiso de carne o empanada de verduras, la imaginación culinaria de su señora esposa nunca fue uno de sus dones, si es que se puede decir que tiene alguno. Aparca su furgoneta, saca las llaves del bolsillo y mientras abre la puerta anuncia su llegada con un descolorido “cariño, ya estoy en ca…”. Johnattan Finnegan no puede creer lo que están viendo sus ojos; “¿seguiré soñando despierto?”, se pregunta cuando su mujer comienza con las presentaciones: “Hola John, esta es Mia, la hija de mi hermana Sarah, la de Arizona. Ha tenido… Humm… Digamos que ciertas diferencias con su madre. Va a quedarse un par de días, no sé, hasta que lo arreglen, supongo.”

[continuará]