[Viene de El Peor Trabajo del Mundo. Segunda Parte]
Rubens no dejaba de mirar de reojo a John. Mientras su familia estaba acabando ya de cenar, él apenas había tocado su plato. Y es que el constante tamborileo de los dedos de John sobre la hoja de la guadaña le estaba sacando de quicio. No podía dejar de girar la cabeza a la silla donde se encontraba sentado John con mirada furibunda.
Desde que volvió del hospital Rubens estaba muy raro. Rebeca y el pequeño Jeremy se estaban acostumbrando poco a poco a sus nuevas rarezas, a sus charlas con el vacío, a su miedo a dormirse, a sus largas miradas al vacío, a quedarse a solas... Por muchas pruebas que los médicos le hacían, no conseguían encontrar la razón del extraño comportamiento, simplemente les decían que tuvieran paciencia, que había sufrido un fuerte shock y que poco a poco recobraría su comportamiento habitual.
John por su parte estaba aburrido. Aburrido de esperar a que Rubens muriera de una vez, cosa que llevaba esperando demasiados días. Sentado en una esquina del comedor de los Goodwin miraba distraídamente cómo Mr Whisker, el gato de la familia, se rozaba una y otra vez contra sus blanquecinas piernas. Su situación no podía ser peor. Rubens y el gato eran las únicas personas ahora mismo sobre la faz de la tierra que podían verle. Uno hacía como si no lo viera y el otro le hacía más caso del que le gustaría. Deja de mirarme y de seguirme – le decía cada dos por tres John a Mr Whisker. Enfrascado en sus pensamientos, sus dedos volvieron a aporrear la guadaña sin darse cuenta.
- ¿Puedes dejar de hacer eso de una vez? – Rubens estaba fuera de sus casillas – Estoy intentando cenar
Rebeca pegó un tremendo bote con el repentino grito de su marido. Si esto continuara así mucho tiempo iba a volverse loca
- Vale, vale, ya paro… lo siento… - Contestó John con un hilillo de voz - Pero es que me aburro terriblemente. Por cierto, ¿Has pensado ya en […]?
- No. Una y mil veces no. ¡No! – le cortó Rubens – No pienso morirme, no me da la gana… Deja ya de una vez de preguntármelo
- Rubens por favor, entiéndelo – John se levantó de la silla y Mr Whisker le siguió jugando con los flecos de su túnica – Es como debe ser… ¿Crees que para mí es divertido? ¿Qué disfruto con esto?
- Pues yo te diría que sí…
Rebeca no aguantaba más. Cogió a Jeremy, que aprovechaba la situación para seguir comiendo del intacto plato de su padre, y se fue al salón – Cuando te apetezca hablar con alguien de verdad, estaré en el salón – dijo desesperada
- Disculpa a mi mujer, John – Rubens tenía ahora un tono reconciliador en su voz – Compréndelo, lo está pasando muy mal con todo esto
- Ya me imagino, está siendo duro para todos – respondió John - En mi vida había hecho tantas horas extras y encima tengo un montón de trabajo atrasado por todo esto. Fíjate, son ya las 10:30, hace casi dos horas que acababa mi turno. Y aquí estoy viendo como cenas en vez de estar viendo Dr Who. Y así será hasta que no te mueras… Llevamos ya una semana así Rubens… Si ya normalmente no tengo tiempo para hacer nada ya ni te cuento estos días…
- Que pretendes ahora ¿Darme pena? – Las últimas palabras de John no habían sentado muy bien a Rubens – He estado muerto y he recuperado mi vida. No pienso volver a morirme ahora. Tengo una lista interminable con todo lo que quiero hacer, mírala. Además deja de quejarte, tu trabajo no es tan malo. Sólo tienes que recoger a muertos y llevarlos al otro mundo. Peor es el mío, atendiendo siempre a usuarios chillones y quejicas…
- ¡Ah claro! Y tu ¿Qué crees que eres? – Ironizó John – Eres el mayor quejica que he conocido en mi vida… Tengo que llamar por teléfono a gente sentadito en mi oficina… Que terrible es mi vida
Lo cierto es que la imitación que había hecho John de Rubens era bastante mala. Tanto en vez de sentarle mal y encolerizarle lo que provocó fue una contestación que provocaría algo inesperado
- Si crees que mi trabajo es tan bueno, te lo cambio. Lo digo en serio John, no puede haber nada peor, tengo el peor trabajo del mundo. Te lo cambio.
[Continuará]
viernes, 20 de agosto de 2010
sábado, 14 de agosto de 2010
El peor trabajo del mundo. Segunda parte.
Rubens se encontraba saliendo de su trabajo, como un día normal cualquiera. Trabajar como teleoperador no era precisamente el trabajo de su vida. Escuchar cómo le colgaban el teléfono ciento de veces, le insultaban, y todo por una mísera paga, no era su sueño, pero tenía que hacerlo. Rubens tenía una mujer y un hijo que cuidar, sin duda las personas más importantes en su vida, y por la que se había sacrificado hasta el punto de dar toda sus esperanzas y sus ilusiones a la creación de esa familia.
Rubens entro a comprar un cartón de leche y una barra de pan en el supermercado, y cuando salió, cambio su vida. Un coche que se había saltado un ceda el paso le arrollo, la bolsa de la compra salió por un lado, y Rubens por el otro. La multitud se agolpaba queriendo ver que sucedía. El conductor salió corriendo del coche para atender a Rubens. Un transeúnte llamaba desde un móvil a una ambulancia. Todo era caos y desconcierto.
Cuando Rubens despertó, se encontraba en la habitación de un hospital. Un medico estaba observando sorprendido como abría los ojos. Al salir de la habitación, Rubens pudo oír como el médico le decía a la enfermera que era imposible que abriera los ojos, que estaba a punto de desconectarle, porque había tenido un paro cardiaco, y no había dado signos de reacción alguna tras tratar de reanimarlo.
Rubens se sentía aterrorizado, pero a su vez aliviado. No sabía cuánto tiempo había pasado desde el accidente, pero su familia no estaba en la habitación. Entonces fue cuando se percato de algo que realmente le aterrorizo. Un hombre con una túnica y una guadaña, se encontraba sentado en uno de los sillones de la habitación.
-¿Que clase de broma es esta?. ¡Doctor!
El doctor fue rápidamente a su encuentro, Rubens le explico lo que había visto, pero para el Doctor, no había nadie en la silla. Para Rubens, ese hombre continuaba en la silla, y al parecer bostezando de aburrimiento. El Doctor lo achaco a un shock, post traumático, y le dijo que se tranquilizara, Rubens no hacía caso, para él estaba claro que esa figura permanecía sentada en el sillón, hasta que se levanto y hablo.
-No pueden verme-
A lo que Rubens respondió- ¿Porque?
El médico miraba hacia el sillón donde no había nadie que el supiera, y decidió marcharse de la habitación, pediría a la enfermera un calmante y se lo inyectarían. La extraña figura se coloco junto a Rubens, mientras hablaba.
- ¿A ti que te parece?
Rubens no sabía cómo decirlo.-Eres, la, muerte.
- Bueno, en realidad uno de los muchos trabajadores, pero si, suelen llamarnos así.
- Pero yo estoy vivo, ¿Que quieres?
- Ese es el problema, cuando nos asignan un cliente, es porque va a morir, nunca hay fallos, nunca hay equivocaciones. Pero mira por donde, estoy esperando en mi oficina y el cliente Rubens Goodwin, no aparece.
- ¿Y no pueden haberse equivocado?
- No. Nunca lo hacen. Pero eso no es lo peor de todo.
- ¿entonces?
En ese momento, llegaba el doctor, junto a su mujer Rebeca y su hijo Jeremy. Rubens se sintió aliviado al ver de nuevo a su familia. El doctor parecía traer algo en su mano derecha, por un momento, Rubens se olvido de quien estaba ahí junto a él, y solo tenía ojos para sentirse feliz, por la familia que tenia. John tuvo que tirar de su brazo levemente para que Rubens se girara. Y entonces le hablo.
-Tengo que pedirte un favor.
Rubens estaba sorprendido -¿Cual?
John le contesto de manera imperiosa- Por el bien del equilibrio entre la vida y la muerte. Debes morirte.
Rubens no daba crédito a lo que había escuchado, pero si escucho algo lejano, como de fondo, mientras pensaba en lo que acababa de decirle John.
- Hola papa, ¿Como te encuentras?
viernes, 6 de agosto de 2010
El Peor Trabajo del Mundo. Primera Parte
Las siete de la mañana. Hacía ya 5 minutos que John estaba despierto, retrasando lo inevitable. Sabía que tenía que levantarse, apenas tenía una hora antes de empezar a trabajar. Él trabajaba en el turno de día, igual que su padre e igual que su abuelo antes que él. Por lo que John sabía, desde siempre su familia se había dedicado a ello.
Pero él no quería, estaba cansado. Prácticamente dedicaba toda su vida a trabajar y cuando no lo hacía, solo podía descansar. No tenía tiempo libre. Le gustaba pintar, siempre le había gustado. El mar, adoraba pintar el mar, la gama de azules y verdes... pero no podía permitírselo, por culpa de esta tradición familiar que él no entendía. Y claro, si no tenía tiempo para sus hobbies, menos para salir con chicas... era una vida horrible.
Mientras pensaba en ello, se preparaba su tazón diario de cereales y como cada día se lo tomaba mirando la pequeña pecera que tenía en el salón. Pero su mirada no alcanzaba a los peces, se reflejaba en las paredes transparente de la pecera y se observaba a si mismo, blanquecino y demacrado.
-Lo que daría por un buen bronceado- pensaba.
Las siete y media. Dejó el tazón en el fregadero y se dirigió de nuevo al dormitorio. Allí tenía su túnica negra, perfectamente planchada y colgada. Había pertenecido a su padre y antes de él a su abuelo, al igual que la guadaña que reposaba sobre un estantería que presidía el salón.
Mientras terminaba de vestirse pensaba en el día que su padre le dijo a lo que se dedicaría el resto de su vida.
- Es un trabajo tan ingrato como necesario hijo y algún día te sentirás orgulloso de realizarlo - recordaba e imitaba la voz profunda y gruñona de su padre.
Se acercaba la hora de comenzar su turno. Se dirigió al salón y cogió la guadaña. Pronto empezarían los saltos, uno tras otros. En cada salto debería acompañar a un alma en su último viaje. No le gustaba el proceso, era desagradable. Le daba nauseas. Ya en el primero, echaba el desayuno y se pasaba el resto del día con arcadas y dolor de cabeza.
Solo quedaban unos minutos. Mientras se colocaba en posición, pensaba en quien sería su primer cliente. ¿un joven que conducía borracho?, ¿un abuelo con muchos años ya encima?, ¿un recién nacido con muy mala suerte?.
-Este es el peor momento de todos.- pensaba en voz alta.
Miró el reloj de la pared, 10 segundos. Siempre, el primer salto era instantáneo. Era empezar el turno y ver a su primer "cliente".
5 segundos,
4,
3,
2,
John cerró los ojos... 1 ....
y entonces no paso nada...
[continuará]
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