miércoles, 18 de mayo de 2011

HOGAR, DULCE HOGAR - Parte 1


- Es un piso estupendo, ya lo veréis. Los dueños lo reformaron hace apenas un par de años, pusieron vitrocerámica, acuchillaron el suelo, renovaron el baño… La verdad es que lo dejaron maravilloso. Una faena que ahora se tengan que ir, cosas del trabajo, os podéis imaginar… Un día estás tan contento con tu vida y de repente te destinan a diez mil kilómetros de distancia, y no hay más que hablar. No están las cosas como para andarse con remilgos. Y allí que se fueron, casi de la noche a la mañana. Y ella embarazada, ¡fíjate! Ahora lejos de su familia, sus amigos… Pero bueno, a vosotros lo que os interesa es el piso, ¿no? ¡Pues el piso es una delicia! De lo más cuco y apañado. Tiene un tamaño ideal, ya lo veréis, perfecto para una pareja joven como vosotros. Y con las prisas lo han dejado a un precio irrisorio. ¡Y completamente amueblado! Estoy segura de que os va a encantar. Eso sí, os advierto que tengo ya varios interesados y estoy segura de que no tardarán en quitármelo de las manos, así que os recomiendo que no os demoréis mucho en la decisión. Un chollo así no se encuentra todos los días. Venid, es por aquí. A ver donde tengo las llaves… Mmm… ¡Ah! Aquí están. ¡Os va a encantar, ya veréis!

La frenética mujer introdujo la llave en la cerradura, giró dos veces y empujó. La puerta se abrió con un suave chirrido. Entraron al recibidor, una pequeña estancia apenas decorada con una alfombra marrón a rayas y un espejo de pared.

- Uy, no recordaba yo este espejo aquí. Lo cierto es que sois los primeros en visitar el piso, y sólo estuve aquí una vez, hace una semana, justo antes de que los dueños se fuesen. Con las prisas lo mismo ni me fijé, pero es raro, porque siempre me fijo en todo, soy muy observadora. No importa, pasemos al salón, seguidme.

Abrió la puerta semiacristalada que daba a la estancia principal. La joven pareja entró tras la vendedora. Una luz cegadora entraba desde el ventanal que había justo en frente; tardaron unos segundos en acostumbrar la vista a aquella claridad, y cuando al fin consiguieron quitarse la neblina de los ojos, lo que se introdujo en sus retinas no se asemejaba a nada que hubiese podido siquiera imaginar ninguno de los tres.

Aquel salón era amplio, sí, tal y como la veterana comercial recordaba, y tal como había descrito a los posibles futuros compradores. El sofá estaba en su sitio, pegado a la pared y frente al mueble de la televisión. La pequeña mesa auxiliar, las dos estanterías vacías, hasta los tres pequeños cuadros que adornaban la blanca pared frontal. Los muebles y su disposición no habían variado un ápice, pero lo que dejó a los recién llegados atónitos, boquiabiertos y totalmente petrificados fue la presencia de aquellos dos individuos que, sentados en el sofá, les miraban fijamente. Una pareja de unos cincuenta y pico años, canosos los dos, ella delgada y esbelta, él algo más entrado en carnes, con un poblado bigote bajo el cual colgaba una pipa, delicadamente sostenida por unos finos labios. No parecieron inmutarse demasiado ante la llegada del trío invasor, aunque sí lo observaban con gesto hosco.

- ¿Qué hacen ustedes aquí? -Acertó a decir finalmente la trabajadora de la inmobiliaria, con más miedo que autoridad-.

El hombre pronunció sosegadamente unas palabras totalmente ininteligibles para ellos, parecía el idioma de algún país de Europa del este, pero no podían identificarlo. Estaba claro que aquellos no eran los dueños del piso, lo que no lo estaba ni por asomo era cómo habían entrado, qué hacían allí…

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