Lo miras y lo único que ves es al prototipo de hijo de perra sin escrúpulos que nos ha llevado al filo del colapso económico. Cameron Wells. Veintisiete años. Lo bastante mayor como para ser socio de uno de las consultoras financieras más influyentes a este lado del continente americano, Hallyfax and Brothers. Lo bastante joven como para no haber vivido en su piel ninguna guerra, ninguna tragedia. Criado entre algodones desde la cuna, yendo a los mejores colegios. Capitán del equipo de lacrosse en la Universidad. Ojos azules, complexión atlética – cortesía del remo y las sesiones de Pilates – y una sonrisa encantadoramente embaucadora.
Pero por debajo de todo ese disfraz de aparente prosperidad, Cameron Wells tiene un secreto. No es la clase de secreto que se oculta en unos libros de cuentas falseados. No es su orientación sexual ni tiene un sótano lleno de cadáveres. No. Su secreto es, en cierta medida, más complejo que todo eso.
Comenzó hará un año, más o menos. Por aquel entonces, la crisis no había hecho más que empezar y había negocio en el aire. Phill, el ejecutivo de ventas que había sido como un mentor para Cameron, reunió a todos los chicos del departamento y les dio “la charla”: durante un par de semanas iban a dormir poco y a ganar mucho. La promesa fue cierta, pero Cameron estuvo cerca de tres días sin dormir.
Fue tras aquel maratón cuando comenzó a soñar con La Granja.
No se trataba de ningún lugar conocido por Cameron. No era el lugar donde hubiera pasado los veranos, ni donde un abuelo de raíces pueblerinas le hubiese enseñado a pescar. Cameron se había criado en un cosmopolita barrio residencial de Chicago: su contacto con la naturaleza se reducía a alguna visita al zoo cuando era niño y los documentales de Nacional Geographic.
Sin embargo, aquel lugar parecía real. Era un sueño, por supuesto… pero había algo más. Cuando despertaba, Cameron aun era capaz de sentir el olor de los pinos, el tacto de la resina de sus troncos, la brisa del viento del atardecer. Y la calma, y el silencio. La primera vez que soñó, Cameron pensó que había sido secuestrado: vagó por las distintas dependencias de la Granja, tratando de encontrar a quien quiera que lo hubiese sedado y llevado hasta allí. No había teléfono, ni vehículo alguno. Curiosamente tampoco había acceso alguno por el que salir: el bosque rodeaba la solitaria propiedad, dejando prácticamente ninguna opción a escapar de allí que no fuera campo a través.
Aquella primera vez, Cameron despertó en cuanto intentó atravesar el bosque. Durante toda aquella primera mañana, pudo retener las sensaciones de aquel lugar pero no tardó en olvidarse de todo. Sin embargo, la noche siguiente volvió a soñar con La Granja. Y la siguiente. Y la siguiente.
Pronto, Cameron fue comprendiendo lo que era todo aquello. Era un refugio. Durante el día pasaba las horas tratando con gente que no le importaban una mierda, hablando con personas cuyo único valor para él residía en su potencial como inversores. En aquel lugar, natural, aislado, ajeno… podía sentirse libre.
Creo que eso va a cambiar esta noche. Después de hoy, su refugio no volverá a ser igual. Nada lo será. Hemos estado vigilando a Cameron desde que descubrimos su refugio y, pese a que no es la clase de persona a quien solemos reclutar, son tiempos difíciles. La Tragedia está cada día – cada minuto – más próxima a nosotros. Y no podemos descartar a ningún soñador… por muy cretino que nos parezca.
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