viernes, 27 de enero de 2012

Los Saqueadores de Sueños - Segunda Parte



A Cameron no se le había pasado por la cabeza que pudiera existir un lugar así. Su vida era un camino de rosas. No le faltaba el dinero, las mujeres le adoraban y su popularidad iba en aumento. Que más daría que ninguna de esas cosas le importase? Lo tenía todo. Y aun así no podía evitar sentirse parte de una broma macabra.

Así que Cameron hizo lo que la mayoría habrían hecho en su situación: empezó a trabajar menos, a beber más y a hablar más de la cuenta. Por suerte para él, sus momentos de placer en la granja se prolongaban más y más. Ya se había acostumbrado a soñar. Amaba esa sensación por encima de todas las cosas. Si se despertaba antes de tiempo se pasaba el día cabreado y gritando. Lo que más le molestaba era que los sobresaltos se repitirieran en el mismo momento: al intentar atravesar el bosque.

Algunas veces conseguía adentrarse en la maleza, pero el ímpetu y la carrerilla que tomaba para dicha acción hacían que tropezara y se chocara con algún árbol, piedra o cualquier otro elemento del bosque. Camero podía sentir tanto el dolor como las heridas cuando se despertaba por las mañanas. Llego a obsesionarse y a acercarse al borde lo menos posible. La cabaña se convirtió en su santuario Se sentaba frente al fuego de la chimenea, haciendo planes… El mismo fuego que seguía sintiendo cada día al despertarse, con ese olor a madera quemada que se repetía cuando volvía a dormirse. “Quizás sea fuego lo que necesita ese condenado bosque”, pensó. Casualidad o no, en el corazón del Amazonas comenzó a brotar el peor incendio de los últimos tiempos.

¿Y a quien le importaba un vulgar incendio cuando hay trabajo por hacer? Los sueños se terminan y no puedes hacer nada. El dinero, el poder, hay cabrones que lo saben conservar muy bien. Cabrones como Phil Perry, el mentor de Cameron, que disfrutaba de esa conviccion día tras día. Todo el mundo que ha trabajado alguna vez para Phil sabe de su pasión por el trabajo y también de su temperamental carácter. Hoy ni siquiera se molestaba en disimularlo.

- Cuanto imbécil suelto! – Gritaba a todo el que se cruzaba en su camino – ¿Es que nadie en todo el departamento va a explicarme donde cojones está Cameron? Y ni se os ocurra malgastar saliva para escupirme excusas de mierda.

- Señor, ¿no ha escuchado las noticias? Hay una humareda enorme. La ciudad está colapsada. Los que quedamos en el edificio hemos pasado la noche aquí. Apenas está llegando gente esta mañana.

- Me importa una mierda. Nuestros clientes de Japón están rompiendo relaciones sin dar una maldita explicación y ¡¡necesito a mis hombres aquí!! ¡¡¡A todos!!! Esto me huele a traición. Como algún gilipollas se haya ido de la lengua se va a arrepentir de haber nacido. Así que ya estáis moviendo el culo.

Rojo de rabia Phil salió como una bala de la habitación tras dar un sonoro portazo. Una vez en la soledad de su despacho abrió su caja fuerte. Dentro había documentos, pasaportes, una pistola, unos chips y divisas como para comprarse una isla. La consternación hizo que cerrara los ojos y se hundiera en sus pensamientos. Se hizo la oscuridad. Y también la luz.

La puerta de la Granja se abrió. Cameron no recordaba haberse quedado dormido ni haber entrado en la cabaña. Si lo que buscaba era placer, hacia algo de frio y el ambiente estaba enrarecido. Si lo que buscaba era soledad, se llevó una gran decepción. Un hombre alto, corpulento y sonriente estaba de pie frente a la chimenea con un vaso de vino en la mano. Se encontraba de espaldas a él. Dio un pequeño sorbo de manera magnánima y sin soltar la copa dijo voz alta:

- Un vino delicioso. Muy a la altura de este lugar.

Cameron no pudo fingir su asombro al ver al hombre sin rostro. Era una sombra sobre otra, con dos finas líneas brillantes en sus ojos. Las formas de la cara quedaban ocultas tras esa fachada de oscuridad y misterio. Vestía de forma muy elegante, pero lo que más llamaba la atención era esa sonrisa suya tan embaucadora. No se explicaba de dónde había sacado el vino ni la copa.

- ¿Quieres que te cuente un secreto? – Dijo la sombra sin dejar de sonreír- Era la misma sonrisa que le había llevado al éxito, solo que esta vez la usaba contra él. Se había quedado tan aturdido que no se había dado cuenta del puntero rojo que le apuntaba directamente al corazón.

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