Marcos estaba medio adormilado cuando escucho aquella voz con una dulzura indescriptible.
- Eh Marcos, despierta. Estás bien? Venga tenemos que salir de aquí. Marcos intentaba abrir los ojos y ponerse en pie. No había comido en varias horas y el dolor de cabeza se le había acentuado.
- De… de verdad….? Nos vamos de aquí…? – La salud se le iba con cada palabra.
- PUES CLARO QUE NO!!!!! ja ja ja ja!!! – el grito fue demoledor, seguido de un flash cegador. – Tus amigos no están colaborando Marcos… Esta última frase le dolía muchísimo más que el frio, el dolor de cabeza y sentirse el muñeco de un carcelero psicópata. Cada vez le costaba más levantar la cabeza para hablar.
- Ellos ven… - su voz era temblorosa y muy suave.
- Si no hablas más alto no podre oír lo que dices, Marcos… - “Un juego. Todo esto para él no es más que un maldito juego.”
- Ellos vendrán maldito loco!!! – Pensar en sus amigos y el enemigo al que se enfrentaban le habían dado el brío y la furia de antaño.
Se hizo un silencio tan incomodo que hasta empezó a dudar de lo que acababa de decir. “Por qué le estaba haciendo esto?” Fue volviendo lentamente a la esquina de la habitación con un profundo vacio interior. La voz volvió a pronunciarse en un tono casi paternal.
- Todo esto me duele Marcos. Pero es lo justo. –
Marcos rebuscaba en sus recuerdos intentando encontrar algo que decir. Había recuperado la memoria por completo.- “Justicia dice?” - Aquel día casi se ahoga y fue el principio del fin de su infancia. - “De qué mierda de justicia hablaba? Ese sitio es un asco.“ - Introdujo la mano en el bolsillo impulsivamente, como buscando el móvil y poder pedir ayuda. Pero era inútil, las veces que lo intentó no sirvieron de nada. El silencio por fin se rompió.
- Dime una cosa Marcos. Cómo crees que van a superar las pruebas que les he puesto con una embarazada en el grupo?
- Qué??? Quién está embarazada???
- Tic-tac-tic-tac-tic-tac. ja ja ja ja!!!
Paula miró a Luis y luego al resto de amigos presentes.
- A mí esto me da mucho miedo – Luis asentía mientras observaba su sándwich aun sin estrenar. El viaje a San Gonzalo había despertado viejos recuerdos, todos ligados a viejas aventuras: El lago y su misteriosa agua caliente, aquel juguetero que intentó robar el pueblo, el hermano gemelo del alcalde, el jardín de aquel flautista amigo de las ratas o aquella en la que pilló a Gregorio y María besándose. Miraba los dos panes como si todos esos recuerdos estuvieran allí metidos y estuviera meditando si hincarles el diente o no.
- A mí también – dijo Gregorio – Esto es muy serio. Pero creo que... -
- Como vamos a entrar sin un mapa? Y si tardamos mucho? y si le pasa algo a Marcos? - María hablaba a un tono muy alto y sus ojos estaban muy abiertos.
- Ya tenemos la pista que necesitabamos no? Aunque mira, si te vas a poner asi podriamos llevarnos una ouija - dijo Paula impaciente
- Y de donde vamos a sacar una ouija? - El terror se habia convertido en nerviosismo.
- Aquella que usabamos tiene que estar en una en las cajas. Si la encontramos... –
- No te acuerdas la de cosas que había aquí? - dijo María recriminando con cierto enfado. Era evidente que no se veían mucho – Tiene que haber un montón de cajas.
- 24 cajas y 7 bolsas de basura, para ser exactos. – Dijo Gregorio acostumbrado a que todo quede muy claro. - Pero que... -
- Tampoco son tantas – Interrumpio Paula – en los conciertos siempre estais metiendo y sacando cosas de cajas no? -
- Pero lo que buscamos no es un piano querida hermanita, sino un tablero asi de fino. Además, dejaríamos todo hecho un desastre. Creo que sería mejor llamar a la policía, o a un detective privado. Ay Gregorio!! esto no me gusta nada... -
- Oye que a mí no me importa volver a empaquetar, de verdad. Pero calmaos un segundo, yo creo que... -
- Eso no será necesario… - Dijo Luis mientras se ponía en pie. Ya no quedaba ni rastro del sándwich. Miró a Paula durante unos segundos y se dirigieron a la puerta. – Seguidme hasta la Iglesia. Quiero comprobar algo – Su tono era aún dubitativo, pero por fin alguien tomaba de verdad la iniciativa. Gregorio tendio la mano a Maria y a pesar de las protestas consiguio que esta se pusiese en pie y caminase lo mas rapido posible.
En pocos minutos se encontraban frente a la Iglesia. Era como la recordaban pero mucho más deteriorada. El negro campanario no había sido reparado y habían sellado el pozo. La vegetación había crecido y se estaba apoderando de los muros de la Iglesia y de toda la valla perimetral, en la que se apoyaba un cartel que dictaba “Próximamente: El barrio alto de San Gonzalo. Arquitectos: Leopoldo Cruz & Marcos Martin”. A Gregorio se le empañaron las gafas, María y Luis se quedaron boquiabiertos y Paula se dejó caer en la puerta buscando un punto de apoyo. La reja cedió y crujió al abrirse.
“Ñññññññññññññiek….”
Varios gatos huyeron hacia los arboles. Una vez arriba se quedaron observando a los recién llegados con sus ojos brillantes. Luis se adelantó e hizo un gesto hacia la parte trasera, donde estaba el cementerio. Era un sitio realmente feo. Había mucho desorden y las tumbas que quedaban en pie eran de mala calidad.
- Veréis. – ahora sí que le temblaba la voz.- En la clínica tratamos a mucha gente pobre. En el fondo no son malas personas. Si tú les ayudas ellos te tratan bien y te cuentan cosas. Cosas que hacen, aunque a ti te parezcan que están mal. Sabíais que muchos de ellos entierran a sus muertos en sus casas porque no tienen dinero para pagar el cementerio? Entonces, no sé, se me ocurre que si, como dice Gregorio, lo que buscamos es la entrada de los mártires, pues habrá que buscar una fosa o algo…
- Eso es colega – Gregorio estaba tan asombrado como emocionado – Una fosa. Un sitio marcado con piedras, un árbol o un…
- O un montón de huesos… - todos se giraron donde estaba María – Es aquí chicos.
Así concluye la primera parte de Las Aventuras de los Goonboys – La última aventura. Muy pronto podrás leerla al completo.
miércoles, 16 de mayo de 2012
jueves, 10 de mayo de 2012
Las Aventuras de los Goonboys - La Última Aventura - Tercera Parte
- Paula,
Luís, cuánto tiempo... Gracias por venir - Dijo Gregorio lentamente, sin saber
muy bien por dónde empezar.
Paula y Luís, recién llegados de la ciudad y con más recelo que simpatía, se miraban de forma cómplice. Llevaban casados cinco años, aunque sus vidas habían estado entrelazadas desde antes de lo que su memoria podía alcanzar, por lo que eran capaces de reconocer los pensamientos del otro con apenas una fugaz mirada.
- Mucho tiempo, sí - repuso Paula con tono impaciente. - ¿Qué pasa Gregorio? ¿A qué viene esta premura? Teníamos pensado pasar el fin de semana en casa de los padres de Luís, pero nos llamó María al borde de los nervios, sin explicarnos nada pero rogándonos venir a toda prisa. Hemos tenido que dejar a la niña con los abuelos. ¿Qué es eso tan urgente que necesita nuestra presencia inmediata?
- Lo sé, lo siento, pero parece que es algo realmente grave - Continuó María, mientras sacaba la foto del bolso y se la mostraba a su hermana y su cuñado. - Se trata de Marcos. Esta mañana encontré esta fotografía en la puerta de casa. Como podéis ver, aparece la fecha, es de hoy mismo. No sabía quien la podía haber dejado ahí, ni con qué motivo, hasta que se la enseñé a Gregor.
Paula y Luís, casi más molestos que extrañados, miraban atentamente la foto sin decir palabra, esperando que alguien les explicase el por qué de esa inoportuna broma.
- Sí, es Marcos, y la cosa pinta muy mal. Tenemos que volver a la iglesia de San Judas.
Luís y Paula no necesitaron más detalles para saber exactamente a lo que se refería. Había pasado mucho tiempo, pero se acordaban perfectamente de aquel día en que su ansia de aventuras había llegado al límite, costándoles un susto de muerte, y en cierto modo, su férrea amistad. Todo empezó como siempre: un libro destartalado, la polvorienta buhardilla, cinco amigos y un nuevo misterio. Era leyenda popular, aunque poco extendida, que en la iglesia de San Judas se oían extraños cánticos nocturnos. No eran habituales, pero cuando alguien los oía siempre era en noche de luna nueva. Algunos se burlaban de esa vieja historia de fantasmas, pero los que realmente habían oído los cánticos, apenas querían hablar del tema. Gregorio había leído acerca de la leyenda y de la supuesta procedencia de esos extraños cánticos ocultos, y había compartido la historia con sus amigos. Como siempre, decidieron comprobar la veracidad del asunto por su cuenta y riesgo, pero algo se torció, y no sólo no consiguieron encontrar el pasadizo a las catacumbas, sino que Marcos casi... No querían ni acordarse. Todo sucedió demasiado rápido. Escucharon un sonido tenue pero melódico. De repente el campanario comenzó a arder y se asustaron tanto que Marcos resbaló. Era un simple pozo vacío, pero comenzó a salir agua del suelo. Si no llega a ser por la rapidez con que María corrió a buscar ayuda...
Paula y Luís, recién llegados de la ciudad y con más recelo que simpatía, se miraban de forma cómplice. Llevaban casados cinco años, aunque sus vidas habían estado entrelazadas desde antes de lo que su memoria podía alcanzar, por lo que eran capaces de reconocer los pensamientos del otro con apenas una fugaz mirada.
- Mucho tiempo, sí - repuso Paula con tono impaciente. - ¿Qué pasa Gregorio? ¿A qué viene esta premura? Teníamos pensado pasar el fin de semana en casa de los padres de Luís, pero nos llamó María al borde de los nervios, sin explicarnos nada pero rogándonos venir a toda prisa. Hemos tenido que dejar a la niña con los abuelos. ¿Qué es eso tan urgente que necesita nuestra presencia inmediata?
- Lo sé, lo siento, pero parece que es algo realmente grave - Continuó María, mientras sacaba la foto del bolso y se la mostraba a su hermana y su cuñado. - Se trata de Marcos. Esta mañana encontré esta fotografía en la puerta de casa. Como podéis ver, aparece la fecha, es de hoy mismo. No sabía quien la podía haber dejado ahí, ni con qué motivo, hasta que se la enseñé a Gregor.
Paula y Luís, casi más molestos que extrañados, miraban atentamente la foto sin decir palabra, esperando que alguien les explicase el por qué de esa inoportuna broma.
- Sí, es Marcos, y la cosa pinta muy mal. Tenemos que volver a la iglesia de San Judas.
Luís y Paula no necesitaron más detalles para saber exactamente a lo que se refería. Había pasado mucho tiempo, pero se acordaban perfectamente de aquel día en que su ansia de aventuras había llegado al límite, costándoles un susto de muerte, y en cierto modo, su férrea amistad. Todo empezó como siempre: un libro destartalado, la polvorienta buhardilla, cinco amigos y un nuevo misterio. Era leyenda popular, aunque poco extendida, que en la iglesia de San Judas se oían extraños cánticos nocturnos. No eran habituales, pero cuando alguien los oía siempre era en noche de luna nueva. Algunos se burlaban de esa vieja historia de fantasmas, pero los que realmente habían oído los cánticos, apenas querían hablar del tema. Gregorio había leído acerca de la leyenda y de la supuesta procedencia de esos extraños cánticos ocultos, y había compartido la historia con sus amigos. Como siempre, decidieron comprobar la veracidad del asunto por su cuenta y riesgo, pero algo se torció, y no sólo no consiguieron encontrar el pasadizo a las catacumbas, sino que Marcos casi... No querían ni acordarse. Todo sucedió demasiado rápido. Escucharon un sonido tenue pero melódico. De repente el campanario comenzó a arder y se asustaron tanto que Marcos resbaló. Era un simple pozo vacío, pero comenzó a salir agua del suelo. Si no llega a ser por la rapidez con que María corrió a buscar ayuda...
- Pero, ¿qué
tiene que ver esta foto con la iglesia? - Preguntó Luís, sin saber muy
bien como encajar las piezas.
- ¿No
lo entiendes? - Se impacientó Gregorio. - Lo dice claramente: "Acabad lo
que dejasteis a la mitad, esta vez sin ayuda, y le encontraréis." Han
vuelto a por nosotros, saben que aquel día descubrimos su lugar sagrado y
quieren que regresemos...
- Pero, ¿Por
qué? ¿Para qué? ¿Dónde está Marcos? - Luís había crecido, desde luego, ya
no era aquel niño gordinflón que no paraba de hablar, pero parecía estar
reviviendo sus miedos más remotos. - ¿Y a qué se refiere con eso de
"esta vez sin ayuda"?
- La
ouija... - Paula rebuscó en su memoria e hizo uso de su
intuición. - Fue la ouija la que nos dio la pista clave para encontrar el lugar
exacto donde debía estar la entrada. Pero algo falló. Esta noche hay luna
nueva. Debemos volver a buscarla.
- ¿Y si
volvemos a fallar? ¿Y si no encontramos el pasadizo? ¿Qué pasará con Marcos? -
El terror se reflejaba en los ojos de María.
- Esta vez
no fallaremos - dijo Gregorio de repente, levantando la vista del ajado tomo
que sostenía entre sus manos. - Nuestra ignorancia infantil hizo que
confundiésemos el detalle más importante: No era Judas Iscariote el que
dio nombre a la iglesia, sino Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles y
desesperadas - Las investigaciones realizadas por su ex-mujer en el campo
religioso parecían tener por fin una verdadera utilidad. - Estábamos buscando
en el lugar equivocado. El campanario ardió antes de que pudiésemos encontrar
la verdadera entrada, la de los mártires, no la de los traidores. Si hay algún
modo de encontrar a marcos, la respuesta tiene que estar allí…
Caminaba de
un lado a otro de la habitación, con la desesperación corriendo por sus venas y
el agua cubriéndole las espinillas. La voz había desaparecido, pero el líquido
seguía manando, despacio, sin tregua. Debían haber pasado dos horas, quizá
tres. Tras comprender que aquello no era una broma de mal gusto sino algo mucho
más turbio, y después de sufrir un frenético pero efímero ataque de ansiedad, decidió
hacer acopio de tranquilidad y analizar la situación:
La foto, sus
viejos amigos del pueblo, el nivel del agua subiendo… Aquello le trajo el
intenso recuerdo de un verano en San Gonzalo en el que Gregorio, como de
costumbre, había conseguido despegarlos de su maravillosa poltrona veraniega
para introducirlos en una nueva y enigmática aventura que, en esta ocasión, no
fue muy afortunada. Se trataba de unas voces que provenían de la iglesia.
Recordaba algo de una antigua secta o un grupo de monjes satánicos, o algo
semejante; una leyenda sacada de uno de los viejos libros de la buhardilla. Parecía
emocionante, pero se convirtió en una pesadilla. La noche se posaba sobre sus
cabezas y no encontraban la entrada al pasadizo, pasaron horas discutiendo. Ya
se daban por vencidos y emprendían camino de vuelta a casa cuando escucharon
las voces. Provenían de la iglesia, a sus espaldas. Pararon en seco, y a pesar
del miedo que corría por sus venas, decidieron volver y seguir las voces. Cada
vez más cerca, tenía que ser allí, ¿dónde estaba la entrada? De repente había gritado, sin querer, pero lo
había hecho… Las voces cesaron al tiempo que sus amigos le miraban entre
asombrados y acusadores. ¿Los habían descubierto? No pudieron saberlo, el
campanario comenzó a arder y salieron corriendo. El pozo, no lo vio y cayó
dentro… Nunca en la vida había sentido tanto terror… Hasta ahora.
Se trataba
de la continuación de aquella aventura inacabada, estaba seguro, pero de nada
le servía la certeza de lo inevitable. Estaba atrapado, sin salida.
“¿Vendrán a buscarme? Y si no lo hacen, o no
lo consiguen…”
Etiquetas:
Goonboys,
La Última Aventura,
tercera parte
viernes, 4 de mayo de 2012
Las Aventuras de los Goonboys - La Última Aventura - Segunda Parte
Gregorio Astarloa nunca antes había visto la habitación tan blanca, tan limpia y lo que más le entristecía, tan vacía en sus cuarenta años de vida. Había pasado sus vacaciones en San Gonzalo, como en los viejos tiempos. Pero en vez de viviendo increíbles aventuras junto a sus amigos como cuando era crío, lo había hecho sólo. Embalando, organizando y deshaciéndose de los mil cachivaches que poblaban la casa de sus abuelos.
Abajo estaban todas las cajas con los recuerdos y las cosas que quería conservar. Al día siguiente, a primera hora, un camión de mudanzas las llevaría a la capital y allí las amontonaría tal cual en el trastero de su casa, en esas asépticas cajas de cartón, de dónde posiblemente nunca jamás más volvieran a salir.
No quería pasar la noche en la vieja casa, le desconsolaba la idea de pensar que sería su última noche allí, era demasiado para él. Pero antes de ir al hotel había sentido la necesidad de subir a echar un último vistazo a la buhardilla, dónde tantas horas, tantos recuerdos y tantas aventuras había vivido.
Gregorio miró por el pequeño ventanuco de la buhardilla un instante, aunque sin realmente mirar. Su cabeza no dejaba de dar vueltas. ¡Maldita sea! – Sus ojos comenzaron a volverse vidriosos - ¡¿Qué había sido de ese chico intrépido, valiente, soñador que lograba meter siempre a sus amigos en los más extraños entuertos y aventuras?! Es más ¿Dónde quedaron sus amigos? ¿Cuándo desaparecieron de su vida sin darse apenas cuenta? ¿Dónde quedó la magia, la alegría, la fantasía?... ¿Cuándo perdió todo lo que le importaba para convertirse en lo que hoy era?
Recolocó sus gafas con cuidado, aunque ya no podía ver a través de ellas por las lágrimas que afloraban en sus ojos. Contable. Eso era él. Un triste contable gris de la capital que ganaba lo justo para sobrevivir. Divorciado, sin saber aún porqué, medio calvo ya, y que comía en casa de sus padres, se decía a sí mismo, para estar con ellos un rato. Así era su vida ahora. Lo más emocionante de la semana era tomar una cerveza con su compañero de trabajo en un bar de mala muerte intendo disimular y no parecer muy desesperado de cara a las desesperadas solteronas del local… ¡Joder!
Vender la casa era lo lógico. Tras la muerte de sus abuelos, no tenía mucho sentido conservarla. Pero una cosa era la lógica y otra eran los sentimientos. Los de la inmobiliaria le habían dicho que tenía que vaciarla si quería venderla… pero ahora con toda la casa vacía se sentía como si le arrebataran una parte de sí mismo, una parte de su historia, de su vida… Es cierto, hacía años que no venía al pueblo y sus amigos, esos a los que tanto echaba de menos, esos a los que tantas veces había querido llamar y nunca había hecho, esos que seguramente no se acordarían a estas alturas ya de él, esos a los que tenía tantas ganas de abrazar de contarles que había tenido un mal sueño, que había soñado que se convertía en alguien gris, en alguien sin sueños, en… en un contable… sus amigos habían desaparecido hacía décadas.
El molesto timbre de la puerta sacó a Gregorio de su ensimismamiento. Debía ser el de la mudanza, o vete a saber quién. Tras secarse las lágrimas y carraspear un par de veces, Gregorio colocó nuevamente sus gafas y comenzó a bajar torpemente las escaleras de la buhardilla. Cuando por fin abrió la puerta, delante se encontró una mujer con un rubio teñido nada sutil, con mirada seria y cara de preocupación. No obstante era suficientemente atractiva y familiar cómo para perturbarle.
- Buenas tardes – dijo trabándose y colocándose nerviosamente las gafas - ¿Qué desea?
- No me reconoces, ¿Verdad? No me extraña – Dijo la extraña con una triste sonrisa - Gregor… soy María… ¿Puedo pasar?
Algo se estremeció en el interior de Gregorio cuando tras un instante eterno, reconoció por fin en esa mujer de tristes ojos a la pequemaza de María. De pié en el salón, rodeados de cajas repletas de tesoros de otro tiempo, el silencio fue el único protagonista de la escena mientras los dos amigos se miraban de arriba a abajo una y otra vez para acostumbrarse al nuevo aspecto que el tiempo les había dado. Por fin María rompió el silencio
- Sé que esto es raro, Gregorio, ni siquiera sé que hago aquí – María titubeaba – Ayer pasé por tu calle y vi luz dentro, estuve a punto de llamar, pero no me atreví y hoy… hoy no sabía... no sabía a quién acudir […]
- Me alegra tanto verte, María – Impulsivamente Gregorio la interrumpió abrazándola tan fuerte como quién se aferra a un clavo ardiendo – tanto, tanto, tanto
- Yo… - María se separó delicadamente de los brazos de Gregorio - No sé si es una broma o qué… alguien acaba de dejar esto en mi casa y…
María le enseñó una foto. En ella salía un hombre trajeado dentro de una habitación, blanca, hermética, claustrofóbica. Su cara pálida y blanquecina reflejaba el terror que sentía, quizás por el agua que comenzaba a encharcar la habitación.
Instintivamente Gregorio dio la vuelta a la foto, había algo escrito por detrás.
- ¿No me digas que no sabes quién es? – Era la primera frase – Es vuestro amigo, Marco, algo crecidito, pero con sus mismos miedos... Acabad lo que dejasteis a la mitad, esta vez sin ayuda, y le encontraréis. Eso sí, daos prisa o el agua no sólo le cubrirá los tobillos.
¿Ya está? ¿Eso era todo? Gregorio no entendía nada. ¿Qué quieres que haga con esto? estuvo a punto de preguntar a María hasta que se fijó en su mirada. Y esa mirada cambió todo. Hacía años que nadie le miraba así, confío en ti, decían esos ojos, Gregor, eres el único que puede solucionar esto, es lo que haces siempre, salvar a los Goonboys.
Como si un viejo resorte por fin se hubiera desatascado en su cabeza, Gregorio comenzó a pensar a toda velocidad.
- Tenemos que volver a juntarnos todos, tenemos que rescatarle – De un golpe Gregorio volvía a recuperar su entusiasmo - María, avisa a tu hermana Paula y a Luis
- Pero – María parecía dudar - Viven en la ciudad
- Tu convénceles de que vengan, en menos de una hora pueden estar aquí – Le apremiaba él - ¡Tenemos que acabarlo!
- Acabar ¿El qué? – María no sabía de los que le hablaba Gregorio
- Nuestra última aventura – dijo al fin Gregorio - ¿No te acuerdas María? Fue la última vez que nos juntamos todos, salió todo mal.
Entonces María lo recordó. Fue el último verano que pasaron todos juntos. No parecía una aventura más peligrosa que la de la cueva de las brujas o la del Conde de Peña Alta… pero las cosas se pusieron feas, Marco resbaló y cayó a un pozo. Intentaron sacarle pero no pudieron. El agua del pozo comenzó a subir lentamente y a punto estuvo de morir ahogado si no hubiera llegado la policía y los bomberos a tiempo. Después de eso, las ganas de nuevas aventuras desaparecieron. Fue la última aventura de los Goonboys y aunque ese verano se siguieron viendo, quizás por el incidente, quizás porque se hacían inexorablemente mayores, el grupo fue separandose poco a poco.
- Nos vemos dentro de una hora junto al lago - Coge linternas y cuerdas, yo mientras rebuscaré información en estas cajas, en los viejos libros de mi abuelo… y prepararé unos sándwiches, como en los viejos tiempos.
- Allí estaré – Dijo María antes de darle a Gregorio un furtivo beso en la boca y salir corriendo hacia su casa como casi treinta años atrás.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)