viernes, 4 de mayo de 2012

Las Aventuras de los Goonboys - La Última Aventura - Segunda Parte


Gregorio Astarloa nunca antes había visto la habitación tan blanca, tan limpia y lo que más le entristecía, tan vacía en sus cuarenta años de vida. Había pasado sus vacaciones en San Gonzalo, como en los viejos tiempos. Pero en vez de viviendo increíbles aventuras junto a sus amigos como cuando era crío, lo había hecho sólo. Embalando, organizando y deshaciéndose de los mil cachivaches que poblaban la casa de sus abuelos.

Abajo estaban todas las cajas con los recuerdos y las cosas que quería conservar. Al día siguiente, a primera hora, un camión de mudanzas las llevaría a la capital y allí las amontonaría tal cual en el trastero de su casa, en esas asépticas cajas de cartón, de dónde posiblemente nunca jamás más volvieran a salir. 

No quería pasar la noche en la vieja casa, le desconsolaba la idea de pensar que sería su última noche allí, era demasiado para él. Pero antes de ir al hotel había sentido la necesidad de subir a echar un último vistazo a la buhardilla, dónde tantas horas, tantos recuerdos y tantas aventuras había vivido.

Gregorio miró por el pequeño ventanuco de la buhardilla un instante, aunque sin  realmente mirar. Su cabeza no dejaba de dar vueltas. ¡Maldita sea! – Sus ojos comenzaron a volverse vidriosos - ¡¿Qué había sido de ese chico intrépido, valiente, soñador que lograba meter siempre a sus amigos en los más extraños entuertos y aventuras?! Es más ¿Dónde quedaron sus amigos? ¿Cuándo desaparecieron de su vida sin darse apenas cuenta? ¿Dónde quedó la magia, la alegría, la fantasía?... ¿Cuándo perdió todo lo que le importaba para convertirse en lo que hoy era?

Recolocó sus gafas con cuidado, aunque ya no podía ver a través de ellas por las lágrimas que afloraban en sus ojos. Contable. Eso era él. Un triste contable gris de la capital que ganaba lo justo para sobrevivir. Divorciado, sin saber aún porqué, medio calvo ya, y que comía en casa de sus padres, se decía a sí mismo, para estar con ellos un rato. Así era su vida ahora. Lo más emocionante de la semana era tomar una cerveza con su compañero de trabajo en un bar de mala muerte intendo disimular y no parecer muy desesperado de cara a las desesperadas solteronas del local… ¡Joder!

Vender la casa era lo lógico. Tras la muerte de sus abuelos, no tenía mucho sentido conservarla. Pero una cosa era la lógica y otra eran los sentimientos. Los de la inmobiliaria le habían dicho que tenía que vaciarla si quería venderla… pero ahora con toda la casa vacía se sentía como si le arrebataran una parte de sí mismo, una parte de su historia, de su vida… Es cierto, hacía años que no venía al pueblo y sus amigos, esos a los que tanto echaba de menos, esos a los que tantas veces había querido llamar y nunca había hecho, esos que seguramente no se acordarían a estas alturas ya de él, esos a los que tenía tantas ganas de abrazar de contarles que había tenido un mal sueño, que había soñado que se convertía en alguien gris, en alguien sin sueños, en… en un contable… sus amigos habían desaparecido hacía décadas.

El molesto timbre de la puerta sacó a Gregorio de su ensimismamiento. Debía ser el de la mudanza, o vete a saber quién. Tras secarse las lágrimas y carraspear un par de veces, Gregorio colocó nuevamente sus gafas y comenzó a bajar torpemente las escaleras de la buhardilla. Cuando por fin abrió la puerta, delante se encontró una mujer con un rubio teñido nada sutil, con mirada seria y cara de preocupación. No obstante era suficientemente atractiva y familiar cómo para perturbarle.

- Buenas tardes – dijo trabándose y colocándose nerviosamente las gafas - ¿Qué desea?

- No me reconoces, ¿Verdad? No me extraña – Dijo la extraña con una triste sonrisa - Gregor… soy María… ¿Puedo pasar?

Algo se estremeció en el interior de Gregorio cuando tras un instante eterno, reconoció por fin en esa mujer de tristes ojos a la pequemaza de María. De pié en el salón, rodeados de cajas repletas de tesoros de otro tiempo, el silencio fue el único protagonista de la escena mientras los dos amigos se miraban de arriba a abajo una y otra vez para acostumbrarse al nuevo aspecto que el tiempo les había dado. Por fin María rompió el silencio

- Sé que esto es raro, Gregorio, ni siquiera sé que hago aquí – María titubeaba – Ayer pasé por tu calle y vi luz dentro, estuve a punto de llamar, pero no me atreví y hoy… hoy no sabía... no sabía a quién acudir […]

- Me alegra tanto verte, María – Impulsivamente Gregorio la interrumpió abrazándola tan fuerte como quién se aferra a un clavo ardiendo – tanto, tanto, tanto

- Yo… - María se separó delicadamente de los brazos de Gregorio - No sé si es una broma o qué… alguien acaba de dejar esto en mi casa y… 

María le enseñó una foto. En ella salía un hombre trajeado dentro de una habitación, blanca, hermética, claustrofóbica. Su cara pálida y blanquecina reflejaba el terror que sentía, quizás por el agua que comenzaba a encharcar la habitación.

Instintivamente Gregorio dio la vuelta a la foto, había algo escrito por detrás. 

- ¿No me digas que no sabes quién es? – Era la primera frase – Es vuestro amigo, Marco, algo crecidito, pero con sus mismos miedos... Acabad lo que dejasteis a la mitad, esta vez sin ayuda, y le encontraréis. Eso sí, daos prisa o el agua no sólo le cubrirá los tobillos.

¿Ya está? ¿Eso era todo? Gregorio no entendía nada. ¿Qué quieres que haga con esto? estuvo a punto de preguntar a María hasta que se fijó en su mirada. Y esa mirada cambió todo. Hacía años que nadie le miraba así, confío en ti, decían esos ojos, Gregor, eres el único que puede solucionar esto, es lo que haces siempre, salvar a los Goonboys.

Como si un viejo resorte por fin se hubiera desatascado en su cabeza, Gregorio comenzó a pensar a toda velocidad. 

- Tenemos que volver a juntarnos todos, tenemos que rescatarle – De un golpe Gregorio volvía a recuperar su entusiasmo - María, avisa a tu hermana Paula y a Luis

- Pero – María parecía dudar - Viven en la ciudad

- Tu convénceles de que vengan, en menos de una hora pueden estar aquí – Le apremiaba él - ¡Tenemos que acabarlo!

- Acabar ¿El qué? – María no sabía de los que le hablaba Gregorio

- Nuestra última aventura – dijo al fin Gregorio - ¿No te acuerdas María? Fue la última vez que nos juntamos todos, salió todo mal.

Entonces María lo recordó. Fue el último verano que pasaron todos juntos. No parecía una aventura más peligrosa que la de la cueva de las brujas o la del Conde de Peña Alta… pero las cosas se pusieron feas, Marco resbaló y cayó a un pozo. Intentaron sacarle pero no pudieron. El agua del pozo comenzó a subir lentamente y a punto estuvo de morir ahogado si no hubiera llegado la policía y los bomberos a tiempo. Después de eso, las ganas de nuevas aventuras desaparecieron. Fue la última aventura de los Goonboys y aunque ese verano se siguieron viendo, quizás por el incidente, quizás porque se hacían inexorablemente mayores, el grupo fue separandose poco a poco.

- Nos vemos dentro de una hora junto al lago -  Coge linternas y cuerdas, yo mientras rebuscaré información en estas cajas, en los viejos libros de mi abuelo… y prepararé unos sándwiches, como en los viejos tiempos.

- Allí estaré – Dijo María antes de darle a Gregorio un furtivo beso en la boca y salir corriendo hacia su casa como casi treinta años atrás.

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