- O un montón de huesos… - todos se giraron donde estaba María – Es aquí chicos.
María señalaba hacia un pequeño montículo sobre el que había crecido un viejo ciprés. Las raíces del árbol habían removido la tierra y los secretos que esta escondía. Partes de restos humanos salían al aire libre. Paula emitió un pequeño gemido y se escondió bajo los brazos de Luis que aguantó como si la visión de esos huesos no le desagradara en absoluto.
Gregorio se acercó a María que seguía con el brazo estirado señalando el montículo. Se percató de que estaba temblando. Delicadamente le bajó el brazo y se acercó al montículo. El ciprés tenía el tronco hueco. Había una abertura por la cual sólo podía pasar un niño. Con la linterna que llevaba iluminó toda la zona. Empezó rodeando el montículo para terminar en el tronco hueco del ciprés. Se percató que había algo escrito. Metió la cabeza para ver que ponía.
“Jesús convocó a sus discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”.
Luis contaba con los dedos mientras Gregorio leía en voz alta.
– Nunca he sabido mucho de religión pero hasta yo se que eran doce y solo has nombrado 11 -. Gregorio sacó la cabeza del árbol con una reluciente sonrisa. –¡Exacto, falta exactamente, Judas Tadeo!, ¿alguien tiene una navaja?-.
Todos se miraron. María se echó la mano al bolsillo trasero de sus vaqueros y sacó una pequeña navaja. Ninguno pudo evitar echarle una mirada de asombro. Gregorio cogió la navaja y a continuación de la cita grabó el nombre de Judas Tadeo sobre la madera.
No tardaron mucho en saber si habían dado una respuesta correcta al acertijo. De pronto la tierra comenzó a tragarse el montículo y los alrededores, con ellos incluidos.
-Creo que me he roto una costilla – se quejaba María mientras se incorporaba. -¿Hay alguien por ahí?-, gritó en la oscuridad. – Yo –, Gregorio encendió la linterna iluminando a María. Tenía una pequeña brecha en la cabeza y se le había roto una patilla de las gafas. – Estás precioso – coqueteó María.
Gregorio se sonrojó sin saber si María lo decía o no con ironía. Otra luz se encendió, era la linterna de Luis. Estaba ayudando a Paula a levantarse. Ayudados por las dos linternas pudieron examinar el lugar donde habían caído. Una pequeña sala excavada en la piedra y con una única salida.
-Otra cueva-, lo dijo Paula, pero todos lo habían pensado. Se miraron y durante unos segundos olvidaron los problemas de su vida, olvidaron que Marcos había sido secuestrado y todos se rieron porque habían vuelto, porque los goonboys estaban de nuevo reunidos y la aventura no había hecho más que empezar.
Luis encaminaba la marcha y Gregorio vigilaba la retaguardia. Las chicas en medio. No tardaron mucho en llegar hasta una puerta. Luis empujó la roca y una luz cegadora hizo que las linternas dejaran de tener sentido. Habían llegado a la habitación blanca pero estaba vacía, o casi vacía. En medio de la habitación había algo en el suelo. María se acercó y recogió la foto. Todos se reunieron en torno a ella. La foto mostraba una imagen de Marcos en la habitación y con el agua llegándole hasta las rodillas. Al igual que la foto anterior tenía algo escrito detrás. “Lugar correcto, momento equivocado”.
Habían vuelto a la buhardilla. Luis y Paula estaban en un rincón, Gregorio había colgado la foto por la cara del texto en la pared y no paraba de mirarla. María le observaba sentada en el suelo.
- ¿Qué hemos hecho mal?-. No paraba de preguntarse Gregorio, -esta vez lo hemos hecho solos, sin ayuda. ¿Momento equivocado?, ¿qué quieres decir?-.
Gregorio gritaba como si esperase que alguien le contestase. Estaba enfadado, desesperado, le pegó un puñetazo a la pared, justo sobre la foto. Luis dejó a Paula y se acerco a Gregorio, evitó que le diera un segundo puñetazo a la pared y le dio un abrazo.
– No es culpa tuya- le susurró al oído, -has hecho lo que has podido-. Por la mejilla de Gregorio se deslizaban varias lágrimas. – Grande…- le contestó.
Entonces Gregorio notó que Luis le soltaba y se dirigía a una de las cajas que no había podido bajar, cogió algo y se lo mostró. Aguantaba su antiguo Delorean con las dos manos. Sin decir palabra se miraron a los ojos y Gregorio en seguida entendió lo que su amigo pensaba y al unísono dijeron. – Vale, ¿pero como…?-.
Cuando contaron su descabellada idea a las chicas y cual pensaban que era el siguiente paso no podían imaginarse que sería María quien les daría la solución. Y sin embargo, allí estaban, en el antiguo cuarto de María con ella sosteniendo un pequeño cuadro lleno de polvo que había sacado de un baúl. En el cuadro salía Gregorio, vestido de etiqueta, con la mansión del conde de peña alta de fondo. Gregorio cogió el cuadro.
-¿Quién me haría este retrato?-, -no sé, ni si siquiera sé por qué lo cogí-, contestó María un poco avergonzada. Luis interrumpió, -¿creéis que seguirá manteniendo la mágia?- Gregorio levantó la vista del cuadro, -solo hay una manera de saberlo, ¿no?-
Con el cuadro apoyado sobre la mesa los primeros en adelantarse fueron María y Gregorio. Luis se acercó a ellos.
– ¿Creéis que esto es seguro?- preguntó Paula sin acercarse. -¿Y si viajamos al pasado y no podemos volver?, ¿y si cuando volvamos nuestra vida ya no es igual?-.
Paula miraba a Luis y más que una pregunta era un ruego. -¿Vamos a sacrificar lo que tenemos, lo que está por llegar?-. Paula se tocaba la barriga. Luis miró a Gregorio y a María y se acercó a Paula. Dulcemente la abrazó y le dio un beso. – Es Marcos, quien está en peligro y sabes que si tú estuvieras en su lugar sería el primero que pondría en peligro todo, incluso su vida, para rescatarte-. Paula se secó las lágrimas de los ojos y sonrió. – Gracias, por recordarme por qué te quiero tanto-, y le beso en los labios.
María, Paula, Luis y Gregorio se encontraban delante de la iglesia. Era como la recordaban. El campo santo estaba perfectamente cuidado, el pozo justo delante de la puerta principal y el campanario… el campanario en perfecto estado
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