viernes, 15 de junio de 2012

LAS AVENTURAS DE LOS GOONBOYS - La última aventura, 2ª parte. Capítulo Tercero


Todo estaba exactamente igual que aquella noche. La iglesia, el campanario, la misteriosa Luna nueva, la suave brisa de verano y el característico aroma a dulzón en el aire que se respiraba en San Gonzalo los días previos a las fiestas… hasta los tonos eran más intensos, más vividos, más reales, cómo sólo lo son en el pasado y en el recuerdo. 

Y si todo estaba exactamente igual era por la simple razón de que realmente se trataba de esa noche, la noche en la que tuvo lugar la última aventura de los Goonboys. Los cuatro amigos se encontraban en silencio, conscientes de dónde y cuándo estaban, disfrutando y a la vez sufriendo la nostalgia común hecha realidad. Un tremendo barullo les sobresaltó, sacándoles de sus pensamientos. Instintivamente los cuatro se escondieron tras unos setos recién podados.

- Venga ya Luis, ¿de verdad te da miedo esto? No son más que cuentos para asustar a viejas – Para total asombro de los cuatro amigos, los causantes de tanto alboroto eran ellos mismos tratando de forzar el candado de la verja. Eran ellos, pero en su mejor versión, en la de los años 80. Por supuesto el que hablaba tan seguro de sí mismo era Marcos, todos recordaban perfectamente la escena - ¿Qué pasa Luis? ¿Acaso ahora eres un gallina? ¿¡Eh, Luis McFly!?

- Cállate– Con un fuerte empujón un rollizo Luis comenzó un rifirrafe de los muchos que por aquel entonces se traía con Marcos

- ¡Pssss! – Gregor, enfadado por el escándalo que estaban armando, trataba de imponer silencio entre susurros– ¡Callad de una vez o nos descubrirán! ¡Siempre igual, con vosotros no se puede!

Los cuatro amigos detrás de los setos se miraron un instante y todos menos Gregorio, muy serio, llevaron sus manos a la boca para silenciar las carcajadas que comenzaban a surgir. Sabían lo que estaba a punto de pasar. La posterior caída de Marcos al pozo había borrado de sus mentes todo recuerdo bueno de esa noche, pero ahora lo volvían a vivir. En ese momento, justo después de mandar callar a todos con su habitual flema, un gato saltó de lo alto de la verja cayendo sobre la cabeza de Gregor, que histérico, comenzó a correr como un poseso y a gritar fuera de sí mientras el gato no dejaba de arañarle la cabeza. Los gritos de Gregor eran tales que deberían haber despertando a medio San Gonzalo.

- ¡Qué! – Gregorio era el único que no parecía divertido con lo que acababa de suceder – Me gustaría ver que hubiera pasado si el gato os hubiera caído en lo alto a alguno de vosotros

- No te enfades Gregorio... Y acéptalo – a Luis le encantaba chinchar – lo del gato tuvo y tiene muchísima gracia... Con esa cara tan seria mandando callar...

- Cierto Grande – contestó finalmente Gregorio sonriendo socarronamente – Grande... que bien te pusimos el apodo, ¡eh!

- Dejadlo ya – Era Paula la que intermediaba – Esos chavales de allí son más maduros que vosotros. Hemos venido aquí a por Marcos así que… - una idea le cruzó repentinamente la cabeza de Paula – Un momento ¿Porqué no tapamos el pozo? O mejor, ¡Les avisamos! Les decimos que no entren, que Marcos caerá a un pozo y qué […]

- No, Paula… No podemos hacer eso – Luis la interrumpió – Tu misma lo dijisite. No podemos intervenir, si le salvamos todo cambiará, nosotros, nuestra pequeña familia… tenemos que dejar que caiga, que todo suceda tal y como pasó. Y por supuesto, no podemos dejar que ellos nos vean… ya sabéis, por lo del continuo espacio-tiempo y todo eso…

Mientras detrás de la verja los cinco jóvenes amigos entre risas y chanzas, ajenos a todo lo que estaba a punto de suceder, volvían a reagruparse para abrir la puerta, los adultos comenzaban a acercarse al montículo sobre el que crecía el viejo ciprés. A medida que avanzaban escuchaban más nítidamente oscuros cantos que parecían provenir de todos lados. Un escalofrío les recorrió a todos de arriba abajo. 

María sacó de nuevo, con obvia sensación de deja-vu, la navaja de su bolsillo para comenzar a grabar el nombre que faltaba en el ciprés. Pero tras abrirla volvió a cerrarla y a guardarla. Si grababan el nombre en el árbol, éste se hundiría junto con ellos en la cueva y años después no lo encontrarían, no podrían bajar a las catacumbas y no sabrían que tenían que viajar en el tiempo… ¡demonios!, en Regreso al Futuro no parecía tan complicado. Tenía que haber otra manera de entrar y salir a las catacumbas, la que usaban los monjes.

Los cuatro comenzaron a inspeccionar los alrededores del montículo hasta que dieron con algo que les llamó la atención. Una lápida especialmente vieja y gastada, una lápida cuyo nombre les era familiar a todos por lo que habían leído sobre la iglesia de San Judas, la tumba de Ricardo Casasgrandes. La tapa estaba suelta. Acostumbrados a situaciones parecidas, la empujaron y descubrieron una pequeña trampilla debajo.

Al abrirla el sonido que salía de la catacumba les abrumó. El volumen de los cánticos era mucho mayor ahora, se trataba de una lenta letanía que erizaba la piel. Sabían lo qué tenían que hacer, dónde tenían que ir para rescatar a Marcos, pero en estos momentos era complicado por no decir imposible. Desde arriba podían ver como dentro de la pequeña oquedad escavada en la piedra había una veintena de monjes que no dejaban de entonar la letanía. Los hábitos que llevaban eran completamente negros e iban armados con un enorme cirio y lo que era peor, con dagas en el cinto.

- Vale, está claro – Dijo Luis – No podemos bajar por aquí, ¿Qué hacemos?

- Necesitamos una distracción - Contestó Paula - Algo que haga a los monjes alejarse para poder rescatar a Marcos

- Ya está ¡Lo tengo! – Gritó María, luego con un gesto pidió perdón y cerro con cuidado la trampilla para continuar casi gritando de la emoción - ¡La torre!

- ¿La torre? – Preguntó Paula mientras miraba al campanario - ¿Qué le pasa a la torre?

- ¡Claro! – A Gregorio se le acababa de iluminar la cara comprendiendo a dónde quería llegar María – Eres una genia María - No pudo contenerse y la besó con ternura - ¡El fuego de la torre!

- ¿El fuego de la torre? – Paula seguía sin comprender nada mientras miraba con extrañeza lo que acababa de ocurrir entre su hermana y Gregorio

- Así es como comienza – María acababa el razonamiento conjunto de Gregorio y suyo – Los nosotros del futuro, es decir, nosotros, fuimos los que provocamos el fuego como distracción para poder rescatar a Marcos ¡Es increible! ¡Acabamos de resolver el misterio del fuego del campanario después de tantísimos años! ¡Los Goonboys han vuelto!

- ¡Es cierto! ¡Eres genial Pequemaza! – Dijo Paula abrazando a su hermana por primera vez en varios años - Pero no, los Goonboys aún no han vuelto, no estamos todos. Falta uno, pero ya vamos a su rescate

Sin mediar palabra los cuatro amigos se encaminaron con cuidado hacia la torre del campanario. Mientras, a sus espaldas escuchaban retazos de conversaciones y risas de su pasado.

Desde detrás del seto, los cuatro veían como el fuego comenzaba a propagarse y a hacerse visible. Lo más doloroso cuando el campanario comenzó a arder no fue destrozar trescientos años de historia ni condenar a la iglesia de San Judas a la ruina. Lo más doloroso fue oir el terrible grito que anunciaba cómo Marcos, asustado por el fuego, caía en el pozo. El grito que, a la postre, significaría el fin de su amistad, el fin de una era, el fin de la inocencia.

Marcos casi moriría ahogado esa noche para salvar al Marcos que irremediablemente, de otra manera, iba a morir esa noche ahogado. Y ellos estaban ahí para hacer valido el involuntario sacrificio de su amigo.

Cómo si de hormiguero pisoteado se tratara, decenas de figuras negras surgían no sólo de las catacumbas, también de la iglesia, y corrían de aquí para allá, intentando infructuosamente a apagar a base de cubos de agua el incendio. Apenas cien metros más allá los jóvenes Goonboys intentaban sacar, de manera también infructuosa, a su amigo del pozo. Y en medio de todo, estaban ellos, esperando el momento oportuno para salir de su escondrijo. 

Aprovechando el total desconcierto corrieron hacia la trampilla y comenzaron a bajar por la pequeña escala que había allí. Era estrecha e incómoda, pero sin duda era mejor que dejarse caer unos cuantos metros al vacío como acababan de hacer casi treinta años después. Esta vez la estancia estaba vacía, todos los mojes se encontraban fuera.

Los cuatro estaban plantados delante de la especie de escotilla que, a modo de puerta, comunicaba con la habitación blanca. Sólo tenían que girar la rueda y la puerta se abriría, pero ninguno parecía atreverse a hacerlo.

- Un momento ¿Estamos seguros de lo que vamos a hacer? – Preguntó por fin Luis – El que tiene ahí dentro a Marcos sabe que estamos aquí, nos ha dado pistas para que lleguemos, de algún modo nos espera

- Sí, es cierto Luis – Contestó Gregorio - Pero no tenemos otra alternativa

Gregorio giró la rueda y la puerta se abrió.

[continuará]

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