viernes, 20 de septiembre de 2013

La Caja de Turing - Primera Parte

El capitán Daniel Santana miraba tumbado en su catre como el ventilador daba vueltas sin parar intentando refrescar la habitación que él llamaba hogar. Como siempre, después de cada misión no podía pegar ojo. Miraba a su alrededor. La calurosa habitación se componía apenas de un catre, un escritorio y un pequeño lavabo.
Cansado de dar vueltas en la cama, el en otra época llamado capitán del batallón segundo de las fuerzas especiales, decidía ir al gimnasio con la esperanza de que el esfuerzo físico le ayudara a descansar. Mientras corría en la cinta, Santana miraba en el espejo de la sala a ese latino de ahora treinta tacos y se maldecía de cómo “el procedimiento” le había hecho envejecer de manera tan notable. Cuando llegó a la base hacía 5 años tenía el pelo negro y apenas arrugas. Ahora, el pelo cano era escaso y las arrugas inundaban sus facciones.
Tras la ducha y un nuevo fracaso en el intento de descansar decidió acercarse a la sala de operaciones. El pasillo que conducía desde la zonas de barracones hasta la sala de control era estrecho, tenuemente iluminado y a estas horas de la noche tan silencioso como una tumba. Su entrada en la sala de control apenas inmutó a Mark y Henry, los dos analistas de guardia que observaban, taza de café en mano, las pantallas donde aparecían las constantes vitales de los tres agentes de campo que trabajaban en ese momento.
A través del gran ventanal de la sala de control, situada en una zona alta de la sala de operaciones, Daniel Santana observaba a Douglas Darko, Helene Fargo y Oscar de la Cruz. Tres buenos soldados, pensaba el capitán, que demostraron, al igual que él, ser lo suficientemente fuertes mentalmente para soportar la carga de este trabajo. El traje y el casco de inmersión les daban un aspecto futurista. Y encima de ellos, casi a la altura del ventanal,  “la caja de Turing” como la llamaban cariñosamente. Era un inmenso cubo de aspecto tan simple que nadie diría que era el sistema de vigilancia de comunicaciones más avanzado del mundo, obra del ingeniero Walter Louis Turing. Sobre el cubo dos grandes pantallas de plasma mostraban la información que los operadores obtenían en campo. A ojo de novato, solo aparecían códigos y números sin sentido, pero bajo la mirada de un experto, en la pantalla aparecían zonas del país, ciudades y nombres de personas que podrían ser una amenaza.
Santana se preguntaba sobre la legalidad del proyecto, sobre la moral, no era la primera vez que se hacía esta pregunta, pero su respuesta era, de nuevo, la misma; después del 11S, ¿Qué se podía hacer?. No se podía permitir que algo así volviese a pasar aunque para eso se tuviese que vigilar a todos y cada uno de los ciudadanos que pisaban este país.
Entonces, y a través de las pantallas, el capitán se dio cuenta de algo inusual en los códigos, algo que no había visto nunca. Mark y Henry no parecían haberse dado cuenta.
-          ¡Métanme en la caja! -  podía ser cualquier cosa, podía no ser peligroso pero Santana no quería arriesgarse. Había muchas cosas sobre esa máquina que todavía desconocían.
-          Pero señor, ¡todavía no han pasado las 12 horas reglamentarias entre sesiones! – era Mark quien respondía al capitán aunque sin mucho convencimiento.
-          ¡¿Quieres despertar al mayor Andrew y discutir de protocolos con él a estas horas de la noche?!.
Eso fue suficiente para que Mark no volviera a protestar y comenzara el proceso mientras Santana iba a prepararse.
A pesar de que llevaba ya muchos años visitando este lugar de ciencia ficción todavía Daniel no dejaba de sorprenderse. El infinito vacío, la malla compuesta por líneas verdes haciendo las veces de cielo y tierra. La realidad dejaba de tener sentido en este mundo. Nada era lo que parecía ser.  Se miró las manos y recordó la primera vez que se conectó. Apenas podía mantener la forma de un cubo volador. Los años y el entrenamiento le habían permitido elegir el avatar que adoptar en este mundo y cualquiera que lo observara vería un fantasma humanoide con una túnica negra y roída.
Al activar el programa de detección y cifrado aparecieron ante sus ojos toda clase de fuentes de comunicaciones: redes alámbricas e inalámbricas, teléfonos, bases de datos, etc. Grandes fortalezas medievales hacían de bases de datos de grandes empresas; bolas brillantes y metálicas que pasaban a gran velocidad cerca del fantasma  representaban las comunicaciones entre usuarios; naves futuristas que sobrevolaban lentamente la zona hacían las veces de firewall protegiendo las redes de accesos no permitidos. Era otro mundo que refulgía de vida.
No había nada en esta zona que interesara a Daniel. Activó un programa de enrutamiento y seguimiento y una especie de máquina teleportadora apareció ante él. El fantasma se fue transportando a diferentes zonas del espacio, teóricamente infinito, siguiendo la señal de la anomalía.
Tras varios saltos algo llamó la atención de Santana. Se acercó y observó que ante él yacía flotando la imagen de la samurái que hacía de avatar de la soldado Fargo.  Se giró a la derecha y vio a Douglas Darko o más bien a la imagen de este mundo, un boxeador grande y negro, y más allá la especie de águila robótica señal de identidad de Oscar de la Cruz. Los tres estaban inconscientes pero vivos, de hecho sus señales no informaban de nada extraño por lo que los analistas del exterior no se habrían percatado de esta situación.
Inmediatamente Daniel activó el programa de comunicaciones con el exterior, un pequeño prisma con un fulgor azulado apareció delante de él. Pero nadie respondió a su llamada. Estaba solo y con la sensación de que no tardaría en averiguar qué o quién  había dejado a sus compañeros en ese estado.


[continuará]

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