- ¡Mil millones de tormentas! – Tae había agarrado las cabezas de aquella pareja de sucios servidores de Sirina, chocándolas entre sí con fuerza suficiente como para que ambos cayesen al tembloroso suelo de la caverna. Luego buscó con la mirada a sus compañeros. - ¡Este barco se hunde!
- Estamos preparados para morir por nuestra ama y señora… - la afiladísima hoja de aquella extraña espada de metal negro chocaba una y otra vez con “dazzle” y “stone” mientras Awender, en total silencio, mantenía a raya a su insidioso adversario - ¿Podéis decir vosotros…?
Antes de poder terminar su discurso, un gigantesco tentáculo cenagoso lo aplastó, llevándose consigo la mayor parte de la cornisa sobre la que Awender y él habían estado batallando.
- ¡Awender! – Tae sintió como sus brazos reaccionaban de forma instantánea al ver como su compañero perdía el equilibrio: el colosal tentáculo había desmoronado toda una sección de la gruta. El viejo pirata aferró por una de las muñecas a Awender, quien apenas pudo contener una punzada de dolor al sentir como la inercia rompía ligamentos musculares de su brazo. Ni el más duro entrenamiento como asesino había logrado hacerle invulnerable a la edad. - ¡Sujétate fuerte, por Orlanth!
Awender pendía a metros y metros de altura, viendo como las rocas de la cornisa se precipitaban contra el lago subterráneo donde dos dioses batallaban, provocando con cada uno de sus titánicos golpes el desplome de toda la montaña.
- Tus amigos están perdidos… - las sinuosas formas de aquella bruja embaucadora se intuían a través de los pliegues de sus empapadas ropas. El sentido común de Raudo trataba de concentrase en su peligrosa situación y no en las curvas de su adversaria. Las palabras de la bruja ayudaron. – Esta será nuestra tumba. Pero estamos preparados para morir por Sirina.
- Marenna, marenna… - Raudo esquivaba sus ataques, intuyendo que las uñas de esa embaucadora estarían impregnadas de algún siniestro veneno. - ¿Después de todo lo que compartimos? ¿Después de todas esas promesas de amor que nos susurramos…? – con un movimiento tan rápido como inusual para alguien de su edad, Raudo se colocó tras ella y clavó su cuchillo entre sus costillas provocando un impacto letal. – Siempre supe que acabaría rompiéndote el corazón.
Raudo empujó el cuerpo de la traicionera bruja, sacando el cuchillo de su cuerpo y dejándolo caer al fondo del lago. Pero la sonrisa irónica del bribón no duró mucho: con el sonido de lo que a Raudo se le antojó el ruido de dos montañas haciendo el amor, contempló como las figuras entrelazadas de los dos colosos se precipitaban sobre él.
- ¡Hora de no estar aquí! – Sus pies y manos olvidaron por un segundo que los años habían hecho mella en sus huesos y Raudo escaló a toda velocidad los riscos de piedra. Acababa de alcanzar uno de los túneles de salida cuando los titanes cayeron de nuevo sobre el lago levantando otra enorme ola, intensificando el temblor y provocando nuevos desprendimientos. Sus rugidos rivalizaban con los quejidos de la pobre montaña. Cubierto de grava y polvo, Raudo tosió apartando algunas de las rocas que le habían caído encima. Se frotó los ojos sin poder creer que, de nuevo, la suerte había sonreído al truhán. Uno de los últimos desprendimientos había despejado el acceso a un túnel paralelo. Y en él, una de esas veloces vagonetas de factura enana contemplaba a Raudo como si fuese una bendición de los dioses. Con una mueca agradecida, miró al inestable techo de la gruta y susurro – Sabía que la dulce Assanti, protectora de los tramposos, no abandonaría a su devoto servidor.
- ¡¡Raudo!! – el grito de Tae se dejó sentir por encima incluso del rumor de los dioses batallando. El truhán vio como el fornido pirata apenas podía seguir sosteniendo a Awender: el suelo de la cornisa había cedido y el propio Tae había tenido que agarrarse a uno de los resquicios para no compartir el destino de su compañero.
Raudo se dispuso a llegar hasta ellos. Pero en su pelea contra Sirina, el dios dragón no estaba teniendo su mejor día. Demasiado tiempo de aislamiento habían limado su fiereza primigenia: los tentáculos del terrorífico kraken lo envolvían y, en un desesperado acto de cólera, abrió sus fauces dejando que un torrente de fuego fundido decorase los muros de la gruta. En el proceso, convirtió gran parte de la roca en cristal… dejando a Raudo sin posibilidad de alcanzar a sus amigos.
- ¡Márchate! – Awender gritó a Tae, sabiendo lo imposible que sería convencer al tozudo pirata.
- Condenado lunar… - apretaba sus dientes al tiempo que sus músculos parecían a punto de estallar por el esfuerzo - ¡Que me cuelguen del palo mayor si dejo que mueras!
- Si no me sueltas… ¡moriremos los dos!
Tae estaba a punto de invocar una de sus célebres blasfemias cuando la tela de la camisola de Awender cedió. El asesino mantuvo los ojos abiertos al sentir como la gravedad reclamaba su cuerpo. Vio como Tae gritaba su nombre, aunque no pudo oírlo. El rugido de los dos dioses iba siendo más y más ensordecedor a medida que caía. Poco antes de sentir el impacto contra el agua, Awender vio como su tatuaje brillaba.
- “El maldito tatuaje. No brillaba desde…”
El pensamiento terminó de una forma tan abrupta como el impacto contra el agua. Para él todo se volvió oscuro.
Para sus dos compañeros, sin embargo, fue todo lo contrario: un estallido de luz azulada lo envolvió todo, consiguiendo que incluso dos furibundos dioses cesaran su pelea durante apenas un instante. El mismo tiempo que duró la ceguera de Raudo y Tae. Cuando su sentido de la vista regresó, aquellas dos colosales moles habían desaparecido. Awender, sin embargo, yacía tumbado sobre la superficie del lago, envuelto en un aura azulada.
- ¡¡Awender!! – los brazos de Tae se movían por los resquicios de roca, ejercitando una rutina parecida a la entrenada durante años de subidas y bajadas por escalas de innumerables barcos. Chapoteando a través del lago, alcanzó el cuerpo inerte de su compañero de aventuras. - ¡¡Viejo bastardo, abre los ojos!!
Pero el tacto de la piel de Awender era frío, probablemente a causa de esa extraña aureola azulada que lo envolvía. Tae salió del agua, esquivando las rocas que llovían del techo, cada vez más grandes.
- ¡Aquí, Tae! – Raudo agitó la antorcha guiando los pasos de su compañero hacia el hueco abierto en el resquebrajado muro de la caverna.
- Es Awender… - el brusco pirata acomodó como pudo el cuerpo de su amigo en el interior de la vagoneta, la cual quedó iluminada bajo esa luz azulada. – No sé que…
- ¡Ya lo averiguaremos luego! – todo se venía abajo y el sentido de supervivencia de Raudo le gritaba que la montaña estaba a punto de colapsar. Y presionando las runas de activación, gritó – Próxima parada… ¡el exterior!
***
Con el rugido sordo de la montaña entonando su canto del cisne, la figura envuelta en la túnica púrpura alzó la mirada. Se encontraba lo bastante cerca como para sentir el temblor del suelo aunque a esa distancia los fragmentos arrastrados por el desplome de la colosal mina no lo alcanzarían. Conocía bien el terreno. Había pasado meses estudiándolos.
Fue entonces cuando el encapuchado escuchó el chirriar del metal contra los raíles, seguido de una pequeña explosión de piedra y gravilla. Reventando el acceso sellado por tablones de un viejo túnel, una vagoneta sin control salió disparada como el virote de una ballesta. Tras innumerables tumbos, el improvisado salvoconducto que había permitido escapar a Tae y Raudo quedó volcado bocabajo, con las ruedas girando con la inercia de la carrera.
- Yo maldigo a todos y cada uno de los dioses… - murmuró un dolorido Raudo mientras se escabullía de la siniestrada vagoneta. Se incorporó, acariciando sus lacerados brazos y piernas. - ¿Estás bien, pirata de agua dulce…?
- Sí… - un aturdido Tae sacó a rastras el cuerpo de Awender, aun inerte y recubierto por aquella parpadeante burbuja de energía azulada. – Pero no puedo decir lo mismo de nuestro amigo.
- Que me maldigan tres veces… - Raudo se aproximó y tomó con cuidado el brazo de Awender. El viejo truhán puso una mirada mortalmente seria, dejando claro a Tae que aquello eran malas noticias. – Es el condenado tatuaje de donde brota la energía.
- Y eso no es todo… - Tae escupió y realizó un gesto de protección contra malos augurios. – Esa especie de aura…
- Sí. Está creciendo.
La voz del recién llegado los hizo reaccionar como activados por un resorte bien engrasado. Tae se incorporó tomando una enorme roca entre las manos, a modo de improvisado proyectil. Raudo se llevó la mano a su daga. Pero ninguno de los dos llegaría a lanzar ataque alguno.
- No puedo decir que haya salido como pensaba… - el encapuchado alzó las manos en gesto apaciguante. – Pero reconozco que pudo haber sido mucho peor.
El misterioso personaje retiró su capucha y la sorpresa hizo que tanto Raudo como Tae dejasen caer sus armas. Pese a la edad, aquellas facciones conservaban el mismo aire aniñado e inocente que conocieron años atrás.
- El cuerpo de Awender fue diseñado para contener a un dios… no a dos. - dijo Darrell sin ocultar su tono de preocupación. – Si queremos salvar a Awender y a toda Glorantha, vamos a tener que darnos prisa.
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