jueves, 26 de diciembre de 2013

Las Aventuras de los Goonboys - Especial Navidad - El Fantasma del Deshonillador - Indice

Aún más que no ir al colegio, los regalos de reyes, o la nieve que solía acompañar las fiestas, lo que más gustaba a Marcos, Luis, María, Paula y sobre todo a Gregorio era que, después de las vacaciones de verano, las Navidades era el periodo más largo que pasaban todos juntos en San Gonzalo.

Las clases habían acabado hacía un par de días. Pero para ellos hoy comenzaban las vacaciones de navidad porque hoy volverían a encontrarse todos.

- ¿Pero qué estás haciendo ahí dentro Paula? – Se quejaba María exasperada frente a la puerta del baño - ¡Venga! ¡Date prisa, que hemos quedado hace 15 minutos con los chicos!

Así comienza nuestro especial de navidad "Las Aventuras de los Goonboys - El Fantasma del Deshonillador". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2013/11/las-aventuras-de-los-goonboys-especial.html
Segunda Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2013/12/las-aventuras-de-los-goonboys-especial.html
Tercera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2013/12/las-aventuras-de-los-goonboys-especial_13.html
Conclusión - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2013/12/las-aventuras-de-los-goonboys-especial_19.html 

Esperamos que os guste tanto como a nosotros, ¡un saludo a todos!

jueves, 19 de diciembre de 2013

Las Aventuras de los Goonboys - Especial Navidad - El Fantasma del Deshonillador - Conclusión

- ¿Y por qué estás tan seguro de eso, Gregor? – Luis no ocultaba la poca ilusión que le hacía el emprender una marcha campo a través. Sobre todo cuando podían estar degustando los pasteles de la señora Abush.

Gregorio se limitó a señalar a su derecha. Luis, María y Paula vieron que las puertas del garaje de los padres de Marcos estaba abierto de par en par. Sobre el ennegrecido suelo, cubierto de cenizas, había numerosas casas perfectamente embaladas. En muchas de ellas podía leerse: “Caserón de Carrión (Cerro)”.

- ¡Es verdad! – Paula dio una palmada, como siempre hacía cuando algo le llegaba de repente a la cabeza. – ¡Marcos me lo dijo el otro día!

- ¿El qué? – Luis preguntó de forma automática pero no pudo evitar sentir una punzada dolorosa cuando los imaginó a ambos hablando. El otro día. A solas. Juntos.

- El padre de Marcos… - Paula desvió la mirada de Luis, ajena a los sentimientos del chico – Los terrenos que rodean el viejo caserón eran de su abuelo, el que murió hace unos meses. Dicen que piensan convertirlo en una casa rural…

- ¿Una casa rural? – preguntó María con curiosidad. - ¿Qué es eso?

- Una casa de campo, María. – contestó con falsa paciencia a su hermana.

- Ñaaaa… Eso ya lo sé, idiota.- María sacó la lengua a su hermana. –Pero si el caserón ya está en el campo… ¡ya es una casa de campo! ¿Cómo es que van a convertirla en una casa de campo si ya lo es…?

- ¡Ya está bien, pesaplasta! – Paula volvió a mirar a Gregorio, que se había quedado pensativo, mirando al horizonte en dirección al cerro. - ¿Qué hacemos, Gregor?

- No nos queda otra. – Gregorio se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas, en ese gesto tan suyo que siempre repetía cuando pensaba a gran velocidad. – Pero antes tenemos que hacer una parada en mi casa.

Por aquel entonces, las carreteras de San Gonzalo eran el paraíso de aquellos que, como nuestros protagonistas, solían recorrerla de punta a punta con sus bicicletas. En verano, claro. En invierno, en cambio, la ruta del Cerro se transformaba en una pista de patinaje por la que pasar en bicicleta sin dejar los dientes en el suelo era prácticamente imposible.

- Cuando coja a Marcos… - Luis llevaba gruñendo desde que salieron del pueblo. - ¡Aun no entiendo por qué tenemos que ir a buscarlo! ¡Él solito se está comportando como un gilip…
- Como un gilitonto. – Paula le dio un pequeño codazo mientras indicaba con la mirada a Luis que su hermana pequeña tenía pegada la oreja.
- “Gilitonto”, ji, ji, ji… – repitió divertida María que daba saltos, dando vueltas en torno a Gregorio, el cual caminaba sin dejar de hojear el pesado y viejo libro que llevaba entre manos. – Tu novio es un gilitonto, tu novio es un gilitonto…
- ¡Deja de decir eso, plasgonía! – Paula hizo ademán de agarrar a María, pero esta la esquivó… chocando con Gregorio y haciéndole caer sobre la capa de ceniza que cubría el sendero.

Habiendo caído de bruces, las gafas de Gregorio habían volado a unos metros de allí. María las recogió mientras Luis y Paula se acercaron a ayudar a Gregorio.
- ¿Estas bien, colega? – preguntó el más corpulento de los Goonboys.
- Esta vez te la has ganado, “pequemaza” – Paula puso el tono de “hermana mayor enfadada”, esperando que aquello bastara para intimidar a la “pequeña amenaza”.

Sin embargo, María se había quedado de pié. Muy quieta, con las gafas de Gregorio entre las manos y mirándolo fijamente. Durante un segundo, los tres la miraron sin saber muy bien que pasaba. Y entonces… María rompió a reír.

- Pero, pero… ¿qué le pasa? – preguntó Gregorio a sus dos amigos. Pero cuando éstos le miraron, sus gestos pronto esbozaron sonrisas amplias que acabaron convertidas en carcajadas que iban parejas a las de María. – Pero, pero… ¿¡Pero qué os pasa!?

Gregorio temía que aquello fuese parte del mismo embrujo que había poseído a Marcos. Pero enseguida, Paula rebuscó en su bolso y sacó algo que ninguno de los chicos había visto antes. Era un pequeño estuche, con algo de maquillaje y un diminuto espejo. Viendo su cara en él, Gregorio comprendió las risas de sus amigos. Su cara había quedado cubierta de hollín y ceniza. Nunca había sido un chico especialmente agraciado, pero con aquella capa negruzca cubriendo su semblante la imagen era bastante cómica.

Y contagiado por la alegría pasajera de sus amigos, Gregorio no pudo evitar esbozar una sonrisa. Y cuando quiso darse cuenta, él mismo había comenzado a reírse.

- ¿Qué os parece tan divertido?

La voz venía de un poco más arriba: a unos metros por delante, el sendero giraba y se perdía por la esquina. La casona de Don Fulgencio estaba justo detrás. Por un segundo ninguno de los chicos reconoció la voz. Su tono era desagradable, arisco. Por eso se sorprendieron al girar la cabeza y reconocer a Marcos. Estaba de pié, mirándolos desde lo alto de la cuesta. Llevaba las mismas ropas que cuando lo vieron marcharse hacía un par de horas. Pero su cara estaba sucia, llena de hollín y polvo. Sobre la cazadora llevaba una blusa rasgada por el paso del tiempo, en la que resaltaban unos deshilachados botones de latón.

En sus manos, Marcos llevaba una escopeta.

- Ala, qué chula… - María señaló a lo que Marcos sostenía entre las manos. – ¡Es como la de papá!
- Ssshhh… - Paula intentó silenciar a su hermana. – Cállate, María…
Y así lo hizo: cuando su hermana la llamaba por su nombre era señal de que aquello era serio.

Y vaya si lo era: Luis y Gregorio no habían dejado de mirar a su colega mientras Paula daba un par de pasos hacia atrás, tomando de la mano a su hermana y dispuesta a correr si hacía falta.

- Mar… Marcos… - las palabras salían torpemente de la boca de Gregorio, que había comenzado a levantar las manos… - Tío, ¿qué es lo que pasa?
- ¿A qué habéis venido? – Marcos apuntaba al suelo pero para Luis y Gregorio sus manos seguían demasiado cerca del gatillo.
- Queríamos saber si estabas bien… - Paula dio un par de pasos hacia delante. – Venga, Marcos, vámonos…

Pero Paula se detuvo en seco cuando Marcos hizo ademán de levantar los cañones del arma. María lanzó un grito y Gregorio se quedó petrificado, abrazado a su libro como si de una coraza se tratase. Por su parte Luis, movido por un resorte automático, se puso delante de Paula sin dudarlo un segundo.

- No te acerques… - Marcos encañonaba a sus amigos con una mirada de profunda desconfianza. - ¡Sé a lo que habéis venido! – aferró uno de los bordes de la triste y ajada blusa - Queréis quitármela, ¿verdad?
- ¿Qué? – Luis lo miró con una mezcla de incredulidad, extrañeza y enfado – Tío, ¡no queremos tu mierda de blusa!
- Eso es… - susurró Gregorio y se lanzó al suelo, en busca del pesado libro de su abuelo. – ¡Eso es!

Tan enfrascado estaba en su búsqueda que no se dio cuenta de que lo súbito de su movimiento había estado a punto de provocar que Marcos disparase contra él. La mano de Paula sobre el hombro de Luis fue un mensaje que éste último entendió casi sin tener que recurrir a las palabras.

- Marcos… - Paula pasó por al lado de Luis y se encaminó muy lentamente hasta colocarse a pocos metros de Marcos. – Marcos… Soy yo… Paula.
- Ya sé quien eres… - levantó el arma y la colocó a pocos milímetros de la cara de la chica - ¡Una fresca a la que lo único que interesa es mi oro, ¿verdad?!
- ¡No te metas con mi hermana, gilitonto! – la inconsciente María se lanzó contra Marcos.

Lo único que la detuvo fue el fuerte abrazo con la que la aplacó Luis. Marcos apenas prestó atención al grito de la pequeña. Paula miró hacia atrás, en parte por dejar de contemplar tan de cerca los intimidantes cañones gemelos de la escopeta. En parte porque tenía miedo y necesitaba saber que aun podía contar con sus amigos. Miró y vio que Luis rodeaba con sus brazos a María. Fue aquella la primera vez que al mirarlo vio algo más que al chico regordete que siempre la hacía reír con sus quejas y refunfuños de viejo cascarrabias. Vio a alguien dispuesto a dar su vida por ella. Pero más allá de eso, vio algo más.

Vio la mirada de Gregorio. Y siguiéndola, Paula posó sus ojos de nuevo sobre Marcos. Concretamente sobre la blusa. Paula volvió la vista de nuevo, como buscando confirmación por parte de Gregorio. Éste asintió levemente, de forma casi imperceptible.
Paula volvió la vista y, de repente, esbozó una mueca desagradable.

- ¿Sabes una cosa, Marcos? – puso su mano sobre el cañón de la escopeta. – Tenías razón.

Aquello pilló de sorpresa no sólo al propio Marcos: también a María y a Luis. ¿Qué mosca le había picado ahora a Paula?

- ¿Qué…? – Marcos la miró desconcertado. - ¿A qué te refieres?
- A la Navidad. – Paula miro con desprecio a su alrededor. – Es todo una tontería. Si te digo la verdad, nunca me ha gustado… ¡Y ya estoy harta de fingir que me gusta pasar las navidades en este pueblo tan aburrido!
- Pero, ¿qué dices?… - María no salía de su asombro: nunca había visto así a su hermana.
- ¡Y tú, cállate! Que no sé si eres plasta o aburrida… ¡o la dos cosas! – le dedicó una mueca cruel - ¡Si te dejo venir conmigo es porque mamá y papá me obligan! ¡Eres una plasturrida!
- Paula, oye… - Luis trató de sonar firme, temiendo que aquello que había cambiado a Marcos finalmente hubiera hecho mella en Paula. – Oye, creo que…
- Y tú… - Paula le clavó sus ojos azules como dos puñales - ¡Tu a ver si adelgazas, ballenato!

Y empezó a reír. Una risa cruel, desagradable… pero lo bastante contagiosa como para que Marcos se viese influenciado por ella. Los cañones de la escopeta ya no encañonaban a nadie y Paula se había ido acercando lo bastante hasta él. Siguió riendo, lanzando más comentarios crueles sobre sus amigos. Luis bajó la vista y vio como el llanto era inminente en los ojos de María. Volvió la vista, tratando de buscar consuelo en Gregorio. Éste había permanecido atrás, aferrado al libro y muy serio. Hasta ese momento. En aquel instante, su cara cambió y sonrió triunfante.

- ¡Ahora, Paula!
- ¿Qué…? – Marcos hizo ademán de levantar el arma pero Paula fue más rápida que él.

En un instante sus bocas se encontraron. La sensación y el sabor a lápiz de labios confundieron a Marcos lo bastante como para que no sólo soltase la escopeta… sino que permitieron a Paula aferrar con fuerza la blusa y rasgarla de un fuerte tirón. Los botones de latón saltaron por los aires, lloviendo como confeti de lujo sobre la cenicienta tierra del sendero. Un imposible vendaval envolvió la figura de Marcos, haciendo que toda la ceniza que había impregnada en sus ropas se revolviera a su alrededor, ascendiendo hasta colocarse como una nube por encima de su cabeza. Apenas un instante antes de estallar en una explosión de ceniza, todos pudieron escuchar el gemido de la espectral y sombría figura que abandonaba el cuerpo de Marcos. Todos pudieron reconocerlo pues ya lo habían visto aparecer en la pastelería de la señora Abush. Para cuando los botones tocaron el suelo, éstos se habían transformado en piezas de oro. Y del espectro no quedó más que cenizas.

- ¿Qué…? ¿Qué acaba de pasar? - Marcos abrió mucho los ojos mientras Paula se separó de él. - ¿Me acabas de bes…?
- Vámonos, María… - Paula había caminado hasta su hermana pequeña. María estaba de pie, con la vista puesta en sus propias botas. – Venga, pequemaza… - se agachó hasta ponerse a su altura – Sabes que no lo decía en serio, ¿verdad?

María alzó la vista, con sus ojos rojos por el llanto inminente. Pero al ver la sonrisa sincera de Paula, comprendió que todo había sido parte de un engaño. Las dos chicas emprendieron el camino de vuelta a San Gonzalo, mientras Luis y Gregorio se aproximaron al confundido Marcos.

- Tíos… - se miró de arriba abajo, como quien despierta en una isla desierta tras un naufragio - ¿Se puede saber qué hacemos en el terreno de mis padres…? – su vista se posó en la escopeta que yacía en el suelo. - ¡Joder! ¡Como mi padre vea que la he cogido, voy listo!
- Ya la llevamos nosotros… - Luis la tomó con cuidado, descargándola convenientemente: a fin de cuentas era el único que había ido alguna vez a una cacería, con su tío Sebastián.
- Vale, vale… - Marcos dejó pasar a Luis, quien encabezó la marcha rumbo a la casona. Cuando estuvo a una distancia prudencial, Marcos miró a Gregorio. - ¿Se puede saber qué le pasa a “grande”?

Gregorio permanecía en cuclillas, pasando su mirada de los inquietantes botones dorados a uno de los grabados que ilustraban el viejo libro de su abuelo. En él se mostraba una reproducción exacta de aquella blusa. Cerrando el libro de golpe, con la contundencia del detective que da por cerrado un caso, Gregorio se incorporó y comenzó a propinar pequeñas patadas a los botones de oro.

- Eh, ¡Eh! – Marcos lo aferró por el brazo - ¡Que son de oro! – Gregorio lo miró y Marcos terminó la frase. - Son de esa blusa que encontré en el sótano de la casona…
- Lo sé, tío. Y por eso mismo, es mejor deshacernos de ellos…  - con un último puntapié, Gregorio hizo volar el último de los botones dorados, el cual acabó como el resto de sus hermanos… en lo más profundo del río que rodeaba el cerro. – Sobre todo si lo que dejó mi abuelo por escrito es cierto.
- ¿Tu abuelo? – Gregorio pasó por el lado de Marcos que seguía sin entender qué demonios había pasado. – Espera, Gregor… ¿Qué ha pasado? ¿Por qué están todos tan enfadados conmigo?
- Porque te ha poseído el espíritu del Deshollinador. Al parecer no es la primera vez que nuestras familias se topan con él… - miró de nuevo al libro en el que, entre otras historias, su abuelo había dejado constancia de cómo él y sus amigos ya se habían visto envueltos en un problema similar.
- Pero… - entonces Marcos se dio cuenta. Miró al fondo del camino y vio la silueta de María y Paula perderse en el horizonte. Después miró en dirección opuesta y, en la distancia, pudo ver a Luis que lo miraba con reproche desde el portón del viejo caserón. – Gregor… ¿qué es lo que me ha pasado, tío?

Gregorio volvió la vista a su amigo. Viéndolo tan confundido, supo que no sería fácil arreglar todo lo que había pasado.

- Mira, Marcos… - Gregorio le pasó el brazo por el hombro, tratando de calmar a su colega. - ¿Has leído el número 21 de “Los Nuevos Titanes”?
- No…
- Pues mira. En él, unos terroristas de HIVE le meten un virus tecnoorgánico a Cyborg. Y lo controlan, ¿vale? Lo vuelven contra sus colegas titanes. Pero entonces Robin…

Y así, las palabras de Gregorio se fueron perdiendo con el ulular del viento que empezó a arrastrar y llevarse las cenizas que cubrían San Gonzalo. Si bien la nieve regresaría al día siguiente y la gente del pueblo recuperaría el espíritu navideño perdido; Gregorio supo en aquel momento que ni Paula ni Luis volverían a mirar de la misma forma a su colega Marcos. Algo se había estropeado y nada volvería a ser como antes.

Parecía que, pese a todo, el fantasma del deshollinador había conseguido lo que quería puesto que aquella fue la última navidad que pasaron todos juntos en San Gonzalo.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Las Aventuras de los Goonboys - Especial Navidad – El Fantasma del Deshollinador – Parte III


Marcos se levantó de la silla de un salto y empezó a dar vueltas como loco por aquella pastelería en la que ahora reinaban el desorden y las cenizas.

-¡Mi regalo! ¿Dónde está mi regalo? ¡Es mío, me lo ha dado a mí! –gritaba, cada vez con más vehemencia.

Pero el dorado botón se había desvanecido sin dejar el menor rastro. Marcos, lleno de furia y confusión, se paró en seco, dirigió su mirada hacia la puerta y, como si hubiera visto al mismísimo conejito de Alicia, salió del local disparado como un cohete.

María y Gregorio hicieron un amago de levantarse y salir detrás de él, pero en ese mismo instante la señora Abush, que había adivinado sus intenciones, situó su orondo cuerpo delante de los chicos y, con una voz sorprendentemente reconfortante, les dijo:

- Tranquilos, esperad. Dejad que le dé el aire un rato, le vendrá bien.

- ¿Y si le pasa algo? –respondió Paula elevando la voz más de lo deseado-, ¡el fantasma ha ido en esa dirección!

- No le pasará nada, te lo prometo –trató de serenarla la maternal pastelera poniéndole una mano en el hombro-. Esperad aquí un minuto, voy a ver si han quedado algunos pastelillos a salvo de las cenizas, dejad que os prepare un chocolate nuevo. Hay algo que debéis saber antes de ir a buscar a vuestro amigo…

En apenas un abrir y cerrar de ojos la señora Abush regresó con un plato lleno de impecables pasteles, esta vez de canela, y cuatro tazas de humeante chocolate. Luís y Paula se dejaron seducir inmediatamente por el aroma de los dulces. María y Gregorio, aún confusos y temerosos, tardaron algo más en ser capaces de disfrutar de las viandas. Los cuatro, sin embargo, escucharon atentamente las palabras de su narradora:

- “La historia que voy a contaros sucedió hace unos cuarenta años, cuando vosotros no habíais nacido y vuestros padres no eran más que chiquillos revoltosos. Por aquel entonces, San Gonzalo era una pequeña aldea, con muchas menos casas de las que tiene ahora y, por supuesto, también con mucha menos gente. Yo tendría diez o doce años y recuerdo que Casimiro era el deshollinador de la comarca. Vivía en una casita en el campo, a varios kilómetros de aquí, y siempre estaba de un lado para otro limpiando con brío las chimeneas de todos los vecinos de la región. Era un hombre alegre y divertido, como aquel que acompañaba a Mary Poppins, y todos estaban encantados con su buen trabajo. Un hermoso día de principios de diciembre, cuando San Gonzalo estaba a punto de vestirse con sus mejores galas navideñas y las primeras nieves ya habían teñido de blanco la plaza del pueblo, Casimiro, Casi para los amigos, recibió un extraño encargo. Don Fulgencio Ramos De Carrión, un huraño y amargado vejestorio que vivía en el caserón del Cerro Viejo, hizo llamar a Casimiro y le ofreció una caja llena de botones de oro a cambio de acumular la ceniza de todas las chimeneas del pueblo y depositarlas allí mismo, en el jardín de Don Fulgencio.”

- ¿Y para qué quería las cenizas el viejo de la colina? –preguntó María con el ceño fruncido.

- Eso es algo que nunca sabremos a ciencia cierta –contestó la señora Abush-, pero dejad que continúe con la historia. “Lo primero que pensó Casimiro al imaginarse los botones de oro en sus manos fue en la oportunidad de mandar coserlos en una maravillosa blusa que regalaría a su prometida, por lo que aceptó la oferta sin pensarlo dos veces, y sin preguntar siquiera la razón de tan insólita misión. En apenas unas semanas la montaña de ceniza que se acumulaba en la parcela de la colina era tan alta que podía verse desde el pueblo vecino. Casimiro recibió su pago y fue directo a casa de la costurera, a la que encargó fabricar la blusa más bonita del mundo con los botones de oro recibidos por el cumplimiento de su parte del trato. Llegó el día 31 de diciembre y Casimiro fue a recoger la blusa. ¡Era espectacular! Corrió a casa de su amada, pero ella no estaba allí. La buscó por todo el pueblo hasta que finalmente dio con una aldeana que recordó haberla visto subiendo al Cerro Viejo.”

- ¿A la casa del viejo que había dado los botones a Casimiro? –preguntó Luís, con los ojos como platos.

- Así es. Al parecer, la novia del deshollinador había subido a llevar un encargo a Don Fulgencio, pero eso Casimiro no lo sabía. “Entonces nuestro enamorado encaró la cuesta del cerro, con paso firme y decidido, hasta llegar a la altura de la casa, donde vio, desde una distancia prudente, cómo el dueño del terreno entregaba a su amada una blusa cuyos botones eclipsaban la luz del sol. Entonces abrió el paquete que llevaba en sus manos y vio que lo que en casa de la costurera era una resplandeciente botonadura dorada, ahora no eran más que círculos de vieja hojalata mal cosidos a la recia tela. Desolado por la humillación y consumido por la repentina cólera, Casimiro llegó corriendo a la puerta del caserón y, ante los perplejos y aterrados ojos de su prometida, cogió ambas blusas, las despedazó, y lanzó los botones a la montaña de ceniza con tanta fuerza que ésta se derrumbó, cayendo sobre las tres pobres víctimas.”

La señora Abush guardó silencio, uno tan largo que las palabras de Paula sobresaltaron a todos lo que se reunían alrededor del plato donde antes hubiera deliciosos pasteles.

- Pero, ¿cómo es posible que los botones de oro se convirtieran en hojalata? ¿Era Don Fulgencio un brujo? ¿Por qué fue allí la prometida de Casimiro? ¿Qué pasó después? –Las preguntas de Paula se atropellaban unas a otras en un mar de confusión.

- Poco se sabe al respecto –confesó la pastelera-. Lo único cierto es que la prometida del deshollinador, al igual que éste, había aceptado un trato de Don Fulgencio, pero los detalles de dicho acuerdo eran desconocidos incluso para la hermana de ella, de la que sabemos lo poco que sabemos. Al caer la montaña de ceniza, un humo gris envolvió San Gonzalo durante tres días y tres noches. Al cuarto día encontraron los cuerpos sin vida de Don Fulgencio, Casimiro y la prometida de éste. Todos los habitantes de San Gonzalo nos pasamos las navidades enteras barriendo ceniza y esparciéndola lo más lejos posible de nuestros hogares. Hubo quien afirmó incluso haber visto la sombra de Casimiro merodear por el pueblo durante aquellos nefastos días de penumbra gris. Sin embargo, el tiempo pasó, y aquella historia quedó apenas en el recuerdo de los pocos que continuamos viviendo aquí.

- Entonces –apuntó Gregorio entrecerrando los párpados-, si ha regresado después de tantos años, tiene que haber alguna razón…

- Corren rumores de que alguien ha comprado la destartalada casa del Cerro Viejo –intervino la señora Abush-. Quizá eso os dé alguna pista.

- Vamos chicos, no hay tiempo que perder –dijo María levantándose de la silla de un brinco-. Hay que buscar a Marcos, hay que hacer que vuelva en sí, hay que ir a la casa, hay que…

- ¡Sí, vamos! -Corearon los demás mientras dejaban atrás sus tazas vacías y la mesa llena de migajas.

Cuando ya habían cruzado el umbral de la puerta, Luís, que de repente había recordado algo, dio media vuelta y gritó:

- ¡Señora Abush, mañana le pagamos la merienda, sin falta!

- Tranquilo chico –respondió ella- y si necesitáis cualquier cosa, ¡no dudéis en avisarme!

Las dos parejas decidieron ir a casa de Marcos en primer lugar, pero, como habían sospechado, su amigo no se encontraba allí.

- Creo que debemos subir al Cerro –dijo Gregorio con voz grave, aunque algo temerosa…

viernes, 6 de diciembre de 2013

Las Aventuras de los Goonboys - Especial Navidad – El Fantasma del Deshollinador – Parte II



Por un momento María pensaba que Gregorio le estaba gastando una broma. Ese sabelotodo de Gregorio... pues esta vez no se iba a quedar con ella.

- ¿Con que está nevando ceniza eh? Pues toma ceniza. – María lanzó la pseudo-bola que acababa de hacer con cuatro copos y está, en lugar de salir disparada, se le escurrió de entre los dedos esparciendo una ráfaga de polvo.
- ¡Ja, ja, ja! – Paula no pudo contener la risa.

Mientras María se quitaba los restos de cenizas de las manos Marcos preparaba lo que parecía una bola digna de un Titán. Su objetivo iba a ser Paula pero la mirada inquisidora de la muchacha hizo que se lo pensara dos veces. Fue el tiempo justo para que Luis, con un leve barrigazo, consiguiera desequilibrar y derribar a su amigo.

- Ffffffff… Puf- Todo el montón de ceniza que sostenía Marcos se le escapó de las manos y le cayó directamente encima. Como si esa ceniza le hubiera atravesado la piel y hubiese penetrado hasta el hueso el humor de Marcos cambió súbitamente. Su gesto se oscureció como el carbón.

- Maldita foca. – La brusquedad de las palabras hizo que la guerra de bolas se detuviera. Luis no sabía muy bien cómo enfrentarse a la situación. 
- Eh, que todos hemos visto como se lo ibas a tirar a Paula. –
- ¿Quieres ver cómo te tiro a ti? ¿O espero una hora a que haya ceniza suficiente para esa barriga? Ten más cuidado o la próxima te enteras -
- Bueno, no os peleéis. – Gregorio se había apartado unos metros para salvarse de las bolas - ¿Qué os parece si vamos a un sitio donde no nos caiga ceniza encima? ¿Si? ¿Yupi? – Gregorio levantó el dedo pulgar buscando la complicidad de sus compañeros. Paula cogió a Luis por el brazo y se puso a andar con él.

Pero Marcos se había puesto de un humor de perros y no quiso aceptarlas. Sin mediar palabra se sacudió la ceniza de la cabeza y manos en los bolsillos se fue por donde había venido. Los chicos estaban asombrados.

- ¿Qué mosca le ha picado? – se preguntaba María.
- No tengo ni idea. Nunca le había visto así. – respondió Gregorio.
- ¿Debería ir a hablar con él? Quizás si le pido perdón se calme un poco – Pero las miradas se dirigieron hacia la pequeña Paula. A partir de ese momento ya no tendría que disimular más.
- Esto… si bueno. Ya voy yo. – dijo la muchacha mientras se alejaba tras las huellas de Marcos. – ¿Nos vemos mañana vale? ¡Pasadlo bien en la bolera!

Pero la tormenta empezó a apretar y después de la bronca nadie estaba de humor para aventurarse hasta la bolera, así que los tres amigos decidieron volver a sus casas. 

El camino se hizo un poco largo y sobre todo raro. El ambiente en el pueblo no era el habitual: ni un solo adorno, ni una sola canción, ni un solo Papa Noel de pega en los comercios… La gente iba por la calle como molesta. Todo el mundo estaba de tan mal humor como Marcos. Paula decía que María era inmune al efecto gris, que ya era una pedorra de serie. Fue la única risa que se escuchó en todo el pueblo.

A la tarde siguiente los muchachos se habían reunido, como era habitual, en la pastelería de la señora Abush. Era la pastelería más entrañable de la ciudad. Sus forjados de madera los mantendrían a salvo de las ceniza, que no paraba de caer y su gran chimenea los mantenía calientes. Pero si el día anterior el ambiente estaba viciado en el pueblo de San Gonzalo esa tarde la cosa iba a peor.

- Os lo juro. – Decían María y Paula al unísono.- Con lo que nos costó empaquetarlo todo y cargarlo en el coche ¿y para qué? ¿Para dejarlos en la caja? De verdad que no les entiendo. – Por lo visto sus padres habían decido a ultimísima hora no colgar y no dejar que nadie colgara un solo adorno de Navidad.
- Pues eso no es nada. – replicaba Gregorio. – Esta mañana quería ir con mi abuelo a comprar un regalo y no os podéis imaginar cómo se ha puesto. Como un loco. Y ha estado toda la mañana dándome una tabarra con que si la crisis por aquí, la crisis por allá ¿Es que los adultos se han vuelto locos?
- Pues más o menos como esté de aquí – dijo Paula señalando a Marcos. – No sabéis lo que me ha costado convencerle para que viniera. - La cara de Marcos seguía siendo de muy pocos amigos.
- Menos mal que a la señora Abush no le ha picado ningún bicho raro. – como invocada por las dulces palabras la señora Abush apareció por la mesa con una bandeja de pasteles de limón recién hechos y tazas de chocolate caliente. Con su habitual sonrisa las dejó sobre la mesa y le dio uno a cada niño.
- Que aproveche niños. Menos mal que habéis venido porque me estaba muriendo de aburrimiento. – La señora Abush era la típica mujer con el síndrome maternal por triplicado. A veces de intentar agradar se hacía incluso pesada. Pero por suerte o por desgracia era la única adulta del pueblo que aún conservaba el buen humor. 
- Y menos mal que está usted aquí, señora Abush. – dijo Luis encantado con la nueva bandeja de pasteles. – Con una sonrisa de oreja a oreja la mujer se fue satisfecha a hacer otros menesteres.
- “Y menos mal que está usted aquí, bri bri bri”. – La burla de Marcos era casi una ofensa. 

¡Brrrrm!

- Tsss, déjalo ya. – insistió Paula.
- Uy que bien huelen los pasteles – dijo María intentando cambiar de tema. – ¿verdad que si?
- Y tanto. Huelen, huelen… a Navidad. – fue lo mejor que se lo ocurrió a Gregorio para seguir la corriente.
- ¿Navidad? Pues yo ya estoy harto de esta.

¡Brrrrm!

- ¿Pero qué dices? Si son las mejores vacaciones después del verano. – protestó Luis. –
- Quizás para ti, gordito. A mi tanta dulzura me pone enfermo.

¡Brrrrrrrrrrm!

- Esperad. – Interrumpió María - ¿No lo habéis oído?
- Yo si – dijo Luis
- Y yo – dijeron Gregorio y Paula.
- Yo no he oído nada ni ganas que tengo de oírlo. – Marcos seguía erre que erre con su discurso. – Siempre las mismas canciones, las mismas tonterías una y otra vez ¡Todas las Navidades son iguales! – La señora Abush, que pasaba por allí con otro cargamento de dulces, intentó calmar las aguas.
- Uy pero eso no es verdad. En Navidad siempre hay alguna sorpresita. Un poquito de canela, un poquito de chocolate, una personita nueva… - El guiñó de la pastelera no pudo ser más cutre. Lo dicho: el típico síndrome maternal.
- No seas ridícula, vieja loca. – esta vez la respuesta fue tan ofensiva que Paula se dio por aludida. Luis, de nuevo, salió en su defensa.
- No te pases Marcos. La intención de la señora Abush es buena.
- ¿Buenas intenciones? ¡Ja! Siempre el mismo rollo. Las buenas intenciones. ¿Creéis que vais a cambiar el mundo con vuestras buenas intenciones?

¡Brrrrrrrrrrm!

- Zambombadas, Belenes vivientes, Los Reyes Magos, la obsesión por los regalos. ¡Son todos la misma mierda! Os portáis bien una semana al año por puro egoísmo. – Marcos cogió uno de los pasteles. ¿Queréis saber lo que pienso yo de vuestra maldita Navidad? ¡Esto! – con la furia de uno de los Nuevos Titanes arrojo el pastel hacia el fuego de la chimenea. El efecto fue inmediato.

“¡!BRRRRRRRRRRRRRRRRRRRROOMMMMMMMM!!“

La señora Abush hizo lo que cualquier madre con el instinto triple maternal hubiera hecho en su lugar.

- Salid de aquí niños – Chilló la pobre mujer.

Pero era demasiado tarde. Primero fue en la pared, luego en el suelo y por ultimo en el enorme horno de leña. Toda la pastelería crujía violentamente. Perecía que el techo de madera se iba a caer en pedazos. Que un trueno la iba a partir en dos. Pero el trueno pasó. Y como suele ocurrir, después del trueno viene el diluvio. Pero esta vez era una lluvia de asqueroso, denso y gris polvo. De cada cañería, tubería y rejilla salió disparado como un geiser un humo que se extendía inundando paredes, niños, pasteles y pasteleras.

Y así fue como vimos por primera vez al fantasma del deshollinador. Fue algo muy fugaz, casi instantáneo. De la chimenea salió una figura en bicicleta ataviada con ropas negras, una soga, un plomo, un cepillo, una cadena y tres baquetas. Pero no era una figura sino una sombra. Con su fondo de ceniza, su alta galera y su cara tiznada de hollín resultaba aun más siniestra. Su frac parecía de tinieblas rasgadas y su sombrero una chimenea andante. Su cara era un autentico misterio. Imposible de reconocer. Imposible dibujar un rasgo entre tanta oscuridad. Lo que sí estaba claro es que estaba allí. Estaba allí y que le puso algo a Marcos en la mano. Tal y como llegó, fugaz, se escapó en su bicicleta hacia la ciudad gruñendo como un animal salvaje y creando el caos allá por donde pasaba.

- Coff coff - ¿Qué ha sido eso? – la pastelería se veía echa una pena. Donde antes había alegría y pasteles ahora tan solo quedaba una patina gris que, a pesar de ser muy fina, se sentía muy pesada.
- Ha sido ese maldito fantasma. – respondió la pastelera, que ya no sonreía como antes.
- ¿Estáis todos bien? – preguntó Luis.
- María y yo estamos bien.
- Si – dijo Gregorio
- ¿Y Marcos?
- Marcos ¿estás ahí? – pero no hubo respuesta. Marcos estaba embobado mirando su nuevo regalo, que escondía receloso al resto de los presentes.
- ¿Qué es lo que te ha dado? – Preguntó Paula – déjamelo ver. – Pero Marcos no estaba por colaborar. Gregorio intentó persuadirle pero no hubo manera. Marcos tenía el puño encerrado con mucha fuerza.

Al final fue de nuevo Luis el que consiguió, gracias a otro leve barrigazo, que Marcos volviera a perder el equilibrio, abrir la mano y liberara el regalo que el fantasma del deshollinador le había hecho como premio a su insolencia navideña. El brillo era casi cegador. Su belleza inmensa. Todos se quedaron embobados mientras el botón giraba por los aires primero hacia arriba, luego hacia abajo, hasta desaparecer entre el manto de ceniza.

Fue un espectáculo hermosísimo. Y es que el oro sobre la ceniza es aun más dorado. Y este pequeño botón, obsequiado con muy malas intenciones, era de oro puro.