Por un momento María pensaba que Gregorio le estaba
gastando una broma. Ese sabelotodo de Gregorio... pues esta vez no se iba a
quedar con ella.
- ¿Con que está nevando ceniza eh? Pues toma ceniza. –
María lanzó la pseudo-bola que acababa de hacer con cuatro copos y está, en
lugar de salir disparada, se le escurrió de entre los dedos esparciendo una
ráfaga de polvo.
- ¡Ja, ja, ja! – Paula no pudo contener la risa.
Mientras María se quitaba los restos de cenizas de las
manos Marcos preparaba lo que parecía una bola digna de un Titán. Su objetivo
iba a ser Paula pero la mirada inquisidora de la muchacha hizo que se lo
pensara dos veces. Fue el tiempo justo para que Luis, con un leve barrigazo,
consiguiera desequilibrar y derribar a su amigo.
- Ffffffff… Puf- Todo el montón de ceniza que sostenía
Marcos se le escapó de las manos y le cayó directamente encima. Como si esa
ceniza le hubiera atravesado la piel y hubiese penetrado hasta el hueso el
humor de Marcos cambió súbitamente. Su gesto se oscureció como el carbón.
- Maldita foca. – La brusquedad de las palabras hizo
que la guerra de bolas se detuviera. Luis no sabía muy bien cómo enfrentarse a
la situación.
- Eh, que todos hemos visto como se lo ibas a tirar a Paula.
–
- ¿Quieres ver cómo te tiro a ti? ¿O espero una hora a
que haya ceniza suficiente para esa barriga? Ten más cuidado o la próxima te
enteras -
- Bueno, no os peleéis. – Gregorio se había apartado
unos metros para salvarse de las bolas - ¿Qué os parece si vamos a un sitio
donde no nos caiga ceniza encima? ¿Si? ¿Yupi? – Gregorio levantó el dedo pulgar
buscando la complicidad de sus compañeros. Paula cogió a Luis por el brazo y se
puso a andar con él.
Pero Marcos se había puesto de un humor de perros y no
quiso aceptarlas. Sin mediar palabra se sacudió la ceniza de la cabeza y manos
en los bolsillos se fue por donde había venido. Los chicos estaban asombrados.
- ¿Qué mosca le ha picado? – se preguntaba María.
- No tengo ni idea. Nunca le había visto así. –
respondió Gregorio.
- ¿Debería ir a hablar con él? Quizás si le pido
perdón se calme un poco – Pero las miradas se dirigieron hacia la pequeña
Paula. A partir de ese momento ya no tendría que disimular más.
- Esto… si bueno. Ya voy yo. – dijo la muchacha
mientras se alejaba tras las huellas de Marcos. – ¿Nos vemos mañana vale?
¡Pasadlo bien en la bolera!
Pero la tormenta empezó a apretar y después de la
bronca nadie estaba de humor para aventurarse hasta la bolera, así que los tres
amigos decidieron volver a sus casas.
El camino se hizo un poco largo y sobre todo raro. El
ambiente en el pueblo no era el habitual: ni un solo adorno, ni una sola
canción, ni un solo Papa Noel de pega en los comercios… La gente iba por la
calle como molesta. Todo el mundo estaba de tan mal humor como Marcos. Paula
decía que María era inmune al efecto gris, que ya era una pedorra de serie. Fue
la única risa que se escuchó en todo el pueblo.
A la tarde siguiente los muchachos se habían reunido,
como era habitual, en la pastelería de la señora Abush. Era la pastelería más
entrañable de la ciudad. Sus forjados de madera los mantendrían a salvo de las
ceniza, que no paraba de caer y su gran chimenea los mantenía calientes. Pero
si el día anterior el ambiente estaba viciado en el pueblo de San Gonzalo esa
tarde la cosa iba a peor.
- Os lo juro. – Decían María y Paula al unísono.- Con
lo que nos costó empaquetarlo todo y cargarlo en el coche ¿y para qué? ¿Para
dejarlos en la caja? De verdad que no les entiendo. – Por lo visto sus padres
habían decido a ultimísima hora no colgar y no dejar que nadie colgara un solo
adorno de Navidad.
- Pues eso no es nada. – replicaba Gregorio. – Esta
mañana quería ir con mi abuelo a comprar un regalo y no os podéis imaginar cómo
se ha puesto. Como un loco. Y ha estado toda la mañana dándome una tabarra con
que si la crisis por aquí, la crisis por allá ¿Es que los adultos se han
vuelto locos?
- Pues más o menos como esté de aquí – dijo Paula
señalando a Marcos. – No sabéis lo que me ha costado convencerle para que
viniera. - La cara de Marcos seguía siendo de muy pocos amigos.
- Menos mal que a la señora Abush no le ha picado
ningún bicho raro. – como invocada por las dulces palabras la señora Abush
apareció por la mesa con una bandeja de pasteles de limón recién hechos y tazas
de chocolate caliente. Con su habitual sonrisa las dejó sobre la mesa y le dio
uno a cada niño.
- Que aproveche niños. Menos mal que habéis venido
porque me estaba muriendo de aburrimiento. – La señora Abush era la típica
mujer con el síndrome maternal por triplicado. A veces de intentar agradar se
hacía incluso pesada. Pero por suerte o por desgracia era la única adulta del
pueblo que aún conservaba el buen humor.
- Y menos mal que está usted aquí, señora Abush. –
dijo Luis encantado con la nueva bandeja de pasteles. – Con una sonrisa de
oreja a oreja la mujer se fue satisfecha a hacer otros menesteres.
- “Y menos mal que está usted aquí, bri bri bri”. – La
burla de Marcos era casi una ofensa.
¡Brrrrm!
- Tsss, déjalo ya. – insistió Paula.
- Uy que bien huelen los pasteles – dijo María
intentando cambiar de tema. – ¿verdad que si?
- Y tanto. Huelen, huelen… a Navidad. – fue lo mejor
que se lo ocurrió a Gregorio para seguir la corriente.
- ¿Navidad? Pues yo ya estoy harto de esta.
¡Brrrrm!
- ¿Pero qué dices? Si son las mejores vacaciones
después del verano. – protestó Luis. –
- Quizás para ti, gordito. A mi tanta dulzura me pone
enfermo.
¡Brrrrrrrrrrm!
- Esperad. – Interrumpió María - ¿No lo habéis oído?
- Yo si – dijo Luis
- Y yo – dijeron Gregorio y Paula.
- Yo no he oído nada ni ganas que tengo de oírlo. –
Marcos seguía erre que erre con su discurso. – Siempre las mismas canciones,
las mismas tonterías una y otra vez ¡Todas las Navidades son iguales! – La
señora Abush, que pasaba por allí con otro cargamento de dulces, intentó calmar
las aguas.
- Uy pero eso no es verdad. En Navidad siempre hay
alguna sorpresita. Un poquito de canela, un poquito de chocolate, una personita
nueva… - El guiñó de la pastelera no pudo ser más cutre. Lo dicho: el típico
síndrome maternal.
- No seas ridícula, vieja loca. – esta vez la
respuesta fue tan ofensiva que Paula se dio por aludida. Luis, de nuevo, salió
en su defensa.
- No te pases Marcos. La intención de la señora Abush
es buena.
- ¿Buenas intenciones? ¡Ja! Siempre el mismo rollo. Las
buenas intenciones. ¿Creéis que vais a cambiar el mundo con vuestras buenas
intenciones?
¡Brrrrrrrrrrm!
- Zambombadas, Belenes vivientes, Los Reyes Magos, la
obsesión por los regalos. ¡Son todos la misma mierda! Os portáis bien una
semana al año por puro egoísmo. – Marcos cogió uno de los pasteles. ¿Queréis
saber lo que pienso yo de vuestra maldita Navidad? ¡Esto! – con la furia de uno
de los Nuevos Titanes arrojo el pastel hacia el fuego de la chimenea. El efecto
fue inmediato.
“¡!BRRRRRRRRRRRRRRRRRRRROOMMMMMMMM!!“
La señora Abush hizo lo que cualquier madre con el
instinto triple maternal hubiera hecho en su lugar.
- Salid de aquí niños – Chilló la pobre mujer.
Pero era demasiado tarde. Primero fue en la pared,
luego en el suelo y por ultimo en el enorme horno de leña. Toda la pastelería
crujía violentamente. Perecía que el techo de madera se iba a caer en pedazos.
Que un trueno la iba a partir en dos. Pero el trueno pasó. Y como suele
ocurrir, después del trueno viene el diluvio. Pero esta vez era una lluvia de
asqueroso, denso y gris polvo. De cada cañería, tubería y rejilla salió
disparado como un geiser un humo que se extendía inundando paredes, niños,
pasteles y pasteleras.
Y así fue como vimos por primera vez al fantasma del
deshollinador. Fue algo muy fugaz, casi instantáneo. De la chimenea salió una
figura en bicicleta ataviada con ropas negras, una soga, un plomo, un cepillo,
una cadena y tres baquetas. Pero no era una figura sino una sombra. Con su
fondo de ceniza, su alta galera y su cara tiznada de hollín resultaba aun más
siniestra. Su frac parecía de tinieblas rasgadas y su sombrero una chimenea
andante. Su cara era un autentico misterio. Imposible de reconocer. Imposible
dibujar un rasgo entre tanta oscuridad. Lo que sí estaba claro es que estaba
allí. Estaba allí y que le puso algo a Marcos en la mano. Tal y como llegó,
fugaz, se escapó en su bicicleta hacia la ciudad gruñendo como un animal
salvaje y creando el caos allá por donde pasaba.
- Coff coff - ¿Qué ha sido eso? – la pastelería se
veía echa una pena. Donde antes había alegría y pasteles ahora tan solo quedaba
una patina gris que, a pesar de ser muy fina, se sentía muy pesada.
- Ha sido ese maldito fantasma. – respondió la
pastelera, que ya no sonreía como antes.
- ¿Estáis todos bien? – preguntó Luis.
- María y yo estamos bien.
- Si – dijo Gregorio
- ¿Y Marcos?
- Marcos ¿estás ahí? – pero no hubo respuesta. Marcos
estaba embobado mirando su nuevo regalo, que escondía receloso al resto de los
presentes.
- ¿Qué es lo que te ha dado? – Preguntó Paula –
déjamelo ver. – Pero Marcos no estaba por colaborar. Gregorio intentó persuadirle
pero no hubo manera. Marcos tenía el puño encerrado con mucha fuerza.
Al final fue de nuevo Luis el que consiguió, gracias a
otro leve barrigazo, que Marcos volviera a perder el equilibrio, abrir la mano
y liberara el regalo que el fantasma del deshollinador le había hecho como
premio a su insolencia navideña. El brillo era casi cegador. Su belleza
inmensa. Todos se quedaron embobados mientras el botón giraba por los aires
primero hacia arriba, luego hacia abajo, hasta desaparecer entre el manto de
ceniza.
Fue un espectáculo hermosísimo. Y es que el oro sobre
la ceniza es aun más dorado. Y este pequeño botón, obsequiado con muy malas
intenciones, era de oro puro.
Ey, ¿Qué es una patina?
ResponderEliminarEy, ¿Qué es una patina?
ResponderEliminaruna fina lamina superficial
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