viernes, 6 de diciembre de 2013

Las Aventuras de los Goonboys - Especial Navidad – El Fantasma del Deshollinador – Parte II



Por un momento María pensaba que Gregorio le estaba gastando una broma. Ese sabelotodo de Gregorio... pues esta vez no se iba a quedar con ella.

- ¿Con que está nevando ceniza eh? Pues toma ceniza. – María lanzó la pseudo-bola que acababa de hacer con cuatro copos y está, en lugar de salir disparada, se le escurrió de entre los dedos esparciendo una ráfaga de polvo.
- ¡Ja, ja, ja! – Paula no pudo contener la risa.

Mientras María se quitaba los restos de cenizas de las manos Marcos preparaba lo que parecía una bola digna de un Titán. Su objetivo iba a ser Paula pero la mirada inquisidora de la muchacha hizo que se lo pensara dos veces. Fue el tiempo justo para que Luis, con un leve barrigazo, consiguiera desequilibrar y derribar a su amigo.

- Ffffffff… Puf- Todo el montón de ceniza que sostenía Marcos se le escapó de las manos y le cayó directamente encima. Como si esa ceniza le hubiera atravesado la piel y hubiese penetrado hasta el hueso el humor de Marcos cambió súbitamente. Su gesto se oscureció como el carbón.

- Maldita foca. – La brusquedad de las palabras hizo que la guerra de bolas se detuviera. Luis no sabía muy bien cómo enfrentarse a la situación. 
- Eh, que todos hemos visto como se lo ibas a tirar a Paula. –
- ¿Quieres ver cómo te tiro a ti? ¿O espero una hora a que haya ceniza suficiente para esa barriga? Ten más cuidado o la próxima te enteras -
- Bueno, no os peleéis. – Gregorio se había apartado unos metros para salvarse de las bolas - ¿Qué os parece si vamos a un sitio donde no nos caiga ceniza encima? ¿Si? ¿Yupi? – Gregorio levantó el dedo pulgar buscando la complicidad de sus compañeros. Paula cogió a Luis por el brazo y se puso a andar con él.

Pero Marcos se había puesto de un humor de perros y no quiso aceptarlas. Sin mediar palabra se sacudió la ceniza de la cabeza y manos en los bolsillos se fue por donde había venido. Los chicos estaban asombrados.

- ¿Qué mosca le ha picado? – se preguntaba María.
- No tengo ni idea. Nunca le había visto así. – respondió Gregorio.
- ¿Debería ir a hablar con él? Quizás si le pido perdón se calme un poco – Pero las miradas se dirigieron hacia la pequeña Paula. A partir de ese momento ya no tendría que disimular más.
- Esto… si bueno. Ya voy yo. – dijo la muchacha mientras se alejaba tras las huellas de Marcos. – ¿Nos vemos mañana vale? ¡Pasadlo bien en la bolera!

Pero la tormenta empezó a apretar y después de la bronca nadie estaba de humor para aventurarse hasta la bolera, así que los tres amigos decidieron volver a sus casas. 

El camino se hizo un poco largo y sobre todo raro. El ambiente en el pueblo no era el habitual: ni un solo adorno, ni una sola canción, ni un solo Papa Noel de pega en los comercios… La gente iba por la calle como molesta. Todo el mundo estaba de tan mal humor como Marcos. Paula decía que María era inmune al efecto gris, que ya era una pedorra de serie. Fue la única risa que se escuchó en todo el pueblo.

A la tarde siguiente los muchachos se habían reunido, como era habitual, en la pastelería de la señora Abush. Era la pastelería más entrañable de la ciudad. Sus forjados de madera los mantendrían a salvo de las ceniza, que no paraba de caer y su gran chimenea los mantenía calientes. Pero si el día anterior el ambiente estaba viciado en el pueblo de San Gonzalo esa tarde la cosa iba a peor.

- Os lo juro. – Decían María y Paula al unísono.- Con lo que nos costó empaquetarlo todo y cargarlo en el coche ¿y para qué? ¿Para dejarlos en la caja? De verdad que no les entiendo. – Por lo visto sus padres habían decido a ultimísima hora no colgar y no dejar que nadie colgara un solo adorno de Navidad.
- Pues eso no es nada. – replicaba Gregorio. – Esta mañana quería ir con mi abuelo a comprar un regalo y no os podéis imaginar cómo se ha puesto. Como un loco. Y ha estado toda la mañana dándome una tabarra con que si la crisis por aquí, la crisis por allá ¿Es que los adultos se han vuelto locos?
- Pues más o menos como esté de aquí – dijo Paula señalando a Marcos. – No sabéis lo que me ha costado convencerle para que viniera. - La cara de Marcos seguía siendo de muy pocos amigos.
- Menos mal que a la señora Abush no le ha picado ningún bicho raro. – como invocada por las dulces palabras la señora Abush apareció por la mesa con una bandeja de pasteles de limón recién hechos y tazas de chocolate caliente. Con su habitual sonrisa las dejó sobre la mesa y le dio uno a cada niño.
- Que aproveche niños. Menos mal que habéis venido porque me estaba muriendo de aburrimiento. – La señora Abush era la típica mujer con el síndrome maternal por triplicado. A veces de intentar agradar se hacía incluso pesada. Pero por suerte o por desgracia era la única adulta del pueblo que aún conservaba el buen humor. 
- Y menos mal que está usted aquí, señora Abush. – dijo Luis encantado con la nueva bandeja de pasteles. – Con una sonrisa de oreja a oreja la mujer se fue satisfecha a hacer otros menesteres.
- “Y menos mal que está usted aquí, bri bri bri”. – La burla de Marcos era casi una ofensa. 

¡Brrrrm!

- Tsss, déjalo ya. – insistió Paula.
- Uy que bien huelen los pasteles – dijo María intentando cambiar de tema. – ¿verdad que si?
- Y tanto. Huelen, huelen… a Navidad. – fue lo mejor que se lo ocurrió a Gregorio para seguir la corriente.
- ¿Navidad? Pues yo ya estoy harto de esta.

¡Brrrrm!

- ¿Pero qué dices? Si son las mejores vacaciones después del verano. – protestó Luis. –
- Quizás para ti, gordito. A mi tanta dulzura me pone enfermo.

¡Brrrrrrrrrrm!

- Esperad. – Interrumpió María - ¿No lo habéis oído?
- Yo si – dijo Luis
- Y yo – dijeron Gregorio y Paula.
- Yo no he oído nada ni ganas que tengo de oírlo. – Marcos seguía erre que erre con su discurso. – Siempre las mismas canciones, las mismas tonterías una y otra vez ¡Todas las Navidades son iguales! – La señora Abush, que pasaba por allí con otro cargamento de dulces, intentó calmar las aguas.
- Uy pero eso no es verdad. En Navidad siempre hay alguna sorpresita. Un poquito de canela, un poquito de chocolate, una personita nueva… - El guiñó de la pastelera no pudo ser más cutre. Lo dicho: el típico síndrome maternal.
- No seas ridícula, vieja loca. – esta vez la respuesta fue tan ofensiva que Paula se dio por aludida. Luis, de nuevo, salió en su defensa.
- No te pases Marcos. La intención de la señora Abush es buena.
- ¿Buenas intenciones? ¡Ja! Siempre el mismo rollo. Las buenas intenciones. ¿Creéis que vais a cambiar el mundo con vuestras buenas intenciones?

¡Brrrrrrrrrrm!

- Zambombadas, Belenes vivientes, Los Reyes Magos, la obsesión por los regalos. ¡Son todos la misma mierda! Os portáis bien una semana al año por puro egoísmo. – Marcos cogió uno de los pasteles. ¿Queréis saber lo que pienso yo de vuestra maldita Navidad? ¡Esto! – con la furia de uno de los Nuevos Titanes arrojo el pastel hacia el fuego de la chimenea. El efecto fue inmediato.

“¡!BRRRRRRRRRRRRRRRRRRRROOMMMMMMMM!!“

La señora Abush hizo lo que cualquier madre con el instinto triple maternal hubiera hecho en su lugar.

- Salid de aquí niños – Chilló la pobre mujer.

Pero era demasiado tarde. Primero fue en la pared, luego en el suelo y por ultimo en el enorme horno de leña. Toda la pastelería crujía violentamente. Perecía que el techo de madera se iba a caer en pedazos. Que un trueno la iba a partir en dos. Pero el trueno pasó. Y como suele ocurrir, después del trueno viene el diluvio. Pero esta vez era una lluvia de asqueroso, denso y gris polvo. De cada cañería, tubería y rejilla salió disparado como un geiser un humo que se extendía inundando paredes, niños, pasteles y pasteleras.

Y así fue como vimos por primera vez al fantasma del deshollinador. Fue algo muy fugaz, casi instantáneo. De la chimenea salió una figura en bicicleta ataviada con ropas negras, una soga, un plomo, un cepillo, una cadena y tres baquetas. Pero no era una figura sino una sombra. Con su fondo de ceniza, su alta galera y su cara tiznada de hollín resultaba aun más siniestra. Su frac parecía de tinieblas rasgadas y su sombrero una chimenea andante. Su cara era un autentico misterio. Imposible de reconocer. Imposible dibujar un rasgo entre tanta oscuridad. Lo que sí estaba claro es que estaba allí. Estaba allí y que le puso algo a Marcos en la mano. Tal y como llegó, fugaz, se escapó en su bicicleta hacia la ciudad gruñendo como un animal salvaje y creando el caos allá por donde pasaba.

- Coff coff - ¿Qué ha sido eso? – la pastelería se veía echa una pena. Donde antes había alegría y pasteles ahora tan solo quedaba una patina gris que, a pesar de ser muy fina, se sentía muy pesada.
- Ha sido ese maldito fantasma. – respondió la pastelera, que ya no sonreía como antes.
- ¿Estáis todos bien? – preguntó Luis.
- María y yo estamos bien.
- Si – dijo Gregorio
- ¿Y Marcos?
- Marcos ¿estás ahí? – pero no hubo respuesta. Marcos estaba embobado mirando su nuevo regalo, que escondía receloso al resto de los presentes.
- ¿Qué es lo que te ha dado? – Preguntó Paula – déjamelo ver. – Pero Marcos no estaba por colaborar. Gregorio intentó persuadirle pero no hubo manera. Marcos tenía el puño encerrado con mucha fuerza.

Al final fue de nuevo Luis el que consiguió, gracias a otro leve barrigazo, que Marcos volviera a perder el equilibrio, abrir la mano y liberara el regalo que el fantasma del deshollinador le había hecho como premio a su insolencia navideña. El brillo era casi cegador. Su belleza inmensa. Todos se quedaron embobados mientras el botón giraba por los aires primero hacia arriba, luego hacia abajo, hasta desaparecer entre el manto de ceniza.

Fue un espectáculo hermosísimo. Y es que el oro sobre la ceniza es aun más dorado. Y este pequeño botón, obsequiado con muy malas intenciones, era de oro puro.

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