viernes, 13 de diciembre de 2013
Las Aventuras de los Goonboys - Especial Navidad – El Fantasma del Deshollinador – Parte III
Marcos se levantó de la silla de un salto y empezó a dar vueltas como loco por aquella pastelería en la que ahora reinaban el desorden y las cenizas.
-¡Mi regalo! ¿Dónde está mi regalo? ¡Es mío, me lo ha dado a mí! –gritaba, cada vez con más vehemencia.
Pero el dorado botón se había desvanecido sin dejar el menor rastro. Marcos, lleno de furia y confusión, se paró en seco, dirigió su mirada hacia la puerta y, como si hubiera visto al mismísimo conejito de Alicia, salió del local disparado como un cohete.
María y Gregorio hicieron un amago de levantarse y salir detrás de él, pero en ese mismo instante la señora Abush, que había adivinado sus intenciones, situó su orondo cuerpo delante de los chicos y, con una voz sorprendentemente reconfortante, les dijo:
- Tranquilos, esperad. Dejad que le dé el aire un rato, le vendrá bien.
- ¿Y si le pasa algo? –respondió Paula elevando la voz más de lo deseado-, ¡el fantasma ha ido en esa dirección!
- No le pasará nada, te lo prometo –trató de serenarla la maternal pastelera poniéndole una mano en el hombro-. Esperad aquí un minuto, voy a ver si han quedado algunos pastelillos a salvo de las cenizas, dejad que os prepare un chocolate nuevo. Hay algo que debéis saber antes de ir a buscar a vuestro amigo…
En apenas un abrir y cerrar de ojos la señora Abush regresó con un plato lleno de impecables pasteles, esta vez de canela, y cuatro tazas de humeante chocolate. Luís y Paula se dejaron seducir inmediatamente por el aroma de los dulces. María y Gregorio, aún confusos y temerosos, tardaron algo más en ser capaces de disfrutar de las viandas. Los cuatro, sin embargo, escucharon atentamente las palabras de su narradora:
- “La historia que voy a contaros sucedió hace unos cuarenta años, cuando vosotros no habíais nacido y vuestros padres no eran más que chiquillos revoltosos. Por aquel entonces, San Gonzalo era una pequeña aldea, con muchas menos casas de las que tiene ahora y, por supuesto, también con mucha menos gente. Yo tendría diez o doce años y recuerdo que Casimiro era el deshollinador de la comarca. Vivía en una casita en el campo, a varios kilómetros de aquí, y siempre estaba de un lado para otro limpiando con brío las chimeneas de todos los vecinos de la región. Era un hombre alegre y divertido, como aquel que acompañaba a Mary Poppins, y todos estaban encantados con su buen trabajo. Un hermoso día de principios de diciembre, cuando San Gonzalo estaba a punto de vestirse con sus mejores galas navideñas y las primeras nieves ya habían teñido de blanco la plaza del pueblo, Casimiro, Casi para los amigos, recibió un extraño encargo. Don Fulgencio Ramos De Carrión, un huraño y amargado vejestorio que vivía en el caserón del Cerro Viejo, hizo llamar a Casimiro y le ofreció una caja llena de botones de oro a cambio de acumular la ceniza de todas las chimeneas del pueblo y depositarlas allí mismo, en el jardín de Don Fulgencio.”
- ¿Y para qué quería las cenizas el viejo de la colina? –preguntó María con el ceño fruncido.
- Eso es algo que nunca sabremos a ciencia cierta –contestó la señora Abush-, pero dejad que continúe con la historia. “Lo primero que pensó Casimiro al imaginarse los botones de oro en sus manos fue en la oportunidad de mandar coserlos en una maravillosa blusa que regalaría a su prometida, por lo que aceptó la oferta sin pensarlo dos veces, y sin preguntar siquiera la razón de tan insólita misión. En apenas unas semanas la montaña de ceniza que se acumulaba en la parcela de la colina era tan alta que podía verse desde el pueblo vecino. Casimiro recibió su pago y fue directo a casa de la costurera, a la que encargó fabricar la blusa más bonita del mundo con los botones de oro recibidos por el cumplimiento de su parte del trato. Llegó el día 31 de diciembre y Casimiro fue a recoger la blusa. ¡Era espectacular! Corrió a casa de su amada, pero ella no estaba allí. La buscó por todo el pueblo hasta que finalmente dio con una aldeana que recordó haberla visto subiendo al Cerro Viejo.”
- ¿A la casa del viejo que había dado los botones a Casimiro? –preguntó Luís, con los ojos como platos.
- Así es. Al parecer, la novia del deshollinador había subido a llevar un encargo a Don Fulgencio, pero eso Casimiro no lo sabía. “Entonces nuestro enamorado encaró la cuesta del cerro, con paso firme y decidido, hasta llegar a la altura de la casa, donde vio, desde una distancia prudente, cómo el dueño del terreno entregaba a su amada una blusa cuyos botones eclipsaban la luz del sol. Entonces abrió el paquete que llevaba en sus manos y vio que lo que en casa de la costurera era una resplandeciente botonadura dorada, ahora no eran más que círculos de vieja hojalata mal cosidos a la recia tela. Desolado por la humillación y consumido por la repentina cólera, Casimiro llegó corriendo a la puerta del caserón y, ante los perplejos y aterrados ojos de su prometida, cogió ambas blusas, las despedazó, y lanzó los botones a la montaña de ceniza con tanta fuerza que ésta se derrumbó, cayendo sobre las tres pobres víctimas.”
La señora Abush guardó silencio, uno tan largo que las palabras de Paula sobresaltaron a todos lo que se reunían alrededor del plato donde antes hubiera deliciosos pasteles.
- Pero, ¿cómo es posible que los botones de oro se convirtieran en hojalata? ¿Era Don Fulgencio un brujo? ¿Por qué fue allí la prometida de Casimiro? ¿Qué pasó después? –Las preguntas de Paula se atropellaban unas a otras en un mar de confusión.
- Poco se sabe al respecto –confesó la pastelera-. Lo único cierto es que la prometida del deshollinador, al igual que éste, había aceptado un trato de Don Fulgencio, pero los detalles de dicho acuerdo eran desconocidos incluso para la hermana de ella, de la que sabemos lo poco que sabemos. Al caer la montaña de ceniza, un humo gris envolvió San Gonzalo durante tres días y tres noches. Al cuarto día encontraron los cuerpos sin vida de Don Fulgencio, Casimiro y la prometida de éste. Todos los habitantes de San Gonzalo nos pasamos las navidades enteras barriendo ceniza y esparciéndola lo más lejos posible de nuestros hogares. Hubo quien afirmó incluso haber visto la sombra de Casimiro merodear por el pueblo durante aquellos nefastos días de penumbra gris. Sin embargo, el tiempo pasó, y aquella historia quedó apenas en el recuerdo de los pocos que continuamos viviendo aquí.
- Entonces –apuntó Gregorio entrecerrando los párpados-, si ha regresado después de tantos años, tiene que haber alguna razón…
- Corren rumores de que alguien ha comprado la destartalada casa del Cerro Viejo –intervino la señora Abush-. Quizá eso os dé alguna pista.
- Vamos chicos, no hay tiempo que perder –dijo María levantándose de la silla de un brinco-. Hay que buscar a Marcos, hay que hacer que vuelva en sí, hay que ir a la casa, hay que…
- ¡Sí, vamos! -Corearon los demás mientras dejaban atrás sus tazas vacías y la mesa llena de migajas.
Cuando ya habían cruzado el umbral de la puerta, Luís, que de repente había recordado algo, dio media vuelta y gritó:
- ¡Señora Abush, mañana le pagamos la merienda, sin falta!
- Tranquilo chico –respondió ella- y si necesitáis cualquier cosa, ¡no dudéis en avisarme!
Las dos parejas decidieron ir a casa de Marcos en primer lugar, pero, como habían sospechado, su amigo no se encontraba allí.
- Creo que debemos subir al Cerro –dijo Gregorio con voz grave, aunque algo temerosa…
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Muy chula la continuación, María, a ver cómo acaba la cosa en este especial navidad :)
ResponderEliminarLa historia está a punto de caramelo para su conclusión.
ResponderEliminarme ha gustado mucho la historia del deshollinador!!!
ResponderEliminarMaría, espero tener pronto la oportunidad de encontrarte en un nuevo relato de los cuatromil......
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