viernes, 3 de enero de 2014

La Chica de Caterham - Primera Parte

Sucede a veces que acciones que realizamos para nuestro beneficio, acaban teniendo consecuencias inesperadas. Ya saben, como cuando se arma y se entrena a los rebeldes de un país para echar a los comunistas o cuando ahorramos estirando el cambio de neumáticos un poquito más.

Aquí mismo, en Silverwood, tenemos - o mejor dicho, teníamos - un buen ejemplo de ello. Se trata de la chica de Caterham. Este centro de recuperación mental, por no llamarle manicomio, ha sido su hogar durante más de diez años. En este tiempo, los que en él habitamos, nos hemos convertido de una manera u otra en su única familia y amigos.

¿Qué quién es esta chica? Seguro que la conocen, pero lo han olvidado. Les voy a refrescar la memoria. Fue en el verano de 2001 cuando apareció en nuestras vidas.

La encontró un cazador en mitad de una carretera de montaña, en el condado de Caterham, al sur de Londres. Estaba acurrucada en la cuneta, en posición fetal. Sola, desnuda, sin poderse tener en pie. En un primer momento se pensó que había sido víctima de una violación. Teniendo en cuenta las circunstancias y tratándose de una joven atractiva de veintipocos años, lo cierto es que se trataba de una teoría bastante posible.

Pero no, la chica no había sido violada. Sufría de la amnesia clínica más profunda que se conoce. Su caso no era como el del Piano man. Ya saben, ese tipo que fue encontrado en una playa vestido de frac y que a pesar a la amnesia que decía sufrir tocaba el piano cómo un virtuoso.

No. Ella no era un fraude. Realmente había olvidado todo. Cuando fue encontrada, no recordaba su nombre, ni a su familia, ni ningún detalle de su vida. No hubiese sido de mucha ayuda ya que - y esto era lo más increíble del caso - también había olvidado cómo hablar, cómo relacionarse con el mundo o cómo andar. Ni tan siquiera recordaba cómo comer.

Seguro que después de lo que les acabo de contar recuerdan el caso. Las televisiones machacaron una y otra vez con la extraña historia de nuestra chica. De echo fueron ellos, los de la tele, los que le pusieron su nombre, Olvido.

La primera semana los noticiarios repetían las mismas imágenes de archivo mientras informaban de las extrañas circunstancias en la que Olvido fue hallada y hacian llamamientos para cualquiera que pudiera ayudar en su identificación. También avisaban a las jóvenes que fueran con cuidado, que no aceptaran bebidas de nadie, ya que el causante de todo podría ser una droga suministrada en la bebida de alguna discoteca.

Pero el caso se complicó. Pasaron los días y la policía seguía siendo incapaz de identificar a Olvido. Esa mujer de veintitantos años parecía no existir. Ni sus huellas dactilares, ni sus rasgos faciales coincidían con las recogidas en ninguna base de datos de todo el Reino Unido. El caso fue trasladado a instancias internacionales, pero tampoco hubo más suerte allí. Ningún familiar, amigo o conocido apareció nunca a identificarla.

Se le hicieron multitud de pruebas, pero ninguna llegaba a clarificar nada. Los escáneres cerebrales indicaban algo completamente incomprensible. El cerebro de Olvido era una tabula rasa. Era como mirar el encéfalo de un recién nacido. No había rastro alguno de actividad en la zona dedicada a la memoria, no tenía recuerdos y carecía totalmente de enlaces neuronales.

En los programas de sociedad y debate se conjeturaba sobre la identidad de la misteriosa mujer  sin el más mínimo ápice de moral. Se hablaba de su hipotético pasado, creando las historias más rocambolescas e imposibles. Cada poco tiempo anunciaban a bombo y platillo en programas especiales la inminente recuperación de su memoria y la revelación del misterio de Olvido. Pero por muchos millones de espectadores que tuviera el programa, la prometida recuperación nunca sucedía.

Como sucede en estos casos, la gente se cansó. Poco a poco el interés sensacionalista de Olvido fue decayendo y otros monstruos hicieron su parada en la televisión. Olvido finalmente fue olvidada.

Tampoco tuvo más suerte Olvido con la administración. En un primer momento los avances de Olvido hacían pensar que en algún momento recuperaría la memoria. En pocos años había vuelto a aprender a andar, a hablar, a leer y escribir. Pero no llegó nunca a recordar nada. Así que un estudio económico dictaminó que se había destinado demasiados fondos para tan pocos resultados y la investigación de su caso se paró.

Olvido fue recluida en este centro y tratada durante años como una enferma mental más. A nadie parecía importar que Olvido no es que estuviera loca, sino que aún se estaba desarrollando. Era como si hubiera nacido el día que fue encontrada y era ese el ritmo de sus avances.

La chica de Caterham quedó olvidada, aparcada en ésta, nuestra casa de locos. Y parecía que aquí pasaría su vida, hasta que hace muy poco la llegada del jovencísimo doctor Lorrenz cambió todo.

Recién doctorado en Psiquiatría y Trastornos de la Memoria, Lorrenz había sido el número uno de su promoción y tras aprobar la interinidad, pidió plaza en esta institución para poder tratar a Olvido.

Después de su jornada de trabajo, Lorrenz iba a ver a Olvido y a trabajar con ella. Estaba seguro que en algún lugar de su cerebro tenía que haber algo, por pequeño que fuera. Aseguraba que sólo hacía falta un estimulo, un pequeño detalle, que disparase sus recuerdos.

Lorrenz bombardeaba con imágenes, con sonidos, olores, sabores a Olvido para tratar de dar con ese pequeño interruptor. Durante horas probaba suerte con los más dispares estímulos. Pese a las maratonianas sesiones a las que se veía sometida, Olvido siempre esperaba dispuesta la llegada del doctor. Tenía la edad mental de una niña de 12 años y ese mismo entusiasmo. Podría decirse que  era muy madura para su edad. Quería recordar, recuperar su vida a toda costa.

Aunque estuviera exhausta, ella siempre le pedía continuar con la sesión al doctor. Durante 4 horas al día, el doctor y Olvido luchaban mano a mano por recordar.

Dieciocho meses duraron las visitas de Lorrenz a Olvido. Dieciocho meses hasta que la semana pasada Olvido desapareció -  por decirlo de alguna manera - del centro

- Dime si alguna de estas fotos te dice algo - Era la rutinaria frase de Lorrenz antes de comenzar a proyectar una nueva tanda de imágenes aleatorias – Dime si alguna te despierta algún tipo de recuerdo

- No, no, no, no, no – Olvido podía pasar horas viendo imágenes de animales, edificios, personas, libros, montañas, coches, peluches, comidas, relojes – no, no, no, no, no – la respuesta siempre era la misma, monótona como una letanía – no, no, no, no, no

- Cuando quieras podemos parar a hacer un descanso – Lorrenz lo decía por simple rutina, ya sabía cual sería la contestación

- Una tanda más, doctor – Contestaba siempre, y Olvido volvía a ser bombardeada con imágenes que no le decían nunca nada – no, no, no, no, no... ¡Espera! ¡Vuelve atrás!

Fue la primera y única vez que el doctor Lorrenz escuchó una respuesta que no fuera "no". Lorrenz dio al botón de retroceder. Sobre la pared se vio proyectada la imagen de una mujer en mitad de un puente totalmente devastado. Llevaba un ajustado traje de cuero amarillo y negro y la cara cubierta por una máscara. De su mano extendida se proyectaba un potente rayo de energía. Era una foto de Lady Weapon, la mujer más poderosa del mundo.

- ¿Es esta imagen, Olvido? - Preguntó el doctor - ¿Esta es la foto que te dice algo? ¿Qué ves en ella?

- Me veo a mí, doctor

[continuará...]

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