viernes, 18 de abril de 2014

La Leyenda de Kwon Ji - Tercera Parte

No pasó mucho más tiempo Kwon Ji en esos infernales arrozales. Fue justo la visión del usurpador y su heredera la que dio al joven hombre las fuerzas necesarias para liberarse y buscar su ansiada libertad.
Sin embargo no fue inmediatamente que el joven príncipe huyera de los arrozales puesto que, sabía que solo, la empresa estaba condenada al fracaso.

“¡Incluso las ratas en las cloacas de la ciudad comen más y mejor que nosotros aquí!”.

Kwon Ji alentaba a sus camaradas y les transmitía su confianza y su fuerza. Durante meses estuvo urdiendo un plan con algunos de los demás esclavos, los más fuertes, los más capaces.
Poco recuerda, sin embargo, Kwon Ji de la noche de la huida. Aún hoy escucha los gritos en la lejanía, y no solo de sus camaradas sino también de mujeres y niños, esclavos o no. También recuerda cómo la tierra ardió como el mismísimo infierno y la luna se cubrió con un manto gris.
Meses tardó en llegar a la capital, pobre y agotado. Pero, y pronto se dio cuenta de ello, ya no era ese niño asustado que malvivió en ella durante meses y luego fue obligado a abandonarla. Ahora era más fuerte, más sabio.
No tardó en percatarse de que la ciudad, tampoco, era igual a la que había abandonado. El pueblo no vivía mejor que en la época de su padre pero los habitantes se habían acomodado, habían aceptado al usurpador.

“¡Incluso el buey más dócil pelea antes de ser ejecutado!”.

Kwon Ji se negaba a aceptar su suerte de malvivir en la ciudad hasta que llegara el irremediable final. Desde el puerto, donde pasaba horas descargando pescado, veía el gigantesco y magnífico palacio real, aquél que un día fue su hogar.

“Algún día serás el señor de este palacio”.

Recordaba las palabras de su padre y el odio a esa familia de mal nacidos le recorría todo el cuerpo.
Las estaciones pasaron y Kwon Ji, el hombre, ya no recordaba en nada a aquél niño que había abandonado la ciudad 10 años atrás. Nadie reconocía en él a ese asustado jovenzuelo. Durante estos años trabajó mucho, en el puerto, de sol a sol. El maestro pescador que lo había contratado vio en él a un hombre muy capaz y no tardó en darle más responsabilidades. Primero, le ofreció un pequeño barco para que demostrara sus habilidades, posteriormente pasó a dirigir una pequeña flota, luego le pusieron a negociar el precio y a vender el pescado en los mercados de la ciudad. Todas y cada una de las pruebas que le pusieron las pasó con éxito. Kwon Ji acudía a casa de su maestro todas la semanas para entregarle el dinero y para ofrecerles ideas nuevas para hacer su negocio más grande y más rico. Desgraciadamente, su maestro ya era viejo, y no entendía las nuevas ideas del ambicioso joven. Pero la fortuna volvió a sonreírle y el viejo maestro no tardó en dejar su lugar en este mundo y, sin descendencia, dejó el control de la empresa a su hombre más capaz.
Kwon Ji, no tardó en pergeñar todas las ideas que se le habían ocurrido, y en unos años había duplicado y mejorado el número de barcos y aumentado sustancialmente la cantidad de  ingresos de la empresa.

“Como el tigre hace en la sabana, hay que ser paciente, y esperar el momento para atacar a tu presa.”

Mucho había esperado Kwon Ji. Ahora era un hombre rico e influyente en la capital. Pero no era suficiente. Su verdadero objetivo era aquél palacio de mármol y oro que desde lo alto de la colina empequeñecía cualquier construcción conocida.
Y su paciencia tuvo recompensa porque cuando una mañana de primavera corrió el rumor en las calles de la ciudad que el rey buscaba consorte para su hija y futura reina tuvo la certeza de que la hora de la venganza había llegado.

[Continuará]

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